?Qu¨¦ esp¨ªritu deportivo?
El verano ol¨ªmpico deber¨ªa hacernos reflexionar sobre el mejorable marco narrativo desde el que venimos ¡°consumiendo¡± deporte desde hace d¨¦cadas a nivel global
Sin duda, el verano de 2024 quedar¨¢ ligado en nuestra memoria com¨²n a la celebraci¨®n de los Juegos de la XXXIII Olimpiada. El impresionante despliegue de disciplinas ha evidenciado una vez m¨¢s la capacidad de las diferentes naciones ¡ªincluso del improbable equipo de los refugiados¡ª para poner el deporte en el centro de todas las miradas. No es mi intenci¨®n hacer un balance de la inversi¨®n de los gobiernos en la pr¨¢ctica deportiva de ¨¦lite ¡ªni mucho menos pronunciarme sobre la ¨ªndole de la ceremonia inaugural¡ª, sino m¨¢s bien extraer algunas conclusiones del mejorable marco narrativo desde el que venimos consumiendo deporte desde hace d¨¦cadas a nivel global.
Los desgarradores gritos de dolor de la campeona de b¨¢dminton Carolina Mar¨ªn tras lesionarse en Par¨ªs y las desconsoladas l¨¢grimas de un joven Carlos Alcaraz, al caer en la final de tenis de los mismos juegos ante un experimentado Novak Djokovic, dejaron en la mente de algunos la impronta de una normalidad deportiva un tanto inquietante. Podr¨ªamos a?adir el extendido elogio de los ¡°errores¡± cometidos por la gimnasta Simone Biles en sus ¨²ltimas performances, al volverla aquellos supuestamente ¡°m¨¢s humana¡±, de la misma manera que los comentarios negativos sobre la waterpolista Paula Leit¨®n por no acomodarse su cuerpo a los patrones esperables. La constelaci¨®n formada por todas estas im¨¢genes invita a reflexionar sobre la atenci¨®n dirigida al llamado deporte de alto rendimiento. Por de pronto, la prioridad absoluta de esta modalidad competitiva parece haber sepultado la comprensi¨®n del deporte como una afici¨®n democr¨¢tica, al alcance de todos los grupos sociales, vinculada al placer de combinar el ejercicio f¨ªsico con el mantenimiento de la salud en todas sus vertientes, sin necesidad de obsesionarse con determinados moldes corporales o de ubicaci¨®n sexo-gen¨¦rica ni de batir marcas o imponerse ante contrincantes de otro pa¨ªs.
La historia cultural del deporte suministra ciertamente valiosos documentos acerca de su mimetismo con el enfrentamiento b¨¦lico, algo que parece no habernos abandonado del todo. El helenista David M. Pritchard recuerda ¡ªen Deporte, democracia y guerra en la Atenas cl¨¢sica (2013)¡ª algunos datos reveladores sobre la legendaria contribuci¨®n del deporte a la construcci¨®n de la paz. Est¨¢n en consonancia con las luces y sombras que acompa?an tambi¨¦n a la figura del fundador de los Juegos Ol¨ªmpicos modernos, Pierre de Coubertin. La democratizaci¨®n de la acci¨®n b¨¦lica iniciada en Atenas con la reforma de Cl¨ªstenes y consolidada en tiempos de Pericles foment¨® la admiraci¨®n del demos ateniense hacia el ag¨®n que protagonizaban en los estadios individuos de extracci¨®n aristocr¨¢tica, celebrados en tantas odas de P¨ªndaro. Este grupo era el ¨²nico que pod¨ªa permitirse sufragar una ¡°educaci¨®n f¨ªsica¡± a sus v¨¢stagos, al entender que el entrenamiento f¨ªsico consolidaba la deseable aret¨¦ moral y civil.
Ya en pleno siglo XX, los ataques en un campo de f¨²tbol de algunos seguidores del Arsenal a los jugadores visitantes de la Dinamo de Mosc¨² llevaron a George Orwell a sostener en el art¨ªculo titulado El esp¨ªritu deportivo (1945) que el sentimiento de representar a la propia naci¨®n ¡ªa un grupo m¨¢s grande que uno mismo¡ª bastaba para interpretar una derrota individual en t¨¦rminos de deshonra colectiva. Con ello, afirma el ensayista brit¨¢nico, ¡°se despiertan los instintos m¨¢s salvajes del combate¡±, reduciendo a cenizas el disfrute de jugar ¡°en el campo de tu pueblo, donde eliges a tus compa?eros y no aparece ning¨²n sentimiento de patriotismo local¡±, y ¡°[donde] es posible jugar simplemente por diversi¨®n y ejercicio¡±. A mi entender, el an¨¢lisis de Orwell refleja con lucidez el sustrato emocional que sigue definiendo nuestra relaci¨®n con el deporte.
Cualquiera que haya vivido el profundo cambio en la percepci¨®n del cuidado de s¨ª operado por la adquisici¨®n de un simple smart watch cuenta con un ¨ªndice elocuente de los par¨¢metros de control, sacrificio y competitividad a los que sometemos actualmente a nuestros cuerpos. Una provechosa transferencia de la investigaci¨®n en filosof¨ªa social como la desarrollada por Jos¨¦ Luis Moreno Pesta?a ofrece m¨¢s de una lectura bien recomendable para el final de un verano ol¨ªmpico como este, al explorar la envergadura de la novedosa biopol¨ªtica implantada con ayuda del rigor corporal que se autoimpone un sujeto deseoso de cumplir con los imperativos est¨¦ticos de su tiempo.
Creo que nos jugamos mucho en la reivindicaci¨®n del derecho social a un deporte l¨²dico y no competitivo, basado en una necesaria articulaci¨®n de estructuras materiales (polideportivos de barrio y espacios de formaci¨®n accesibles), pr¨¢cticas corporales y experiencias individuales y comunitarias saludables, un plexo que deber¨ªa estar destinado de manera preferente a la satisfacci¨®n de necesidades y al desarrollo de capacidades, en lugar de responder prioritariamente a la rentabilidad de corporaciones empresariales. Si no nos indigna la alternancia tr¨¢gica de ¨¦xito ef¨ªmero y sufrimiento extremo en el deporte que nos transmiten las pantallas, ser¨¢ dif¨ªcil que podamos poner esta imprescindible actividad al servicio de una equidad, cuidado y respeto por la dignidad humana propios del siglo en que nos encontramos.
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