Cuando torear no era cruento
Los festejos taurinos populares hunden sus ra¨ªces en una tradici¨®n donde no siempre se castigaba al animal
?Desde cu¨¢ndo hay toros en Espa?a, pa¨ªs avecindado en esa pen¨ªnsula cuyo contorno se parece, justamente ¡ªdicen¡ª, a una piel de toro? O, mejor dicho, ?desde cu¨¢ndo el animal forma parte de los festejos culturales populares de ese pa¨ªs? No hay que acudir a los bailarines que en el tercer milenio antes de Cristo recortaban a los astados con requiebros pintados en el palacio de Cnosos, en Creta. Tampoco a los cultos, tan asentados en el Imperio romano, a los misterios de Mitra: procesiones con m¨²sica preced¨ªan a un toro hasta el sacrificio, con cuya sangre se bautizaban los presentes (taurobolios, se llamaban).
No. Ser¨ªa casi como creer que ese Imperio, el romano, lo fundaron de veras R¨®mulo y Remo amamantados por una loba. Correr delante de un toro surgi¨® como algo m¨¢s b¨¢sico, m¨¢s instintivo, como una forma de los j¨®venes de poner en juego su valor. Lo afirma Carlos Mart¨ªnez Shaw, acad¨¦mico numerario de la Real Academia de Historia. Seg¨²n aduce, en el ignoto territorio que fuera la pen¨ªnsula Ib¨¦rica del siglo IX, este tipo de ritos inici¨¢ticos con animales salvajes como prueba fue com¨²n, corriente. Tambi¨¦n hubo luchas con osos, pero desaparecieron temprano.
Beatriz Badorrey, secretaria general de la UNED y una estudiosa de la historia de la tauromaquia, corrobora que adem¨¢s la gente le vio pronto un cariz l¨²dico. Los toros comenzaron a usarse para celebrar fechas se?aladas: aquellos con autoridad los utilizaban para divertir al vulgo. Badorrey recalca que al principio los festejos fueron completamente incruentos. Consist¨ªan en correr delante de la desbandada, aproximarse y esquivar en el ¨²ltimo mil¨ªmetro el pit¨®n o, para los m¨¢s osados, mancornarlos ¡ªagarrar al toro por los cuernos¡ª.
Las primeras regulaciones aparecen a lo largo del siglo XIII en los fueros de ciudades como Madrid, Zamora, Jaca, Huesca o Tudela, y ten¨ªan la intenci¨®n de asentar unas medidas que hicieran de los encierros algo seguro. Se quer¨ªan evitar los da?os fatales, las desgracias. Los toros como espect¨¢culo, insiste, han evolucionado siempre a la vez que la sensibilidad de los espectadores. Por eso, tal como cuenta Mart¨ªnez Shaw, en la zona de Valladolid durante el siglo XVII fue tan popular hacer que los b¨®vidos huyeran hasta el filo de un acantilado o la orilla del Pisuerga y se despe?aran y ahogaran, tanto como para que fuera la actividad favorita del monarca Felipe IV, y poco a poco se aboli¨® la pr¨¢ctica. Y por eso, hoy, como se?ala Badorrey, los Sokamuturra, toros ensogados del Pa¨ªs Vasco, llevan los cuernos cubiertos y participan en encierros solo si pesan menos de 350 kilos. Hacia eso, dice, se ha de tender.
Al principio los festejos fueron completamente incruentos. Consist¨ªan en correr delante de la desbandada, aproximarse y esquivar el pit¨®n
De los toros de fuego o embolados, en los que se prenden dos esferas de material ustible colocadas en las astas, tan extendidos en Valencia, Castell¨®n y Tarragona (celeb¨¦rrimos los de Amposta) tambi¨¦n se busca el origen en una leyenda. En el siglo XII, bajo el reinado de Alfonso II, lanzaron para combatir contra la temible caballer¨ªa mora un reba?o de toros con la defensa en llamas que les puso en fuga. Alfonso II conquist¨® as¨ª Teruel.
El toro es, lo fue de tiempos inmemoriales, un s¨ªmbolo de fertilidad. El primer rito estipulado como tal tiene sentido por tanto que sea el del toro nupcial. En una boda, la novia hac¨ªa sangrar al animal con un gesto en el lomo parecido al de un banderillero y ung¨ªa con la sangre la capa que vest¨ªa el esposo para contagiarle de su potencia sexual y asegurarse una descendencia prolija y fuerte. El hispanista Gonzalo Santonja afirma que hasta los a?os cincuenta del XX se pueden encontrar rastros de esta tradici¨®n en la comarca cacere?a de Herv¨¢s, colindante con Salamanca, donde el mejor amigo del novio en una suerte de despedida de soltero le plantaba ante un toro bravo que luego ser¨ªa lidiado.
Seg¨²n el investigador franc¨¦s Jean Baptiste Maudet cualquier modalidad taurom¨¢quica es un indicativo de influencia de la cultura popular hisp¨¢nica ¡ªincluso los rodeos de cowboys, seg¨²n la hip¨®tesis¡ª. M¨¢s all¨¢, la liturgia particular de cada juego taurino de cada pueblo responde, precisamente, a una necesidad de singularizarse. Adaptaban los encierros a las caracter¨ªsticas de su geograf¨ªa y les daban matices que les distinguieran de cualquier otro. Tal vez por eso, aventura Badorrey, los bous de D¨¦nia (Alicante) sean conducidos desde la parte alta de la localidad hasta el mar, donde a duras penas logran mantenerse a flote. O quiz¨¢s por ser el ¨²nico toro embolado de Castilla y Le¨®n, uno tan antiguo que se tiene noticia de que Felipe II fue ya testigo de una carrera junto a su tercera esposa, Isabel de Valois, en 1559, sea emblem¨¢tico el de Medinaceli. En Benavente (Zamora), el pueblo se congrega el d¨ªa del Corpus Christi para pedir a las autoridades su toro, para guiarlo tirando con maromas de su cornamenta por las callejuelas del municipio.
S¨ª, en Espa?a, el pa¨ªs de la pen¨ªnsula de la piel de toro, los toros siempre han formado parte de un debate identitario. En 1567 el papa P¨ªo V firm¨® una bula que los prohib¨ªa so pena de excomuni¨®n por ser una aclamaci¨®n de lo pagano, idolatr¨ªa, y en Espa?a se hicieron piruetas para sortearla, se trat¨® de escribir un ¨¢rbol geneal¨®gico digno a la fiesta nacional. Santunja va mucho m¨¢s all¨¢ y argumenta que si el toro casi se extingui¨® en el resto de Europa y contin¨²a en Espa?a es porque el hombre hisp¨¢nico quiso medir su valor ante ellos. Est¨¢ documentado que en el 1160 un ganadero, Rodrigo Pelayo, se ganaba la vida ya cri¨¢ndolos para festejos. "Los toros son un elemento constitutivo de lo espa?ol, de nuestra cultura", prorrumpe Santunja seguro. Aunque Isabel la Cat¨®lica, cuyo matrimonio con Fernando dio a luz seg¨²n algunos manuales de historia a la naci¨®n m¨¢s antigua del continente, los detestara por b¨¢rbaros ¡ªen ambos sentidos de la palabra¡ª.
Como dijo el escritor Pereda: "Verdaderamente qu¨¦ categor¨ªa la de los toros y, al parecer, de trascendental importancia; pues trae a mal traer con tantos dares y tomares y quebraderos de cabeza a cuatro Sumos Pont¨ªfices y al Monarca m¨¢s grande de su tiempo". Y a la sociedad espa?ola del XXI. Continuar¨¢.
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