As¨ª moldea el mundo nuestra comida
La autora de ¡®Ciudades hambrientas¡¯ defiende que la alimentaci¨®n conecta los principales retos del planeta y otorga a los ciudadanos el poder de abordarlos
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Alimentar a las ciudades, esas insaciables devoradoras de comida, ha marcado el dise?o de las propias urbes, pero tambi¨¦n el tama?o y distribuci¨®n de las viviendas o la pol¨ªtica exterior; ha impulsado conquistas y colonizaciones, y ha transformado por completo paisajes a miles de kil¨®metros de distancia de ellas. A los emperadores romanos, gobernantes de la primera megaurbe de la historia, ya les tra¨ªa de cabeza y a algunos reyes ¨Ccomo Luis XVI de Francia¨C se la cortaron por ello: abastecer de alimento a los urbanitas fue durante milenios la prioridad n¨²mero uno de monarcas y estadistas.
¡°En las ¨²ltimas d¨¦cadas, sin embargo, los pol¨ªticos han vivido en la ilusi¨®n de que el problema hab¨ªa sido resuelto¡±, dice la arquitecta, profesora y escritora brit¨¢nica Carolyn Steel (Londres, 1959). ¡°Ya en ciudades mesopot¨¢micas como Ur, la comida era el centro de la vida pol¨ªtica: hoy simplemente la tratamos como un bien con el que comerciar, y eso se nota en todos los ¨¢mbitos¡±.
En Ciudades hambrientas: c¨®mo el alimento moldea nuestras vidas (recientemente publicado en espa?ol), Steel se remonta milenios atr¨¢s en la historia de las ciudades para despu¨¦s rebasar con mucho los confines urbanos y recordarnos que la comida es el centro de todo. ¡°Si pensamos en los problemas que nos acucian, desde el cambio clim¨¢tico a la desigualdad y del agotamiento de los recursos naturales a la obesidad o las enfermedades zoon¨®ticas, nos damos cuenta de que la alimentaci¨®n es el nexo entre todos ellos¡±, apunta.
El libro repasa c¨®mo los cereales dieron lugar a los asentamientos urbanos ¨Cal obligar a los cazadores-recolectores a instalarse de forma permanente para cuidar de sus cosechas¨C y c¨®mo el impulso a la producci¨®n de carne ¨Cel combustible que necesitaban los trabajadores de las f¨¢bricas¨C dio forma a la urbe industrial. Si las ciudades Estado (de Atenas a Florencia) hab¨ªan visto su tama?o limitado por los alimentos que los campos circundantes eran capaces de producir, el ferrocarril y la apertura del comercio y el transporte globales barrieron esos l¨ªmites y acabaron de diluir ese v¨ªnculo entre lo rural y lo urbano.
¡°De hecho, cuando empec¨¦ a escribir el libro, muchos me preguntaban: ¡®?Qu¨¦ tienen que ver la comida y las ciudades?¡±, recuerda la arquitecta con iron¨ªa. En su opini¨®n, esa brecha campo-ciudad no ha hecho m¨¢s que agrandarse, y explica esa anomal¨ªa hist¨®rica que es la desconexi¨®n entre los urbanitas de hoy y su alimento (de d¨®nde viene, qu¨¦ contiene, c¨®mo se produce, cocina o conserva¡).
Y tambi¨¦n, aduce, ilustra por qu¨¦ apenas los sistemas alimentarios y su funcionamiento apenas despiertan nuestra atenci¨®n o inquietud. ¡°Nos hemos acostumbrado a obtener comida barata, de todo tipo, a cualquier hora y en cualquier ¨¦poca del a?o: pero no queremos saber de d¨®nde viene ni qu¨¦ consecuencias tiene en los lugares en los que se produce, porque no los vemos¡±, apunta. No queremos, dice, ver ni rastro del ave cacareante que ha dado lugar al paquete de pollo al curry listo para calentar y servir que cenaremos hoy, ni saber que el productor de nuestro caf¨¦ tuvo que venderlo por menos de lo que le cost¨® producirlo.
Nos hemos acostumbrado a obtener comida barata, de todo tipo, a cualquier hora y en cualquier ¨¦poca del a?o: pero no queremos saber de d¨®nde viene
¡°Pero esos precios tan bajos son otra ilusi¨®n¡±, mantiene quien dirigi¨® el Programa de Ciudades de la London School of Economics. ¡°Porque tras todo eso que no vemos, hay un enorme coste oculto¡±. Seg¨²n Steel, a lo que pagamos habr¨ªa que sumar el agua y la tierra que estamos agotando, los bosques que estamos talando, los gases que estamos emitiendo, el coste sanitario de tratar las enfermedades que producen nuestras dietas actuales, la resistencia antimicrobiana¡ Y c¨®mo todo eso est¨¢ limitando adem¨¢s nuestra capacidad futura de producir alimentos. Por otro lado, el poco valor que los grandes supermercados y con sus paquetes maxi y ofertas 2x1 dan a la comida nos lleva a desperdiciar enormes cantidades cada a?o.
¡°El precio de la comida, claramente, es un tema central¡±, admite Steel, que este a?o ha publicado otro libro, Sitop¨ªa: c¨®mo la comida puede salvar al mundo (del griego sitos, comida; y topos, lugar), que considera una continuaci¨®n del anterior. Comer org¨¢nico, sano o teniendo en cuenta lo verdes que son nuestros alimentos es visto en muchos casos como un lujo al alcance de los pijos. Pero la autora insiste en tres ideas: que lo que parece barato, es caro para nuestra salud; que nunca hemos dedicado una parte tan peque?a de nuestros ingresos a comer (de cada 100 euros que los espa?oles gastaron en 2018, poco m¨¢s de 12 fueron en alimentaci¨®n); y que si mucha m¨¢s gente demandara ese tipo de productos m¨¢s sostenibles, su precio bajar¨ªa r¨¢pidamente.
Antes la comida era el centro de la vida pol¨ªtica: hoy simplemente la tratamos como un bien con el que comerciar, y eso se nota en todos lo dem¨¢s ¨¢mbitos
¨C ?Es esta una tarea para los pol¨ªticos?
¨C Sin duda hacen falta pol¨ªticos valientes que se atrevan a volver a ocuparse de algo que siempre les ha tra¨ªdo problemas. Pero no olvidemos que, de siempre, quien controla la comida tiene el poder. Y hoy d¨ªa las enormes multinacionales alimentarias tienen mucho m¨¢s poder que los Gobiernos. La ventaja que tenemos los ciudadanos es que, adem¨¢s de votar a los pol¨ªticos, podemos influir sobre las empresas con nuestras decisiones de compra.
En una visi¨®n m¨¢s ut¨®pica (o sit¨®pica), esta ponente en charlas TED aboga por retomar la idea de ciudades-jard¨ªn en las que se cultive comida, haya mercados de agricultores locales y la cultura gastron¨®mica local prime sobre las franquicias y grandes cadenas. ¡°Est¨¢ claro que las grandes urbes nunca se van a alimentar a s¨ª mismas, pero volver a poner el alimento en el centro ser¨ªa clave para empezar a abordar muchos de los retos que tenemos como sociedades¡±, argumenta. Y, teniendo en cuenta que acogen a m¨¢s la mitad de la humanidad, parecen un buen lugar por el que empezar. ¡°Al final, se trata de ver qu¨¦ forma de vivir nos hace m¨¢s felices: la comida nos hace felices, compartirla nos hace felices, pasar tiempo juntos y en la naturaleza nos hace felices. Ese es el camino: a trav¨¦s de la comida, crear paisajes para que los humanos florezcamos¡±.
Y entonces lleg¨® la pandemia
Steel acababa de publicar su segundo libro cuando la covid-19 lo puso todo patas arriba. ¡°La pandemia ha sacado a la luz problemas que hasta ahora eran invisibles¡±, sostiene. ¡°En los momentos de crisis, enseguida vimos como en los supermercados empezaban a faltar ciertos productos¡±.
Sin embargo, la covid-19 tambi¨¦n ha empujado a muchos urbanitas a esa reconexi¨®n con los alimentos que Steel proclama. ¡°?Cu¨¢nta gente ha cocinado por primera vez, y ha visto que le divert¨ªa hacerlo? Un 40% de los brit¨¢nicos que han comprado comida directamente a los agricultores durante la pandemia nunca lo hab¨ªa hecho antes¡ Son ejemplos de c¨®mo se pueden empezar a cambiar las cosas¡±.
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