?Qu¨¦ significa el fin de la tauromaquia?
Esta nueva y loable sensibilidad frente al toro se debe ¡ªparad¨®jicamente¡ª a nuestro dominio completo y destructivo de la naturaleza: somos los vencedores de una lucha milenaria y ahora queremos dedicarnos a otras matanzas
Durante milenios, la lucha del hombre con la naturaleza se represent¨® en el mundo mediterr¨¢neo a trav¨¦s de la lucha contra una de sus manifestaciones m¨¢s vigorosas y temibles: los bisontes primero, los toros despu¨¦s. Distintas formas de tauromaquia, de Creta a Espa?a, dejaron sus huellas en el arte y en las costumbres. Esas exhibiciones escenogr¨¢ficas, que evolucionaron con el tiempo, constitu¨ªan traslaciones teatrales de una batalla real; en ellas, claro, casi siempre ganaba el hombre, invirtiendo as¨ª la estad¨ªstica que se impon¨ªa en la intemperie. Para poder subvertir la l¨®gica del mundo (en la que el toro, m¨¢s fuerte, sol¨ªa vencer) y al mismo tiempo mantener a la vista esa tensi¨®n mortal, se establecieron reglas minuciosas de acercamiento a la bestia: amagos, piruetas, ademanes y trapos que iluminaban de manera simult¨¢nea la valent¨ªa del hombre y la amenaza del animal. Durante siglos, esta lucha contra el toro ha sido la ¨²nica ficci¨®n teatral en la que la muerte real ha jugado un papel protagonista: la muerte real del toro, por supuesto, pero tambi¨¦n la muerte fintada, evocada, evitada, del toreador. Esta combinaci¨®n de ficciones regladas y peligros ciertos es lo que cautiv¨® a nuestros antepasados, incluidos algunos de los grandes genios de la pintura y la literatura: de Goya a Picasso, de Alberti a Lorca. La tauromaquia ha sido un arte y ha generado mucho arte en sus aleda?os.
Ya no lo es. Y no lo es porque los humanos ya no vemos en esa ficci¨®n reglada y en esa muerte ceremonial una lucha sino una matanza. ?Eso se debe a que nos hemos vuelto m¨¢s civilizados, m¨¢s sensibles, m¨¢s compasivos? No lo creo. En el primer cuarto del siglo XXI estamos a punto de superar la tauromaquia, pero no todas las otras maquias cuyas v¨ªctimas son otros seres humanos: no hemos superado la guerra ni los genocidios ni la tortura. Entonces, ?por qu¨¦ nos despierta tanta compasi¨®n el toro? Pens¨¦moslo un momento con un poco de serenidad hist¨®rica. Esta ya asentada indiferencia ante el llamado arte taurino, esta nueva sensibilidad ante el sufrimiento animal, ?no son correlativas a la victoria total del ser humano sobre la naturaleza? ?No son la consecuencia parad¨®jica de la total dependencia animal respecto de la humanidad? Digamos que no tiene ning¨²n sentido escenificar en una plaza una lucha que ya se ha decidido de manera definitiva en el exterior: eso no ya es un drama; es una farsa. O de otra manera: la ceremonia vac¨ªa de una batalla que ya se ha ganado fuera nos resulta por fuerza manierista y nauseabunda en la plaza; produce sobre todo repel¨²s est¨¦tico y, por concomitancia, disgusto moral.
No es que en las ¨²ltimas d¨¦cadas haya cambiado nuestra sensibilidad ¨¦tica; lo que ha cambiado es nuestro gusto est¨¦tico, y ello en raz¨®n de los cambios registrados en nuestra relaci¨®n con la naturaleza. En pleno Antropoceno, cuando la IA es capaz de vencer al campe¨®n mundial de ajedrez y de desmigajar Gaza bajo las bombas, ya no tiene ning¨²n sentido art¨ªstico luchar contra los toros. Los antiguos ve¨ªan en la tauromaquia una batalla y no una matanza porque la naturaleza era a¨²n temible; nosotros solo percibimos la matanza porque ya no vemos en el toro una criatura poderosa y amenazadora, sino una mascota. Creo que es mejor que no nos enga?emos sobre nosotros mismos. Me temo que la condici¨®n hist¨®rica de esta nueva y loable sensibilidad frente al toro es ¡ªparad¨®jicamente¡ª nuestro dominio completo y destructivo de la naturaleza y la consecuente mascotizaci¨®n de los animales. Nos parece de muy mal gusto matar con ceremonias a un animal que no puede escapar y que podemos apiolar sin aspavientos de oro en un matadero industrial; da mucha pena, adem¨¢s, ver clavar banderillas en una metonimia viva de nuestros peluches.
Me fascinan los toros pintados de Goya y de Picasso; me emocionan algunos pasajes taurinos de Jos¨¦ Bergam¨ªn; y me parecen bell¨ªsimos los poemas taurom¨¢quicos de Lorca. Son arte y seguir¨¢n si¨¦ndolo cuando ya no se lidien toros en las plazas. Nos seguir¨¢n emocionando porque esas im¨¢genes y esas palabras evocan una lucha que hemos trasladado o camuflado, pero no abolido: la lucha de los cuerpos contra la muerte finalmente victoriosa (el momento verdaderamente ¡°real¡± de una corrida, lo sabemos, no es la banderilla ni el estoque sino la cogida). Odio las corridas y me disgusta el ambiente circundante, y ello por malquerencias est¨¦ticas e ideol¨®gicas. Y por las razones que acabo de citar me parece una verdadera anomal¨ªa cultural la existencia de un Premio Nacional de Tauromaquia; me felicito, por tanto, de su eliminaci¨®n. Pero me cuesta creer que, tras esta decisi¨®n (o cuando la sedicente ¡°fiesta nacional¡± muera por inanici¨®n), Espa?a sea un pa¨ªs mejor, los espa?oles m¨¢s sensibles que Goya y Lorca y la humanidad menos peligrosa para los humanos. Sencillamente, han cambiado nuestros gustos: somos los vencedores de una lucha milenaria y ahora queremos dedicarnos a otras matanzas sin tantas ceremonias.
Y seguiremos banderilleando, d¨ªa tras d¨ªa, la democracia.
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