Mi reino por un pueblo
Cansada de golpearme contra la misma pared de huesos descarnados, he tomado una resoluci¨®n: me voy de Nueva York y vuelvo a mi tierra andaluza para que mi hija corra libre por las calles
He vivido m¨¢s de la mitad de mi vida en Nueva York, me emociona hasta la m¨¦dula cuando veo sus luces desde el avi¨®n, y esa oscuridad guarecida en la misma luz. El grito animal, la querencia apasionada de futuro a golpes de empe?o, ca¨ªdas hacia arriba: la esperanza. Tengo la sensaci¨®n de que cuando el avi¨®n desciende, es la propia ciudad la que tira de la m¨¢quina.
Llegu¨¦ con veinte a?os, trabaj¨¦ como mula, pas¨¦ por una depresi¨®n y por la de otros amigos en condiciones similares. Descubr¨ª que el sexo es diferente seg¨²n la diversidad de culturas. Asimil¨¦ el feminismo activo, sin caretas. Termin¨¦ mi doctorado. Todos los libros que he escrito los he escrito en Nueva York. Form¨¦ mi familia elegida. Me enferm¨¦ gravemente varias veces. Descubr¨ª la compasi¨®n en una meg¨¢polis. Tambi¨¦n aprend¨ª de violencia. Una noche, un taxista no quiso que una amiga salvadore?a se montara en su coche. La humill¨®. Me acerqu¨¦ a la ventanilla, le cog¨ª la cabeza y como endemoniada tir¨¦ hacia fuera como si quisiera desraizar una calabaza. No me enorgullece. S¨®lo lo cuento porque en esta ciudad se te acumula dentro la metralla cotidiana y un d¨ªa explota. Pero tambi¨¦n suced¨ªan actos de profunda solidaridad. Una ma?ana un indigente se mont¨® en el autob¨²s. Pag¨® su billete, pero su olor era tan f¨¦tido que el conductor le pidi¨® que se bajara. Presenci¨¦ at¨®nita c¨®mo todos los pasajeros, uno por uno, tambi¨¦n se apearon, en silencio.
Esto sucedi¨® hace a?os. La ciudad era cruel y bondadosa al mismo tiempo. Ese contraste la hac¨ªa ¨²nica porque deb¨ªas enfrentarte al acto m¨¢s humano: cuestionarte cada d¨ªa. Ya no es as¨ª. Las ideas son como los rascacielos, fachadas de un arquitecto que parece haber abandonado a sus hijos de cristal y hierro. El racismo est¨¢ en un punto ¨¢lgido. Condenan a pena de muerte a personas con enfermedades mentales tan graves que ni siquiera entienden que van a ser ejecutados. El encarcelamiento sin juicio de menores o inocentes. Personas que mueren porque no pueden pagar la insulina. En las escuelas los ni?os tienen que pasar por simulacros de tiroteos, pero no les advierten de que son simulacros, con lo cual el trauma de ver a su profesor con un tiro falso en la cabeza equivale al trauma de una situaci¨®n real. Todo esto ya pasaba, pero empeora a un ritmo fren¨¦tico. Se ha incrementado el n¨²mero de indigentes muriendo en las calles. Hace tiempo que no veo un gesto de solidaridad. Incluso los intelectuales de izquierdas son, en su mayor¨ªa ¡ªcon notables excepciones¡ª masas de desidia, murientes acaudalados.
Cansada de golpearme contra la misma pared de huesos descarnados, he tomado una resoluci¨®n: vuelvo a mi tierra andaluza. Dejo un trabajo que sol¨ªa adorar cuando me sent¨ªa ¨²til, doy un salto al vac¨ªo, sin apenas ahorros, trabajo, ni apoyo familiar. Nac¨ª en Sevilla, pero he elegido Ist¨¢n, en la provincia de M¨¢laga, en el centro de una reserva de la biosfera, para¨ªso de la escalada, fresco. Por todo el pueblo hay fuentes de agua, el oro de Andaluc¨ªa y la mayor parte del planeta. A 25 kil¨®metros el mar marca el horizonte de ?frica. Las calles est¨¢n limpias y los enrejados de los balcones se entretejen con todo tipo de plantas. En oto?o las setas crecen como flores de primavera. Me siento espa?ola y norteamericana, pero mi hija jugar¨¢ en una plaza llena de ni?os y ni?as, donde mi vecina Nati se la lleva a comer con su nieta cuando me ve muy apurada. Ir¨¢ a un colegio de pueblo.
Algunos se indignan. C¨®mo voy a cambiar el nivel cultural newyorkino ¡ªmaravilloso, cierto¡ª, por el de un pueblo. Muy simple: si tengo que elegir entre que mi hija conozca uno de los mayores planetariums del mundo, asista a los mejores conciertos, siga con sus clases de trapecio, o que corra libre por las calles sin riesgo de secuestros, tiroteos, y vaya a una escuela sin adoctrinamiento y censura de libros escolares, no tengo duda. Sin olvidar que en este pueblo no se conoce el m¨¦todo educador de peque?os monstruos llamado ¡°gentle parenting¡±. Para quien no lo sepa, consiste en que a los ni?os no se les puede decir la palabra ¡°no¡±, y hay que pedirles su opini¨®n antes de que sepan hablar. Hace unos meses, mi hija de dos a?os le dio un abrazo a una amiga. En ese momento, la madre se levant¨® del sof¨¢ como si fuera a apagar fuego, corri¨® hacia su hija, la agarr¨® de los hombros y le pregunt¨®: ¡°?C¨®mo te ha hecho sentir el abrazo?¡±. En Ist¨¢n he reaprendido a decir ¡°no¡± sin sentirme juzgada. Es liberador.
Despedirme de mi trabajo, de la que tambi¨¦n es mi tierra, de mis grandes amigos. El miedo y la tristeza de esto s¨®lo lo puede entender quien lo ha vivido. Pero tambi¨¦n me lanzo a la excitaci¨®n del cambio, a la cercan¨ªa de mi cuna. La vida es sencilla. Huele a jazm¨ªn por las noches. El rumor del agua que corre arrulla como el ulular de las lechuzas. He elegido un lugar donde las estrellas son visibles y siguen perteneciendo al cielo, y lo m¨¢s importante: las personas de Ist¨¢n han sabido mantener los pies en la tierra.
Gracias a Manhattan por lo que fue, y a Ist¨¢n por lo que ser¨¢.
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