Llorar en p¨²blico
Mi padre sopes¨® la cartelera y anunci¨® una temporada de ficciones provechosas para el intelecto y limpias de pornograf¨ªa sentimental
Mi padre me llev¨® a ver Tod y Toby en el cine Benlliure unos d¨ªas despu¨¦s de mi sexto cumplea?os, convencido de que la pel¨ªcula era apropiada y que estar¨ªa entretenida mientras ¨¦l repasaba listas de pedidos de polietileno, polipropileno y PVC. Mi padre era ingeniero qu¨ªmico y se hab¨ªa especializado en pol¨ªmeros. Entonces trataba de hacerse un hueco en la BASF. La pel¨ªcula, para los que no lo saben, es la t¨ªpica historia de dos amigos de la infancia separados por el capitalismo. Incluye escenas de abandono, violencia f¨ªsica y emocional, traici¨®n, indefensi¨®n total y chantaje. Magnitud 8,9 en la escala Richter de la crueldad emocional.
Contaba mi padre que, cuando levant¨® la vista para comprobar que su ¨²nica hija segu¨ªa sentada en la butaca, me encontr¨® perdiendo tanto l¨ªquido por los orificios frontales de la cara que tuvo miedo de tener que pagar la moqueta. Me sac¨® en volandas antes de empezar los t¨ªtulos de cr¨¦dito y puso a mi madre por testigo de que jam¨¢s volver¨ªa a ver conmigo dibujos animados en p¨²blico. Una vez en casa, sopes¨® la cartelera y anunci¨® una temporada de ficciones provechosas para el intelecto y limpias de pornograf¨ªa sentimental.
Prohibi¨® los folletines donde pudiera cojear una marmota, morirse un cangrejo o perderse en la niebla un marsupial. Desterr¨® cualquier propuesta que incluyese perros o delfines en su t¨ªtulo y prescribi¨® una dieta de suspense, aventuras y ciencia ficci¨®n. Ese a?o vimos con ¨¦xito Encuentros en la tercera fase, Conan el b¨¢rbaro, Blade Ru?nner y Mad Max 2 , el guerrero de la carretera. La dieta no fue revisada hasta un a?o m¨¢s tarde, despu¨¦s del estreno de una enga?osa f¨¢bula intergal¨¢ctica llamada E. T.
El drama empez¨® ya en la puerta del cine, cuando el se?or que vend¨ªa chocolatinas, chicles y cigarrillos fue fulminado por un rayo. La sala no cancel¨® la pel¨ªcula porque eran los ochenta y ya no nos achantaba nada por debajo de un golpe militar. Seguimos haciendo la cola mientras llegaba la ambulancia, mirando c¨®mo tapaban al se?or con unas mantas. Los ni?os miraban con los chicles en la mano y la boca abierta. Nadie sab¨ªa qu¨¦ hacer ni ad¨®nde dirigir la vista. Dos se?oras moquearon bajo sus paraguas floreados y las contemplamos con disgusto.
Mi padre me explic¨® que, cuando el rayo se te mete bajo la piel, la electricidad se dispersa como las ramas de un roble, dejando unos tatuajes arb¨®reos. Sac¨® su libreta de cuentas y escribi¨® ¡°patrones de Lichtenberg¡±. Un poco m¨¢s abajo, los dibuj¨®. Le pregunt¨¦ si nos pod¨ªa caer un rayo a nosotros y me dijo que solo le caen encima a las personas que no se lavan los dientes. Le devolv¨ª una mirada de dudoso escepticismo y nos re¨ªmos los dos, pero cerr¨¦ la boca y contuve el aliento hasta que estuvimos dentro. Lavarme los dientes no era una de mis pasiones. Mejor errada que arb¨®rea. Despu¨¦s compramos las palomitas y me olvid¨¦ de aquel se?or.
Mi padre vio la nave espacial aterrizar en el bosque y a los ni?os en sus bicicletas y sonri¨®, confiado y satisfecho, antes de perderse en sus papeles. Lo que pas¨® despu¨¦s no le sorprender¨¢ a nadie. Al menos nadie que haya visto E. T. Me sac¨® en volandas antes de empezar los cr¨¦ditos jurando que, desde ese momento, solo ver¨ªamos reposiciones de piratas, relatos de Julio Verne y cl¨¢sicos en blanco y negro de la Segunda Guerra Mundial.
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