Somos pobres con bonob¨²s barato
Hoy no hay protestas generalizadas porque se han puesto parches a la precariedad, pero no se erradica la tragedia de fondo
Hay algo peor que el hundimiento de la clase media en Espa?a: que nos hayamos acostumbrado a ello. De la pol¨¦mica sobre el decreto ¨®mnibus qued¨® claro que perder la bonificaci¨®n del transporte habr¨ªa causado mucho sufrimiento ciudadano. Lo que pr¨¢cticamente ning¨²n partido en el Congreso denunci¨® es que se haya vuelto estructural que tantas familias o j¨®venes no lleguen ya a final de mes sin esa u otras ayudas. Hace tre...
Hay algo peor que el hundimiento de la clase media en Espa?a: que nos hayamos acostumbrado a ello. De la pol¨¦mica sobre el decreto ¨®mnibus qued¨® claro que perder la bonificaci¨®n del transporte habr¨ªa causado mucho sufrimiento ciudadano. Lo que pr¨¢cticamente ning¨²n partido en el Congreso denunci¨® es que se haya vuelto estructural que tantas familias o j¨®venes no lleguen ya a final de mes sin esa u otras ayudas. Hace tres a?os, rebajar las tarifas era la excepci¨®n, no la norma.
Se argumentar¨¢ que son los efectos de la inflaci¨®n, como obviamente ocurre. Es justo reconocer que el Gobierno tampoco ha sido el responsable directo del encarecimiento de la vida, sino que hay un contexto internacional que lo induce. Lo que no se puede sostener en Espa?a, una de las mayores econom¨ªas del euro, es que nuestro Estado se especialice en maquillar el empobrecimiento de tantos ciudadanos que necesitan su apoyo porque tampoco pueden elegir lo contrario. No se trata ya de si el empleo crece, el llamado cohete de Pedro S¨¢nchez, sino para qu¨¦ alcanza hoy el dinero a una familia corriente, y la respuesta es que nuestro poder adquisitivo encadena m¨¢s de una d¨¦cada de estancamiento.
Padecemos el s¨ªndrome de la rana hervida: esta no salta, no se indigna, porque los efectos del calor no son repentinos, sino paulatinos, tal que esta se va acostumbrando hasta que se cuece. La crisis de inflaci¨®n no es como la de austeridad de 2011: uno no ve aquellos desahucios masivos a diario, ni asiste a dolorosos despidos entre sus allegados. Sin embargo, la mella se hace evidente por otras v¨ªas. Un d¨ªa sale toda una vicepresidenta, Yolanda D¨ªaz, a anunciar que gracias a subir el salario m¨ªnimo muchas familias podr¨¢n comprar pescado. Lo preocupante seguramente sea pretender que suene a ¨¦xito.
Precisamente porque se han puesto parches a la precariedad, no hay protestas generalizadas hoy en las calles de Espa?a. Medidas como el Ingreso M¨ªnimo Vital ¡ªque en 2025 llega a un 26% de ciudadanos m¨¢s que el a?o anterior¡ª o incluso, la revalorizaci¨®n de las pensiones, han evitado a mucha gente caer en la pobreza. Lo asegura hasta el Ministerio de Inclusi¨®n y Seguridad Social: dos millones de personas no son pobres gracias a estar en el entorno de un pensionista. Nuevamente, ser¨ªa mejor evitar felicitarse por ello. En 2011 era puntual que los jubilados dieran de comer a sus parientes ¡ª¡±menos mal que mantiene la pensi¨®n el abuelo¡±, sol¨ªa decirse entonces¡ª. Hoy, las pensiones son otro parche del padecimiento de tantos hijos o nietos, que tal vez no llegan a una vida digna sin esos aportes.
El caso es que este debate siempre se vuelve partidista, nunca de Estado. El Partido Popular argumenta que esto son cosas del bolivariano Gobierno de S¨¢nchez. Sostiene la derecha que el PSOE busca crear individuos dependientes para que le voten, creando as¨ª la ilusi¨®n de que esto cambiar¨¢ con ellos en La Moncloa. Sin embargo, algunos planes del PP, como las rebajas fiscales, tampoco son soluciones inmediatas para el problema estructural. Es m¨¢s, la derecha sabe que, de llegar al Gobierno, ning¨²n presidente podr¨ªa abandonar a los casi 13 millones de ciudadanos en riesgo de pobreza que se registran en la actualidad: es de esperar que aprobar¨¢ las mismas medidas ¨®mnibus, si hicieran falta. Otra cosa es que exista otra derecha m¨¢s liberal, para la que las ayudas deben desaparecer, porque las llaman despectivamente ¡°paguitas¡±, pero de su programa alternativo poco se sabe.
Por tanto, la pregunta es qu¨¦ partidos tendr¨¢n la ambici¨®n suficiente para abrir este mel¨®n. Luego todo son sorpresas cuando la ultraderecha vende a muchos j¨®venes que hace falta una motosierra en nuestra econom¨ªa, y hasta hay individuos que ven deseable que el sistema salte por los aires. El miedo no deber¨ªa ser a que Junts tumbe hoy un decreto para aprobarlo al d¨ªa siguiente. La angustia es pensar que, una vez dobleguemos la crisis de inflaci¨®n, estaremos en las mismas, que esto no ha sido algo pasajero, sino asentado. Aterra llegar a la conclusi¨®n de que la alternancia pol¨ªtica sea para ver qui¨¦n le pone mejor maquillaje a la tragedia de fondo, no, en erradicarla.
Y quiz¨¢s, porque no se puede ofrecer algo mejor a nuestra gente, contar con media hora de tiempo m¨¢s al d¨ªa se antoje ya otro triunfo, gracias a la reducci¨®n de la jornada laboral que quiere impulsar el Gobierno. No hay que elegir entre trabajar menos tiempo, o lograr un mejor sueldo; es evidente que ambos factores obedecen a l¨®gicas distintas. El tema es que de lo segundo nunca se habla, curiosamente. El riesgo est¨¢ en que como sociedad nos conformemos. Aunque los que no se resignan, los inquilinos que protestan por los precios de unos alquileres que les empobrecen, tampoco es que hayan obtenido a¨²n respuesta efectiva a sus demandas. Mal asunto si, al final, resulta que quejarse tampoco servir¨¢ para cambiar demasiado a largo plazo. El drama es que seamos un pa¨ªs habituado a dar las gracias, simplemente por tener un bonob¨²s m¨¢s barato.