Las cuatro sirias que conviven en un pa¨ªs fracturado por la guerra
Mujeres que han cohabitado bajo realidades paralelas durante m¨¢s de 13 a?os de conflicto buscan defender su espacio en la futura Constituci¨®n siria


Siria intenta reinventarse tras medio siglo de dictadura bajo la dinast¨ªa El Asad, a la que pusieron fin los rebeldes islamistas el pasado diciembre con la toma de Damasco. En un contexto de volatilidad e incertidumbre pol¨ªtica respecto al futuro pol¨ªtico y social del pa¨ªs, que todav¨ªa debe pactar cu¨¢l ser¨¢ el contrato social que determine las relaciones entre el Estado y los ciudadanos, las mujeres sirias buscan defender su espacio. Sin embargo, lejos de ser homog¨¦neo y compartido por los 12 millones de ciudadanas, refleja las cuatro sirias que han cohabitado bajo realidades paralelas durante m¨¢s de 13 a?os de guerra en un pa¨ªs fracturado confesionalmente. Se abre ahora un di¨¢logo en el que las minor¨ªas que fueron clases dominantes son desplazadas por la mayor¨ªa sun¨ª de la que procede el nuevo gobierno interino de Ahmed al Shara y sobre quien recae hoy la ardua tarea de juntar las piezas del puzle sirio.
Damasco, entre bares y velos
Dana Ibrahim brinda con un vaso de arak, anisete local, desde detr¨¢s de la barra de su bar Floyds en Damasco. A pesar de que es martes noche y de que la falta de amperios sume las calles de este barrio cristiano en la oscuridad, el aforo del local est¨¢ completo con unos clientes que fuman, beben y conversan al tiempo que el m¨²sico Zaher al Rifai les deleita con un concierto de la¨²d. Al igual que el resto de la capital siria, la empresaria, de 32 a?os, cerr¨® el 8 de diciembre, cuando en la peque?a pantalla segu¨ªan aterrorizados el r¨¢pido e inesperado avance de decenas de miles de milicianos barbudos de las milicias islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS), que en 11 d¨ªas llegaron desde la norte?a Idlib al palacio presidencial de Bachar el Asad, que escap¨® con su familia a Rusia, donde se les concedi¨® asilo por ¡°razones humanitarias¡±. ¡°Todos los due?os de bares esperamos a ver qu¨¦ pasaba y, ante los mensajes de calma, reabrimos una semana m¨¢s tarde¡±, recuerda Ibrahim. Ese mismo d¨ªa, un domingo 15 de diciembre, dos milicianos de HTS se plantaron en su local para aleccionarla sobre lo haram (ilegalidad en t¨¦rminos religiosos) del consumo y venta de alcohol.

Ibrahim les invit¨® a salir si no ten¨ªan una orden oficial para prohibir la venta en su establecimiento. ¡°Tenemos mucha desconfianza porque durante 13 a?os nos repitieron que, si los barbudos llegaban a Damasco, nos iban a cortar la cabeza. Pero no ha sido as¨ª¡±, apostilla. Los dos hombres se fueron de su bar. En 2015, la mayor¨ªa de las amigas cristianas de Dana emigraron ilegalmente a Europa, a Alemania. Ahora, dice, est¨¢n pensando en retornar. Dana quer¨ªa irse tambi¨¦n, pero el miedo a morir ahogada en el Mediterr¨¢neo la disuadi¨®. Ahora siente un desfase entre su vida y la de sus amigas emigradas: ¡°Ellas han tenido hijos, han estudiado, han comprado una casa, han avanzado y yo me he quedado estancada, sobreviviendo al d¨ªa a d¨ªa¡±. Pero ya no piensa m¨¢s en abandonar su tierra.
Con la derrota de El Asad, los sirios han recobrado la libertad de movimiento en todo el pa¨ªs. Las mujeres que han vivido casi tres lustros bajo el control de El Asad, bajo la Administraci¨®n kurda, bajo el califato isl¨¢mico o bajo los rebeldes islamistas, se cruzan en las aceras de Damasco. La diferencia es menos palpable para las sirias de clase alta, quienes, con o sin velo, comparten mesa en los lujosos restaurantes de barrios como Shahba en Alepo, o Abu Rumana, en Damasco.
En la zona que permaneci¨® bajo el control de las tropas leales a Bachar el Asad, donde se enrocaron las minor¨ªas alauita, cristiana, kurda o drusas ¡ªy que supon¨ªan un 25% de los 23 millones de sirios de antes de que comenzara la guerra¡ª, se reciben con recelo las palabras de Abu Mohamed al Julani. El l¨ªder de HTS se hace llamar Ahmed al Shara, dejando atr¨¢s su nombre de guerra sin por ello lograr borrar de su curr¨ªculo sus a?os de yihadista a la cabeza de la franquicia siria de Al Qaeda.
El basti¨®n islamista de Idlib
Al Shara necesita el apoyo de Occidente para reconstruir el pa¨ªs y se sabe observado en todo lo relativo a las minor¨ªas, por lo que ha sido el primero en anunciar que el velo no ser¨¢ obligatorio ni para las musulmanas, ni para las no musulmanas. Tambi¨¦n es consciente de que no podr¨¢ gobernar Damasco como ha gobernado durante los ¨²ltimos seis a?os la insurrecta provincia de Idlib, donde se impuso tras eliminar o absorber al resto de facciones armadas. ¡°El velo y la abaya hasta los pies fueron obligatorios cuando lleg¨® el HTS¡±, cuenta Munia al Husein, de 27 a?os y profesora de primaria en el sal¨®n de su hogar en Idlib. La shar¨ªa, ley isl¨¢mica, fue impuesta y la polic¨ªa religiosa empez¨® a recorrer las calles para asegurarse de su implementaci¨®n y garantizar la segregaci¨®n de sexos en universidades y espacios p¨²blicos.
Su suegra, Um Abdal¨¢, de 65 a?os, es oriunda de Homs y se cubre la cabeza con un velo blanco com¨²n en Siria. ¡°El niqab [velo que cubre todo el rostro menos los ojos] no es algo sirio, es algo tra¨ªdo de fuera. Ni mi abuela ni su madre lo llevaban¡±, interviene. ¡°El hiyab [pa?uelo usado por las musulmanas para cubrirse la cabeza] es algo que estaba en Siria y que los franceses prohibieron cuando ocuparon el pa¨ªs¡±, recita por su parte un jeque escoltado por un grupo de hombres vestidos de negro que recorren los caf¨¦s de Homs, m¨¢s al sur. Ahora es com¨²n verlos mientras hacen proselitismo religioso.

Al Husein se dice satisfecha de los seis a?os que ha vivido bajo el gobierno del HTS porque le ha permitido acercarse al islam y ejercer su religi¨®n con libertad en un pa¨ªs en el que Hafez el Asad, padre de Bachar el Asad, masacr¨® a miles de sirios en 1982, durante la revuelta islamista de los Hermanos Musulmanes e impuso la secularizaci¨®n de la sociedad. Sus hijas ahora estudian suras del Cor¨¢n en las aulas, en un pa¨ªs donde comparten credo con el 75% de la poblaci¨®n. Al Hussein asegura que ella no ha tenido ning¨²n impedimento para estudiar magisterio y desarrollar su profesi¨®n en Idlib.
El pasado 25 de febrero se celebr¨® en Damasco la primera Conferencia de Di¨¢logo Nacional, en cuyas conclusiones se encuentra el ¡°apoyo al rol de la mujer en todos los ¨¢mbitos¡± y el ¡°rechazo a todas las formas de discriminaci¨®n por motivos de raza, religi¨®n o sectas¡±. ¡°Las mujeres han sido muy activas durante la revoluci¨®n, desde salir a las calles a quedarse a cargo de la familia y de las responsabilidades en unas condiciones muy duras, cuando los hombres emigraron para no hacer el servicio militar, o se fueron a luchar¡±, cuenta en conversaci¨®n telef¨®nica desde Beirut, la capital libanesa, la arquitecta Houda Atasi (Homs, 57 a?os). Es una de las dos mujeres del comit¨¦ de siete personas encargado de preparar la conferencia, en la que han participado ¡°desde doctoras a abogadas¡±. ¡°Ser¨¢ bajo la nueva Constituci¨®n donde se consensuen los derechos de las sirias¡±, apostilla.
Atasi hace un llamamiento a otras mujeres que, como ella, se han visto obligadas a emigrar durante la guerra, a que vuelvan a Siria para ¡°participar en la construcci¨®n pol¨ªtica y social de su pa¨ªs¡±. ¡°Esas j¨®venes, que se han formado en el extranjero y que est¨¢n muy capacitadas para contribuir a nuestro futuro, son fundamentales¡±, a?ade. De los 6,5 millones de refugiados sirios que contabiliza la ONU, la mitad son mujeres.
Las milicianas kurdas

Desde el noroeste de Siria, en la autoproclamada Administraci¨®n Aut¨®noma del Norte y Este de Siria, la dirigente kurda Nesrine Abdul¨¢, de 44 a?os e hija de un campesino, se muestra m¨¢s cauta sobre el futuro rol de la mujer. Abdul¨¢ es una de las fundadoras de las Unidades Femeninas de Protecci¨®n (YPJ, por sus siglas en kurdo), de las Fuerza Democr¨¢ticas Sirias (FDS, coalici¨®n de milicias arabo-kurdas respaldadas por Estados Unidos). En 2011, al estallido de las protestas populares en Siria, esta periodista de profesi¨®n ya estaba a cargo del entrenamiento ideol¨®gico, pol¨ªtico y militar de j¨®venes combatientes kurdas. Durante los siguientes seis a?os fue la portavoz oficial de las YPJ, que conforman el ¡°32% de los 100.000 efectivos de las FDS¡±.
¡°Nosotras ya tenemos un contrato social desde 2012 que defiende los derechos de la mujer¡±, dice en un cuartel de Hasaka, al noreste de Siria. Acostumbrada a luchar por sus derechos y a llevar armas, Abdul¨¢ asegura que ¡°hoy hace falta otra revoluci¨®n¡± para asentar los logros conseguidos. La desconfianza aumenta con las controvertidas declaraciones hechas por los miembros del nuevo gobierno interino del HTS. Su portavoz, Obeida al Arnaout, afirm¨® que ¡°la composici¨®n biol¨®gica de las mujeres¡± las hace no aptas para ciertos puestos, como el ¡°de ministro de Defensa, combatir o roles en el ¨¢mbito judicial¡±. Por su parte, la reci¨¦n nombrada jefa de la Oficina de Asuntos de la Mujer, Aisha al Dibs, declar¨® que las mujeres ¡°desempe?ar¨¢n un papel clave¡± pero no ¡°superar¨¢n las prioridades de su naturaleza divina¡± y sabr¨¢n cu¨¢l es ¡°su papel educativo en la familia¡±.

El nombramiento de estrechos colaboradores de Al Shara en puestos clave, por ejemplo Shadi al Waisi como ministro interino de Justicia, ha despertado mucha inquietud, especialmente cuando en las redes sociales se hicieron virales dos v¨ªdeos en los que aparece Al Waisi supervisando en 2015 la ejecuci¨®n p¨²blica de dos mujeres acusadas de prostituci¨®n ante la ley isl¨¢mica.
Herederas de la ideolog¨ªa del califato
¡°Nos queda un largo y tedioso camino por delante¡±, vaticina Abdul¨¢. Son las milicianas de las YPJ las que imparten cursos de desradicalizaci¨®n a las mujeres que se sumaron o vivieron durante un lustro en el Estado Isl¨¢mico, y cuyo califato derrotaron en marzo de 2019. Unas 15.000 sirias con sus hijos han retornado a sus hogares, mientras que un n¨²mero similar siguen cautivas en el campo de Al Hol, a dos horas en coche del cuartel de Abdul¨¢ y bajo la vigilancia de milicianas que ella entren¨®.

En el interior de una jaima del campo de Al Hol, Meriem Hajar, tambi¨¦n hija de un campesino como Abdul¨¢, se desprende de su abaya para descubrir, coqueta, las mayas negras ajustadas y un jersey de lana amarillo chill¨®n que viste. A sus 23 a?os es iletrada, viuda y madre de dos peque?os nacidos de un combatiente sirio del Estado Isl¨¢mico con el que su padre, que espera fuera de la tienda, la cas¨® con 17 a?os. Lleva cautiva seis.
Con la llegada de Al Julani, de pasado yihadista, sirias como Hajar se sienten ¡°m¨¢s seguras¡± para volver a casa sin someterse al estigma social por llevar el niqab ni al ¡°desprecio de los soldados leales a El Asad¡±. En el campo, se pueden ver ni?as de siete a?os cubiertas con el niqab. Mientras tanto, la vida de estas mujeres transcurre entre los 10 metros cuadrados de las tiendas en las que viven excepto por alguna visita al mercado. Cuando siente que ¡°se sofoca o que le falta el aire¡±, Hajar llama a su mejor amiga ¡°para ir al jard¨ªn¡±, que es como se refiere a los dos arbustos plantados en un diminuto recinto vallado con casetas que hace las veces de colegio.
La kurda Jihan ha quedado a cargo de la administraci¨®n de Al Hol, donde milicianas y yihadistas quedan separadas por algo m¨¢s que vallas y concertinas. Jihan defiende que la protecci¨®n de los derechos de la mujer pasa por la separaci¨®n de Estado y religi¨®n en un sistema federal. En cambio, para Hajar, la Constituci¨®n ha de ser la ley isl¨¢mica bajo un gobierno centralizado. Y mientras se preguntan si se impondr¨¢ un pa¨ªs teocr¨¢tico sun¨ª u otro democr¨¢tico e inclusivo, todas las mujeres comparten el reto com¨²n de aprender a convivir en la nueva Siria.
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