El debate | ?Est¨¢n en crisis las humanidades?
La ense?anza de disciplinas en torno a la historia y la creaci¨®n humana ve cuestionada su utilidad en una econom¨ªa cada vez m¨¢s acelerada
Las disciplinas en torno al ser humano y la creaci¨®n han sido el pilar sobre el que se han edificado nuestras sociedades. Estudiar y ense?ar acerca de lo que consideramos bueno y bello ha sido parte central del curr¨ªculo educativo durante milenios. Sin embargo, las humanidades se enfrentan hoy al desaf¨ªo de la obsesi¨®n por las salidas profesionales y la presi¨®n por elegir estudios m¨¢s productivos y ligados a las necesidades de la econom¨ªa. Pero, ?es realmente as¨ª? ?Es el destino de las humanidades el languidecer en despachos polvorientos y clases cada vez m¨¢s vac¨ªas? ?Quedar¨¢n la filolog¨ªa, la filosof¨ªa o la historia del arte convertidas en curiosidades?
Sobre esta cuesti¨®n se pronuncian la escritora Marta Sanz, que aprecia una creciente sumisi¨®n de las humanidades al mercado, y el catedr¨¢tico de literatura Jordi Gracia, codirector de la revista TintaLibre, que defiende que la transformaci¨®n de la forma de divulgar.
Lo llaman progreso, pero es el mercado
Marta Sanz
Las humanidades languidecen, pero hay voces que gritan: ¡°Esto ya hab¨ªa sucedido¡±, ¡°tenemos una visi¨®n narcisista de la historia¡±, ¡°es el progreso¡±. Quiz¨¢ sentirnos protagonistas de nuestro presente sea un acto de responsabilidad que se solapa con Ulises y Prometeo, h¨¦roes polimec¨¢nicos que utilizan la t¨¦cnica para materializar la inspiraci¨®n, ludismo, Mary Shelley, invenci¨®n de la lavadora, ciberpunk¡ Ante la ins¨®lita velocidad de las transformaciones, las humanidades est¨¢n en crisis: se abre una ventana de oportunidades y otra ventana de alienaciones in¨¦ditas.
En este contexto, el golpe contra el principio de autoridad cuestiona jerarqu¨ªas injustas. Revisamos el canon de Harold Bloom. Seguimos la l¨ªnea de estudios decoloniales y feministas. Reivindicamos, con Tillie Olsen, las adivinanzas. Esta sensibilidad, m¨¢s all¨¢ de parodias de la correcci¨®n pol¨ªtica, constituye un acto de justicia y enriquecimiento intelectual. Sin embargo, resulta dif¨ªcil escaparse de las inercias, y el cuestionamiento del principio de autoridad se hace extensivo a casi cualquier principio menos a uno: libertad de comprar y vender, tr¨¢fico, me gusta. La red como gran biblioteca, ideal human¨ªstico, muta en panel publicitario en el que todo se confunde con todo ¡ªMezquita de C¨®rdoba, sudaderas¡ª y, en esta experiencia selv¨¢tica ¡ª?democr¨¢tica?¡ª, perdemos el hilo del criterio ¡ªparafraseo a Umberto Eco¡ª para descubrir que la neutralidad del algoritmo encubre el mismo rostro de siempre: var¨®n blanco, posiblemente anglosaj¨®n, rico, conservador, confesional y sin habilidades sociales.
La ventilaci¨®n del campo cultural se contamina con las miasmas de un capitalismo-bacteria resistente al antibi¨®tico. Vivimos sobre ese filo sintetizando la tesis respecto al reverso oscuro de ¡°lo normal¡± y del canon human¨ªstico ¡ªel lenguaje del opresor, como dec¨ªa Adrienne Rich¡ª con la ant¨ªtesis de lo mucho que necesitamos ese mismo lenguaje para abolir silencios y mantener conversaciones en el espacio p¨²blico. Deber¨ªamos descubrir a Luisa Carn¨¦s sin olvidar a Miguel Hern¨¢ndez. Igualmente, mientras se desarrollan nuevas maneras de leer vinculadas a los est¨ªmulos digitales, no convendr¨ªa desaprovechar las habilidades con las que ya contamos: los modos de procesamiento de la informaci¨®n del patrimonio anal¨®gico. Lo que, para bien o para mal, somos.
No se trata de dejar de escuchar a Bach por haber sido un d¨¦spota ¡ªel ejemplo es de T¨¢r¡ª, sino de que no se reblandezca nuestra comprensi¨®n lectora, la lentitud, la memoria que nos permite establecer relaciones. Las humanidades est¨¢n en crisis porque ha cambiado sustancialmente nuestra forma de relacionarnos con los textos. Nuestro compromiso. Otra vez, el capitalismo tecnol¨®gico perpet¨²a un concepto de cultura, demag¨®gicamente enquistada en nociones reduccionistas del ocio y lo popular, que a su vez gentrifica los estilos haciendo de muchos libros el mismo. Lo universal se identifica con lo global; en este desplazamiento sem¨¢ntico la cultura se decolora como el centro de ciudades uniformadas por la globalizaci¨®n: en esta uniformizaci¨®n perdemos la destreza para ¡°empinarnos¡± ¡ªla met¨¢fora es de Ida Vitale¡ª frente al texto intr¨¦pido, no familiar, que ensancha nuestra visi¨®n del mundo y nos hace experimentar placeres que a veces nacen de los discursos aparentemente opacos frente a esos otros discursos, aparentemente transparentes, en los que anidan huevos de escorpiones.
Los interlocutores en la conversaci¨®n cultural hemos aceptado que quien paga manda. El oficio de escribir se convierte en pr¨¢ctica bufonesca, en la que se reconoce el miedo a perder un sitio ¡ª?transformador?¡ª y parad¨®jicamente se hace fuerza para perderlo asumiendo que tu trabajo no vale para nada. ?C¨®mo es posible que nos hayamos convencido de que nuestras palabras son humo y no tenemos ninguna responsabilidad? ?C¨®mo es posible que nuestra satisfacci¨®n lectora se reduzca a ser el objeto de la seducci¨®n? Escribiendo, leyendo, construimos significado y realidad. En las aulas, lenguas, filosof¨ªa, humanidades ayudan a que no se seque esa capacidad de comprensi¨®n que nos permite reconocer, relacionar, criticar, metabolizar estratos y sedimentos de nuestra condici¨®n humana. De la cultura como cultivo.
La cultura siempre fue mutante
Jordi Gracia
Buena parte del descr¨¦dito galopante que padecen las humanidades es responsabilidad directa y delictiva de los propios miembros estamentales del segmento human¨ªstico de la academia y la universidad, a menudo soberbiamente blindada entre los muros sordos e insociables de sus instituciones, atrincherados en sus saberes con la infinita arrogancia de quien mantiene inexpugnable a la contaminaci¨®n de la sociedad y su poluci¨®n ambiental el fort¨ªn. La quitinosa capa impermeable de esos medios acad¨¦micos es notable ya de por s¨ª, pero en los medios human¨ªsticos ¡ªdepartamentos de lenguas cl¨¢sicas, de historia antigua, de literatura de otras ¨¦pocas, de filosof¨ªa y otros medios afines¡ª la sobreactuaci¨®n ante la feliz sociedad cambiante en que vivimos ha sido siempre defensiva, aprensiva y reprensora en lugar de alegremente contagiosa de los saberes que custodia y a duras penas difunde. La mala fama cl¨¢sica en esos medios de la buena divulgaci¨®n es uno de los s¨ªntomas m¨¢s tristes de la incomprensi¨®n del papel social del saber acad¨¦mico. El desdoro de escribir libros legibles sigue vivo en demasiados ¨¢mbitos, como si los grandes ensayistas de la historia, por ejemplo, no hubiesen sido extraordinarios divulgadores, desde Tony Judt a Timothy Garton Ash (o nuestro Santos Juli¨¢ o Jos¨¦ ?lvarez Junco o Isabel Burdiel).
Por fortuna, nada de eso es ajeno ya a m¨²ltiples profesores de humanidades, pero prevalece el prestigio de la exquisita queja cultural ante una sociedad que, seg¨²n ellos, ha perdido el inter¨¦s en esos saberes cuando antes las masas se volv¨ªan locas por las latinidades (como m¨ªnimo). La causa de ese desinter¨¦s, por supuesto, no es nunca la insufrible pedanter¨ªa ultraherm¨¦tica que muchos gastan, sino un desinter¨¦s social de la ciudadan¨ªa sobre sus cosas de humanidades, esas humanidades que empezaron a funcionar en nuestro sentido moderno desde el siglo XIV italiano (y cont¨® tan elegantemente Francisco Rico en El sue?o del humanismo, apto para todos los p¨²blicos formados) y que siguen tan campantes como cambiantes hoy.
Y lo que hacen, de hecho, es campar por nuevas rutas impensables hace a?os. Determinados hilos de X (antes Twitter), m¨²ltiples documentales en plataformas y productoras, las webs de museos de alt¨ªsima gravedad hist¨®rica (como las que tiene activadas mod¨¦licamente el Museo del Prado) son ejemplares muestras de resintonizaci¨®n de grandes tradiciones human¨ªsticas con el tiempo vivo y su ciudadan¨ªa no acad¨¦micamente cautiva. Por no hablar de YouTube, donde el aficionado y hasta el desconfiado encuentra los mejores conciertos de m¨²sica cl¨¢sica o ciclos de conferencias de primer¨ªsimo nivel, y hasta subtituladas.
Por fortuna, muchos expertos en humanidades han entendido que tambi¨¦n ellas han cambiado a lo largo de los siglos su modo de ofrecerse como investigaci¨®n y como saber admirable, y hoy no estamos en una etapa diferente. La divulgaci¨®n no equivale a la degradaci¨®n del saber, sino a la culminaci¨®n de su fin ¨²ltimo y m¨¢s alto: compartirlo con el mayor n¨²mero de gente posible para abrir resquicios, dudas, experiencias que de otro modo ser¨ªan inaccesibles. Por descontado, las humanidades han vivido un ¨²ltimo salto estratosf¨¦rico al encarnarse de forma natural y ¨®ptima en el medio audiovisual, donde la oferta de calidad es tan extraordinaria que resulta poco menos que inabarcable para una sola persona que adem¨¢s de leerse a su S¨¦neca, su Cervantes o su Shakespeare, traducidos o no, quiera tambi¨¦n disfrutar con la excelencia de productos como El ala Oeste de la Casa Blanca, Los Soprano, The Wire o¡ La mes¨ªas, eximios ejemplos de la cultura human¨ªstica del siglo XXI que solo la esclerosis moral e intelectual de algunos sectores profesionales de las humanidades expulsar¨¢n del canon. S¨ª, por fortuna las Humanidades ya no son solo lo que eran, porque sin dejar de serlo son m¨¢s cosas y muchas de ellas incipientes cl¨¢sicos contempor¨¢neos.
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