Fotos con Carter
El recuerdo del fallecido expresidente de EE UU se congela en instant¨¢neas en la Casa Blanca y en Managua
Cuando se anunci¨® que el presidente Jimmy Carter padec¨ªa c¨¢ncer en el cerebro, escrib¨ª desde Managua a su esposa Rosalynn, y en su carta de respuesta, para mi sorpresa, hab¨ªa al pie unas l¨ªneas a mano de ¨¦l. El tiempo hunde los rostros, los distorsiona, los borra. En la foto que le hicieron en el funeral de Rosalynn, ya casi centenario, me cost¨® reconocerlo. En mi memoria quedaban otras fotos fijas suyas, muy vivas, porque los recuerdos se congelan en instant¨¢neas.
El 24 de septiembre de 1979, reciente a¨²n el triunfo de la revoluci¨®n, tres de los miembros de la Junta de Gobierno que hab¨ªa sustituido a Somoza fuimos recibidos en la Casa Blanca. Daniel Ortega, Alfonso Robelo y yo. Nunca antes hab¨ªa estado en la Casa Blanca, y nunca volv¨ª a estar. Era como entrar a esos sets de cine donde se reproduce la Casa Blanca.
Nos recibi¨® en el Jard¨ªn de las Rosas, y de eso qued¨® una foto. Sonriente, extiende la mano en busca de estrechar la de Daniel Ortega, que est¨¢ a su lado. Y hay otra en mi memoria. Sentados alrededor de la mesa de sesiones del gabinete, est¨¢n, adem¨¢s, el vicepresidente Walter Mondale, el consejero de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, el subsecretario de Estado Warren Christopher, el asesor presidencial Bob Pastor y el Embajador en Managua, Lawrence Pezzullo.
Daniel Ortega empieza con un discurso que promete ser largo, enlistando agravios, las intervenciones e injerencias de Estados Unidos en Nicaragua. Tras varios minutos de perorata, Carter alza la mano para interrumpirlo, y la mantiene alzada mientras Daniel Ortega no se calla. ¡°Si usted no me hace responsable por lo que han hecho mis antecesores, yo no lo har¨¦ responsable por lo que han hecho los suyos¡±, dice, y provoca risas en los dos lados de la mesa.
Poco despu¨¦s se excusa, y nos deja con su equipo. Cuando sal¨ªamos, lo diviso desde el jard¨ªn a trav¨¦s de la ventana de su despacho, inclinado en el escritorio sobre sus papeles, la mano en la sien. Esa es otra fotograf¨ªa.
Volvimos a vernos. Estuvo en Managua en varias ocasiones, la primera en 1984 para inaugurar un proyecto de construcci¨®n de viviendas en el departamento de Chinandega, patrocinado por H¨¢bitat para la Humanidad, una organizaci¨®n a la que estaba ligado. En el ¨¢lbum de la memoria hay dos fotos de entonces. En una est¨¢ subido a una escalera, clavando con un martillo un panel de madera de una casa en construcci¨®n en una comarca rural. En la otra, sentado a la mesa del almuerzo en un viejo vag¨®n de tren anclado en el patio de una residencia expropiada a un millonario, lujo exc¨¦ntrico del antiguo due?o.
Durante otra de sus visitas, o quiz¨¢s esa misma vez, me pregunta si es cierto, como le han dicho, que suelo hacer jogging muy temprano de la ma?ana, y quiere acompa?arme. Antes de que amanezca, paso busc¨¢ndolo por el hotel Intercontinental, la pir¨¢mide donde un d¨ªa se refugi¨® el multimillonario Howard Hughes, pr¨®fugo protegido por Somoza a instancias de Nixon, y cuartel general de los corresponsales de guerra. Ya est¨¢ en el lobby esper¨¢ndome, y vamos hacia los predios del antiguo Country Club.
Me dejo enga?ar por una famosa imagen suya de 1979, donde desfallece entre sus guardaespaldas en medio de una carrera a campo traviesa, porque es ¨¦l quien me deja a la zaga tras los tres primeros kil¨®metros, el paso siempre sostenido. Esa es otra foto en mi cabeza. Se detiene a esperarme. Y entonces me dice que dejemos la carrera para despu¨¦s, que caminemos. Quiere transmitirme un consejo de amigos. Es necesario abrirse a un di¨¢logo real con la c¨²pula de la Contra, que es la ¨²nica forma de apaciguar el enfrentamiento con la Administraci¨®n de Reagan. Son los tiempos en que insistimos en que primero se caer¨¢n las estrellas del cielo antes de que hablemos con la Contra. El tiempo le dar¨¢ la raz¨®n.
Se llev¨® adelante el di¨¢logo, se pact¨® el desarme, vinieron las elecciones de 1990, y ¨¦l estaba de nuevo en Managua a la cabeza del grupo de observadores del Centro Carter. Las perdimos, y actu¨® como mediador con el nuevo Gobierno de do?a Violeta de Chamorro para la transici¨®n. Cerca de la medianoche del 25 de febrero, llega a la desolada casa de campa?a, cuando los partidarios sandinistas empiezan a dispersarse porque no hay ya victoria que celebrar. ¡°Cuando yo perd¨ª las elecciones cre¨ª que era el fin del mundo¡±, le dijo a Daniel Ortega. ¡°Pero no fue el fin del mundo¡±. Esa es otra foto.
Una figura como la suya resulta hoy m¨¢s extra?a que nunca al paisaje pol¨ªtico de verdades alternativas, demagogia imp¨²dica y dictaduras encubiertas y descaradas en que el mundo parece naufragar. Un presidente de Estados Unidos que se compromete con la verdad, y atiende las voces de la conciencia desde el sentido religioso del bien aplicado al poder, parece extravagante a muchos. La ¨¦tica pol¨ªtica es hoy d¨ªa extravagante.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.