Mentira e identidad
Las teor¨ªas de la conspiraci¨®n simplifican el mundo: se?alan al enemigo y presentan una explicaci¨®n sencilla donde todo encaja
Robert F. Kennedy Jr., nominado por Donald Trump para encabezar el Departamento de Salud y Servicios Humanos, es conocido por su postura antivacunas y sus peligrosas boutades, como que el sida pueda no ser causado por el VIH. Nos llevamos las manos a la cabeza porque est¨¢n pensadas precisamente para provocar indignaci¨®n. Por eso es in¨²til refutar sus sandeces desde una racionalidad cient¨ªfica, porque esas sandeces buscan provocar una transformaci¨®n m¨¢s profunda: desprestigiar a la ciencia y a quien habla en nombre de ella, incluidos los pol¨ªticos. Y es que quiz¨¢ nos estemos equivocando de registro a la hora de desmentir bulos. ?Recuerdan c¨®mo apareci¨® la expresi¨®n ¡°hechos alternativos¡±? La consejera del presidente, Kellyanne Conway, defendi¨® as¨ª la mentira del exsecretario de Prensa, Sean Spicer, cuando afirm¨® que Trump hab¨ªa congregado ¡°la mayor audiencia que jam¨¢s haya presenciado una toma de posesi¨®n¡±. Cuando el periodista Chuck Todd le pregunt¨® c¨®mo pod¨ªa mentir con tal descaro, Conway respondi¨® que Spicer solo estaba dando ¡°hechos alternativos¡±.
Dicha expresi¨®n, que inaugur¨® la era de la posverdad, es en realidad un artefacto pensado para producir identidad, para expresar una visi¨®n alternativa del mundo. La desconfianza hacia la ciencia se relaciona con la divisi¨®n entre los de arriba y los de abajo, que el populismo explota tan magn¨ªficamente. La suspicacia hacia el experto se convierte en un rechazo visceral a su arrogancia o su sesgo tecnocr¨¢tico, lo que hace que sea dif¨ªcil desmontarlo con un mero fact-checking o reivindicando con l¨¢grimas de cocodrilo la auctoritas perdida. La autoridad implica jerarqu¨ªa, y es esa misma jerarqu¨ªa la que est¨¢ siendo contestada por muchas personas, espoleadas por su posici¨®n social. La desconfianza implica significarse pol¨ªticamente, tomar partido de forma contundente.
?Qu¨¦ significan, entonces, esos hechos alternativos? Que hay quien cree ciegamente que los cient¨ªficos nos manipulan y envenenan y que las ¨¦lites liberales viven de espaldas al pueblo, despreci¨¢ndolo desde sus restaurantes veganos y sus caf¨¦s con est¨¦tica Ikea. Lo que nos dicen es que ¡°ellos no son como nosotros¡±: no van al McDonald¡¯s ni se emocionan con la bandera ni ven la televisi¨®n. Se r¨ªen de lo que comemos, de c¨®mo hablamos, de nuestras creencias m¨¢s arraigadas, como la carcajada de Kamala Harris cuando Trump dijo que los inmigrantes de Springfield com¨ªan mascotas. Una verdad alternativa es una verdad identitaria, dice Pierre Rosanvallon, y aunque Trump sea asquerosamente rico, muchos lo consideran de los suyos porque sienten que esos pijos liberales le desprecian por las mismas razones que a ellos: por no ser sofisticados. Es el sedimento de esa ira compartida que nutre las bases del republicanismo y su resentimiento social.
Las teor¨ªas de la conspiraci¨®n, en fin, simplifican el mundo: se?alan al enemigo y presentan una explicaci¨®n sencilla donde todo encaja, y lo hacen con un lenguaje al alcance de todos. Por eso el bueno de Bruno Latour dec¨ªa que el cient¨ªfico deb¨ªa entrar en el espacio p¨²blico como un ciudadano m¨¢s y no como un experto. Porque, nos guste o no, la democracia es un sistema donde una verdad puede convertirse en una opini¨®n, y es a la verdad a quien corresponde saber defenderse, aunque no sepamos muy bien c¨®mo. ?Regulamos internet? ?Nos tomamos de una vez en serio nuestro sistema educativo? No creo que lo hagamos, ahora que la palabra ¡°bulo¡± se ha convertido en otro dardo vac¨ªo de la contienda partidista y nuestra triste, trist¨ªsima, guerra identitaria.
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