El miedo y los l¨ªmites
La respuesta progresista a la nostalgia ultraderechista debe, sin arrogancia ni desd¨¦n, restituir la confianza en la democracia y recordar que es cosa de todos
El reciente fallecimiento de Jimmy Carter nos da la oportunidad de recuperar el conocido como discurso del malestar (malaise speech, en ingl¨¦s), uno de sus alegatos m¨¢s c¨¦lebres, televisado el 15 de julio de 1979. El pasado nos ofrece ecos que, descifrados, nos ayudan a entender nuestro presente.
¡°Por primera vez en la historia de nuestro pa¨ªs¡± expres¨® Carter, ¡°una mayor¨ªa cree que los pr¨®ximos cinco a?os ser¨¢n peores que los anteriores¡±. El presidente norteamericano alert¨® de que la sociedad sufr¨ªa ¡°una crisis de confianza¡± que ¡°amenazaba con destruir el tejido pol¨ªtico y social¡± producto de ¡°la autoindulgencia y el consumo¡±. ¡°La identidad humana¡± concluy¨® ¡°ya no se define por lo que uno hace sino por lo que uno posee¡±.
Estados Unidos hab¨ªa asistido en los setenta a la dimisi¨®n de Richard Nixon tras el esc¨¢ndalo Watergate, hab¨ªa perdido la guerra de Vietnam y se enfrentaba a la estanflaci¨®n: aumento de los precios y del desempleo junto al estancamiento econ¨®mico. Las dos crisis del petr¨®leo mostraron su dependencia energ¨¦tica. Las largas colas para llenar el dep¨®sito del autom¨®vil fueron la afrenta final al coraz¨®n del ciudadano medio.
El esp¨ªritu de la ¨¦poca ten¨ªa ya mucho m¨¢s que ver con el mon¨®logo inicial de Taxi Driver, donde Robert de Niro describe una existencia violenta, s¨®rdida y oscura, que con las palabras de John F. Kennedy motivando a la naci¨®n a la aventura espacial. No eran solo los problemas materiales, las derrotas o la conflictividad, era sobre todo que muchos no confiaban en que hubiera una manera de solucionarlos.
Carter perdi¨® las elecciones en noviembre de 1980. Adem¨¢s de la depresi¨®n econ¨®mica y moral, el fallido rescate de los rehenes en su embajada en Teher¨¢n fue la puntilla para que no revalidara un segundo mandato. Su contrincante por el Partido Republicano era un exgobernador de California y exactor mediocre con afici¨®n a contar chistes malos: Ronald Reagan.
?Qu¨¦ fue lo que los norteamericanos no perdonaron a Carter para no otorgarle otros cuatro a?os en la Casa Blanca, algo que suele ser habitual en la carrera presidencial? Que fuera demasiado sincero en su discurso del malestar, al identificar un miedo que cualquiera sent¨ªa, pero que ninguno quer¨ªa reconocer y hacer expl¨ªcita la certeza de que todo, incluido el estilo de vida estadounidense, ten¨ªa l¨ªmites.
La Espa?a de la actualidad dista mucho de los Estados Unidos de finales de los setenta. No tenemos una inflaci¨®n de dos d¨ªgitos, en 2024 se ha creado otro medio mill¨®n de empleos, situando la cifra de cotizantes a la Seguridad Social en m¨¢s de 21 millones, y nuestra econom¨ªa se muestra como una de las m¨¢s din¨¢micas de Europa. Sin embargo, algo recuerda al clima de desconfianza de entonces.
Existen dificultades ciertas para la clase trabajadora, principalmente porque el disparatado precio de la vivienda se come el menor incremento de los sueldos. Pero el ambiente enrarecido no proviene de la indignaci¨®n por estos escollos de la vida diaria, sino de la percepci¨®n de que todo est¨¢ peor de lo que realmente est¨¢, as¨ª como de la reacci¨®n hostil frente a quien enuncia topes a las viejas jerarqu¨ªas.
Carter hizo patente, a los adultos criados en el optimismo laboral y sentimental de la Am¨¦rica de los a?os cincuenta, que exist¨ªan las vulnerabilidades y que la felicidad no depend¨ªa del consumo desaforado. Dos hechos que no deseaban escuchar. En el presente, una ¨¦poca de inestabilidad que comienza en la Gran Recesi¨®n de 2008 y que tiene una dura r¨¦plica en la pandemia de 2020, la incertidumbre es materia cotidiana.
La extrema derecha se ha hecho fuerte magnificando los temores y prometiendo una vuelta a los viejos buenos tiempos, una idealizaci¨®n de ¡°la Espa?a feliz¡± situada en el mejor de los casos a mitad de la d¨¦cada de los noventa, cuando el pa¨ªs estaba sufriendo una recesi¨®n y un bache de legitimidad institucional a causa de la corrupci¨®n. En el peor se reivindica de manera desacomplejada el franquismo de Cine de Barrio, no el de las cartillas de racionamiento y las fosas en cunetas.
Es pueril, pero funciona. Tanto como la apelaci¨®n por parte del populismo derechista a un mundo sin normas: frente a las mascarillas, las ca?as; frente a la ecolog¨ªa, el exceso; frente a los derechos de la mujer, la libertad para ser un tirano. Aquel enunciado de ¨¦xito en el 15M, ¡°seremos la primera generaci¨®n en vivir peor que sus padres¡±, tiene hoy un reverso tenebroso que en vez de buscar una soluci¨®n social aspira a una salida ego¨ªsta.
A la izquierda, cr¨ªtica por naturaleza, se le est¨¢ dando mal surfear esta ola en la que tiene que equilibrar lo bueno conseguido con la reivindicaci¨®n de lo que se busca lograr, un horizonte que conlleva fronteras ¨¦ticas y econ¨®micas. La respuesta progresista debe manejar el miedo y los l¨ªmites sin arrogancia ni desd¨¦n. Primero, restituyendo la confianza en una democracia que se demuestre ¨²til para todos. Segundo, afirmando que los l¨ªmites son decisiones colectivas y no imposiciones individuales. No es sencillo poner a bailar al optimismo con nuestra realidad, pero es m¨¢s necesario que nunca.
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