El tiovivo espa?ol que viaja por ?frica
El argentino Emiliano Matesanz, que transforma desechos en juegos infantiles, ha trasladado por diferentes pa¨ªses de ?frica su carrusel fabricado con materiales reciclados en un periplo repleto de encuentros y vivencias infantiles. Ahora lo usa para instruir a ni?os de la calle de Sierra Leona
Cuenta Emiliano Matesanz, argentino de 43 a?os, que si ¨¦l construye hoy juegos con chatarra es gracias a su padre. Que ¨¦l se crio en su pa¨ªs natal, que fue all¨ª donde pas¨® su infancia, pero que durante sus primeros a?os de vida viaj¨® a Mallorca, sobre todo en periodos vacacionales, donde su progenitor pose¨ªa un taller. ¡°Mis hermanas, que ya nacieron en Espa?a, iban al cole y yo me ten¨ªa que ir con mi padre. Pasaba todas las ma?anas con ¨¦l. Y odiaba ir all¨ª. Odiaba todo ese hierro, el estar sucio¡ Mira que mi hermana, cuando la llev¨¢bamos a la escuela, dec¨ªa: ¡®Pap¨¢, cuando vengas a recogerme no te bajes del coche, yo te busco¡¯. Claro, ella era muy coqueta y ¨¦l iba con el pelo sucio, enmara?ado¡ Le daba como verg¨¹enza. A m¨ª me pasaba algo parecido¡±, explica.
Con esos antecedentes, no resulta extra?o que, al crecer, el joven Matesanz optara por alejarse de la chatarra y explorara otros caminos. Fue jugador del voleibol (¡°yo cre¨ª que iba a ir a unos Juegos Ol¨ªmpicos¡±, dice mientras sonr¨ªe), desfil¨® en pasarelas de Mil¨¢n, viaj¨®. Viaj¨® mucho. Por Europa, por Sudam¨¦rica¡ Hasta que, con 29 a?os, se volvi¨® a establecer en Espa?a, en Asturias, para formar su propia familia. Y, para ganarse la vida, recurri¨® a todo lo que hab¨ªa aprendido de peque?o entre chatarra, hierros y suciedad. ?l lo recuerda as¨ª: ¡°Con el tiempo aprend¨ª a valorar el trabajo de mi padre. Me di cuenta de que me hab¨ªa ense?ado un oficio. Fue un regalo que me hizo. As¨ª que, en mi nuevo hogar, me puse a fabricar artesan¨ªas con lo que hab¨ªa aprendido de ¨¦l¡±.
Y, entre que se asent¨® y nacieron sus hijos (cuatro en total), su trabajo, por necesidades y por casualidades, evolucion¨®. Necesidades porque cada vez eran m¨¢s bocas que alimentar y m¨¢s ropa que comprar. Y casualidades porque las artesan¨ªas con chatarra se convirtieron en entretenimiento para ni?os por azares del destino. ¡°Una empresa me pidi¨® que hiciera cinco juegos asturianos tradicionales con reciclaje. Me puse a fabricarlos y me entusiasm¨¦. Me dije: puedo seguir. As¨ª que empec¨¦ a probar diferentes mecanismos. Fue incre¨ªble porque a partir de esos cinco juegos tengo como otros 100 que me invent¨¦¡±, dice Matesanz. Un d¨ªa, prosigue, los sac¨® a la Plaza Mayor de Gij¨®n y el resultado fue espectacular. ¡°Me daba mucha verg¨¹enza. ?Incluso llev¨¦ la soldadora por si se me romp¨ªa todo! Pero la plaza se llen¨® de gente, me invitaron a muchos eventos¡ Uno de los tipos m¨¢s ricos de Australia, organizador de uno de los festivales de m¨²sica m¨¢s importantes, me vio un d¨ªa por la calle y me contrat¨® para ir all¨ª. Ya he estado varias veces¡±.
Un nuevo vuelco de la vida hizo que Emiliano tuviera que abandonar Asturias. Mallorca fue su nuevo destino. Lleg¨® a la isla con el ¨²nico acompa?amiento de la mejor de sus creaciones, un tiovivo de siete metros de di¨¢metro fabricado con chatarra, impulsado a pedales y donde caben hasta 12 ni?os. ¡°Es que ten¨ªa mucho sentido pr¨¢ctico para m¨ª a nivel econ¨®mico; puedo poner una taquilla. Cuando llegu¨¦ a Mallorca lo instal¨¦ enfrente de la catedral. Claro, no ten¨ªa ni los permisos. La polic¨ªa no me dijo nada porque no se pod¨ªa imaginar que yo pudiera colocar eso tan grande ah¨ª sin las licencias correspondientes¡±, cuenta Matesanz. Descubierta la triqui?uela (¡°me sac¨® el diario local en portada y, claro, ya fue imposible; tuve que hacerlo todo legal¡±), comenz¨® a ganarse el sustento en festivales y fiestas. Hasta que una llamada cambi¨® su sino (y tambi¨¦n el del carrusel) para los pr¨®ximos a?os.
De Mallorca a Gambia, Senegal y Mauritania
Al poco tiempo de llegar a Mallorca, hace ahora alrededor de un lustro, Emiliano Matesanz recibi¨® a trav¨¦s de sus redes sociales un mensaje que no esperaba. Un maestro de una escuela local de Gambia hab¨ªa recibido noticias de su carrusel y quer¨ªa saber si era posible llevarlo hasta su pueblo para que lo disfrutaran los chavales de all¨ª. ¡°A los tres meses cog¨ª con un par de amigos la furgoneta, que se ca¨ªa a trozos, ped¨ª un cr¨¦dito y nos pusimos direcci¨®n Gambia por tierra¡±, dice.
El tiovivo encaraba una nueva vida en un territorio completamente diferente al que estaba acostumbrado. Cambi¨® el sol mallorqu¨ªn por el gambiano, naci¨®n que ocupa el puesto 174 en el ?ndice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), tan s¨®lo superado por una quincena de pa¨ªses sumergidos en conflictos armados o problemas semejantes de hambre y miseria. En Gambia, m¨¢s del 60% de la poblaci¨®n vive bajo el umbral de la pobreza y el 30% padece desnutrici¨®n. Para decenas de ni?os, un carrusel en ese contexto ser¨ªa algo extraordinario.
Una empresa en Asturias me pidi¨® que fabricara juegos infantiles. Lo prob¨¦, me entusiasm¨® y lo convert¨ª en mi oficio
No fue un camino de rosas. Para llegar tuvieron que atravesar Marruecos, Mauritania y Senegal. Chavales de todos estos pa¨ªses disfrutaron del carrusel en las diferentes paradas que efectu¨® la comitiva. ¡°Pas¨¢bamos por muchos sitios. Era como un circo ambulante¡±, recuerda el escultor, que guarda multitud de recuerdos de la primera experiencia africana de su tiovivo. ¡°Por ejemplo, en Mauritania ¨ªbamos por el medio del desierto, vi una peque?a aldea y montamos el carrusel. Era un lugar en el que no hab¨ªa nada. Los peque?os no sab¨ªan ni c¨®mo subirse. Fue muy emocionante, tanto que quer¨ªamos seguir, seguir y seguir¡±, rememora. Y no es la ¨²nica an¨¦cdota: ¡°Tambi¨¦n tuvimos algunos problemas, sobre todo en Rosso, la frontera que separa Mauritania y Senegal. Dicen que es una de las peores del mundo. A nosotros nos tuvieron all¨ª tres d¨ªas porque quer¨ªan que pag¨¢ramos¡ La verdad es que cada frontera fue un quilombo¡±.
En Mauritania ¨ªbamos por el medio del desierto, vi una peque?a aldea y montamos el carrusel. Era un lugar en el que no hab¨ªa nada. Los ni?os no sab¨ªan ni c¨®mo subirse.
La estancia en Gambia se prolong¨® unas seis semanas. Y, a la vuelta, m¨¢s carretera, m¨¢s polvo, m¨¢s arena, m¨¢s carrusel, m¨¢s paradas en distintos puntos de ?frica. ¡°En la costa senegalesa se me ocurri¨® ir a un hotel que conoc¨ªa y resulta que la due?a hac¨ªa escuelas por el pa¨ªs. Me present¨® tambi¨¦n a otra mujer que regentaba un orfanato de sordomudos. Fue impresionante el recibimiento a los juegos¡±, afirma. Tanto que, a los pocos meses, repiti¨® viaje a los mismos lugares y con el mismo prop¨®sito: llevar el tiovivo de chatarra adonde los ni?os apenas tienen oportunidades.
En Mauritania, por ejemplo, grupos locales de derechos humanos calculan que hasta un 20% de la poblaci¨®n vive en condiciones de esclavitud, sobre todo como empleados dom¨¦sticos o ni?as-novias. Y en Senegal hay unos 50.000 ni?os mendigos, de entre cinco y diez a?os, encerrados en una espiral de calle, pobreza y explotaci¨®n.
Pero el ¨²nico dinero del cr¨¦dito que solicit¨® y el conseguido en algunos festivales en Mallorca no era suficiente para que el carrusel siguiera su camino por ?frica, as¨ª que Emiliano Matesanz tuvo que regresar a las islas. All¨ª prosigui¨® con su trabajo de escultor y de fabricante de juegos reciclados hasta que ?frica volvi¨® a llamar a su puerta. Esta vez, Sierra Leona. ¡°Coco, un hombre que tiene algunas escuelas en este pa¨ªs, escuch¨® una entrevista que me hicieron en la radio y se puso en contacto conmigo. Yo le dije que no pod¨ªa invertir m¨¢s. Es que todav¨ªa hoy sigo pagando aquel pr¨¦stamo. Y quedamos en que ¨ªbamos a buscar otras f¨®rmulas¡±. Y las encontraron. Primero, la Fundaci¨®n Heres coste¨® el viaje y parte del proyecto. Despu¨¦s, la ONG Child Heroes, con amplia experiencia en infancia vulnerable, complet¨® la financiaci¨®n necesaria. Y el tiovivo y Matesanz emprendieron otra traves¨ªa ¨Den barco el carrusel, en avi¨®n el argentino¨D donde esperaban nuevas caras y nuevas utilidades para la chatarra y los juegos.
Vivir en la calle o aprender un oficio
Hassan F. Kargbo y Cyrus Jacob Fonba, ambos de 16 a?os, fueron ni?os de la calle, una realidad demasiado com¨²n en su pa¨ªs, Sierra Leona. Chavales a los que la pobreza empuja a huir de hogares en los que falta de todo. No en vano, m¨¢s del 53% de los sierraleoneses debe vivir con menos de 1,3 euros al d¨ªa. Adolescentes cuyos progenitores mueren y no encuentran otra opci¨®n que la mendicidad y vivir a la intemperie. El Informe Estado Mundial de la Infancia de Unicef indica que esta naci¨®n africana cuenta con algo m¨¢s de 310.000 menores de edad hu¨¦rfanos, lo que equivale al 4,7% de su poblaci¨®n total. ¡°Yo he vivido en las calles cerca de 10 a?os. Robaba, ped¨ªa, fumaba drogas¡ Esa vida no tiene nada bueno¡±, dice Hassan. ¡°Mi madre desapareci¨® cuando yo ten¨ªa cinco a?os y mi padre beb¨ªa mucho y me pegaba. A los nueve a?os me escap¨¦¡±, recuerda Cyrus.
Ambos cuentan historias parecidas de los a?os en los que hicieron de los vertederos y las aceras su h¨¢bitat natural y de las abandonadas maderas en los mercados sus improvisados camastros. ¡°A mi mejor amigo lo mataron porque nos pillaron robando 200.000 leones (algo menos de 17 euros). Otro se muri¨® en el mar; alguna vez ¨ªbamos a pescar para ganar algo de dinero, pero no sab¨ªamos nadar. ?l se cay¨® al agua y se ahog¨®¡±, cuenta Hassan. ¡°Algunos d¨ªas la polic¨ªa nos persegu¨ªa y nos pegaba. Una vez me cogieron y estuve encerrado dos meses. He pasado muchas noches durmiendo en los desag¨¹es¡±, dice Cyrus.
Pero dejaron esa vida atr¨¢s hace un par de a?os. Lo hicieron gracias a la ONG Don Bosco Fambul, que desarrolla programas para acoger, dar refugio y sacar de las calles a chavales como ellos. Y ambos, en uno de los patios de las instalaciones que esta instituci¨®n posee en Freetown, la capital del pa¨ªs, vieron hace no mucho c¨®mo llegaba un artilugio m¨®vil hecho de chatarra y c¨®mo se convert¨ªa en un aplaudido reclamo para decenas de ni?os. A ellos quiz¨¢ les pilla algo mayores para disfrutarlo. Pero no para aprender un oficio. Matesanz lo explica as¨ª: ¡°La idea es que, cuando yo me vaya, el tiovivo se quede y se pueda perpetuar el proyecto. Y, para ello, hacen falta como tres a?os de trabajo intenso para que los aprendices tomen el ritmo. Adem¨¢s, si se forman en esto de elaborar la chatarra, quiz¨¢s puedan encontrar trabajo en un futuro como soldadores, alba?iles¡¡±.
Adem¨¢s de Hassan y Cyrus, otros 12 j¨®venes sierraleoneses, antes muchachos de la calle, se forman con Matesanz. Entre todos han comenzado a fabricar otros juegos. Ahora hacen toboganes, un pinball, parques¡ Todo con materiales reciclados o inservibles a priori. Todo con un argentino que ahora hace de profesor y al que antes molestaba la suciedad del taller de su padre. ¡°De aquellos d¨ªas, me qued¨® como una idea la de que los grandes maestros te ense?an sin que te des cuenta. Es como un valor extra que tiene alguna gente. No est¨¢n encima tuya diciendo ¡®esto se hace as¨ª¡¯... Yo trato de aplicarlo con los ni?os a los que ense?o¡±, afirma. Y Hassan y Cyrus, que hoy sonr¨ªen cuando hablan de su nuevo trabajo y no les importa pasar horas entre hierros viejos y martillos, confirman lo que dice su maestro sin a?adir ni una coma.
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