¡°Quiero que me den ca?a sin que me juzguen por ello¡±: c¨®mo el sexo duro triunfa en plena era de la recesi¨®n sexual
Dicen que los j¨®venes tienen hoy menos relaciones que nunca, pero de ese terreno ¨¢rido surgen nuevas formas de intimidad que intentan alejarse de la f¨®rmula habitual
A Silvia C., administrativa de 36 a?os, le aburre el sexo ¡°convencional¡±. Tanto, que ni siquiera se plantea practicarlo. ¡°Si volviese a tener una relaci¨®n estable¡±, nos cuenta, ¡°tal vez me conformar¨ªa, como he hecho otras veces, con el misionero, el polvo matutino de los domingos y dem¨¢s rutinas del sexo vainilla¡±.
El uso de la palabra ¡°vainilla¡± la delata. A Silvia le interesa el sexo espor¨¢dico con hombres y mujeres (¡°digamos que por este orden¡±) introducidos en el BDSM (siglas de Bondage, Dominaci¨®n-Disciplina, Sumisi¨®n-Sadismo y Masoquismo, conjunto de pr¨¢cticas er¨®ticas que ceden el poder entre adultos). ¡°Nada extremo¡±, nos aclara, solo pr¨¢cticas relacionadas con ¡°el uso de juguetes er¨®ticos y prendas fetichistas de l¨¢tex, los juegos de rol, cierta dosis de dolor controlada y consensuada¡¡±. Su principal problema es que plantear estas preferencias en una primera cita puede resultar problem¨¢tico: ¡°Algunos t¨ªos no entienden el juego. Pueden interpretar que los est¨¢s invitando a maltratarte, humillarte o hacerte da?o, cuando si en algo se basa el BDSM es en la complicidad y el respeto¡±.
Para evitar equ¨ªvocos de este tipo, Silvia ha hecho uso de ¡°aplicaciones de contacto muy espec¨ªficas¡±, en las que puedes explicitar tus preferencias y ¡°negociarlas¡± antes del primer encuentro. Gracias a este recurso tecnol¨®gico, siente que est¨¢ accediendo a ¡°una especie de comunidad¡± de personas que entienden el sexo como ella. Es decir, ¡°como una actividad l¨²dica, con un punto teatral, que estimula la imaginaci¨®n tanto (o m¨¢s) que los genitales¡±. ?50 sombras de Grey? A Silvia la menci¨®n, a estas alturas, del cl¨¢sico del ¡°porno para mam¨¢s¡± publicado en 2011 le resulta risible, aunque reconoce que ella lo tuvo en su d¨ªa entre sus lecturas de cabecera: ¡°Hoy la veo como el s¨ªmbolo de todo aquello que detesto. La banalizaci¨®n del BDSM, el culto patriarcal a los hombres poderosos y carism¨¢ticos, el sexo como ascensor social, la sumisi¨®n sin fantas¨ªa¡¡±.
El sexo como fuente de energ¨ªa
Silvia no est¨¢ sola. Ni en su rechazo a la novela de E.L. James, convertida en ep¨ªtome del ¨¦xito coyuntural sin sustancia, ni en la intuici¨®n de que un sexo ¡°distinto¡± es posible. Andrea M., estudiante de doctorado de 26 a?os, asegura que la suya era una vida sexual ¡°m¨¢s bien deplorable¡± hasta que se acostumbr¨® a pedir ¡°exactamente lo que quer¨ªa¡± y descartar sin m¨¢s a los que no estuviesen dispuestos a proporcion¨¢rselo, algo que recomienda encarecidamente, porque ahorra ¡°p¨¦rdidas de tiempo y movidas chungas¡±.
En su caso, lo que suele querer es ¡°sexo duro¡±. Es decir, ¡°con energ¨ªa, con pasi¨®n, con di¨¢logo, pero sin muchas man¨ªas¡±. Andrea entiende el sexo como ¡°un deporte de equipo¡±, pero poniendo mucho ¨¦nfasis en la parte deportiva: ¡°Yo me cuido, estoy en buena forma, y eso me parece fundamental para ser buen amante, porque lo que ofreces es tu cuerpo y lo que eres capaz de hacer con ¨¦l¡±. Est¨¢ ¡°harta¡± de compa?eros de cama rutinarios, perezosos, sin fuelle o sin imaginaci¨®n: ¡°Quiero que me den ca?a, y no estoy dispuesta a que me juzguen por ello. As¨ª que voy a buscar lo que necesito donde s¨¦ que puedo encontrarlo, ya sea en el gimnasio, en un club de boxeo al que acabo de apuntarme o tambi¨¦n, de vez en cuando, en aplicaciones y redes sociales¡±.
Tinder sigue siendo uno de sus cotos de caza preferentes, pese a la descorazonadora abundancia de ¡°liantes y mentirosos patol¨®gicos¡±, pero ahora lo alterna con otras plataformas, como Lips, Plenty of Fish o Badoo, donde, con suerte, ¡°te ahorras preliminares, porque la mayor¨ªa de la gente va a lo que va¡±.
?Resistencia en la era de la regresi¨®n sexual?
Podr¨ªa decirse que tanto el BDSM en la versi¨®n de Silvia como el high energy sex tal y como lo entiende Andrea est¨¢n hoy m¨¢s de moda que nunca. En opini¨®n de Brit Dawson, redactora de la revista The Face, que ha dedicado un largo reportaje al tema, ¡°el sexo duro est¨¢ saliendo del armario¡±. La gente cada vez muestra menos reticencias a la hora de pedirlo o reconocer que le gusta. Se detecta en las b¨²squedas en plataformas pornogr¨¢ficas como PornHub, en las preferencias que se manifiestan en las aplicaciones de amistad (y lo que surja) o en el incremento sostenido de la venta de juguetes sexuales y prendas fetichistas que se viene registrando desde 2011 y (muy especialmente) a partir de 2018. Tambi¨¦n en estudios tan llamativos como uno de abril de 2021 en el que se afirmaba que el 80% de los estudiantes universitarios de Estados Unidos que tienen relaciones sexuales frecuentes integran en ellas pr¨¢cticas como la asfixia er¨®tica, tirones de pelo o azotes. Las mujeres, por cierto, son incluso m¨¢s proclives que los hombres a hacerlo.
Lo m¨¢s sorprendente es que esta edad de oro de la sexualidad ¡°intensa¡± o fetichista coincide en el tiempo con lo que algunos expertos describen como ¡°la gran recesi¨®n sexual¡±. Kate Julian, redactora de The Atlantic, lo resume de manera descarnada: ¡°El porcentaje de menores de 30 a?os que tienen una vida sexual activa no deja de descender en Estados Unidos desde 1991¡å. Los alumnos de instituto (entre 14 y 18 a?os) que ya hab¨ªan tenido relaciones sexuales completas supon¨ªan por entonces el 54% del total, y hoy son apenas el 40%.
Julian se pregunta por qu¨¦ esta p¨¦rdida de precocidad y de actividad sexual asidua se est¨¢ produciendo precisamente ahora, en un periodo en que las sociedades occidentales ¡°disponen de medidas anticonceptivas gratuitas y m¨¢s eficaces que nunca, toleran con naturalidad creciente el sexo informal y recreativo, han reducido la incidencia de las enfermedades de transmisi¨®n sexual (empezando por la m¨¢s dram¨¢tica, el VIH/SIDA), consumen vol¨²menes crecientes de pornograf¨ªa, disponen de plataformas online y redes en las que el contenido sexual es hegem¨®nico¡¡±. En otras palabras, que el sexo ha colonizado m¨²ltiples espacios y derribado la mayor¨ªa de las barreras tradicionales que obstaculizaban su pr¨¢ctica. Y, pese a todo, cada vez se practica menos.
Jean M. Twenge, psic¨®loga de la Universidad de San Diego, atribuye esta paradoja a m¨²ltiples razones, pero a una muy en particular: ¡°Las relaciones entre seres humanos se est¨¢n virtualizando a marchas forzadas¡±. Ya en 2016, argumenta Twenge, ¡°se constat¨® que la de los nacidos entre 1980 y 1990 se estaba convirtiendo en una de las generaciones m¨¢s c¨¦libes de la historia, con cifras de abstinencia sexual pasados los 18 a?os mucho m¨¢s altas que las que presentaban los llamados baby boomers a su edad¡±.
La tendencia ha seguido aumentando desde entonces, a medida que los nativos digitales empezaban a acceder a la vida adulta. Un estudio publicado en 2020 por la Universidad de Albany, en Nueva York, afirma que ¡°las sucesivas promociones de j¨®venes adultos llevan d¨¦cadas practicando menos sexo que las generaciones que les precedieron¡±, por motivos que no se han identificado con exactitud, pero que cabr¨ªa atribuir a ¡°una menor tendencia a establecer relaciones sentimentales desde edades tempranas, la ca¨ªda en el consumo de alcohol entre los j¨®venes y la sustituci¨®n gradual del ocio presencial por alternativas online¡±. Es decir, un siniestro c¨®ctel de virtualidad, sobriedad e inhibici¨®n emocional estar¨ªa conspirando contra el sexo.
La fantas¨ªa como incentivo
El psic¨®logo social Justin Lehmiller, autor del ensayo sobre costumbres sexuales Tell Me What You Want (Dime lo que quieres), tiene una teor¨ªa al respecto. La sobreabundancia continua de oferta sexual a trav¨¦s de m¨²ltiples canales (pornograf¨ªa, aplicaciones, redes) habr¨ªa acostumbrado a los m¨¢s j¨®venes a considerar el sexo como algo hasta cierto punto trivial, ni siquiera particularmente deseable a menos que se practique con los incentivos adecuados. Y esos incentivos ¡°pasan por hacer realidad las fantas¨ªas er¨®ticas¡±.
Mientras trabajaba en su libro, Lehmiller entrevist¨® a m¨¢s de 4.000 mujeres y hombres estadounidenses y constat¨® que ¡°algo m¨¢s de la mitad, sin grandes distinciones de g¨¦nero o tendencia sexual, mostraban una clara preferencia por el sexo duro¡±. Lehmiller se apresura a a?adir que se hablaba en todo momento de pr¨¢cticas consensuadas para ¡°intensificar¡± la experiencia er¨®tica, en un amplio espectro que no incurre necesariamente en fetichismos y parafilias y que ir¨ªa ¡°de mordiscos, pellizcos y lenguaje estimulante al BDSM moderado¡±.
El autor afirma incluso que el inter¨¦s de muchas mujeres por este tipo de pr¨¢cticas podr¨ªa tener que ver con la b¨²squeda de recursos creativos para ¡°reducir la brecha de g¨¦nero en los orgasmos¡±. Seg¨²n Lehmiller, esa brecha se produce, en las relaciones heterosexuales ¡°basadas en el coito convencional¡±, porque los hombres tardan ¡°una media de entre cinco y seis minutos en alcanzar el orgasmo, mientras que las mujeres necesitan alrededor de 13¡å. Si se incrementan tanto la intensidad f¨ªsica como los est¨ªmulos psicol¨®gicos, ¡°la brecha tiende a cerrarse¡±.
Pol, inform¨¢tico de 29 a?os, y Natalia, dise?adora gr¨¢fica y estudiante de 27, han puesto en pr¨¢ctica en sus relaciones la teor¨ªa de Lehmiller con resultados no del todo concluyentes. ¡°Es cierto que montarnos una pel¨ªcula que lo haga todo un poco m¨¢s intenso y excitante nos ayuda a sincronizarnos bastante mejor¡±, opina Natalia, pero tambi¨¦n piensa que la brecha de orgasmos hay que corregirla, m¨¢s que con sobreesfuerzos creativos y f¨ªsicos, ¡°con un poco de solidaridad, menos coito y m¨¢s preliminares¡±. Pol opina que, en efecto, el sexo pierde gran parte de su inter¨¦s cuando se utiliza solo para aliviar una necesidad fisiol¨®gica pasajera: ¡°Para eso existe la masturbaci¨®n, que tampoco tiene nada de malo. Las relaciones sexuales con una persona que te importa tienen que ser otra cosa, m¨¢s como un juego compartido y un nivel adicional de conexi¨®n ¨ªntima¡±. A ¨¦l, el sexo ¡°un poco m¨¢s duro de lo habitual¡± que suele practicar con Natalia le resulta ¡°muy estimulante¡±, porque lo entiende ¡°como el esfuerzo de llevar las cosas a otro nivel, de no convertirlo en una rutina a la que te adaptas porque es lo que toca¡±.
Eso s¨ª, tanto Natalia como Pol rechazan ese otro tipo de sexo duro que propone el porno, basado, en palabras de ella, ¡°en llevar las fantas¨ªas masculinas de dominaci¨®n y satisfacci¨®n ego¨ªsta a un nivel cercano a la misoginia y al maltrato¡±. Pol consum¨ªa porno, pero hoy lo considera ¡°una de tantas adicciones absurdas y malsanas en que incurre uno a lo largo de la vida, como la comida basura o el tabaco¡±. Ambos fuman ¡°de vez en cuando¡±, pero aseguran que ya no necesitan est¨ªmulos audiovisuales para alimentar su relaci¨®n: ¡°Las im¨¢genes que proyectan nuestros cerebros nos resultan bastante m¨¢s morbosas¡±, concluye Natalia.
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