En medio de la incertidumbre, Barcelona vuelve
Los acuerdos que han permitido la investidura de Salvador Illa abren un camino de futuro cuyos efectos no puede prever nadie, ni siquiera los que los han firmado
El cambio de Gobierno en Catalu?a tendr¨¢ sin duda efectos no previstos de antemano por nadie. No previstos con toda seguridad por los mismos que lo han protagonizado, empezando por quien ostentar¨¢ la m¨¢xima autoridad en el futuro inmediato. No puede ser de otro modo. Quiz¨¢s ayude a comprender mejor la inevitable situaci¨®n vivida estos d¨ªas analizar las cosas con una mayor perspectiva temporal.
Es in¨²til buscar el motor de la transici¨®n pol¨ªtica en Espa?a en los a?os 1975 a 1978 en los planes dise?ados por las c¨²pulas de los partidos pol¨ªticos, en las dos plataformas en las que entonces se asociaron para ganar fuerza frente a un r¨¦gimen en abierta descomposici¨®n. Tampoco dependi¨® mucho de la diplomacia internacional, tan admirablemente prudente durante d¨¦cadas. Solo uno de los partidos en la clandestinidad ¡ªno es necesario citar nombres o siglas¡ª dispon¨ªa del grueso de militancia suficiente para movilizar en la calle, en las f¨¢bricas y las universidades a un n¨²mero significativo de personas. Tampoco grupos y entidades en las afueras del sistema dispon¨ªan del arraigo y la capacidad de influencia suficiente para significar una amenaza real para el r¨¦gimen. Por si fuese poco, la capacidad de represi¨®n del franquismo no cedi¨® un mil¨ªmetro; sigui¨® siendo m¨¢s que suficiente para sostener a una dictadura sin otro futuro que garantizar su miserable supervivencia. Vistas las cosas as¨ª, la clave efectiva del fin del r¨¦gimen debe buscarse en el plano social, aquel que sale al final en libros y documentales. Debe buscarse sin duda en el peso y el significado del eje que constituyeron las conurbaciones de Madrid y Barcelona que emergieron en los a?os cincuenta y sesenta, las ciudades metropolitanas existentes de la Espa?a de entonces, ciudades por encima del mill¨®n y medio de habitantes. No es una cuesti¨®n de n¨²meros; es algo m¨¢s.
En efecto, fueron los entornos industriales de Barcelona y Madrid los que dieron vida a los sindicatos, y fueron estos la columna vertebral de la lucha en el taller y en la calle. No solo deben considerarse los de las dos grandes metr¨®polis. Mieres, Bilbao, Vigo, Valencia y otras ciudades de tama?o mediano participaron de impulsos parecidos. Otra manifestaci¨®n del significado del crecimiento metropolitano consisti¨® en el peso que adquirieron las universidades de Barcelona, de la Complutense y sus Polit¨¦cnicas, los centros de movilizaciones no vistas con anterioridad que forzaron la segregaci¨®n de las denominadas universidades aut¨®nomas. Madrid y Barcelona atra¨ªan a trabajadores y estudiantes del resto del pa¨ªs, a aquellos que quer¨ªan abrirse paso en un pa¨ªs tan jer¨¢rquico y atrasado. En conclusi¨®n, el eje Barcelona-Madrid funcion¨® como arquitrabe del deseo de cambio: sosten¨ªa una red de esperanzas compartidas por grupos sociales diversos y lugares antes tan poco conectados. Vistas las cosas con la perspectiva de los a?os, Barcelona y Madrid eran la suma que sintetizaba el cambio general en el pa¨ªs: las grandes migraciones y conglomerados industriales; la eclosi¨®n de anhelos de una cultura acorde con los par¨¢metros internacionales que el r¨¦gimen no pod¨ªa aceptar; el cambio en las costumbres que nos acercaba a pa¨ªses m¨¢s libres.
Una n¨ªtida caracter¨ªstica debe destacarse: aquellos nodos culturales incluyeron las lenguas y las culturas vern¨¢culas heredadas, un factor de resistencia a las imposiciones de d¨¦cadas de un r¨¦gimen nacido de lo peor de la Europa de los a?os treinta. No se me ocurrir¨ªa ce?ir el significado de aquella transformaci¨®n a las dos y tan distintas ciudades-capital en exclusiva, a su conexi¨®n espec¨ªfica. Como solidaridad era la palabra clave de aquel edificio, a nadie se le hubiese ocurrido elevar a aquella conexi¨®n entre las dos ciudades por encima de los dem¨¢s. Pero los fundamentos demogr¨¢ficos y sociales que sustentan movimientos colectivos ciertamente existen, establecen su peso y modulan su irradiaci¨®n. Sigue siendo as¨ª, con los matices que se quiera y al margen de hip¨¦rboles cultivadas con entusiasmo.
El restablecimiento de la democracia estaba pensado por las elites econ¨®micas e intelectuales como un primer paso para la incorporaci¨®n a la Uni¨®n Europea, para lo que era condici¨®n ineludible. Nadie dudaba de ello. Tampoco nadie medianamente informado dudaba de que los marcos forales vasco y navarro iban a mantenerse. Su antig¨¹edad, su arraigo y el problema pol¨ªtico que signific¨® el terrorismo que tom¨® una rama del antifranquismo vasco obligaban a ello. Catalu?a representaba un problema de encaje m¨¢s complejo. Polo del antifranquismo de masas en todo el pa¨ªs, la hegemon¨ªa de las fuerzas de izquierda en ¨¦l era patente. Adem¨¢s, estas corrientes, comunistas, socialistas, democristianas y nacionalistas de distinto signo, reivindicaban sin ambages el Estatuto republicano de 1932. El desaf¨ªo era de peso: significaba la reclamaci¨®n de la una instituci¨®n anterior a la restauraci¨®n mon¨¢rquica. Por esta raz¨®n, el retorno del presidente de la Generalitat en el exilio, Josep Tarradellas, precis¨® de una jugada maestra de Adolfo Su¨¢rez para dar encaje y estabilidad a su figura y a su significado restaurador. El alto sentido de responsabilidad del veterano pol¨ªtico facilit¨® el regreso y la aprobaci¨®n de la Generalitat y el Estatuto posterior, que ya no eran los republicanos.
Es por esta raz¨®n y no otra que el mapa pol¨ªtico espa?ol actual no es ni el provincial ni un mapa unitario con fueros provinciales de mera continuidad. Se impuso un mapa auton¨®mico, de estatutos a la catalana en el contexto de un Estado unitario de tendencia federal. Un mapa, guste o no, de aroma tarradellista, un mapa que la izquierda no hab¨ªa anticipado ni la derecha auspiciado, aunque los m¨¢s perspicaces pol¨ªticos de entonces comprendiesen post facto que era el ¨²nico que permit¨ªa la reforma del Estado y garantizaba la estabilidad de la democracia espa?ola. Una autonom¨ªa, por estas razones, sin autonomistas en ninguna parte. Las cosas son las que son. El eje Madrid-Barcelona, o Barcelona-Madrid, fue la clave de aquel encaje problem¨¢tico.
Espa?a ha cambiado de arriba abajo. Los L?nder sostienen administraciones de tama?o mediano, sobre circunscripciones electorales y las diputaciones de 1833, un esquema anterior al menor asomo de liberalismo decimon¨®nico, pero que resultan, al parecer, intocables para cualquiera que no quiera sucumbir al patriotismo de las ¨¦lites. A pesar de tanta arquitectura de cart¨®n piedra, lo sucedido estos d¨ªas en el Parlament de Catalu?a tendr¨¢ indudables consecuencias sobre el conjunto. Si uno levanta la vista, aprecia que los acuerdos suscritos no remiten solo a las intenciones de tres partidos de centroizquierda. Se aprecian atisbos de mayor trascendencia, algo cuyo alcance de futuro hoy no conocemos, como sucedi¨® en 1978. En este cuadro de incertidumbre, Barcelona vuelve, Catalu?a vuelve. Esta ¨²ltima ya no es aquella sociedad de seis millones que emergi¨® del tardofranquismo. Los ocho millones actuales resumen todas las tendencias que otorgan conflictividad y tensi¨®n a las sociedades actuales. El deseo de ampliaci¨®n de los mecanismos del autogobierno y mejor financiaci¨®n lo refleja de nuevo. Entre el a?o 1978 y el presente nada es lo que parece. Permanece un fuerte sentido de diferencia, de voluntad de autogobierno, de puente con Europa, de cultura en dos lenguas mayoritarias, una de las cuales es, por razones hist¨®ricas y de persecuci¨®n durante el franquismo, la lengua nacional, con v¨ªnculos de familia en Valencia y Baleares.
Si en el pasado reciente el eje Madrid-Barcelona fue clave para la definici¨®n de la direcci¨®n que tomar¨ªa el conjunto del pa¨ªs, lo sucedido en estos d¨ªas se?ala que este tipo de sinergias regresa para empujar y equilibrar con suerte los designios peninsulares a los que tantos contribuyeron en el pasado con su inteligencia y esfuerzo. Catalu?a y Barcelona vuelven. Barcelona no se va.
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