M¨¢s all¨¢ de la meta
Los juegos ol¨ªmpicos de Par¨ªs nos recuerdan que solo el deporte coinciden los atletas, los poetas y la publicidad
Imagino al poeta P¨ªndaro sentado en la grada del hip¨®dromo de Olimpia gritando al ver pasar por delante en medio de una gran polvoreda el carro de Ter¨®n, rey de Agrigento, tirado por cuatro caballos. A simple vista el poeta era un hincha m¨¢s entre el p¨²blico que vociferaba alentando a su h¨¦roe favorito. En su honor escribi¨®: ¡°Hoy celebrar el triunfo/ con voz sonora debo/ que la veloz cuadriga/ don¨® a Ter¨®n excelso/, var¨®n hospitalario/, columna de Agrigento/,flor de gloriosa raza/ se?or de vasto reino¡±. En la antigua Grecia los juegos ol¨ªmpicos, que se celebraban cada cuatro a?os, daban paso a una tregua de paz entre los estados que sol¨ªan estar siempre en guerra. Desde todas las ciudades de la Magna Grecia acud¨ªan los atletas a Olimpia, en el Peloponeso, con el esp¨ªritu dispuesto a llevar el cuerpo siempre un poco m¨¢s all¨¢, contra el tiempo y el espacio. M¨¢s alto, m¨¢s fuerte, m¨¢s r¨¢pido, era el reto que Zeus, dios de dioses, impon¨ªa a los humanos que buscaban la gloria en la palestra, solo que m¨¢s all¨¢ de la meta no hab¨ªa nada salvo una corona con hojas de acebuche y los versos de un poeta que te har¨ªa inmortal. Agesias de Siracusa, Di¨¢goras de Rodas, Saumis de Camarina, Erg¨®steles de Himera, Jenofonte de Cor¨ªn, estos atletas fueron algunos de los aclamados como h¨¦roes entonces, pero si hoy recordamos sus nombres es solo porque merecieron que los poetas Anacreonte, Sim¨®nides de Ceos y P¨ªndaro dedicaran unos versos a sus haza?as. Los juegos ol¨ªmpicos que se van a celebrar dentro de unos d¨ªas en Par¨ªs no impediran que siga la guerra de Ucrania, ni ayudar¨¢n a que ceda en absoluto la ignominia del genocidio de Gaza. Tal vez la publicidad todo lo pudre hasta el punto que se puede confundir la velocidad de h¨¦roe con la marca de sus zapatillas y el sudor de su esfuerzo con un determinado refresco. Pero lo cierto es que la victoria en el deporte es el ¨²nico don capaz de arrancar un grito ciego de las entra?as que equipara a los humanos con los dioses.
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