Carles Puigdemont y el fantasma del legitimismo
El ¡®expresident¡¯ va a ser maltratado incluso por los suyos cuando sean capaces de analizar la trayectoria de un personaje que encarna los principios reconsagrados del trumpismo deslocalizado
El juicio que la historia ¡ªo los historiadores y opinadores¡ª reserven a un personaje p¨²blico es impredecible, pero me atrevo a decir que Carles Puigdemont va a ser maltratado incluso por los suyos cuando sean capaces de analizar la trayectoria pol¨ªtica, simb¨®lica y folkl¨®rica de un personaje que encarna como pocos los principios reconsagrados del trumpismo deslocalizado: ni el respeto por la verdad de los hechos, ni la impasibilidad ante los resultados de las urnas adversos, ni la derrota como posibilidad democr¨¢tica han sido rasgos de su personalidad p¨²blica desde que asumi¨® por sorpresa la presidencia de la Generalitat. Ha sido capaz de burlar a las fuerzas policiales de la comunidad que ¨¦l presidi¨® y ha buscado torpedear de forma obstinada una investidura ajena que a ¨¦l le resultaba aritm¨¦ticamente imposible. La resistencia a asumir la derrota del unilateralismo que han encarnado de forma mod¨¦lica Laura Borr¨¤s, Albert Batet o ¨¦l mismo delata un fondo profundamente antidemocr¨¢tico entre quienes creyeron, o fingieron creer, que el legitimismo m¨¢gico, irracionalista y semirreligioso iba a ser el carburante suficiente para incrementar los votos en favor de la candidatura de Puigdemont hasta lograr una mayor¨ªa de gobierno. Los suyos le perdonan una proclamaci¨®n de independencia de ocho segundos, le perdonan (leg¨ªtimamente) la huida de la justicia para salvar la piel de la justicia y por supuesto le perdonaron uno de los mayores desmanes democr¨¢ticos que ha liderado en su trayectoria: en la madrugada del 27 de octubre de 2017 revoc¨® la decisi¨®n tomada unas pocas horas antes de convocar elecciones auton¨®micas ante la evidencia de que la independencia no ten¨ªa ni un respaldo popular mayoritario ni apoyo internacional alguno ante el evidente sabotaje democr¨¢tico del Estatut y la Constituci¨®n que urdi¨® la mayor¨ªa independentista en el Parlament los d¨ªas 6 y 7 de septiembre. La subversi¨®n de los derechos de una mayor¨ªa social no independentista ha pasado ya a la historia de la infamia de la democracia y a engrosar la lista de pr¨¢cticas iliberales de quienes creen que sus convicciones y deseos est¨¢n por encima de las normas y protocolos democr¨¢ticos: si pierden los m¨ªos, retorceremos el sistema para acabar ganando sabote¨¢ndolo desde dentro. No le import¨® imponer una ruptura unilateral a costa de una mayor¨ªa de la poblaci¨®n de Catalu?a y no le import¨® tampoco que parte de los compa?eros pol¨ªticos de aventura s¨ª pasasen por un juicio y padeciesen condenas de c¨¢rcel desproporcionadas que luego indult¨® Pedro S¨¢nchez.
Lo que pueda tener de mito popular, como suger¨ªa Pau Luque, de rebelde heroico y erigido en representante de una voluntad popular masiva, contagiosa y maltratada se me escapa, aunque pueda haber 700.000 catalanes (los que le respaldaron el 12 de mayo) de entre ocho millones que s¨ª lo crean: lleg¨® a bordear el mill¨®n de votantes en 2019. Pero ha sido desde el principio un pol¨ªtico fulero cuyo ¨²ltimo testamento pol¨ªtico, emitido en tres folios colgados en X, re¨²ne una sarta de embustes atragantados de legitimismo con aroma carlist¨®n. Ni el m¨¢s suyo de los suyos podr¨¢ razonar cuando pasen los inciensos heroicos de resistencia o la ¨¦pica de la derrota la sensatez o veracidad de un relato fundamentalmente falso: victimista sin duda, pero sobre todo ademocr¨¢tico porque la Catalu?a con la que cuenta y de la que habla est¨¢ solo en su imaginaci¨®n infartada de fe sectaria. Su Catalu?a excluye, como ha sucedido siempre, a la Catalu?a no independentista, como si el catal¨¢n bueno fuese solo aquel que cree en la secesi¨®n como futuro esencial, existencial y salv¨ªfico de Catalu?a.
Su ¨²ltimo papel ha sido un poco m¨¢s deplorable: fracasada la estrategia intimidatoria contra ERC para que a alguno le fallasen las piernas con un mero tuit a la hora de votar en favor del acuerdo con el PSC, ha preferido arengar a los pocos fieles sin cargo pol¨ªtico que hab¨ªa en el acto de Arc del Triomf y volver a salir de Espa?a. La dignidad institucional ni la templanza pol¨ªtica no han sido nunca sus mayores virtudes pero no la ha sido tampoco la coherencia ni la consistencia argumental: hoy es una sombra desquiciada peleando por cambiar una realidad social y pol¨ªtica que le es adversa, como un p¨²gil noqueado que no oye la campana, no siente la esponja empapada de agua de su entrenador, no percibe las magulladuras en su anatom¨ªa pol¨ªtica y social ni percibe la senda de sobreactuaciones histri¨®nicas que ha cometido contra la mayor¨ªa social de catalanes que no respaldan su rupturismo unilateralista. Su independentismo parti¨® siempre de rebasar el marco democr¨¢tico porque prevalec¨ªa el derecho hist¨®rico, m¨¢gico, irracional e indemostrable de una independencia dictada por la convicci¨®n y el desprecio expl¨ªcito y sistem¨¢tico a los catalanes que no entraban en su ecuaci¨®n y, por tanto, no eran ¡ªno somos¡ª catalanes. Son muchos de estos catalanes a quienes ¨¦l no comput¨® o no quiso computar como catalanes los que hoy se sienten representados bajo la presidencia de Salvador Illa y los acuerdos que la respaldan. No ha perdido el independentismo con su investidura; ha ganado la democracia como sistema de representaci¨®n parlamentaria liberado del fantasma decimon¨®nico del legitimismo.
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