Las cosas que ya no est¨¢n
Crecer no es cobrar conciencia de que no volveremos a ser lo que fuimos; es saber a ciencia cierta que habr¨¢ un d¨ªa en el que ni siquiera seremos
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Las cosas que ya no est¨¢n deben existir en alguna parte. S¨®lo as¨ª puede explicarse que sigan significando tanto, incluso m¨¢s que entonces. Como la huella del tigre en la selva, un signo que preludia una presencia que estuvo, pero que nadie sabe si llegar¨¢ a volver. Por m¨¢s que lo temas. O lo que es peor: aunque est¨¦s deseando que regrese. Nada se puede a?orar m¨¢s que aquello que, al marcharse, dej¨® un rastro delatando el camino de la huida. Porque ese vestigio se reivindica como un mensaje imposible de interpretar. Como ese Dios escondido que decidi¨® darse a la fuga, pero que no deja de hacer se?ales a lo lejos. Hay ausencias que sirven de punto de partida desde el que medir todas las vidas que ya no tendr¨¢n lugar y que fueron posibles.
Las cosas que se fueron compiten con el presente como un fantasma. Y quiz¨¢ por eso se hacen invencibles. A un espectro no puedes combatirlo. No tiene mand¨ªbula ni partes blandas. Es inmune a los golpes y a los gritos. Es, incluso, impermeable a la verdad, ya que las facultades y hasta la carne conspiran a su favor y en contra de todo lo dem¨¢s.
Hay memorias que regresan cuando no lo esperas para obligarte a recordar. Ese es el peor castigo, porque la potencia de la remembranza acaba por ser letal. Se equivocaron los f¨ªsicos y los poetas: la vida no es una l¨ªnea. Tampoco es un flujo ni un caudal. Toda biograf¨ªa se parece a una pendiente enjabonada por la que, sin querer, te deslizas, perdiendo cosas, afectos y personas en contra de tu voluntad. A poco que te muevas, el tiempo acaba haciendo su trabajo. Y es que en la vida, al menos en esta vida, jam¨¢s se gana. Como mucho se empata o se retrasa la ca¨ªda.
Crecer no es cobrar conciencia de que no volveremos a ser lo que fuimos. Es saber a ciencia cierta que habr¨¢ un d¨ªa en el que ni siquiera seremos. Un d¨ªa en el que lo malo no ser¨¢ que no podamos cumplir nuestras promesas, sino que no estaremos aqu¨ª para romperlas. Y aunque ese final remoto quede lejos, hay suficientes evidencias como para constatar la sentencia terrible. Por m¨¢s que duela perder ese pulso con la naturaleza.
A pesar de que hagamos esfuerzos ol¨ªmpicos y californianos por alimentar una esperanza que jam¨¢s estuvo fundada, todo lo que amamos pasar¨¢. Es irremediable. A poco que uno rebase la infancia, existe un instante en la vida de cualquier persona en el que se cobra conciencia de que, pase lo que pase, nunca volveremos a ser tan felices como lo fuimos entonces. Y estar¨¢ bien, y ser¨¢ justo, porque no podr¨ªa ser de otra manera.
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