El debate | ?C¨®mo condicionan las redes y los bulos nuestro modelo de convivencia?
La tragedia de la dana y la campa?a electoral en EE UU han puesto en evidencia el descarado papel de las plataformas en la propagaci¨®n de desinformaci¨®n y su capacidad para amenazar la seguridad ciudadana y, a la larga, la propia democracia
Las redes sociales han amplificado el alcance y el impacto social del viejo fen¨®meno de la desinformaci¨®n hasta niveles que amenazan tanto cuestiones de seguridad como los procesos electorales sobre los que se sustenta la democracia. La tragedia de la dana en Valencia y la campa?a electoral en Estados Unidos son claros ejemplos de c¨®mo interact¨²an las redes sociales en la propagaci¨®n de bulos y su impacto sobre la vida de los ciudadanos.
Dec¨ªa la fil¨®sofa Hannah Arendt que ¡°mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que nadie crea en nada¡± y esa es sin duda la mayor amenaza a la que se enfrenta nuestro modelo de convivencia. Javier Salas, periodista de EL PA?S, incide en que no es casualidad que el Rey, recibiendo una lluvia de barro de los vecinos en Paiporta, se?alara con rotundidad que la desinformaci¨®n hab¨ªa emponzo?ado el ambiente, mientras que Marta Peirano, ensayista especializada en tecnolog¨ªa, analiza c¨®mo ha cambiado el ecosistema medi¨¢tico en Estados Unidos en los ¨²ltimos a?os y el papel central que desempe?an las plataformas en el discurso pol¨ªtico.
Tras la m¨¢quina del veneno hay personas interesadas
Javier Salas
Nadie que siga las redes sociales espa?olas puede haberse sorprendido por el estallido de contenidos t¨®xicos tras la tragedia de la dana. Es la din¨¢mica natural de ese ecosistema cada vez que hay un evento estremecedor: en apenas unas horas, la consternaci¨®n da paso a la toxicidad, cuando no directamente al odio. Y a los bulos, que llevaron al inspector jefe de Bomberos de Valencia, Jos¨¦ Miguel Basset, a se?alar que estaban siendo un ¡°problema de orden p¨²blico¡± por confundir y asustar a la poblaci¨®n en unos momentos especialmente delicados, la ma?ana del mi¨¦rcoles 30. Desde entonces, la desinformaci¨®n ha cristalizado en forma de mentiras brutales, medias verdades interesadas y se?alamientos para ganar la batalla del relato.
La percepci¨®n inicial es que el volumen de veneno y falsedades es monumental, casi como concentrar lo que sufrimos en la pandemia en unos pocos d¨ªas. En muchos casos, se han roto algunos de los filtros b¨¢sicos de contenci¨®n de bulos, ya que aparecen con naturalidad en programas con millones de espectadores y concentran la atenci¨®n de periodistas guiados por una nueva audiencia: la que demanda las verdades que han visto en las redes. Por eso, tras varios d¨ªas asomados al pozo de las mentiras, y ya cansados de pedir regulaci¨®n y transparencia a las plataformas digitales, surge la pregunta: ?C¨®mo es posible que sigamos a¨²n en el primer curso de redes sociales? ?C¨®mo es posible que no hayamos aprendido a usarlas y que sigan desbordando su lodazal sobre la vida real?
La primera lecci¨®n que deber¨ªamos aprender es que no existe la dicotom¨ªa entre lo real y lo digital. Lo hemos visto cientos de veces y no terminamos de entender que nuestras emociones, intereses y conflictos fluyen por lo digital y vuelven hacia nosotros, como en una m¨¢quina de di¨¢lisis inversa, en la que nuestra sangre se ensucia si no aplicamos filtros. Cuando segu¨ªamos Eurovisi¨®n por Twitter, la experiencia pod¨ªa ser muy gratificante: no hay nada m¨¢s satisfactorio que la risa colectiva. Pero en momentos de miedo y desasosiego, las redes pueden ser aut¨¦ntico chapapote pegajoso en nuestros sentimientos. Conozco gente que es capaz de mirar las redes en circunstancias como estas sin sufrir cicatrices, pero creo que la experiencia general es la contraria: yo he perdido un a?o de vida por cada d¨ªa que he mirado Telegram y X durante la crisis de la dana.
La segunda lecci¨®n es que no hay nada espont¨¢neo en las redes. Absolutamente nada. Cuando es el algoritmo el que manda, el m¨®vil nos maneja como una tragaperras. Y en el escaso margen que no son capaces de controlar y explotar desde Silicon Valley, se cuelan numerosos actores que se dedican profesionalmente a aprovechar esos vac¨ªos. Conozco bien Instagram o TikTok por pasar muchas horas delante, pero hay gente que estudia cada l¨ªnea del c¨®digo de la red social para colarse delante de mis ojos, para meterse en mi vida. Pueden ser profesionales de la publicidad, pero tambi¨¦n profesionales de la toxicidad. Es la industria del bulo, que trabaja sin descanso para generar narrativas falsas, con la convicci¨®n de que alguna de esas mentiras se terminar¨¢ filtrando hacia el gran p¨²blico. Fue especialmente notable que el Rey, mientras volaba el barro en Paiporta, se?alara con rotundidad que la desinformaci¨®n hab¨ªa emponzo?ado el ambiente. El dolor de los vecinos es real, pero hay pir¨®manos echando gasolina en los m¨®viles.
La tercera lecci¨®n, y decisiva, es la importancia del factor humano. Los estudios m¨¢s recientes sobre desinformaci¨®n coinciden en que muchas veces los usuarios diseminamos bulos a sabiendas: porque fastidiar al contrario da placer, porque es un granito de arena m¨¢s en mi discurso, porque da la raz¨®n a mi bando. Y porque pensamos: ¡°Al final y al cabo, si no es real, podr¨ªa serlo¡±. Por eso, los agitadores se aprovechan sin dificultades de nuestros sesgos y prejuicios. Y ese factor humano, el de los activistas del odio, tambi¨¦n debemos visualizarlo: detr¨¢s de la m¨¢quina del veneno hay personas interesadas. Como en la escena de El mago de Oz: cuando se corre la cortina, vemos que tras esa temible voz atronadora hay un fr¨¢gil se?or de carne y hueso. Con sus intereses e incentivos. A este lado del m¨®vil, hay una persona. Al otro lado del bulo, tambi¨¦n.
Las urnas son el objetivo final de la desinformaci¨®n
Marta Peirano
Si pens¨¢bamos que las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 pasar¨ªan a la historia como las m¨¢s desquiciadas de la democracia, aquel momento parece lleno de tierna ingenuidad. El asalto al Capitolio en enero de 2021 y la campa?a para deslegitimar el resultado electoral de 2020 han subido las apuestas. Hoy el drama electoral se desarrolla en un ecosistema medi¨¢tico mucho m¨¢s complejo: m¨¢s escenarios, m¨¢s concursantes, m¨¢s opacidad, m¨¢s teor¨ªas de la conspiraci¨®n. Y m¨¢s esfuerzos de coordinaci¨®n por parte de quienes quieren intervenir el proceso democr¨¢tico. Importante tenerlo en cuenta mientras esperamos resultados en un tsunami de desinformaci¨®n.
Para empezar, las plataformas han desmantelado o reducido dr¨¢sticamente sus equipos de moderaci¨®n, incluyendo los dedicados a garantizar la integridad electoral. Tanto Elon Musk como Mark Zuckerberg han renegado p¨²blicamente de la pol¨ªtica de moderaci¨®n de contenidos de X y Meta, aunque con soluciones muy distintas. Mientras Meta ha decidido desincentivar los contenidos pol¨ªticos, Musk ha convertido X en el epicentro de la campa?a republicana. Google, por su parte, ha anunciado que ya no intentar¨¢ moderar contenidos pol¨ªticos en YouTube.
Para complicarlo m¨¢s, el ecosistema est¨¢ todav¨ªa m¨¢s descentralizado, ofuscando nuestra capacidad para entender de un vistazo lo que est¨¢ ocurriendo en tiempo real. Adem¨¢s de Truth Social y cap¨ªtulos locales de plataformas de proximidad como Tinder o NextDoor, los dos nuevos escenarios de acci¨®n pol¨ªtica son TikTok y Telegram. Con 170 millones de usuarios, el gigante asi¨¢tico centraliza el discurso pol¨ªtico de la generaci¨®n que vota por primera vez. Por su parte, las caracter¨ªsticas ¨²nicas de Telegram, a medio camino entre la mensajer¨ªa y la red social, lo han convertido en un sistema de comunicaci¨®n de masas clandestino, donde miles de personas pueden planear un ataque coordinado a las infraestructuras del voto sin que las autoridades, la justicia, los acad¨¦micos o los periodistas lo puedan ver.
Al mismo tiempo, las plataformas han limitado o eliminado el acceso a herramientas como Crowdtangle, una aplicaci¨®n que usaban investigadores y equipos de verificaci¨®n de todo el mundo para analizar d¨®nde nace y c¨®mo se distribuye la desinformaci¨®n en tiempo real. X ya no permite ver qui¨¦n da like a un post, impidiendo comprobar si la popularidad de un contenido ha sido inflada artificialmente por cuentas falsas. TikTok ha desactivado el recuento de visualizaciones de hashtags, una herramienta para medir el alcance y la propagaci¨®n de contenidos. Por no mencionar los modelos de IA generativa, que han abaratado y acelerado la producci¨®n de cuentas, contenidos y hasta medios de comunicaci¨®n falsos.
Hoy hay m¨¢s actores externos produciendo desinformaci¨®n. En 2016, Rusia era el ¨²nico actor estatal tratando de influir en las elecciones. Fueron los servicios secretos rusos los que hackearon los correos de Hillary Clinton, y la Internet Research Agency, la agencia de trolls y noticias falsas del oligarca Yevgeny Prigozhin, cre¨® docenas de grupos pol¨ªticos con cuentas falsas a trav¨¦s de grupos de Facebook para sembrar violencia en las distintas comunidades de EE UU. Prigozhin, que pas¨® de ¡°chef de Putin¡± a fundar el grupo paramilitar Wagner, muri¨® en previsibles circunstancias tras una dram¨¢tica insurrecci¨®n contra el Gobierno ruso. Ahora Rusia paga a influencers estadounidenses para crear videos virales a favor de Donald Trump, mientras dos nuevos actores estatales han entrado en juego: Ir¨¢n y China.
Hoy la nueva fuente de desinformaci¨®n se llama X y Musk es el nuevo Prigozhin. En 2020, Twitter centralizaba la conversaci¨®n entre la clase pol¨ªtica y los medios de comunicaci¨®n y fue el primero en bloquear a Trump durante el asalto al Capitolio. Ahora Musk ha transformado X en una m¨¢quina de distribuci¨®n de contenidos falsos sobre inmigraci¨®n y fraude electoral. Imposible mirar las m¨¦tricas sin pensar que han sido manipuladas. Pero la diferencia m¨¢s importante es que somos tan conscientes de la inundaci¨®n de noticias falsas que nos cuesta creer los hechos, incluso cuando ocurren de verdad.
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