Fraga y la libertad: una pasi¨®n tard¨ªa
Nunca se arrepinti¨® de aquello de lo que hubiera debido arrepentirse
Manuel Fraga fue el prototipo de una personalidad autoritaria. Cuando el relato de su vida destaca la sucesi¨®n de posiciones pol¨ªticas en apariencia contradictorias, desde su lealtad al franquismo y a Franco, que nunca desmentir¨¢, a su implicaci¨®n sincera en el proceso de incorporaci¨®n de la derecha a la democracia, es necesario tener en cuenta que siempre hubo un hilo rojo explicativo de su conducta: una adhesi¨®n sin reservas al orden establecido, del cual derivaba la autoridad leg¨ªtima, frente a cualquier tipo de subversi¨®n, la de la oposici¨®n democr¨¢tica hasta 1976 o la del 23-F. Firme en sus lealtades, Fraga fue un hombre siempre seguro de s¨ª mismo, escasamente dispuesto a admitir que alguien frente a ¨¦l pudiera tener la raz¨®n. Su adscripci¨®n a los principios de autoridad y jerarqu¨ªa era manifiesta en todos los ¨®rdenes de la vida, no solo en la pol¨ªtica, sino tambi¨¦n, para quienes fuimos sus alumnos, en la universitaria, y por los datos disponibles, sin que ello afectara al sentimiento, en la familiar. De ah¨ª el gran acierto de Aznar al poner en sus manos una carta de dimisi¨®n al ser nombrado al frente del PP: nada pod¨ªa ser m¨¢s grato a Fraga que tal reconocimiento pleno de su auctoritas.
Esa vocaci¨®n dominadora no era secreto alguno para quienes siguieron sus cursos en Pol¨ªticas y Econ¨®micas, en v¨ªsperas de su ascenso en 1962, cuando ya los estudiantes le montaban escenas jocosas sobre su ambici¨®n, presentando en el Paso del Ecuador a una se?ora Friega y Barre sobre la cual ¡°no hay secreto, no hay misterio, va buscando un Ministerio¡±. Su ya notoria puntualidad ten¨ªa el coste de ser llamado ¡°el abominable hombre de las nueve¡±, hora en que cerraba la puerta al llegar a clase, incluso al estudiante que llegara a sus espaldas. (Aqu¨ª hab¨ªa algo de trampa, porque la clase acababa a las diez menos cuarto, pero no para tarea oficial alguna, sino para acudir a un gimnasio en la calle Casado del Alisal). Pero por encima de eso era respetado. Sus clases eran milim¨¦tricamente precisas, apoyadas en torres de fichas, con su texto pronunciado con la mirada puesta a la intersecci¨®n de la pared frontal y el techo. En mi tiempo, chicos y chicas separadas. Su libro de referencia, La crisis del Estado, como admirador de Carl Schmitt, resultaba indigesto, pero las clases eran muy informativas. Cumpl¨ªa a fondo con su tarea docente.
Ministro entre 1962 y 1969, Fraga concebir¨¢ primero su papel como puesta en marcha de un reformismo fiel al r¨¦gimen. En 1965 declara al Times que el futuro de Espa?a ser¨ªa mon¨¢rquico, despu¨¦s de una transici¨®n reformadora impulsada ?desde el Movimiento Nacional! Y en ese juego va a instalarse, no dudando como ministro de Informaci¨®n en implicarse a fondo al avalar decisiones represivas, frente a intelectuales, sindicalistas, comunistas, con la ejecuci¨®n ilegal de Grimau como momento culminante. Nunca renegar¨¢ de esa conducta, prolongada luego hasta la declaraci¨®n del estado de excepci¨®n y la siniestra manipulaci¨®n del asesinato del estudiante Ruano. No creo tampoco que los dem¨®cratas deban perdon¨¢rselo. Paralelamente, am¨¦n de su eficacia en la racionalizaci¨®n del turismo, ah¨ª est¨¢ la Ley de Prensa, que hoy puede parecer limitada y contradictoria, que incluy¨® pol¨ªticas de persecuci¨®n como la llevada a cabo contra Ruedo Ib¨¦rico, pero al mismo tiempo hizo posible entre zigzags comprar peri¨®dicos legibles como Madrid, que muchas veces pasara Le Monde y que pudieran llegar libros y autores hasta entonces condenados. Y tambi¨¦n gotas del nuevo cine, en salas ¡°de arte y ensayo¡±.
Siempre entre explosiones. Cuando en una arriesgada presentaci¨®n p¨²blica de la ley en el Paraninfo de la Complutense los estudiantes ridiculizaron su imagen como palad¨ªn de la libertad ¡ªhab¨ªa permitido que Conchita Montes dijera furcia en una comedia de Achard¡ª, su estallido de ira solo tuvo comparaci¨®n con el monumental pateo recibido. Un ejemplo entre muchos. Su capacidad de aguante era m¨ªnima.
Entre la pol¨ªtica de autoridad a ultranza del r¨¦gimen, que defend¨ªa, y la exigencia de modernizaci¨®n, algo de lo cual era muy consciente, Fraga intenta entonces la transformaci¨®n de la dictadura, cargada de residuos totalitarios, en un aut¨¦ntico r¨¦gimen autoritario, que el franquismo, por mucho que escribiese Linz, no era. A Fraga le gustaba la Baviera de Franz Josef Strauss. Pero ni Franco ni su entorno estaban dispuestos a admitir la transformaci¨®n. Las iniciativas de cambio desde dentro fracasan, lo cual en definitiva viene bien a la imagen de Fraga. As¨ª, cuando el r¨¦gimen entre en un callej¨®n sin salida ag¨®nico, desde su Embajada en Londres podr¨¢ aparecer como la soluci¨®n de cambio conservador: Fragamanlis, un Caramanlis espa?ol.
No obstante, Fraga segu¨ªa encerrado con su juguete preferido: la autoridad. En 1973 dirige y prologa la serie de estudios La Espa?a de los 70: su introducci¨®n es inequ¨ªvoca en cuanto a ver en la democracia la precondici¨®n para que se afirmen los procesos de modernizaci¨®n. Sin embargo, llegado a hablar de Espa?a, las reformas propuestas eluden la pol¨ªtica. Hasta en su etapa de ministro de Gobernaci¨®n en 1975-1976, cuando introduce la referencia a C¨¢novas, siempre ve el cambio como algo que desde su poder tendr¨¢ unos l¨ªmites por ¨¦l trazados; m¨¢s all¨¢ solo est¨¢ la inevitable represi¨®n. En las declaraciones como ministro a The New York Times, de enero de 1976, dibuja con perfiles precisos esa concepci¨®n: ¡°La libertad tiene que estar establecida por un hombre fuerte¡±, dispuesto a ¡°hacer cosas no agradables¡± y a no admitir presi¨®n alguna. De cara a la transici¨®n democr¨¢tica, segu¨ªa pensando lo mismo que en su condena de las utop¨ªas del 68. Y as¨ª fue, con la mort¨ªfera represi¨®n de Vitoria. Solo falt¨® para aislarle otra entrevista al mismo diario americano, en junio de 1976, aceptando a medio plazo una legalizaci¨®n del PCE, con lo cual se enajen¨® a la derecha franquista. Autoritarismo y realismo pol¨ªtico en oscilaci¨®n pendular. Las posibilidades de Fraga como l¨ªder nacional hab¨ªan acabado.
Parad¨®jicamente, la democracia le vino bien, una vez privado de toda posible actuaci¨®n gubernamental. Ahora era el sistema pol¨ªtico el que le impon¨ªa los l¨ªmites y pod¨ªa entrar en juego la capacidad pol¨ªtica de Fraga, con su sentido de la realidad y un dinamismo organizativo donde se asociaban firmeza y eficacia. Al veterano franquista le encant¨® participar en la redacci¨®n de una ley fundamental democr¨¢tica y, tras superar muchos obst¨¢culos, forjar desde los residuos del franquismo un partido conservador de gobierno. Luego vino el importante premio de consolaci¨®n, con la presidencia de su amada Galicia. En sus ¨²ltimos a?os, Fraga pudo ser pol¨ªticamente feliz. Nunca se arrepinti¨® de aquello de que hubiera debido arrepentirse.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.