El decir del odio
Espa?a y Argentina padecen hoy, en distinta dimensi¨®n, el peligroso extremismo que se expande por el mundo, una locura que nos ha dejado a las puertas de una ruptura de relaciones diplom¨¢ticas
Argentina y Espa?a arrastran una profunda historia com¨²n. En distintas oleadas migratorias, algunas en el siglo XIX y otras en el siglo XX, miles de espa?oles buscaron en tierras argentinas refugio para sobrellevar un presente y construir un futuro. Todo eso ha llevado a que hoy vivan en Argentina cerca de 500.000 ciudadanos hisp¨¢nicos, siendo as¨ª la mayor comunidad de espa?oles inmigrantes del mundo.
Tambi¨¦n pas¨® que muchos argentinos recalaron en Espa?a buscando un mejor futuro. En los a?os en que la dictadura militar asol¨® nuestra patria, muchos argentinos encontraron refugio en tierras espa?olas que supieron acogerlos y preservarlos de la violencia que el terrorismo de Estado desat¨® sobre miles de hombres y mujeres inocentes.
Todo ello fue generando un entramado absoluto entre espa?oles y argentinos. La cultura y el arte siempre nos unieron. En Argentina, disfrutamos del cantar de juglares de la talla de Joan Manuel Serrat o Luis Eduardo Aute, mientras que en Espa?a disfrutan de la actuaci¨®n de H¨¦ctor Alterio o Ricardo Dar¨ªn. Aqu¨ª y all¨ª, Les Luthiers han dejado su marca indeleble. Jam¨¢s olvidamos el maravilloso cine de Almod¨®var y vemos con alegr¨ªa la admiraci¨®n que despert¨® all¨ª Argentina, 1985, la pel¨ªcula del juicio a las Juntas Militares. Intercambiamos sabores y lecturas, pero somos, sobre todo, herederos de las mismas biograf¨ªas y recorremos caminos en com¨²n buscando un porvenir venturoso.
Cuanto he dicho sucede en un mundo en el que, tras la pandemia, la extrema derecha se expande difundiendo un discurso violento y antipol¨ªtico, negando el cambio clim¨¢tico, buscando poner fin a todos los derechos que se han ampliado en procura de respetar la diversidad y la igualdad de g¨¦nero y proponiendo expulsar a inmigrantes ¡°indeseados¡±.
Esa derecha radicalizada vocifera en Espa?a y es Gobierno en Argentina. Desprecia las instituciones de la rep¨²blica, descree del Estado de derecho, reniega de las minor¨ªas y maltrata a quienes no piensan como ellos. En Espa?a a?oran a Franco. En Argentina reivindican al dictador Jorge Rafael Videla y a los cultores del terrorismo de Estado.
He visto, en Espa?a y en Argentina, usar las mismas armas para descalificar a los opositores. Un medio difunde una difamaci¨®n, alguien levanta la ¡°informaci¨®n¡± y la denuncia ante un juez que cierra el circuito y enciende la maquinaria persecutoria abriendo una investigaci¨®n. Y all¨ª comienza una carrera de improperios, esc¨¢ndalo, gritos en la esfera p¨²blica que solo buscan acallar los debates sinceros y necesarios sobre el rumbo de nuestros pa¨ªses y los derechos que a¨²n debemos ampliar.
Espa?a y Argentina padecen hoy, en distinta dimensi¨®n, el peligroso fascismo que se expande por el mundo. Es esa locura fascista la que hoy nos ha dejado a las puertas de una ruptura de relaciones diplom¨¢ticas por una absurda difamaci¨®n lanzada por el presidente argentino en una fiesta de aduladores de Franco que solo es posible porque la democracia existe en Espa?a.
Para Argentina, Espa?a es nuestro mayor aliado en la Uni¨®n Europea. Es uno de los dos pa¨ªses que m¨¢s invierten en Argentina ¡ªEstados Unidos es el otro¡ª. Es uno de los pa¨ªses que m¨¢s influye con su voto en los organismos internacionales de cr¨¦dito cuando Argentina recurre a ellos.
No medir las consecuencias de un distanciamiento de esta naturaleza es de una irresponsabilidad pol¨ªtica inadmisible, y ese distanciamiento solo puede desaparecer si quien difam¨® al presidente de Espa?a y a su esposa rectifica de manera categ¨®rica y pide disculpas p¨²blicamente por lo impropio de su proceder.
Tengo pocas expectativas de que esa retractaci¨®n pueda ocurrir. Sucede que los ultras solo saben embestir a quien se cruza en su camino. Parecen impermeables a la civilidad moderna que reclama una convivencia democr¨¢tica.
Mientras tanto, quienes habitamos Argentina sabemos que los espa?oles nos dispensan un afecto semejante al que nosotros dispensamos a quienes han nacido en aquella pen¨ªnsula europea.
Sostener ese cari?o que nos vincula, nuestra cultura com¨²n y la historia que nos es propia es lo que nos va a permitir que la brutal bocanada de barbarie pronunciada por un presidente argentino quede diluida con el correr del tiempo.
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