La mala educaci¨®n
?Es tolerable tener a un equipo de deportistas de ¡°¨¦lite¡± recorriendo Madrid en un autob¨²s con una copa en la mano a la vista de decenas de miles de aficionados?
Hablo hoy desde la resaca de la celebraci¨®n. Sin duda debe de haberla habido ¡ªla resaca, digo¡ª, a tenor de lo que vimos en el escenario que se instal¨® en Cibeles para recibir a la triunfante selecci¨®n masculina de f¨²tbol la noche del lunes 15. A estas alturas, se ha comentado ya hasta el aburrimiento la precaria gesti¨®n de la etiqueta por parte de algunos miembros del equipo cuando toc¨® respetar el protocolo m¨¢s institucional. En el caso de unos, a nadie ha sorprendido. En el de otros es, dir¨ªa yo, simplemente irrelevante. El equipo de nuestro pa¨ªs ha ganado un t¨ªtulo importante y qu¨¦ menos que celebrarlo, claro que s¨ª. El problema ¡ªlo hay, s¨ª¡ª no es el qu¨¦ sino el c¨®mo: ?Es tolerable tener a un equipo de deportistas de ¡°¨¦lite¡± recorriendo Madrid en un autob¨²s con una copa en la mano a la vista de decenas de miles de aficionados? ?Lo es verlos expuestos poco m¨¢s tarde a la mirada de todos, bebidos ¡ªalgunos claramente borrachos¡ª sobre el escenario, y cuando digo ¡°todos¡± hablo de los ni?os, los adolescentes y j¨®venes que miran a esos hombres vestidos con el equipo de su selecci¨®n y ven en ellos lo que el grueso de la sociedad admira y venera?
Aun a riesgo de que se acuse a quien escribe de ser el aguafiestas de turno y de que la reacci¨®n primera al leerme sea expulsarnos la responsabilidad que todos tenemos en este cap¨ªtulo de actualidad, intentar¨¦ explicarme. Hay en este pa¨ªs un pozo feo y oscuro que se toca poco o nada, porque nos duele reconocer que un porcentaje alt¨ªsimo de la poblaci¨®n est¨¢ manchado con esas aguas. Hablo del alcohol. Hablo del consumo y de la adicci¨®n y del doble rasero que no cesa y que, visto el da?o directo y los da?os colaterales que inflige, deber¨ªa estar en primera l¨ªnea de preocupaci¨®n y ocupaci¨®n en nuestras instituciones. El alcohol mata, no descubro nada con este titular. El consumo impregna gran parte de los accidentes de autom¨®vil, la enfermedad, los atropellos, la violencia dom¨¦stica, el maltrato, el abuso, la violencia juvenil.
Hablamos de deportistas de ¨¦lite que nos representan, que pagamos todos. Nuestros futbolistas. ¡°Pobres chicos, a ver si no van a poder celebrar, hombre¡±, ¡°Qu¨¦ liberen tensiones, que bien lo merecen¡±, ¡°Claro, como t¨² no bebes¡¡±. La m¨²sica de siempre, el h¨¢mster dando vueltas en su rueda, creyendo que va a alguna parte sin saber que nada va a cambiar, porque para eso quien supuestamente lo quiere deber¨ªa sacarlo de la jaula y convivir en libertad con ¨¦l. Celebrar no es beber para celebrar. No es lo mismo y nos empe?amos en que lo sea. Tampoco ¡°quedamos para tomar unas birras¡± es lo mismo que ¡°quedamos para vernos¡±. Cuando la excusa es encontrarnos y el motivo de la reuni¨®n es beber empieza el enga?o. Usamos el lenguaje para ocultar lo que sabemos que no queremos ver de nosotros en nosotros, como cuando decimos: ¡°bebo solo los fines de semana, soy un bebedor social¡± o el consabido: ¡°bah, d¨¦jala, es solo una cr¨ªa, a su edad yo tambi¨¦n me emborrachaba los viernes¡±.
Escribo estas l¨ªneas mientras vuelvo a ver un fragmento del v¨ªdeo de la celebraci¨®n de nuestra selecci¨®n y no solo me detengo en los que se tambalean y gritan sobre el escenario, sino en los que est¨¢n debajo, felices porque Espa?a est¨¢ de celebraci¨®n y en un d¨ªa as¨ª se perdona todo, ¡°porque estos chicos lo valen¡±.
?Qu¨¦ valen? Como naci¨®n, digo.
?Cu¨¢l es el precio que pagamos por permitirnos ¡°perdonarlos porque se merecen beber¡±? Las cifras son la mejor respuesta. Leo, seg¨²n datos recientemente publicados por la Fundaci¨®n de Ayuda contra la Drogadicci¨®n (FAD), que m¨¢s de un mill¨®n de j¨®venes de entre 14 y 18 a?os dedican hasta 144 horas al consumo de alcohol durante los tres meses de verano. Qui¨¦n sabe, quiz¨¢ algunos de esos j¨®venes ¡ªellos y ellas¡ª duden en alg¨²n momento entre botell¨®n y borrachera de si lo que se hacen a s¨ª mismos tiene un precio. La respuesta que les damos es un grupo de padres desayunando con cerveza en los bares y los h¨¦roes del deporte celebrando las victorias, compartiendo ebriedad con su p¨²blico.
¡°J¨®venes de entre 14 y 18 a?os¡±, dice el informe. Sobre el escenario, un chaval de 17 a?os ¡ª16 hace apenas una semana¡ª sonre¨ªa feliz y sobrepasado, porque conmemoraba muchos sue?os en uno: gol, copa, campeonato, la ESO completada. A su alrededor, la Roja le ped¨ªa una testosterona y una exaltaci¨®n de lo no ejemplar que ¨¦l no parec¨ªa entender.
Fue una gran victoria la de nuestra selecci¨®n, pero fue tambi¨¦n una oportunidad perdida de mostrar que querer a tu pa¨ªs es cuidarlo, ser ejemplo para generaciones de ojos que te miran, ansiosos por imitarte, por ser t¨² y tu camiseta. Fue no saber educar en una ocasi¨®n ¨²nica.
El lunes, sobre el escenario, la Roja nos ense?¨® de primera mano que hay algo m¨¢s triste que no saber perder: No saber ganar.
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