La nueva hispanidad de los ¡®no sabo¡¯
Unir lengua e identidad puede ayudar a la identidad, pero no forzosamente a la lengua, como muestran los j¨®venes estadounidenses latinos que no saben espa?ol
Un d¨ªa antes de que mataran a Kennedy, su esposa Jackie estuvo hablando en espa?ol en Houston (Texas). Jacqueline hab¨ªa gozado de una educaci¨®n cuidada, dirigida a debutar en sociedad con brillantez; estudi¨® literatura francesa en la universidad e hizo el cl¨¢sico tour por Europa de las j¨®venes pudientes de Estados Unidos. Pero ella, nacida en 1929, no solo estudi¨® franc¨¦s: aprendi¨® tambi¨¦n espa?ol. Aunque pudi¨¦ramos sospechar que hay m¨¢s pragmatismo estadounidense que inquietud intelectual en esa inclusi¨®n del espa?ol en su formaci¨®n, el gusto por los idiomas tuvo que ver en Jacqueline m¨¢s con su propia curiosidad que con un despertar temprano de la sensibilidad norteamericana hacia la utilidad del idioma vecino.
Al final de los cincuenta la conciencia hacia el espa?ol en Estados Unidos empieza a surgir de la forma m¨¢s fingida y efectiva posible: el aprovechamiento electoral. Los estadounidenses de ra¨ªces mexicanas y cubanas eran ya un grupo codiciable de votos. Desde dentro, se empiezan a organizar como colectivo: los clubes Viva Kennedy, llenos de mexicanos, tuvieron un importante peso en la victoria de Kennedy en 1960. Desde fuera, los gabinetes de campa?a intentan que la comunidad latina se sienta pr¨®xima a unos candidatos que quedaban lejos de ellos culturalmente: blancos, de ascendencia europea y desconocedores de la tradici¨®n hispana de territorios como Texas. Que la mujer del candidato Kennedy supiera espa?ol era un activo aprovechable: Jackie graba anuncios en espa?ol en la campa?a electoral y, con su marido convertido en presidente, toma la palabra en p¨²blico varias veces para hablar espa?ol. La ¨²ltima vez fue el 21 de noviembre de 1963, en un acto en Houston, con un mensaje memorizado y sin demasiada fluidez. Al terminar, el p¨²blico aplaude y, en espa?ol con acento mexicano, se lanzan vivas a Kennedy, que sonr¨ªe sin saber que va a morir asesinado al d¨ªa siguiente.
La hispanidad que se hac¨ªa visible en esas campa?as se vehiculaba en torno a un rasgo nuclear: la lengua. Se ten¨ªa por latinos a estadounidenses que eran mayoritariamente nacidos fuera del pa¨ªs, que hablaban ingl¨¦s y espa?ol y a los que se pretend¨ªa llegar a trav¨¦s de su idioma, tenido como elemento b¨¢sico de identidad. Es la misma raz¨®n por la que el propio Kennedy, sin las habilidades ling¨¹¨ªsticas de su esposa, hab¨ªa proclamado en alem¨¢n ¡°Ich bin ein Berliner¡± (¡±soy un berlin¨¦s¡±) en Berl¨ªn occidental, o George W. Bush dijo en un discurso en 2001 ante un grupo de hispanos: ¡°Mi Casa Blanca es su Casa Blanca¡±.
Son frases que no llegan ni a 10 palabras, creadas como lemas publicitarios. Ir m¨¢s all¨¢ de ellas es bastante complejo, porque si se quiere apelar a la cultura y a las costumbres para buscar adhesi¨®n, el contraste entre lo que se dice y qui¨¦n lo dice puede resultar tan llamativo que se descubra la farsa: en su momento, Hillary Clinton quiso atraer al voto hispano compar¨¢ndose con una abuela latina sacrificada por el bienestar de su gente, a lo que la comunidad hispana respondi¨® con la etiqueta #NotMyAbuela. Hillary fue acusada de hispandering, un acercamiento superficial, prestado e hip¨®crita a la comunidad hispana. El t¨¦rmino hispandering no nos provoca en espa?ol la negatividad que tiene en ingl¨¦s, donde pandering significa adular hip¨®critamente y de forma oportunista: el t¨¦rmino viene de P¨¢ndaro, un h¨¦roe de la guerra de Troya al que la tradici¨®n medieval posterior quit¨® el hero¨ªsmo y convirti¨® en alcahuete y conseguidor sexual.
Cuando se quiere apelar a la identidad y a los valores de un colectivo, ya no basta solo con la lengua. De hecho, ni siquiera es necesaria la lengua. En Estados Unidos, esta hispanidad postiza que busca votos se encuentra hoy con la existencia de j¨®venes estadounidenses de familia latina y crianza culturalmente hispana que no saben espa?ol. Son los llamados no sabo, un t¨¦rmino que, de nacimiento despectivo, se ha convertido en reclamaci¨®n identitaria: los no sabo kids se etiquetan en las redes, se preguntan en ingl¨¦s por qu¨¦ no fueron criados en espa?ol, admiten que lo hablan con escasa fluidez (la propia de decir no sabo por no s¨¦) y reclaman ser incluidos en una nueva idea de hispanidad.
Los no sabo son la muestra de que unir lengua e identidad puede ayudar a la identidad, pero no forzosamente a la lengua. Esto nos puede llamar la atenci¨®n en Espa?a, donde toda identidad pol¨ªtica ha buscado fundarse ling¨¹¨ªsticamente (sobre ello debate el reciente libro de Manuel Toscano, Contra Babel, en Athenaica) pero en Estados Unidos se atestigua en cifras: el ¨²ltimo Anuario del Instituto Cervantes revela que hay ya en Estados Unidos m¨¢s hablantes de espa?ol nacidos en Estados Unidos que nacidos fuera, y, si un 67,6% de ellos usa el espa?ol en casa, hay que pensar en el 32,4% restante, que no lo hace y origina el fen¨®meno de los no sabo.
Los 12 de octubre de los ¨²ltimos a?os nos han habituado a discusiones que giran en torno a los huevos que se lanzan a las estatuas de Crist¨®bal Col¨®n, nacido en el siglo XV, o en torno al error que supuso la hispanidad t¨®pica de pecho erguido que construy¨® el franquismo, caduca y penosa. Pero hay otras hispanidades que se desarrollan, que est¨¢n vivas, que en los medios apenas vemos y que los gabinetes electorales no terminan de entender. Hoy, D¨ªa de la Fiesta Nacional de Espa?a, es un buen momento para recordarlas.
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