Sin noticias de la socialdemocracia frente a la era Trump
El segundo mandato del republicano pilla a la izquierda con el pie cambiado y a Europa desarmada
![PSOE](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/QAIDFYD3YMWU27IGCY6Q3WZ6LQ.jpg?auth=3fdb8d48f6047dc38db4f8e039988f183fb9a5d072c8aae2649b691331862a19&width=414)
1. Estados Unidos poseer¨¢ Gaza, la demoler¨¢ para reconstruirla, sus habitantes ser¨¢n desplazados de manera permanente y se convertir¨¢ en la Riviera de Oriente Pr¨®ximo para gentes de todo el mundo. Es la ¨²ltima haza?a de Donald Trump, miserable apoteosis de la egopol¨ªtica. Y por si hab¨ªa alguna duda, el remate: ¡°Seremos sus due?os¡±. El sentido de la propiedad ¡ªel mundo ha de ser americano¡ª se desprende por todos los poros del presidente. Hay que reconocerle la capacidad de sorprender con una escalada de desprop¨®sitos que desborda las peores hip¨®tesis sobre sus delirios. El nihilismo en acci¨®n. Trump en estado puro. El bombero que atiza el fuego.
Y, sin embargo, esta puesta en escena a todo trapo tiene alguna explicaci¨®n humana, demasiado humana. El presidente sabe ¡ªo por lo menos su cuerpo se lo dice¡ª que su tiempo es limitado, que la edad determina lo posible, y parece decidido a desplegar todas sus fantas¨ªas a la vez. Lo que no haga ahora, dif¨ªcilmente lo har¨¢ ya. Enunciar con acento de voluntad ejecutiva todas las amenazas de golpe es una manera de desplegar su legado, aunque despu¨¦s gran parte de las promesas quede a beneficio de inventario. La fiera despliega sus amenazas: ?qu¨¦ parte se quedar¨¢ en el enunciado?
El otro motivo de la aceleraci¨®n es mantener en segundo plano a los que le han llevado al poder. Aunque tenga un innegable riesgo: que el ruido del presidente acabe cansando a los que como Elon Musk se han metido en el berenjenal del aparato de Estado, donde las cosas no se mueven el simple ritmo de las palabras y el ruido. Trump se desata mientras los que tienen tiempo por delante se resit¨²an. ?Ser¨¢ por esta v¨ªa por la que encallar¨¢ el experimento?
El disparatado envite de Gaza s¨®lo puede incendiar un poco m¨¢s Oriente Pr¨®ximo. Y complica la tarea a todos aquellos poderes pol¨ªticos y econ¨®micos (las derechas europeas entre ellos) que ya estaban apostando por la normalizaci¨®n de Trump y compa?¨ªa. En su primer desembarco en Europa ¡ªen Davos¡ª se apreciaba la disposici¨®n de buena parte de los participantes a re¨ªr las gracias del presidente, aplaudiendo sus propuestas radicales en materia de liberalismo econ¨®mico y control del Estado desde el dinero, aunque sea siempre poniendo Estados Unidos por delante y con los aranceles como instrumento de castigo. Pero el desborde que representa la apuesta por Gaza no pone f¨¢cil la tarea a sus potenciales aliados. Y, sobre todo, interpela directamente a las derechas democr¨¢ticas y a la socialdemocracia, que lleva demasiado tiempo desdibuj¨¢ndose. Trump culmina el episodio neoliberal que ha venido debilitando las democracias y abre paso a la construcci¨®n del autoritarismo posdemocr¨¢tico. ?Qui¨¦n completar¨¢ el proceso?
2. El momento Trump pilla a la socialdemocracia con el pie cambiado y a Europa desarmada, sin un hecho ideol¨®gico diferencial que le d¨¦ singularidad y potencia. El declive de la socialdemocracia se aceler¨® en torno a la crisis de 2008. Un momento simb¨®lico es la llegada de Nicolas Sarkozy al poder en Francia (2007-2012), que puso fin al ciclo que abri¨® el general De Gaulle con la V Rep¨²blica y que la dial¨¦ctica Giscard-Mitterrand consolid¨®. Sarkozy intent¨® romper el modelo corporativo y trat¨® de trasladar a Francia la din¨¢mica neoliberal en curso, que ha terminado en toda Europa con una presencia creciente de la extrema derecha, un declive y fragmentaci¨®n de las izquierdas y el debilitamiento de los partidos socialistas. Este proceso ha tenido en Europa dos figuras ic¨®nicas de distinto calado: Angela Merkel, quien, mientras estuvo, evit¨® la radicalizaci¨®n de la derecha alemana y Emmanuel Macron, que con su estrepitoso fracaso ha puesto a la extrema derecha de Marine Le Pen a un paso del poder, mientras la socialdemocracia va perdiendo perfil en todas partes, cada vez m¨¢s indistinguible del centroderecha.
Con la crisis del neoliberalismo parec¨ªa que los partidos socialdem¨®cratas podr¨ªan recuperar el pulso y volver a jugar un papel articular, pero el paso del capitalismo industrial al digital y tecnol¨®gico les ha situado en una gesti¨®n de la econom¨ªa en la que no encuentran los atributos diferenciales precisos. En realidad, s¨®lo la deriva de las derechas fascinadas por la tentaci¨®n autoritaria que emana de las redes ¡ªy los poderes que las mueven¡ª ha permitido a los socialistas conservar un punto de amable singularidad. Con liberales y conservadores atrapados en la trampa de la extrema derecha, el clima se endurece y los momentos de tensi¨®n abundan. Y la socialdemocracia cuenta m¨¢s por la defensa de derechos de g¨¦nero y de expresi¨®n que por la diferenciaci¨®n de sus pol¨ªticas econ¨®micas, a menudo condicionadas por las nuevas ¨¦lites tecnol¨®gicas.
El periodo de Trump puede ser la entrega definitiva de las derechas al autoritarismo y no se ve a las izquierdas con fuerza para volver a resultar atractivas para las clases populares. Y, sin embargo, es innegable que, ahora mismo, el caso espa?ol es uno de los pocos con juego abierto. Pedro S¨¢nchez y los suyos miden las posibilidades de que el duelo derecha-izquierda no se decante del lado contrario e intentan capitalizar la respuesta a la radicalizaci¨®n conservadora. Por eso el presidente invita a rebelarse contra la tecnocasta, a buscar una alternativa humanista europea, a acabar con el anonimato de las redes y a fijar responsabilidades. ?Hay en este terreno una nueva vida para la socialdemocracia? Cuesti¨®n de no dejarse intimidar.
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