Ser o no ser mujer-cuota
Una pastora radical y feminista es asesinada en el norte de Suecia. Ha generado en vida tanta animadversi¨®n entre los hombres del pueblo que el p¨¢rroco Bertil Stensson prefiere sustituirla por un hombre para mantener ¡°la calma en la casa¡±. El polic¨ªa al que confiesa sus intenciones se muestra cr¨ªtico y le pregunta: ¡°?Lo har¨¢ aunque el sustituto est¨¦ menos cualificado para el puesto?¡±.
Este pasaje perteneciente a la novela Sangre derramada, de Asa Larsson, produce cierta hilaridad. Es cre¨ªble que en una fr¨ªa aldea se asesine a una mujer (hay homicidios en cualquier lugar del mundo), pero resulta altamente inveros¨ªmil que alguien ponga en duda el m¨¦rito de un candidato masculino por el mero hecho de que, a priori, el g¨¦nero sea una condici¨®n indispensable.
El gui?o de Larsson resulta efectivo porque es un espejo inverso del debate de las cuotas femeninas, en el que dudar del m¨¦rito de las candidatas es todav¨ªa un argumento omnipresente. Desde una ¨®ptica meramente racional les asiste la raz¨®n a quienes rechazan las cuotas en favor del m¨¦rito. Imponer a un candidato una condici¨®n ajena a la capacitaci¨®n que se requiere para cubrir un puesto es una medida arbitraria que puede impedir optar por el m¨¢s id¨®neo.
Sin embargo, dado el alto nivel de preparaci¨®n de la poblaci¨®n femenina de nuestras sociedades y su, sin embargo, pobre presencia en los n¨²cleos de poder, tal reticencia parece m¨¢s fruto del prejuicio que del apego a la justicia y el m¨¦rito y abre, de hecho, dos interrogantes: por qu¨¦ se admiten sin discusi¨®n el resto de las cuotas que se adoptan tradicionalmente y por qu¨¦ los que est¨¢n contra las femeninas dan por hecho que la mejor posici¨®n de los varones se debe en exclusiva a su cualificaci¨®n profesional en mercados laborales dominados por la cooptaci¨®n y no el meritoriaje.
Las cuotas m¨¢s extendidas en nuestras democracias son las territoriales. Como es sabido, los candidatos sorianos al Congreso de los Diputados apenas s¨ª necesitan 20.000 votos para salir elegidos, mientras que los de Madrid deben sumar 100.000 papeletas para lograr el mismo esca?o.
Las cuotas son una buena herramienta correctora contra los prejuicios que cierran el paso a las mujeres
No se discute tal disparidad, incluso aunque exista la costumbre de traicionar el principio de territorialidad que la alienta para colocar a pol¨ªticos relevantes en listas de provincias que les son ajenas y, evidentemente, nadie osa desconfiar de la capacitaci¨®n del diputado soriano, favorecido por el sistema, y s¨ª se desconf¨ªa ofensivamente de la mujer seleccionada por una regla similar.
Las numantinas resistencias a otorgar a las mujeres el derecho que por cualificaci¨®n ya se merecen son la raz¨®n principal de la necesidad de establecer cuotas tanto en la pol¨ªtica como (ahora se abre camino) en la iniciativa privada, como pretende la Comisi¨®n Europea, y ya han establecido por ley para los consejos de administraci¨®n de las empresas Italia, Holanda, Francia y B¨¦lgica, adem¨¢s de los pa¨ªses n¨®rdicos.
Hay quien, como el Partido Popular, prefiere catapultar a mujeres sin necesidad de optar por las cuotas, una pol¨ªtica de hechos que, por cierto, a veces deja en evidencia a los partidos de izquierda. Pero los resultados all¨¢ donde se aplican las cuotas est¨¢n demostrando que hoy por hoy las mujeres solo est¨¢n siendo reconocidas socialmente a escala aceptable mediante la reserva de un m¨ªnimo de puestos para ellas. Son partidarios de este sistema la mitad de los hombres espa?oles y el 60% de las mujeres espa?olas. De no establecer cuotas obligatorias, advierte la Comisi¨®n Europea, la igualdad costar¨¢ todav¨ªa 50 a?os en Europa. Y para entonces millones de profesionales bien preparadas habr¨¢n sepultado cualquier expectativa de ver recompensados sus m¨¦ritos y miles de empresas habr¨¢n seguido en manos de gestores que cerraron el paso a otros y otras mejor preparados para hacerlo. Para entonces, se habr¨¢ seguido perpetrando una flagrante injusticia social.
La desigualdad es fruto, entre otras cosas, de las abusivas cuotas masculinas del pasado (a veces hasta del 100%) que se aplican todav¨ªa en una gran parte del mundo (ante el silencio c¨®mplice del resto) y que han vetado a las mujeres tanto en el ¨¢mbito educativo como en el profesional. Dado que los prejuicios impiden restituir a las mujeres los derechos de los que han sido hist¨®ricamente despojadas, las cuotas son una id¨®nea herramienta correctora que, por cierto, no deber¨ªa ser percibida como un dem¨¦rito como pretenden los que han encontrado en esto un nuevo motivo de escarnio contra las mujeres en lo que no es m¨¢s que la pen¨²ltima trampa del machismo.
Es un juego perverso: las mujeres no son promovidas y las que lo consiguen resultan ser, con toda la carga peyorativa posible, mujeres-cuota. ¡°Yo fui una mujer-cuota. Matilde Fern¨¢ndez y yo entramos en el Gobierno en 1988 como cuota¡±, me dice Rosa Conde sobre ello. ¡°Nunca lo vi como algo negativo, sino como resultado de una lucha por la igualdad que dio mayor visibilidad a las mujeres¡±.
Y 23 a?os despu¨¦s, con el 97% de las empresas europeas en manos de gestores masculinos, es demasiado pedir que las mujeres sigan esperando a que la igualdad caiga por su propio peso.
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