Sade en Pelicot
?Un marido que mira mientras otro se tira a su mujer? ?Qu¨¦ m¨¢s transgresor que convertir a una respetable esposa en una zorra a disposici¨®n de desconocidos?
Desde que saliera a la luz el caso Pelicot no paro de pensar en Sade. La primera vez que le¨ª al divino Marqu¨¦s, sus textos me perturbaron del mismo modo que lo hizo Lolita de Nab¨®kov, en ellos no reconoc¨ª gozo ni placer alguno, sino una excitaci¨®n no deseada parecida a la que experimenta cualquier mujer cuando es agredida. La violencia extrema de Sade no era un juego de roles ni una simulaci¨®n de dominaci¨®n, por mucho que fueran intelectuales progresistas quienes lo hubieran sacado del olvido. Sus delirios crueles, su odio a toda norma moral y su defensa de la explotaci¨®n de la mujer (todas deber¨ªamos ser putas, seg¨²n ¨¦l) maridaron a la perfecci¨®n con el neoliberalismo de la postmodernidad, aunque algunos creyeron que estaba del lado del sexo libre. Desde la izquierda se difundi¨® la idea de que transgredir la moral dominante es siempre un acto revolucionario, sin darse cuenta de que el peque?o burgu¨¦s conservador se hab¨ªa transformado ya en un avezado lobo dispuesto a explotar sin remilgos ese nuevo y fruct¨ªfero terreno del sexo liberado. Dispuestos como est¨¢n tantos hombres a pagar y siendo las mujeres tan f¨¢ciles de someter, lo ¨²nico que ten¨ªan que hacer era ponerse a contar billetes. Prohibido prohibir. Todo est¨¢ permitido, que vuestras fantas¨ªas se hagan realidad.
Cualquiera que haya visto algo de porno puede darse cuenta de que la sombra de Sade planea sobre el modo en que se representa la intimidad en este entorno. No es que no haya afectos o amor, es que no hay humanidad alguna: los cuerpos son objetos. Sin nombre, sin identidad, solo sexo desprovisto de todo. Y una dominaci¨®n masculina hegem¨®nica que de tanto repetirse deja de ser una simple fantas¨ªa. Parafilias que antes hubieran sido consideradas perversiones ahora se presentan como pr¨¢cticas excitantes que nos apartan del tedio de la repetici¨®n aburrida y rutinaria. Forzar a una mujer es algo habitual en la pornograf¨ªa. ?Un marido que mira mientras otro se tira a su mujer? ?Qu¨¦ m¨¢s transgresor que convertir a una respetable esposa en una zorra a disposici¨®n de desconocidos? Eso s¨ª, manteniendo siempre el marido el control sobre la escena. No me cuesta imaginar que Pelicot haya le¨ªdo al marqu¨¦s de Sade. En la violencia extrema que ha ejercido sobre Gis¨¨le no solo hay un hombre que comete cr¨ªmenes, hay una ideolog¨ªa y pensamiento. Nuestro tiempo presente, en lo que al sexo y las relaciones entre hombres y mujeres se refiere, son tremendamente sadianas. Es la cultura que nos domina y debi¨¦ramos impugnarla toda. Eso s¨ª ser¨ªa revolucionario.
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