El debate | ?Las corridas de toros son cultura?
El Ministerio de Cultura, en manos de Sumar, ha suprimido este a?o el Premio Nacional de Tauromaquia por ¡°tortura animal¡± y planea su eliminaci¨®n definitiva. La decisi¨®n ha vuelto a enfrentar a partidarios y detractores de esta actividad
Hace tiempo que las corridas de toros dejaron de ser consideradas expresi¨®n de la ¡°fiesta nacional¡±, pero las leyes en vigor siguen protegiendo la tauromaquia como patrimonio cultural que debe ser preservado. El Ministerio de Cultura tiene las competencias sobre esta actividad. La entrada en vigor de la Ley de Bienestar Animal, el a?o pasado, supuso un punto de inflexi¨®n en la regulaci¨®n del trato a los animales en Espa?a, aunque la norma excluye expl¨ªcitamente la tauromaquia de su ¨¢mbito de aplicaci¨®n.
Para el poeta Carlos Marzal, no hay lugar a dudas de que los toros son una disciplina art¨ªstica y una forma elevada de cultura que merece protecci¨®n. La escritora, editora y activista Ruth Toledano sit¨²a el debate en la defensa de la dignidad de los animales y promueve la Iniciativa Legislativa Popular para acabar con la tauromaquia como patrimonio cultural.
Los toros son alta cultura
Carlos Marzal
La palabra cultura hay que manipularla con guantes, para que no nos estalle entre los dedos a las primeras de cambio. El vocabulario es un explosivo extremadamente vol¨¢til, y, a menudo, m¨¢s que con la impunidad de los escritores, deber¨ªa utilizarse con el cuidado de los artificieros. Algunas palabras, dec¨ªa Vlad¨ªmir Nabokov, habr¨ªan de escribirse siempre entre comillas: ¡°realidad¡±, ¡°verdad¡±, ¡°libertad¡±. Pero lo cierto es que no tenemos tiempo para andar entrecomill¨¢ndonos a cada instante, y decimos lo que decimos con una cierta ligereza sin pretensiones (al menos en mi caso), para conseguir manejarnos en el mundo.
En mi Diccionario privado del espa?ol urgente, tan discutible e incompleto como cualquier otro diccionario, cultura significa el conjunto de conocimientos, h¨¢bitos, saberes, artes de una sociedad, transmitidos como herencia ¡°y encaminados a la preservaci¨®n y disfrute de la vida humana¡±. Sin esa coda de utilitarismo gozoso, en mi opini¨®n, los actos repetidos en el tiempo forman parte de las costumbres de una sociedad, pero no de su cultura. (La guerra constituye, desde ese punto de vista, una fea costumbre, pero no un acto cultural, por m¨¢s que algunos utilicen la expresi¨®n ¡°cultura de la guerra¡±.)
Entendida de este modo, la cultura representa, seg¨²n creo, una suma incontable de hechos culturales, de actos ejecutados conforme a unas reglas que la tradici¨®n ha establecido en el tiempo, y que podemos someter a una jerarqu¨ªa que aspira a la objetividad, sin conseguirlo. Es decir, entre los objetos, los actos, los hechos culturales hay una gradaci¨®n de importancia, dif¨ªcil de explicar, cambiante, y que aspira a establecerse conforme a un canon (al menos para los que creemos en la existencia de un canon, por difuso que sea en ocasiones).
Para m¨ª son culturales, por ejemplo, una vasija de barro, la elaboraci¨®n de una suculenta comida, una cirug¨ªa de apendicitis, la oraci¨®n de un creyente, una sonata para piano, una pintura al ¨®leo, un poema. Y una corrida de toros, que participa al mismo tiempo de la cultura y el arte.
Lo que yo encuentro en los toros, y que comparto con muchos aficionados, no aspira a convencer a nadie, a transformar a nadie, sino tan solo a explicarse. Adem¨¢s, tengo la certeza de que uno s¨®lo se convence de aquello de lo que quiere convencerse. Sin embargo, la ¨¦tica de la escritura como actividad privada deber¨ªa conducir al menos al asentimiento de las razones y emociones ajenas, aunque no se compartan.
En primer lugar, los toros no se estilan ??¡ªya s¨¦ que no se estilan, como cantaba Mar¨ªa Dolores Pradera¡ª; pero muchas de las cosas que no se estilan (como la propia literatura) constituyen mi manual de estilo. Me acuso de no amar sino muy vagamente una porci¨®n de cosas que encantan a la gente..., dijo un gran poeta, muy taurino, por cierto.
En este mundo cada vez m¨¢s waltdisneyzado, cada vez m¨¢s regido por urbanitas ansiosos de mascotas a las que domesticar, el universo del toro me aproxima al campo verdadero, al universo del animal salvaje. El toro de lidia ¡ªse ha repetido hasta la saciedad, creo que con raz¨®n¡ª s¨®lo existe por el empe?o, cada vez menos rentable, de los ganaderos que lo cr¨ªan: sin las fiestas de toros estar¨ªan condenados al zool¨®gico o la desaparici¨®n.
En los toros alcanzo a vislumbrar, de manera vicaria, por la persona interpuesta del matador, una porci¨®n de la pulsi¨®n ¨¦pica que muchos entendemos como una necesidad del ser humano. Alguien ¡ªdigamos¡ª tiene que escalar monta?as, viajar a lugares remotos del planeta, explorar los confines del universo y ponerse delante de un toro furioso.
Lo que yo busco en las corridas de toros, por encima de cualquier otra cosa, es la emoci¨®n est¨¦tica, como la busco en otras variedades del arte, un sacudimiento que me transmita a la vez una verdad profunda sobre la existencia. En una gran faena, como en cualquier gran obra de arte, la temporalidad se adormece y acierto a vislumbrar la voluntad humana de permanencia frente a la destrucci¨®n y la muerte. El vitalismo, la celebraci¨®n de nuestro mundo, es lo que asoma siempre en una gran faena.
Por todo ello, no s¨®lo considero los toros como cultura. Me parecen alta cultura.
La tauromaquia es tortura
Ruth Toledano
Se pongan como se pongan los taurinos, nos hagamos las preguntas ¡ªespurias¡ª que nos hagamos, el rey est¨¢ desnudo. No hace falta ser especialmente razonable o sensible para ver el sufrimiento de los toros, basta con mirar su cuerpo chorreando sangre, su boca babeante, sus mugidos de dolor, su af¨¢n por huir del recinto donde lo han encerrado. ?Puede salir el toro de ese encierro? ?Ha podido no entrar? No. Es un s¨®tano de torturas al aire libre. Un s¨®tano moral a plena luz del d¨ªa. Una cloaca, tambi¨¦n, del Estado que lo permite. Corrupci¨®n social.
Si la tauromaquia es o no cultura resulta irrelevante. Muchas expresiones culturales del pasado son hoy inaceptables, principalmente aquellas que han comportado violencia contra alguien, incluso contra algo. Si esas pr¨¢cticas han sido o no del gusto de destacados artistas, resulta irrelevante tambi¨¦n. Destacados artistas han sido y son sujetos de comportamientos abusivos y costumbres violentas, y no por ello el abuso y la violencia han dejado de serlo. Al contrario, la sociedad los ha ido reprobando porque esos comportamientos han sido pensados de manera cr¨ªtica, denostados, combatidos, cancelados, prohibidos. La cultura de la violaci¨®n, por ejemplo. ?Es menos violaci¨®n si la ha perpetrado un artista? ?Es menos violencia de g¨¦nero porque en la obra de grandes cl¨¢sicos hay raptos de mujeres? O la cultura de la guerra. ?Son menos sus horrores porque los haya plasmado un gran artista? Que el arte represente y deje constancia de la perversidad no convalida que, en sentido estricto, un padre se coma a su hijo o se sirva en bandeja la cabeza de nadie.
Que haya poetas o pintores que se han inspirado en la tortura no la desnaturaliza como tal. En todo caso, cuestiona la empat¨ªa, la moral de esos artistas. O los ancla en un tiempo que ya no es, no ha de ser, el nuestro, como nunca fue el de una nutrida y notable tradici¨®n antitaurina, a pesar de que ha sido silenciada por el relato oficial de los intereses taurinos.
En cualquier caso, tauromaquia s¨®lo ser¨ªa cultura para una parte de la ecuaci¨®n, la parte humana. Precisamente, la que ejerce la violencia. ?Es cultural para los toros ¡ªy caballos¡ª que son las v¨ªctimas de esa violencia? ?Es cultural para un animal ser torturado hasta la muerte? La ret¨®rica abochorna. Lo que importa no es si torturar a un ser sintiente es cultura o deja de serlo, importa que no es ¨¦tico, que es un acto moralmente reprobable, atendiendo a sus v¨ªctimas: los toros acuchillados en la plaza, y antes, en las dehesas donde los marcan a fuego, en los tentaderos donde calculan su resistencia al dolor, en los camiones a los que son empujados, en los corrales y toriles donde les inoculan el p¨¢nico para que salgan a la arena despavoridos, bravos de terror; y sus hijos, los becerros, en cualquier capea, en cualquier pueblo, entregados a los humanos para su tortura como divertimento. La tauromaquia no es solo la corrida, son tambi¨¦n los festejos populares donde se maltrata vaquillas, se quema la cara de los toros embolados, se rompe el cuello de toros ensogados, se ahogan los toros que se lanzan al mar. La misma caverna moral.
La cuesti¨®n ¨²ltima no es si tales hechos gustan o no a un pu?ado de intelectuales, aunque repugne a una inmensa mayor¨ªa social; si se trata de un negocio deficitario y subvencionado, que lo es; cu¨¢nto tiempo lleva ejerci¨¦ndose una pr¨¢ctica de extrema crueldad. Es de ¨ªndole ¨¦tica. Y, por tanto, pol¨ªtica: preferimos una sociedad que no sea cruel con los otros animales, basada en el respeto a los derechos b¨¢sicos de los individuos, humanos y no humanos. El principal es el derecho a la vida y a no ser torturado. Tan simple como eso.
Debemos construir nuestra cultura seg¨²n principios ¨¦ticos. Fomentar la no violencia. Defender a las v¨ªctimas, no a los torturadores. Dar ese ejemplo a la infancia. No tratar de convencer de que el sadismo es arte, no educar en la cultura de la dominaci¨®n y el sometimiento, sino transmitir una cultura de paz, colaboraci¨®n, empat¨ªa, respeto al diferente. Con su decisi¨®n, esencial, de no premiar el maltrato animal el ministro Urtasun ha demostrado responsabilidad cultural y compromiso ¨¦tico con la sociedad. Lo mismo debemos hacer firmando la ILP #NoEsMiCultura.
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