Un campo de batalla llamado cl¨ªtoris: viaje al pa¨ªs que amenaza con despenalizar la ablaci¨®n

Gambia est¨¢ en el centro de la lucha global para evitar retrocesos en los derechos conquistados por las mujeres. Ahora, un Parlamento dominado por hombres decide si revierte el veto a mutilar a ni?as

Un grupo de ni?as jugando en el patio de su casa junto a amigos y vecinos en el pueblo de Brufut. Por edad, forman parte de la generaci¨®n que ha crecido con el veto a la mutilaci¨®n genital femenina.MARTA MOREIRAS

Hace nueve a?os, Serreh perdi¨® a su madre y hered¨® una misi¨®n. Es la misma a la que se dedicaba su abuela y por la que eran conocidas en el peque?o pueblo gambiano rodeado de ¨¢rboles de mangos y anacardos donde viven. Hasta su casa iban las familias, tambi¨¦n las de aldeas m¨¢s lejanas, para que ejecutara lo que le ped¨ªan. Se pactaba un d¨ªa y ella preparaba lo necesario: un brebaje que produce ¡°calma¡± durante unos minutos, la ropa roja que ella deb¨ªa ponerse para la ocasi¨®n y las cuchillas de un solo uso. Una por ni?a, precisa. Por sus manos, en los dos a?os que ejerci¨®, pasaron ¡°much¨ªsimas¡±. Sol¨ªan ser menores de siete a?os, a veces beb¨¦s de pecho, y todo suced¨ªa muy r¨¢pido, cuenta Serreh, de 36 a?os. Mientras otras mujeres sujetaban las manos y piernas de las ni?as, ella les cortaba el cl¨ªtoris o parte de ¨¦l.

Mutilar los genitales de las peque?as era el papel de Serreh en la comunidad. Alta, vestida de naranja brillante y de gesto serio, cuenta que empez¨® a ser la cortadora de su zona en 2015, justo el a?o en el que se prohibi¨® en Gambia, un peque?o Estado de 2,7 millones de habitantes de ?frica Occidental incrustado en Senegal. Lo dej¨® dos a?os despu¨¦s, en 2017, cuando supo lo peligroso que era gracias a ¡°programas de radio¡±, que es lo que llegaba a zonas rurales como esta. Tambi¨¦n supo, porque se lo han mostrado otras mujeres, que lo que hac¨ªa produce ¡°complicaciones, sobre todo a la hora de dar a luz¡±. Su abuela la apoy¨®: ¡°T¨² eres la nueva generaci¨®n. Si dicen que es malo, hay que parar¡±, recuerda que le dijo. Para entonces, cuatro de sus cinco hijas hab¨ªan pasado ya por la cuchilla.

Serreh, de 36 a?os, hered¨® de su madre y su abuela el papel de circuncidadora de su comunidad, pero pronto abandon¨® la pr¨¢ctica, cuando supo que era perjudicial. MARTA MOREIRAS

Serreh se siente culpable sobre todo por la mayor, que acaba de casarse. ¡°Ha tenido muchos problemas¡±, dice cabizbaja y mir¨¢ndose las manos. ¡°Su marido no puede penetrarla, [su vagina] est¨¢ sellada. Hemos tenido que ir al hospital para que se abra de nuevo¡±, explica sobre uno de los tipos de ablaci¨®n que existen y que es com¨²n. En un pa¨ªs donde tres de cada cuatro mujeres est¨¢n mutiladas, donde la mayor¨ªa de las adolescentes y las j¨®venes no sabe qu¨¦ aspecto tienen unos genitales femeninos sin lesi¨®n porque no conoce a nadie que no haya sufrido el corte, la esperanza est¨¢ en las ni?as como la ¨²ltima hija de Serreh: ¡°Estoy feliz por ella, tiene seis a?os¡±, cuenta, quien ha roto la cadena de la tradici¨®n sum¨¢ndose a las que salvan a las ni?as del dolor, el trauma y las secuelas f¨ªsicas de por vida.

El lento proceso de transformaci¨®n que han ido tejiendo miles de mujeres, sobre todo en la ¨²ltima d¨¦cada, y que empezaba a bajar el n¨²mero de mutilaciones entre las menores de 15 a?os, est¨¢ ahora en peligro. El Parlamento va a votar, previsiblemente en las pr¨®ximas semanas, la despenalizaci¨®n de la mutilaci¨®n genital femenina, despu¨¦s de una campa?a en la que sus partidarios han echado mano del islam ¨Dla religi¨®n mayoritaria¨D, del rechazo a Occidente, de bulos m¨¦dicos y de la pura desinformaci¨®n para mantener el control sobre el cuerpo de las mujeres. Si cae la prohibici¨®n, Gambia se convertir¨¢ en el primer pa¨ªs del mundo en revertir la protecci¨®n contra esta violaci¨®n de los derechos humanos que afecta a 234 millones de mujeres y est¨¢ en alza, seg¨²n Unicef.

Si logran revocar la ley, ir¨¢n a por la del matrimonio infantil. Empezar¨¢n a casar a ni?as
Fatou Baldeh, feminista gambiana

En un momento de ofensiva contra los derechos de las mujeres en todo el mundo ¨Dla cruzada contra el aborto en Occidente, los espacios de impunidad de la violencia sexual y de g¨¦nero¨D, la batalla que se da en Gambia puede convertirse en un precedente para pa¨ªses donde la mutilaci¨®n es un hecho, como sucede en decenas de los de ?frica, Oriente Pr¨®ximo y Asia. Pero adem¨¢s tiene mucho de s¨ªmbolo por el riesgo que supone para otros derechos reconocidos a las mujeres: ¡°Si se levanta el veto, el mensaje es que da igual lo que le pase a las mujeres, porque no hay agresi¨®n m¨¢s da?ina que la de coger a una ni?a peque?a y cortarle la parte m¨¢s ¨ªntima de su cuerpo. El mensaje es que no vas a proteger a las m¨¢s vulnerables¡±, dice Fatou Baldeh, una influyente feminista gambiana conocida en el mundo por su lucha contra la Mutilaci¨®n Genital Femenina (MGF), de la que es superviviente. ¡°Si logran revocar la ley, ir¨¢n a por la del matrimonio infantil. Empezar¨¢n a casar a ni?as. De hecho, ya han empezado a amenazar con reducir la edad de matrimonio a 13 a?os [de los 18 actuales]. Se llevar¨¢n por delante todas las leyes que protegen a las mujeres¡±.

Las activistas quieren no solo que la ley se quede, sino que se haga cumplir. Nadie hab¨ªa sido condenado ni multado por mutilar a las ni?as en los ¨²ltimos nueve a?os, pero eso cambi¨® en agosto. Entonces, tres mujeres fueron arrestadas por practicar la ablaci¨®n a ocho beb¨¦s y tuvieron que pagar 15.000 dalasis, unos 203 euros, una cantidad elevada en Gambia pero inferior al m¨ªnimo que prev¨¦ la ley. Ese incidente hizo saltar a los partidarios de la mutilaci¨®n, que se ha seguido practicando en secreto (aunque en menor medida), y est¨¢ en el origen de la campa?a para reconsiderar la prohibici¨®n. En cuesti¨®n de horas, un conocido imam, Abdoulie Fatty, reuni¨® el dinero de la fianza y las mujeres fueron liberadas.

El imam Abdoulie Fatty, uno de los principales impulsores de la despenalizaci¨®n de la mutilaci¨®n genital en Gambia. MARTA MOREIRAS

¡°Un trocito¡± de cl¨ªtoris

El colegio que dirige Fatty tiene un enorme patio central que conecta edificios pintados de blanco y a?il donde ni?os y ni?as aprenden el Cor¨¢n. Algunas llevan, adem¨¢s del uniforme que les cubre la cabeza y la falda hasta los pies, un niqab negro que solo deja descubiertos los ojos. Son las nueve y ya hace mucho calor. El imam entra en la peque?a sala alfombrada y medio en penumbra con tres m¨®viles en la mano que mira un buen rato antes de decidirse a hablar. Lo primero que dice es que est¨¢ ¡°totalmente en contra de la MGF¡±. ¡°Los genitales de las mujeres no deben ser mutilados, no hay nada que discutir, ?est¨¢ claro?¡±. ?l lo que defiende, dice, es la ¡°circuncisi¨®n femenina¡± que, seg¨²n afirma, ¡°recomienda el islam¡±, algo que niegan los estudiosos de la pr¨¢ctica, ya que es preisl¨¢mica, se ha prohibido en otros pa¨ªses musulmanes con ¨¦xito ¨Dcomo en el vecino Senegal¨D y tiene un fuerte componente ¨¦tnico y tradicional.

Fatty propone cortar ¡°un trocito¡± del cl¨ªtoris. ¡°La gente no distingue entre la MGF y la circuncisi¨®n, ese es el problema¡±, afirma, haciendo una falsa diferencia, puesto que todo es mutilaci¨®n a ojos de la OMS, que se?ala el impacto en la salud de las mujeres: dolor, hemorragia, infecciones, incapacidad de tener sexo, trauma y muerte. Fatty tiene sus ideas al respecto: ¡°No niego que [la circuncisi¨®n] es una operaci¨®n, aunque menor, y por lo tanto entra?a un riesgo. La gente puede morir porque le corten un pie, o la mano, o le quiten un diente, s¨ª. Pero no hay una ley para prohibirlo. Si vas al m¨¦dico y te abre la barriga y mueres, no pasa nada [no hay consecuencias legales]¡±.

Tres adolescentes asisten a clase en la escuela cor¨¢nica que dirige el iman Abdoulie Fatty en el municipio de Kanifing, en Gambia.MARTA MOREIRAS

M¨¢s all¨¢ del disparate, los bulos vestidos de religi¨®n tienen tir¨®n en redes. La base de su discurso consiste en presentar la circuncisi¨®n como una versi¨®n inocua de base religiosa que nada tiene que ver con la mutilaci¨®n genital femenina, y abrir un camino legal para ella. Fatty afirma que la prueba de que la pr¨¢ctica no tiene riesgos es que ¡°las mujeres [en Gambia] tienen 10, 11, 12 hijos, muchos m¨¢s que en Europa¡±, y asegura que no instiga ninguna campa?a, que la ¨²nica que hay en marcha es la de las activistas contra sus tradiciones, y que esa campa?a llega a Gambia desde Occidente, ¡°igual que la homosexualidad [castigada con penas de c¨¢rcel], y quiz¨¢ tambi¨¦n nos vengan [personas] transg¨¦nero¡±. Gesticula, r¨ªe, se indigna, modula la voz. La argumentaci¨®n m¨¢s chocante, sin embargo, es la que emplea para explicar a su interlocutora c¨®mo se sienten las mujeres ante el sexo. Dice que no ve cu¨¢l puede ser el problema ¡°si no se quita todo el cl¨ªtoris¡±, ya que seg¨²n su razonamiento, ¡°el deseo no est¨¢ en esa parte solo¡±.

El diputado Gibbi Mballow (izquierda) vot¨® en contra del proyecto de ley para eliminar la prohibici¨®n de la ablaci¨®n. En la imagen, en su despacho del Parlamento con diputados de su partido, el del Gobierno, en Banjul. MARTA MOREIRAS

Por fuera, el edificio de la Asamblea Nacional, en la capital, Banjul, se parece a un estadio. A la entrada, dos sonrientes leones flanquean un escudo sobre las palabras ¡°progreso, paz, prosperidad¡±. Ideales inspiradores para una democracia reci¨¦n estrenada hace siete a?os, despu¨¦s de dos d¨¦cadas de la dictadura de Yahya Jammeh sustentada en matanzas, violaciones y cientos de desaparecidos. Quienes decidir¨¢n si se modifica o no la ley que proh¨ªbe la mutilaci¨®n de los cuerpos de las ni?as son, b¨¢sicamente, hombres: solo hay cinco diputadas en un Parlamento de 58 representantes.

Quienes decidir¨¢n si se modifica o no la ley que proh¨ªbe la mutilaci¨®n de los cuerpos de las ni?as son, b¨¢sicamente, hombres: solo hay cinco diputadas en un Parlamento de 58 representantes

Solo cuatro de los diputados votaron para mantener la prohibici¨®n. Uno de ellos es Gibbi Mballow. Vestido con chaqueta de cuadros, est¨¢ reunido en su despacho con otros cinco parlamentarios de su mismo grupo pol¨ªtico, el del Gobierno, el Partido Nacional del Pueblo. Ninguno le apoy¨® contra la mutilaci¨®n el d¨ªa de la primera votaci¨®n, en el que fue insultado y golpeado. ¡°Es una pr¨¢ctica da?ina, incluso aunque algunos digan que se puede medicalizar, no tiene ning¨²n beneficio para la salud¡±, dice con su voz grave. Tambi¨¦n argumenta que Gambia ¡°no puede ser una isla: Senegal lo ha prohibido, Guinea¡­ lo han hecho los pa¨ªses vecinos. Si revocamos la prohibici¨®n, estamos animando a esas comunidades a que vengan y establezcan aqu¨ª una base para la pr¨¢ctica, lo cual es inaceptable¡±, dice.

?l adem¨¢s tiene razones personales para estar en contra. Un d¨ªa estaba trabajando y lo llamaron por tel¨¦fono del hospital. ¡°?Sabe lo que le ha pasado a su hija?¡±, recuerda que le preguntaron los m¨¦dicos, que le informaron: ¡°Seg¨²n su esposa, su madre ha llevado a la ni?a a un [rito] tradicional y est¨¢ sangrando. Estamos intentando parar la hemorragia. Necesitamos sangre¡±. As¨ª se enter¨® de que su hija, entonces un beb¨¦ de siete meses, hab¨ªa sido mutilada. Y de que las tres mayores tambi¨¦n. ¡°Yo no puedo ir a la polic¨ªa y denunciar a mi madre¡±, dice sobre la complejidad de erradicar esta pr¨¢ctica y lo enraizada que est¨¢. ¡°La llam¨¦ a ella y a mi mujer. Nos sentamos. Le dije: ¡®T¨² eres mi madre, pero no la de estas ni?as. Al¨¦jate de esta pr¨¢ctica, nunca m¨¢s¡¯. Ella estaba muy triste y confusa cuando la peque?a tuvo la hemorragia, lamentaba haberlo hecho¡±.

La votaci¨®n del 18 de marzo fue una convulsi¨®n, cuando se dio luz verde al proyecto de ley que deton¨® el proceso para despenalizar la ablaci¨®n. No solo dentro de Gambia: tambi¨¦n atrajo la atenci¨®n de embajadas occidentales, organismos internacionales, ONG y donantes poco aficionados a patrocinar retrocesos de los derechos humanos en un pa¨ªs necesitado de financiaci¨®n y apoyo, donde alrededor del 40% de la poblaci¨®n es pobre, seg¨²n el Programa de la ONU para el Desarrollo.

A la izquierda y de blanco, Fatou Baldeh, feminista y activista contra la mutilaci¨®n, dise?a con su equipo la intervenci¨®n ante el Parlamento para que permanezca el veto en la sede de su ONG, WILL.MARTA MOREIRAS

Ese d¨ªa, en el interior de la C¨¢mara estaba Fatou Baldeh y otras activistas que fueron a protestar. ¡°Vi solidaridad, vi poder, vi hermandad, mujeres apoyando a mujeres. Entramos ah¨ª para mirar a esos hombres a la cara¡±, explica. ¡°Recuerdo que uno se levant¨® y dijo que algunas estaban llorando y que eso era inc¨®modo. Pero es que eso es lo que quer¨ªamos: que supieran que estamos ah¨ª, que los estamos vigilando, que lo que hacen est¨¢ mal y que deber¨ªan sentirse inc¨®modos por ello¡±, dice Baldeh, que hace unas semanas acudi¨® a la Casa Blanca para ser distinguida por su lucha y acaba de ir a la sede de la ONU en Ginebra para lo mismo.

¡°Lo que sea¡± por la religi¨®n

Quienes tambi¨¦n acudieron a manifestarse en marzo fueron tres alumnas de una universidad que recibe fondos de Arabia Saud¨ª, pero para defender que se despenalice la mutilaci¨®n. Dos estudian para profesoras y otra Derecho isl¨¢mico, la shar¨ªa. Est¨¢n en la biblioteca, rodeadas de libros y de capas de ropa. A una de ellas, Aisha, de 19 a?os, solo se le ven los ojos y las manos. Asegura que en Gambia no hay mutilaci¨®n genital, ¡°es circuncisi¨®n¡±, en una distinci¨®n que ha extendido el imam. Se muestra vehemente: ¡°Incluso si la ley lo proh¨ªbe, lo haremos porque nuestra religi¨®n nos lo permite, y si nos multan pagaremos. Haremos lo que sea por nuestra religi¨®n¡±, afirma.

La hija de Mballow se recuper¨®, y ¨¦l se ha embarcado en una campa?a para convencer al resto de diputados para que en junio voten por mantener y reforzar la ley. Asegura que recibe amenazas y presiones por ello, y tambi¨¦n su familia. Su postura sobre la mutilaci¨®n atrae el odio de quienes quieren despenalizar o que sea una opci¨®n para las familias, como si se pudiera elegir legalizar la violencia contra las mujeres. Y toda esa propaganda tiene un efecto sobre su base de votantes, en su provincia, Lower Fulladu West, al sur del r¨ªo Gambia que parte el pa¨ªs en dos. ¡°Es como si fuera contra mi gente, contra quienes represento¡±, explica.

Incluso si la ley lo proh¨ªbe, lo haremos porque nuestra religi¨®n nos lo permite, y si nos multan pagaremos
Aisha, defensora de la mutilaci¨®n genital femenina

En estos cuatro meses hasta la votaci¨®n, ha comenzado un periodo de di¨¢logo nacional en el que dos comisiones del Parlamento escuchan a m¨¦dicos, expertos, organizaciones internacionales, supervivientes y activistas. ¡°Se est¨¢ confundiendo tradici¨®n con religi¨®n: Argelia, Marruecos, T¨²nez, Arabia Saud¨ª¡­ah¨ª no se practica la ablaci¨®n. ?Son menos musulmanes por ello?¡±, plantea la antrop¨®loga y profesora de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona Adriana Kaplan, que habl¨® en el Parlamento de las secuelas f¨ªsicas que causa la mutilaci¨®n durante toda la vida de las mujeres y en particular durante el embarazo, a partir de uno de los dos ensayos cl¨ªnicos que se han hecho en Gambia. La organizaci¨®n que dirige, Wassu Kafo Gambia, dise?¨® el manual con el que los m¨¦dicos se forman sobre los tipos de mutilaci¨®n, c¨®mo prevenirla, los riesgos que entra?a y c¨®mo tratar las complicaciones. ¡°Aunque se enfrentaban con las consecuencias, [los sanitarios] no relacionaban los efectos perniciosos con la pr¨¢ctica, explica en la sede de la organizaci¨®n.

La conversaci¨®n tambi¨¦n est¨¢ en la calle y en las redes sociales, donde ha habido una especie de Me Too de la mutilaci¨®n, con casos en los que unas mujeres pueden reconocerse en la historia de otras. No se trata solo de un pu?ado que salen a contar su historia. ¡°Es la primera vez que sucede de una manera tan general¡±, dice Jaha Dukureh, una de las m¨¢s conocidas activistas contra la mutilaci¨®n. Ella vive en Estados Unidos, adonde fue enviada con 15 a?os para casarse con un hombre mucho mayor. All¨ª descubri¨® que le hab¨ªan practicado una infibulaci¨®n, que consiste en cortar el cl¨ªtoris y los labios mayores y menores y coser vulva y vagina dejando dos aperturas, una para la sangre menstrual y otra para la orina. Es un tipo de mutilaci¨®n extrema pero no inusual. Su lucha para salir de ese matrimonio, entender lo que le hab¨ªan hecho, estudiar una carrera y volver a Gambia para impulsar una prohibici¨®n en 2015 ¨Dque termin¨® aplicando el hom¨®fobo y sanguinario dictador Jammeh¨D, convierten el intento de revertir la prohibici¨®n en algo ¡°muy personal¡±.

Jaha Dukureh, reconocida activista contra la mutilaci¨®n genital, en el piso pr¨®ximo a Banjul en el que se ha instalado para participar en la campa?a que frene la despenalizaci¨®n.MARTA MOREIRAS

Por eso ha regresado, para participar en la campa?a que evite que prospere el proyecto de ley. En los ¨²ltimos meses ha soportando todo tipo de ataques: ¡°Amenazan a mis hijos, me insultan a diario, me desean sufrir una violaci¨®n, dicen que soy una esp¨ªa, un agente extranjero¡­¡±, enumera. ¡°Al final, eso me llega, me afecta¡±. Pese a todo, se?ala que, tambi¨¦n por primera vez, ¡°la sociedad civil se ha unido para trabajar por un bien com¨²n. Es un gesto poderoso¡±.

Romper la cadena

La fundaci¨®n Women in Liberation and Leadership (WILL), creada por Fatou Baldeh, es un bonito oasis con patio en medio de una calle sin acera, donde cada edificio es de una forma y la gente vende fruta o busca pasajeros para un taxi. Dentro, las paredes tienen unos preciosos murales con dibujos de baobabs: cada uno cuenta la historia, desde las ra¨ªces a las ramas, de una v¨ªctima de la dictadura de Jammeh. Es as¨ª tambi¨¦n, a trav¨¦s de dibujos, como se habla aqu¨ª de c¨®mo es una vulva, sobre el consentimiento sexual, sobre c¨®mo se produce un embarazo, sobre los bulos en torno a la mutilaci¨®n y por qu¨¦ se sigue haciendo. ¡°Creamos espacios seguros para adolescentes¡±, cuenta Baldeh.

Mi familia me hizo creer que es algo bueno, que si no la tienes eres sucia, no eres pura, te costar¨¢ dar a luz
A?ssatou, miembro del equipo de la fundaci¨®n Women in Liberation and Leadership

Miles han pasado por aqu¨ª para hablar, para compartir dudas, descubrir experiencias de otras. Para enterrar el silencio y aflorar el trauma. ¡°Una de mis compa?eras¡±, dice Baldeh, ¡°se enter¨® de que hab¨ªa sido mutilada cuando fue madre. Nadie te lo cuenta. Aqu¨ª les hablamos de su cuerpo: la mutilaci¨®n es tan frecuente que incluso las que sufren complicaciones no lo asocian con el corte, piensan que forma parte de ser mujer¡±.

A?ssatou, de 25 a?os, vivi¨® ese proceso de transformaci¨®n en WILL, y ahora forma parte del equipo. Est¨¢ en la universidad, y explica que antes de hacer el curso, estaba convencida de que eran ciertas la mayor¨ªa de las creencias y falacias de la mutilaci¨®n. ¡°Mi familia me hizo creer que es algo bueno, que si no la tienes eres sucia, no eres pura, te costar¨¢ dar a luz [es exactamente lo contrario]¡±. En su pueblo, de la etnia mandinga, una de las que m¨¢s practica la ablaci¨®n, ¡°te llaman con un insulto, algo as¨ª como ¡®no-cortada¡¯, te a¨ªslan¡±, aunque esto cada vez pasa menos, dice. Ella se dedica a hablar con las adolescentes, explicarles, pero ¡°siempre desde la experiencia: si no has sido mutilada, no te creen¡±, dice A?ssatou, que sufri¨® el corte con siete a?os y recuerda ¡°cada detalle, fue muy traum¨¢tico¡±. Cuando va por las aldeas para dar los cursos, siempre empieza a hablar de otros tipos de violencia machista, como la sexual o la de los maridos, y poco a poco llega a la m¨¢s brutal e ¨ªntima: les dice que su cuerpo es suyo, explica por qu¨¦ no sienten placer sexual, informa sobre infecciones. ¡°Nadie les dice nada, solo les hablan de religi¨®n¡±.

No es sencillo cambiar unas creencias tan extendidas y repetidas durante generaciones. Fatou se enfrenta cada d¨ªa a esa tarea como formadora de la ONG Wassu Kafo. Es una mujer risue?a, grande, de voz suave. Tiene dos herramientas para desmontar la ablaci¨®n: ¡°el respeto¡±, resalta, y su propio cuerpo, su experiencia como mutilada. ¡°No puedes presentarte en una aldea y decirles que no lo hagan o que son ignorantes, porque chocas con un ¡®esta es mi cultura y mi religi¨®n¡¯ y se enfadan contigo¡±, explica en el sof¨¢ de su casa, donde vive con sus tres hijas y su marido. ¡°Lleva tiempo. Les da verg¨¹enza hablar del tema, y les cuesta mucho creer que los s¨ªntomas que tienen, las dificultades para dar a luz, el dolor al tener sexo tengan que ver con la mutilaci¨®n¡±.

Sus dos hijas mayores pasaron por la ablaci¨®n antes de que ella supiera lo que hoy sabe. Y le ha hecho falta echar mano de la ley para defender a la peque?a, de 10 a?os: ¡°Mi marido es mandinga. Les advert¨ª a mis cu?adas que si tocaban a la ni?a iban a la c¨¢rcel¡±. Le preocupa que caiga la prohibici¨®n porque tiene un efecto disuasorio que le ayuda en su trabajo. Pero ya hay un cambio. Su ni?a peque?a, como la de Serreh, la antigua circuncidadora, crece libre de mutilaci¨®n y forma parte, sin saberlo, de una peque?a generaci¨®n protegida por madres, hermanas y abuelas mutiladas que han roto la cadena.

Fatou, activista contra la mutilaci¨®n en programas para erradicar esta pr¨¢ctica de la ONG Wassu Kafo Gambia, junto a sus hijas en su casa de Brufut. MARTA MOREIRAS

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