La ley del silencio frena el fin de la ablaci¨®n en Gambia
Tres de cada cuatro mujeres han sufrido mutilaci¨®n genital femenina en el peque?o pa¨ªs de ?frica occidental. Ante el fracaso de la v¨ªa penal, surgen novedosos enfoques para la erradicaci¨®n
Desde que la mutilaci¨®n genital femenina (MGF) fuera prohibida en Gambia en 2015, un solo caso ha llegado a los tribunales. Siete a?os de omert¨¢ e inacci¨®n han hecho de la ley papel mojado. Mientras la norma se oxida, la lucha contra esta pr¨¢ctica brutal afina sus frentes, da con teclas in¨¦ditas que, lentamente, van erosionando los pilares culturales de la ablaci¨®n. Organizaciones y activistas tratan de deshilvanar el ovillo que enreda a las ni?as gambianas en un fatal determinismo. Esa inercia ancestral que les niega la salud y les extirpa su dignidad.
Mariama Cham y Segga Sanyang acaban de volver de Basse, la regi¨®n m¨¢s oriental de Gambia, r¨ªo adentro, hasta los confines de la estirada, algo absurda geograf¨ªa que ¨Ctras la descolonizaci¨®n de los a?os sesenta¨C le toc¨® al peque?o pa¨ªs africano. Una zona remota y paup¨¦rrima donde la ablaci¨®n es requisito para la integraci¨®n de las chicas: salt¨¢rselo equivale a una marginaci¨®n vitalicia.
Cham y Sanyang son, respectivamente, especialista de g¨¦nero y coordinador de formaci¨®n en la ONG Wassu Gambia Kafo (WGK), que aspira a prevenir la ablaci¨®n con un ¡°enfoque antropol¨®gico¡±, dice su director general, Enric Royo. ¡°Debe de haber, puesto que las madres quieren eso para sus hijas, una raz¨®n importante detr¨¢s¡±, contin¨²a. ¡°Predomina la idea de que, si no se hace, la ni?a no est¨¢ purificada¡±, a?ade Cham.
Desde la sede de la organizaci¨®n en Serekunda (la ciudad m¨¢s poblada de Gambia, cercana a la capital, Banjul), Sanyang y Cham detallan sus viajes por todo el pa¨ªs. Antes de partir, vac¨ªan la maleta de soberbia y la llenan con sutileza. En lugar de avasallar con juicios morales, WGK se cuela por las rendijas del relativismo cultural. Crea una atm¨®sfera de escucha e intercambio. Cuando por fin se respira un clima de confianza, presenta su as¨¦ptico listado de evidencias cient¨ªficas sobre los perjuicios para la salud de la MGF. Y deja que el mensaje cale y siembre dudas sobre lo asumido como normal.
¡°Lo primero es identificar nuestros puntos de entrada: los l¨ªderes comunitarios y religiosos¡±, explica Sanyang. Esos hombres mayores se erigen en guardianes de la tradici¨®n. ¡°Si no te aproximas a ellos con sensibilidad extrema, tendr¨¢s un grave problema de acceso¡±, contin¨²a. ¡°Resultar¨ªa in¨²til tratar de imponerles una visi¨®n, tan acostumbrados como est¨¢n a la devoci¨®n¡±, subraya Cham. La especialista de g¨¦nero admite que el di¨¢logo se torna a veces duro, con continuos tira y afloja.
Tras llegar a un terreno com¨²n, los l¨ªderes abren las puertas de la comunidad. Se suceden entonces talleres y encuentros. La intenci¨®n ¨²ltima tiene algo de malabarismo dial¨¦ctico. ¡°Convencer de que es bueno como manifestaci¨®n de nuestra riqueza cultural, mantener el ritual inici¨¢tico [que incluye bailes y comida], pero sin cortar a las ni?as¡±, resume Sanyang. Y que esto no suene a versi¨®n descafeinada al suprimir el momento cumbre sobre el que, desde hace siglos, la iniciaci¨®n ha gravitado.
Lenta tendencia a la baja
Los datos invitan a un optimismo moderado. En 2018, el MICS (una macroencuesta de Unicef) arroj¨® una prevalencia de la ablaci¨®n en Gambia cercana al 76% entre mujeres de 15 a 49 a?os. Dos a?os m¨¢s tarde, el DHS (impulsado por la agencia de desarrollo internacional de Estados Unidos en colaboraci¨®n con varios pa¨ªses y donantes) reflej¨® un 73%. ¡°Confiamos en que las cifras contin¨²en a la baja, pero nos preocupa el ritmo tan lento, insuficiente para alcanzar [seg¨²n el objetivo fijado por la ONU] su erradicaci¨®n en 2030¡å, apunta Gordon Jonathan Lewis, representante en Gambia de Unicef.
Aunque hay ligeras variaciones por estatus socioecon¨®mico, el gran factor diferencial de la ablaci¨®n en Gambia es ¨¦tnico
Las malas noticias aumentan al no observarse grandes diferencias entre tramos de edad, con las chicas de 15 a 19 a?os m¨¢s o menos al mismo nivel que las mujeres de 45 a 49. Por debajo de los 15 a?os, resulta dif¨ªcil detectar tendencias: un 45% de ni?as ya han sido mutiladas, pero el resto no est¨¢n a salvo de la pr¨¢ctica, que en Gambia suele realizarse antes de los 10 a?os, aunque a veces se sufre en plena adolescencia.
No es f¨¢cil tomar el pulso al sentir general de la poblaci¨®n. Las conversaciones espont¨¢neas se gripan tras la simple menci¨®n de la ablaci¨®n. Ante preguntas directas, respuestas vagas: ¡°Es complicado¡±, ¡°Depende¡±. Las mujeres reaccionan con reserva; los hombres, con incomodidad manifiesta. Algunos se aferran a la ley para zanjar el tema: ¡°Ya no se hace, est¨¢ prohibida¡±. M¨¢s apegadas a la realidad (o a la verdad), otras voces an¨®nimas explican que la prohibici¨®n s¨ª ha cohibido, al menos, el descaro de anta?o. Tiempos recientes en que se cortaba a las ni?as en celebraciones a plena luz del d¨ªa, con jolgorio y percusi¨®n.
Gordon Lewis explica, en la sede de Unicef en Gambia, que ellos se enfrentan a la ablaci¨®n con los derechos humanos por bandera. ¡°Decimos que es mala y que viola varios derechos b¨¢sicos, a la salud, sin ir m¨¢s lejos. Pero no se trata de avergonzar a nadie, sino de implicarse en una conversaci¨®n¡±, expone. Desde que inici¨® su mandato en 2020, Lewis ha estrechado lazos con el Gobierno para avanzar en la v¨ªa penal. Desglosa dos posibles aproximaciones: ¡°simb¨®lica¡± (aplicaci¨®n laxa de la ley) y ¡°agresiva¡±, que podr¨ªa ir en detrimento de su eliminaci¨®n al empujar la pr¨¢ctica a la clandestinidad, sostiene. La colaboraci¨®n de Unicef con las autoridades pasa por ayudarles a encontrar un punto intermedio.
Cham, de la ONG Wassu Gambia Kafo, se muestra esc¨¦ptica: ¡°Denunciar supone manchar el nombre de la familia, as¨ª que se impone la cultura del silencio¡±. Ampliando la mira, Lewis apuesta por una estrategia ¡°multidimensional¡± con distintas l¨ªneas de actuaci¨®n. Una de las principales es amplificar la voz de esa mitad de madres gambianas que (seg¨²n el MICS) rechazan la ablaci¨®n.
Aunque hay ligeras variaciones por estatus socioecon¨®mico, el gran factor diferencial de la ablaci¨®n en Gambia es ¨¦tnico. Entre las mujeres mandingas (un 34% del total de la poblaci¨®n), pocas han escapado a la cuchilla. En otros grupos numerosos como fula o jola, la prevalencia supera el 80%. Por el contrario, la ablaci¨®n resulta minoritaria (inferior al 15%) entre las wolof, una etnia a la que se adscribe el 13% de gambianos. Siendo todos musulmanes suf¨ªes, el espinoso asunto eterniza un debate entre los insignes marab¨²s, gu¨ªas sociorreligiosos que dirigen la vida de sus fieles en el oeste de ?frica. El pa¨ªs vive as¨ª un cisma, con lecturas teol¨®gicas a la carta.
Cham, de origen wolof, recurre a la historia sagrada para demostrar que el islam no prescribe la mutilaci¨®n: ¡°Ninguna hija del profeta fue mutilada¡±. Sus defensores arguyen, por su parte, que la Sunna (el libro sobre costumbres que complementa al Cor¨¢n) incluye un haddith en el que se menciona la ablaci¨®n en t¨¦rminos positivos. Disquisiciones sin fin ¨Cquiz¨¢ de naturaleza irresoluble¨C que entorpecen la batalla. Consciente de que desvincular corte y virtud religiosa supondr¨ªa un ¨¦xito tremendo, la ministra de la Mujer en Gambia, Fatou Kinteh, no desaprovecha ocasi¨®n para situar los or¨ªgenes de la ablaci¨®n en un tiempo pre-mahometano.
Cambio generacional
Persuadir a los marab¨²s de que la ablaci¨®n no tiene justificaci¨®n divina (o de que su ambig¨¹edad interpretativa no compensa el da?o infligido) atajar¨ªa sobremanera la lucha. El cambio de arriba abajo se adivina r¨¢pido y muy efectivo. Tambi¨¦n resulta arduo, fatigoso, plagado de muros mentales dif¨ªciles de derribar.
Otra l¨ªnea estrat¨¦gica, que no parece incompatible con las dem¨¢s, aspira a un cambio generacional desde abajo. El objetivo, que padres y madres prioricen cada vez m¨¢s la salud de sus peque?as. Y que esa firme voluntad d¨¦ fuerza para abstraerse del qu¨¦ dir¨¢n vecinal o ignorar el dedo acusador del marab¨² de turno.
Praise Gimba y Sally Njie lanzaron hace unos meses ¨Cen colaboraci¨®n con la ONG Think Young Women¨C su canci¨®n Cut no more (No cortes m¨¢s). El tema alterna ingl¨¦s, mandinga y wolof. Su videoclip combina m¨²sica pegadiza y contundente asertividad rapera. ¡°Anima a bailar y, aunque hablamos de trauma, lo hacemos con letras positivas; queremos que llegue al mayor n¨²mero de j¨®venes¡±, afirma Gimba.
En una cafeter¨ªa de Fajara (tranquila localidad colindante con Serekunda), la cantante nigeriana ¨C28 a?os, afincada en Gambia desde hace casi una d¨¦cada¨C admite su sorpresa al llegar al pa¨ªs y comprobar cu¨¢ntas de sus nuevas amigas hab¨ªan sido mutiladas. Tambi¨¦n enfermera, quiere consagrar su arte a la causa feminista. Sabe que decir no a la ablaci¨®n equivale, con frecuencia, a estigma. ¡°Pero cada vez hay m¨¢s organizaciones que apoyan a los que dan el paso y se niegan¡±, subraya.
Decir no a la ablaci¨®n equivale, con frecuencia, a estigma
Royo recuerda la ra¨ªz patriarcal de la mutilaci¨®n: ¡°Ocurre en un contexto que asocia roles reproductivos muy marcados a las mujeres¡±. A esto se suma, contin¨²a, ¡°una situaci¨®n de pobreza en la que las mujeres son siempre m¨¢s vulnerables que los hombres¡±. Son factores estructurales que contribuyen a perpetuar la pr¨¢ctica, pero que no permiten saber si las madres dejan a sus hijas en manos de la cortadora por sometimiento, por aquiescencia activa o por verdadera convicci¨®n. En cualquier caso, el resultado, sostiene Cham, es siempre el mismo: ¡°Un d¨ªa el marido decide que ha llegado el momento. La mujer puede protestar; de poco servir¨¢¡±.
Paneles solares como arma contra la ablaci¨®n
Fatou Njie es formadora e instaladora de energ¨ªas renovables en la asociaci¨®n M?Bolo, en Tujereng, un pueblo pesquero a una hora de la capital. Hace ocho a?os, se atrevi¨® a progresar. Hab¨ªa o¨ªdo hablar de Fandema, el proyecto estrella de M?Bolo. Sab¨ªa de su enfoque hol¨ªstico para oficios tradicionalmente masculinos, de sus talleres sobre emprendimiento o nuevas tecnolog¨ªas. Dej¨® su trabajo como ahumadora de pescado, que apenas le permit¨ªa sobrevivir. Hizo caso omiso a los insultos de los varones del lugar. Soport¨®, estoica, las mofas y el acoso en el trayecto de su casa al aula.
Ahora monta paneles solares en tejados de toda Gambia. Brilla como referencia para otras j¨®venes. Su empoderamiento laboral se ha trasladado al hogar: ¡°Mi madre siempre ha acatado lo que dijera mi padre; con mi marido es diferente, hablamos para llegar a acuerdos¡±.
El responsable de Fandema, Malang Sambou, cuenta orgulloso un encargo realizado por Njie y otras compa?eras. ¡°La mezquita del pueblo nos pidi¨® una instalaci¨®n. El im¨¢n quer¨ªa que fueran hombres; yo le dije que no, que hablara con las chicas¡±. Al final ellas dieron luz limpia al lugar de culto. Sambou rememora las palabras del alcalde durante el tabaski (fiesta musulmana del sacrificio del cordero): ¡°Pidi¨® que todos rezaran por ellas en agradecimiento a su labor¡±.
La batalla de Fandema contra la ablaci¨®n contiene un anhelo emancipador. Se trata de cultivar una planta de independencia financiera y regarla con mensajes libertadores. O de generar, como los paneles que instala Njie, energ¨ªas autosuficientes. ¡°Cuando se corta a la ni?a, la madre recibe dinero de otros miembros de la comunidad. ?Qui¨¦n en la extrema necesidad renuncia a eso?¡±, reflexiona Sambou.
El reto es, pues, avanzar hacia la autonom¨ªa material. Y abrir as¨ª ojos cr¨ªticos que vean el doloroso sinsentido de la ablaci¨®n. Tejer una red de protecci¨®n que permita decir ¡°basta¡± y saltar al vac¨ªo sin ser engullida por un agujero negro de soledad y desesperanza.
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