Formariz, cien a?os sin amos
El escritor gallego Suso de Toro vuelve a la tierra de su padre, en Zamora. Un pueblo libre desde que en 1912 sus 53 vecinos compraran al terrateniente todas las tierras de labranza
El invierno es muy largo en Sayago. El verano tambi¨¦n. Alg¨²n roble, alguna encina, retamas de flor blanca, retamas de flor amarilla y decenas, cientos de paredes, muros de piedra que dividen las fincas. En uno de estos muros, incorporada como una piedra m¨¢s, una cruz tosca. Las letras grabadas est¨¢n gastadas, cuesta leerlas. A un lado, ¡°A?o DEP 1899¡±, y al otro, ¡°Fino Francisco Alego¡±. Francisco Alejo, El T¨ªo Francisquito, muri¨® en ese lugar de un tiro. El amo de la dehesa de Formariz de Sayago (Zamora), donde trabajaba como colono, hab¨ªa decidido plantar bellotas para que naciesen encinas y no se pod¨ªa cortar ni una rama de los ¨¢rboles j¨®venes que iban creciendo. Francisco Alejo fue a arar con sus vacas y cort¨® una rama para hacerse una aguijada. El capataz del amo, el montaraz, lo vio y discutieron. El montaraz iba armado y le meti¨® un tiro. Una historia de un tiempo no tan lejano en que en tierras de Sayago hab¨ªa amos y casi esclavos que cultivaban sus tierras, una historia de un pasado que queremos olvidar, la vieja pobreza.
En 1912, 13 a?os despu¨¦s de ese crimen, los colonos compraron mancomunadamente las tierras del amo. Hace cien a?os empez¨® aquella aventura, naci¨® un pueblo de gente de un nuevo linaje, pobres pero due?os. Formariz tiene su calendario particular, este a?o conmemora aquella fundaci¨®n de un pueblo de gente libre y para abrir sus fiestas escogi¨® la celebraci¨®n de su poeta, Justo Alejo.
Aquel hijo de este pueblo fue una figura apasionada y compleja. Escapar de la pobreza lo llev¨® a ser militar sin vocaci¨®n ni saber mandar y su rebeld¨ªa personal y social lo hizo integrarse en la clandestina Uni¨®n Militar Democr¨¢tica. Aquel militar at¨ªpico encerraba dentro a un poeta que se ahogaba, un poeta moderno que amaba perdidamente todo lo antiguo. Lo antiguo en Sayago es el sudor, el hambre y la sed; la pobreza. Justo busc¨® la esencia de esta tierra y carg¨® con su historia. Andar¨ªn por todo Sayago y por las vecinas tierras de Portugal; amigo de campesinos y hu¨¦sped de los pastores en sus caba?as, Justo tomaba notas, apuntaba canciones, palabras. Escrib¨ªa en la prensa sobre los oficios que se perd¨ªan, los ruidos del invierno a?orado desde una oficina en Madrid y luchaba contra un progreso que ve¨ªa llegar como un monstruo. Denunci¨® el destino de una tierra encerrada contra una frontera y abandonada, destinada a ser expoliada mediante grandes embalses y una central nuclear mientras sus hijos ten¨ªan que emigrar. Por ello y por todo Justo recibi¨® amenazas, fue acusado en la prensa regional de ¡°agente de Mosc¨²¡±. No pod¨ªa detener la historia y su vida personal se complicaba m¨¢s y m¨¢s, en 1979, un a?o despu¨¦s de morir su adorada madre, lleg¨® a su l¨ªmite, visti¨® el uniforme de gala, se subi¨® al balc¨®n del Ministerio del Aire y se lanz¨® al aire, que no lo sostuvo. ¡°Cuando me muera / llevadme al campo; meted mi cuerpo / bajo del ¨¢rbol / o de la espiga¡±. Sus cenizas fueron esparcidas por las tierras de la antigua dehesa de Formariz y una piedra sostiene su nombre debajo de un roble.
Ahora su pueblo cuenta su vida, lee sus poemas, los cuelga en las ramas de ese ¨¢rbol y colocan una placa en la casa en que vivi¨®, se cumplen as¨ª los ritos de apropiaci¨®n: el pueblo dice que aquel vecino es el poeta de esa tierra. Justo Alejo es un poeta que tiene un lugar, la tierra de Sayago, y esta es una tierra que tiene poeta. Tambi¨¦n tiene Sayago al Justo antrop¨®logo, el que admiraba a Jos¨¦ Mar¨ªa Arguedas, el peruano que estuvo en 1958 all¨ª haciendo un estudio sobre el comunitarismo sayagu¨¦s. Arguedas, mestizo y suicida, dej¨® un retrato lleno de amor por la gente y los animales, Justo lo recuerda llevando carne a los ¡°medrosos y desmedrados perros¡±. La semilla del suicidio de Arguedas prendi¨® en la mente de Justo, el esp¨ªritu sensible iluminado por el franciscanismo. Solo se puede decir Formariz y la tierra de Sayago desde la renuncia y la asunci¨®n de la pobreza, desde la abertura al lugar y el amor a los animales y las plantas.
El poeta Justo Alejo visti¨® el uniforme de gala, subi¨® al balc¨®n
del Ministerio del Aire
y se lanz¨® al aire,
que no lo sostuvo
Un siglo despu¨¦s de nacer el pueblo, el a?o es seco, hasta la Llagona, la peque?a laguna cercana al pueblo, est¨¢ seca. El agua, siempre busc¨¢ndola con sed personas y animales. Hoy los pueblos de Sayago tienen agua corriente a cambio de ver sus mejores tierras bajo un embalse, pero antes hubo que abrir fuentes comunales y luego pozos a pico y p¨®lvora. Tantos sudores conseguirlo todo. El agua, hace cien a?os, la tierra. Capitaneados por el cura, don Cipriano, que luego actuar¨ªa como una especie de alcalde autoritario y mal avenido, 47 vecinos, ¡°un pastor y los dem¨¢s labradores¡±, y seis vecinas, ¡°viudas, dedicadas a las ocupaciones de su sexo¡±, le compraron a don ?ngel Calder¨®n y Ozores la dehesa de Formariz de ¡°3.610 fanegas de marco provincial¡±. ¡°En el centro de la finca hay una serie de construcciones r¨²sticas, muchas de mamposter¨ªa ordinaria, que sirven de albergue a los colonos de la dehesa y a los ganados de los mismos. Tambi¨¦n hay una iglesia y una escuela mixta¡±. ¡°La capa laborable de esta es de poco espesor y de composici¨®n sil¨ªcica-arcillosa, entrando la s¨ªlice en una proporci¨®n de un 70%¡±. Cuando firmaron ante el notario y fueron due?os, los colonos expulsaron del pueblo al montaraz, que se march¨® con su reba?o de cabras. A continuaci¨®n los nuevos due?os de Mondariz consiguieron p¨®lvora y echaron cohetes al cielo de la noche. Pagaron a los amos 316.000 pesetas de hace cien a?os, para ello hab¨ªan tenido que empe?arse con prestamistas de los pueblos del entorno. Comenzaron con cortar toda la le?a de la dehesa para hacer carb¨®n y venderlo. Y siguieron a?os muy duros, ¡°tantos sudores conseguir¡±, eso model¨® el car¨¢cter de esta comunidad. El pueblo ten¨ªa dos herreros y no paraban de trabajar, la tierra es pobre y el granito que aflora por todas partes come mucho hierro a la azada o el arado. Se daba el centeno, cebada, algo el trigo y el pasto para las ovejas.
Sayago es pobre, Formariz, adem¨¢s, es austero. Una austeridad y un esp¨ªritu comunitario que viene de ese nacimiento tan sacrificado, trabajos esclavos para pagar las deudas. Sobre el pueblo cay¨® la sombra de la emigraci¨®n a Am¨¦rica, a Europa, a Madrid y Barcelona, encaj¨® el golpe del Movimiento Nacional conservando el esp¨ªritu comunitario y protegi¨¦ndose de los falangistas que llegaban de la cercana Fermoselle. Hoy los vecinos a¨²n presumen de que cuando es necesario se toca ¡°a fajina¡± para los trabajos comunitarios, pero ya no son trabajos agr¨ªcolas: los jubilados barren las calles, plantan ¨¢rboles y riegan jardines. Se van cayendo los cientos de muros que dividieron la dehesa repartida entre los vecinos, ¡°ya no se levanta una piedra ca¨ªda¡± y las ¡°cortinas¡±, fincas cultivadas, se convirtieron en prados. La escuela est¨¢ cerrada desde los a?os sesenta, de aquel pueblo de cien ni?os hambrientos se pas¨® a este, que solo tiene un ni?o de once a?os, V¨ªctor, y una ni?a de siete, Cintia. Hoy no les falta que comer a los ni?os en este pueblo de ancianos. Aunque tambi¨¦n hay seis reba?os y unas seis mil ovejas que salen cada madrugada a pacer a los campos. Y todav¨ªa pervive un resto de orgullo de quienes se creyeron pobres y libres, y late el deseo de decir que este pueblo existi¨®, que este pueblo resiste. Que la aventura de los colonos de Formariz tuvo sentido y vali¨® la pena. Tal es su deseo de existir que el programa de las fiestas reza, ¡°Formariz. En su primer centenario¡±. Si aquel Francisco Alejo, El T¨ªo Francisquito, volviese a la vida se sorprender¨ªa mucho de todas estas cosas.
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