Los cascotes del imperio
Aislados, sin cometido estrat¨¦gico y convertidos en un problema potencial, Espa?a conserva los pe?ones e islotes del norte de ?frica para evitar reclamaciones mayores de Marruecos
Hubo un tiempo fausto, hace ya casi un siglo, en el que en el pe?¨®n de Alhucemas los comercios eran numerosos y, cuando se abr¨ªan las puertas de la plazafuerte, los rife?os entraban para vender gallinas, huevos, frutas y verduras, cebada y carb¨®n. En otro pe?¨®n, el de V¨¦lez de la Gomera, hab¨ªa nada menos que cinco tiendas y tabernas, incluida una zapater¨ªa.
En todas las diminutas plazas de soberan¨ªa espa?olas a lo largo de la costa norte de Marruecos hab¨ªa empleados de Correos, aduaneros, maestros y fareros entre una poblaci¨®n que, en Alhucemas y V¨¦lez, super¨® los 400 habitantes, incluidos los presidiarios. En la isla de Isabel II de las Chafarinas, el m¨¢s grande de los min¨²sculos archipi¨¦lagos espa?oles, rebas¨® los setecientos vecinos. All¨ª hubo hasta un casino y un peque?o hospital militar.
Amar Binauda sol¨ªa vender pescado a los soldados cuando era joven. Amarraba su barca en la isla Isabel II y ofrec¨ªa su mercanc¨ªa a los militares espa?oles. Dispon¨ªa incluso de una casa de pescador all¨ª. Su padre, antes que ¨¦l, tambi¨¦n tuvo negocios con la guarnici¨®n: era su carnicero. Pero eso fue hace mucho tiempo. Cuando las tropas de las islas a¨²n se relacionaban con los pobladores de la costa m¨¢s pr¨®xima: el embarcadero marroqu¨ª de cabo de Agua. Binauda tiene ahora 74 a?os y no habla nunca con los espa?oles. ¡°Cada uno est¨¢ en su sitio¡±, dice. ¡°Con lo del S¨¢hara todo cambi¨®. No hay relaci¨®n¡±, a?ade refiri¨¦ndose a la toma de control por Marruecos de esa colonia espa?ola en 1975.
A lo largo del siglo XX, los enclaves perdieron utilidad militar y habitantes. 1970 fue el ¨²ltimo a?o en que se dio a conocer el censo de poblaci¨®n, ya casi todos militares a las ¨®rdenes de la Comandancia General de Melilla que ni siquiera pod¨ªan llevar con ellos a sus familias. Aun as¨ª hace todav¨ªa cuarenta a?os el turista curioso pod¨ªa recorrer esas plazas situadas en parajes de gran belleza. ¡°El servicio postal de viajeros y mercanc¨ªas lo asegura un vapor de la Compa?¨ªa Transmediterr¨¢nea que hace un viaje semanal desde Melilla (¡)¡±, se?alaba un op¨²sculo editado por la comandancia hace medio siglo.
Hace un siglo, en las diminutas plazas de soberan¨ªa hab¨ªa comercios, aduaneros, maestros o fareros?
¡°El viaje era barato, lento ¡ªduraba una semana¡ª y en los barcos apenas hab¨ªa pasajeros¡±, recuerda un turista ahora octogenario que hace casi medio siglo se hinch¨® a leer libros durante la traves¨ªa. ¡°En cada escala daba de sobra tiempo a bajarse y a dar una vuelta por el islote¡±, recuerda. Hoy en d¨ªa las plazas de soberan¨ªa est¨¢n vetadas a los civiles, excepto Chafarinas a los bi¨®logos del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas y a los funcionarios de la Red de Parques Nacionales a la que pertenece. En las islas anidan m¨¢s de dos mil parejas reproductoras de la gaviota de pico rojo, la segunda colonia mundial de estas aves, y en sus aguas nadan 9 de los 11 invertebrados marinos considerados en peligro de extinci¨®n.
Hasta hace una d¨¦cada segu¨ªa habiendo alg¨²n contacto entre los dos pe?ones y su vecindario marroqu¨ª. El suboficial enfermero destinado en V¨¦lez se daba, por ejemplo, de vez en cuando una vuelta por el cercano pueblo de pescadores y hac¨ªa algunas curas. Al¨ª, 30 a?os m¨¢s joven que Beniauda, tambi¨¦n recuerda que cuando era peque?o los soldados del pe?¨®n de Alhucemas se acercaban a la playa de Sfiha a jugar al f¨²tbol con la gente del pueblo y a ba?arse.
El pe?¨®n, donde se ubica la guarnici¨®n militar, est¨¢ cerca de la costa, pero no tanto como para llegar a nado f¨¢cilmente.
Los otros dos islotes, isla de Tierra e isla de Mar, est¨¢n, en cambio, literalmente pegados a la playa. Los escasos metros que separan la arena del pe?asco m¨¢s cercano, isla de Tierra, se pueden recorrer caminando. Apenas cubre. ¡°Antes siempre ¨ªbamos all¨ª a ba?arnos o a coger mejillones o coquinas¡±, recuerda Al¨ª. ¡°Hay una parte muy resguardada del viento. Llev¨¢bamos all¨ª a las ovejas en lancha y las dej¨¢bamos todo el invierno. Nadie nos pon¨ªa problemas¡±. La soberan¨ªa espa?ola de la isla no se hac¨ªa expl¨ªcita en ninguna parte. Pero en 2002 todo cambi¨®.
Los contactos entre los militares de los enclaves y la poblaci¨®n marroqu¨ª se acabaron tras el incidente de Perejil
El conflicto del islote de Perejil dio al traste con esos h¨¢bitos. El enfermero ya no baj¨® al pueblo y los regulares espa?oles colocaron alambres en la isla de Tierra para impedir el acceso de los veraneantes. Perejil, del que los marroqu¨ªes se adue?aron el 11 de julio de 2002 y fueron desalojados por los boinas verdes espa?oles seis d¨ªas despu¨¦s, no es una plaza de soberan¨ªa. Es una extra?a tierra de nadie, seg¨²n el acuerdo alcanzado hace diez a?os.
Desde hace una d¨¦cada los pe?ones han sido intermitentemente motivo de fricci¨®n entre Rabat y Madrid. La m¨¢s grave se produjo, en junio de 2010, cuando el rey Mohamed VI pasaba unos d¨ªas de descanso en un yate anclado en la bah¨ªa de Alhucemas. Se molest¨® por el vaiv¨¦n de los helic¨®pteros que desde Melilla abastecen a la guarnici¨®n del pe?¨®n a trav¨¦s del espacio a¨¦reo marroqu¨ª. Pidi¨® que se suspendieran los vuelos durante su estancia y Defensa accedi¨®. Pero tard¨® en hacerlo, lo que suscit¨® la ira real.
En mayo pasado, los islotes volvieron a convertirse en un quebradero de cabeza para el Gobierno. Los inmigrantes hab¨ªan descubierto una nueva v¨ªa de acceso a Espa?a. Llegaron las primeras cuatro pateras a Chafarinas que sacaron de su letargo a la guarnici¨®n all¨ª destinada. A finales de agosto, los inmigrantes alcanzaron, probablemente a nado, la isla de Tierra de Alhucemas.
La alarma se dispar¨® en el Gobierno espa?ol, que quer¨ªa impedir que esta nueva v¨ªa se convirtiera en un coladero. Solo se pod¨ªa hacer con la cooperaci¨®n del pa¨ªs vecino. Dejar a los subsaharianos en el islote o enviarles a todos a Melilla o a la Pen¨ªnsula, como exig¨ªan, hubiese sido ¡°una declaraci¨®n de que el territorio espa?ol estaba abierto¡±, se justific¨® el ministro de Exteriores, Jos¨¦ Manuel Garc¨ªa-Margallo.
¡°Los pe?ones son el punto por donde puede saltar la carrera que destroce la carrera¡±, explica un mando militar
Para evitarlo el Gobierno se salt¨® la Ley de Extranjer¨ªa, seg¨²n numerosas ONG de Derechos Humanos empezando por Amnist¨ªa Internacional y el Comit¨¦ Espa?ol de Ayuda al Refugiado. La ley obliga a incoar procedimientos de expulsi¨®n individuales con todo tipo de garant¨ªas incluida la asistencia de un letrado. Si los subsaharianos hubiesen entrado en Melilla o en la Pen¨ªnsula se les habr¨ªa aplicado, pero no en los pe?ones donde ¡°la soberan¨ªa espa?ola es menos protectora¡±, ironiza un diplom¨¢tico. Aun as¨ª el PSOE respald¨® al Gobierno.
Los pe?ones son Espa?a, pero una Espa?a algo particular. Albor¨¢n pertenece administrativamente a Almer¨ªa, pero los otros siete islotes (archipi¨¦lagos de Alhucemas y Chafarinas y el pe?¨®n de V¨¦lez) tienen ¡°un indefinido estatuto interno¡±, seg¨²n el catedr¨¢tico Alejandro del Valle. ¡°Est¨¢n complemente fuera de la organizaci¨®n territorial del Estado¡± porque no forman parte de ninguna provincia, subraya en un art¨ªculo publicado por el Real Instituto Elcano.
¡°Se trata de territorios que no figuran expl¨ªcitamente como ¡°espa?oles en ning¨²n texto relevante¡±, prosigue el catedr¨¢tico. ¡°Este vac¨ªo regulador provoca incertidumbre en muchos ¨¢mbitos: el reconocimiento y delimitaci¨®n de espacios marinos y de aguas jurisdiccionales o de seguridad, la jurisdicci¨®n interna espa?ola aplicable...¡±. Estas ¡°posiciones avanzadas, verdaderas atalayas de la patria¡±, como las describ¨ªa la Comandancia de Melilla, son pues vulnerables y el mantenimiento all¨ª de una presencia militar es costoso, sobre todo en tiempos de crisis.
Cuando el primer grupo de subsaharianos se asent¨®, en agosto, en isla de Tierra, peri¨®dicos como As Sabah, de Casablanca, divisaron ¡°nubarrones en las relaciones entre Madrid y Rabat¡±. Mohamed VI quiso evitarlo y dio su visto bueno a la readmisi¨®n en Marruecos de 72 n¨¢ufragos del islote. Era la segunda vez, desde que se firm¨® el acuerdo de readmisi¨®n hispano-marroqu¨ª de 1992, que Rabat aceptaba que le fuera devuelto un contingente de subsaharianos al que expuls¨® de inmediato a Argelia a trav¨¦s de una frontera te¨®ricamente cerrada desde hace 18 a?os.
La vida es tediosa en las guarniciones. En 2005 se suspendieron las visitas tras un incidente que acab¨® en sedici¨®n
Con la inmigraci¨®n, ¡°los islotes marroqu¨ªes ocupados se convierten en un problema para Espa?a¡±, titulaba el diario Akhbar al Youm de Casablanca. No lo han sido esta vez porque Marruecos ha echado una mano en los pe?ones, como lo viene haciendo en Melilla en cuyos alrededores tiene desplegado al Ej¨¦rcito para secundar a la Gendarmer¨ªa y a las fuerzas auxiliares (antidisturbios).
Pero las autoridades de Marruecos podr¨ªan cansarse o querer, en alguna ocasi¨®n, desviar la atenci¨®n de sus problemas internos ¡ªel pa¨ªs entra paulatinamente en crisis econ¨®mica¡ª dejando que surja un conflicto en las plazas de soberan¨ªa. Pe?ones e islotes no pueden ser defendidos sin su colaboraci¨®n. Es imposible erigir vallas, como en Ceuta y Melilla, y destacar a cientos de guardias civiles para rechazar a los que intenten salt¨¢rselas.
¡°El valor estrat¨¦gico de los pe?ones y las Chafarinas es igual a cero¡±. Un general, que tuvo bajo su mando las llamadas ¡°plazas menores¡± (en contraposici¨®n a las ¡°mayores¡±, Ceuta y Melilla) se muestra contundente a la hora de valorar el inter¨¦s militar del rosario de islotes y pe?ascos que conserva Espa?a en el norte de Marruecos. Las min¨²sculas posesiones no albergan ning¨²n rel¨¦ ni radar ni sistema de guerra electr¨®nica ¨²til para el despliegue de las Fuerzas Armadas espa?olas o la vigilancia del norte de ?frica, m¨¢s all¨¢ de los equipos necesarios para asegurar la comunicaci¨®n con sus guarniciones. En la ¨¦poca de los sat¨¦lites y los radares aerotransportados no hace falta sentarse en las barbas del vecino para espiarlo.
Eso no quiere decir que los mandos militares sean partidarios de poner fin a una presencia que, en alg¨²n caso, se remonta a 500 a?os, tantos como la espa?olidad de Melilla. ¡°Espa?a no se entrega a trozos¡±, contesta airado el citado general. Otro, que fue jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito de Tierra, alega que ¡°los pe?ones son el punto por donde puede saltar la carrera que destroce la media¡±. En otras palabras, seg¨²n su razonamiento, ¡°si Espa?a los entregase, Marruecos pedir¨ªa luego Ceuta y Melilla y, si tambi¨¦n se las di¨¦ramos, reclamar¨ªa Canarias¡±. Por eso, es raro encontrar a un militar que no aplauda la recuperaci¨®n de Perejil, en 2002, a pesar de que la mayor¨ªa de los espa?oles ignorasen la existencia de este islote y la frase del entonces ministro de Defensa Federico Trillo (¡°al alba, con fuerte viento grueso de Levante¡±) suene m¨¢s rid¨ªcula que ¨¦pica. Ni un paso atr¨¢s, por tanto. Las ¡°plazas menores¡± son la primera l¨ªnea de defensa.
Y eso a pesar de que ellas mismas son indefendibles. En cada una de las tres guarniciones ¡ªislas Chafarinas, pe?¨®n de Alhucemas y pe?¨®n de V¨¦lez de la Gomera¡ª hay una secci¨®n de infanter¨ªa (entre 25 y 30 militares) a las ¨®rdenes de un teniente. Adem¨¢s, cuentan con un equipo de la Compa?¨ªa de Mar con alguna z¨®diac para apoyar la llegada de embarcaciones (solo las Chafarinas tienen muelle). Carecen de artiller¨ªa y los mandos militares prefieren guardar silencio cuando se les pregunta si disponen de alg¨²n misil port¨¢til.
Su mayor vulnerabilidad radica en la proximidad de la costa de Marruecos, a la que est¨¢ unido por un istmo el pe?¨®n de V¨¦lez de la Gomera, y en la lejan¨ªa de Melilla, de cuya comandancia dependen. Pero esta ¨²ltima carece de medios de transporte para reforzar las guarniciones en caso de emergencia. La Armada retir¨® hace a?os el patrullero que destac¨® en Melilla a ra¨ªz de la crisis de Perejil. Un remolcador se desplaza a la zona cada dos meses para trasportar el material pesado o peligroso, como el combustible. Lo mismo sucede con el helic¨®ptero Chinook que cada cuatro o cinco semanas acude desde la base de las Fuerzas Aerom¨®viles del Ej¨¦rcito de Tierra (FAMET) en Colmenar Viejo (Madrid) para relevar a las tres guarniciones. Se estima que en cada relevo se mueven en torno a ocho toneladas.
Las FAMET tienen un helic¨®ptero Cougar basado permanentemente en Melilla, pero es m¨¢s peque?o que el Chinook y su misi¨®n es realizar evacuaciones m¨¦dicas y llevar suministros urgentes. Adem¨¢s, para llegar hasta las ¡°plazas menores¡± la aeronave tiene que sobrevolar suelo marroqu¨ª.
No sorprende, por tanto, que el Ej¨¦rcito intente que las tres guarniciones sean lo m¨¢s aut¨®nomas posibles. Disponen de plantas desalinizadoras, grupos electr¨®genos y una planta fotovoltaica en Chafarinas, as¨ª como un botiqu¨ªn atendido por un enfermero.
La vida es tediosa en las ¡°plazas menores¡±. Hasta 2005 hab¨ªa visitas regulares de familiares de los mandos e incluso alg¨²n campamento de verano. Ese a?o hubo un verdadero mot¨ªn en Chafarinas. Hasta 11 soldados fueron encausados por sedici¨®n despu¨¦s de que el teniente les castigara por la desaparici¨®n del GPS de un visitante. Para cortar de ra¨ªz el problema, el comandante general de Melilla orden¨® suspender todas las visitas. Ahora solo excepcionalmente consigue un civil permiso para acercarse a zonas que en alg¨²n caso, como las Chafarinas, son aut¨¦nticos para¨ªsos naturales.
El pe?¨®n de V¨¦lez de la Gomera, por ejemplo, est¨¢ junto a una peque?a cala de piedra y un pueblo min¨²sculo al que solo se puede llegar por mar o por una pista de tierra de 20 kil¨®metros desde la carretera. Junto a la peque?a playa, por la que pasean gallinas y ovejas, hay algunas barcas de pescadores. A la izquierda se alza el pe?¨®n espa?ol, de 87 metros sobre el nivel del mar en su punto m¨¢s alto. V¨¦lez fue una isla, pero est¨¢ unido a tierra desde 1930, por lo que tiene una frontera terrestre con Marruecos.
Los soldados de V¨¦lez, seg¨²n la gente del pueblo, tampoco se relacionan con los marroqu¨ªes. Como en Chafarinas, y como en Alhucemas, cada uno se queda en su sitio. Fue en este lugar donde, el pasado 29 de agosto, siete activistas marroqu¨ªes colocaron cuatro banderas de su pa¨ªs. Las im¨¢genes de lo ocurrido, en las que se pod¨ªa ver a los militares espa?oles en pantal¨®n corto y a alguno en chanclas, reflejaban que los militares no tienen mucho que hacer en ese pe?¨®n.
¡°A pesar de que no hay mucha actividad, antes eran destinos que no estaban mal¡±, recuerda Miguel ?ngel Alonso. ?l hizo la mili en el pe?¨®n en 1984 y pas¨® all¨ª tres meses. ¡°En esa ¨¦poca ¨¦ramos en la isla entre 80 y 100 personas. Nos llamaban los de la piedra. Casi todo lo hac¨ªamos por la ma?ana y despu¨¦s trat¨¢bamos de hacer ejercicio por la tarde. Se viv¨ªa bien. Hab¨ªa alguno que hac¨ªa tonter¨ªas, pero sab¨ªamos que no pod¨ªamos cruzar a Marruecos, y todos los suministros llegaban de fuera¡±.
Cada guarnici¨®n procede de una unidad del Ej¨¦rcito en Melilla, que suministra los efectivos. Los militares destacados en Chafarinas pertenecen al Tercio Gran Capit¨¢n de la Legi¨®n; los del pe?¨®n de Alhucemas al Regimiento Mixto de Artiller¨ªa n¨²mero 32, y los de V¨¦lez de la Gomera al Regimiento de Regulares n¨²mero 52. Durante el tiempo que est¨¢n en los pe?ones o las islas perciben una prima equivalente a la que cobran cuando est¨¢n de maniobras, pero inferior a la de sus compa?eros enviados a L¨ªbano o Afganist¨¢n.
?Es caro mantener las plazas menores de soberan¨ªa? Los mandos militares se encogen de hombros. ¡°Es el chocolate del loro. Lo realmente caro es mantener Melilla, que tampoco tiene ning¨²n inter¨¦s estrat¨¦gico, al contrario que Ceuta¡±, responden. Los militares destinados en Melilla cobran m¨¢s que en la Pen¨ªnsula, pero su situaci¨®n no es distinta de la de los m¨¦dicos, maestros o cualquier otro funcionario.
¡°Ni se nos pasa por la cabeza¡±, contesta un miembro del Gobierno cuando se le pregunta por la posibilidad de ceder a Marruecos los pe?ones y las islas. ?Y si desaparecieran del mapa como si nunca hubieran existido? ¡°Eso ser¨ªa otra cosa¡±. Nadie los echar¨ªa de menos.
Los intentos de deshacerse de los enclaves
Si el a?o de 1492 marca el final de la presencia pol¨ªtica del islam en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, inaugura tambi¨¦n un periodo que, como destaca el profesor Pierre Vilar, constituye ¡°una continuaci¨®n de la Reconquista en ?frica, con un aspecto feudal, militar¡±. Los ataques de los se?ores andaluces al otro lado del Estrecho eran aut¨¦nticas razias para hacerse con un bot¨ªn y enriquecerse, pero paralelamente hab¨ªa intereses de Estado. Despu¨¦s de la ca¨ªda de Granada en 1492, muchos musulmanes espa?oles emigrados se hab¨ªan refugiado en territorio marroqu¨ª y para la monarqu¨ªa espa?ola la necesidad de proteger el sur de Espa?a de posibles ataques procedentes del Magreb exig¨ªa la posesi¨®n de algunas plazas fuertes y de una base de operaciones del otro lado del Estrecho. El gran impulsor de las expediciones en ?frica del Norte fue el cardenal Cisneros, quien equip¨® a sus expensas barcos y tropas al mando de Pedro Navarro, un aventurero, ¨¦l mismo antiguo corsario. Ser¨ªa este quien conquistara el pe?¨®n de V¨¦lez de la Gomera en 1508. Los marroqu¨ªes lo recuperaron en 1522, para volver a manos espa?olas en 1564.
A las motivaciones que llevaron a estas conquistas en el litoral norteafricano vino a sumarse en el siglo XVI la aparici¨®n del gran corso berberisco, primero con los hermanos Barbarroja y luego con Dragut, apoyado por el Imperio Otomano, que se erig¨ªa como nueva potencia isl¨¢mica en el Mediterr¨¢neo.
La predicaci¨®n contra el islam prosigui¨®, esta vez contra el Turco, pero detr¨¢s de las exhortaciones en nombre de la fe cristiana yac¨ªan intereses pol¨ªticos y econ¨®micos: la necesidad de defender el territorio contra toda posible agresi¨®n procedente del sur y proteger el comercio mar¨ªtimo. El pretexto para la ocupaci¨®n del pe?¨®n de Alhucemas el 28 de agosto de 1673 volv¨ªa a ser el de que all¨ª encontraban refugio y albergue los corsarios que, en sus correr¨ªas e incursiones, atacaban las naves de las naciones cristianas.
Los dos pe?ones sufrieron ataques continuos de los habitantes de la costa para recuperarlos. Las condiciones de vida eran all¨ª muy duras, llenas de privaciones ¡ªfalta de agua y escasez de alimentos¡ª, sobre todo en ¨¦pocas de asedio, y calamidades como las terribles epidemias que diezmaban a las guarniciones y a la poblaci¨®n penal. Cuando en el siglo XVIII el corso dej¨® de ser el principal problema, los pe?ones pasaron a ser presidios, no solo para criminales, sino tambi¨¦n para confinados pol¨ªticos a lo largo del siglo XIX, ya estuvieran adscritos al campo liberal o al carlista, seg¨²n las ¨¦pocas. Particularmente terribles fueron las epidemias de peste en 1743-1744, la de escorbuto en 1799 y la de fiebre amarilla en 1804 y 1821.
Desde mediados del siglo XVIII, los gobernantes espa?oles empezaron a plantearse la cuesti¨®n de si los gastos para el mantenimiento de esos enclaves val¨ªan o no la pena y no ser¨ªa m¨¢s conveniente abandonarlos. M¨¢s que un abandono puro y simple, se tratar¨ªa de una cesi¨®n al sult¨¢n a cambio de ciertas ventajas econ¨®micas en el Imperio Jerifiano. Esta idea fue rechazada en 1801 por Godoy, para quien la cesi¨®n a Marruecos ser¨ªa contraria a los ¡°intereses de Espa?a¡±. A?os despu¨¦s, la Junta Central, por un lado, y Jos¨¦ I, por otro, entablaron negociaciones con el sult¨¢n para la cesi¨®n de ambos pe?ones, aunque sin llegar a ning¨²n resultado. De nuevo, las Cortes reunidas en C¨¢diz en 1810 volver¨ªan a plantear el tema de la cesi¨®n, sin llegar a ponerse de acuerdo al ser muy grande la divisi¨®n de pareceres. El Gobierno liberal (1820-1823), surgido del pronunciamiento de Riego, plante¨® una vez m¨¢s el asunto, con cuyo fin dio poderes al c¨®nsul espa?ol en T¨¢nger para firmar el tratado de cesi¨®n, pero las ventajas econ¨®micas otorgadas a Espa?a llevaron a Inglaterra a hacer presi¨®n sobre el sult¨¢n para disuadirlo de aceptar el tratado. En 1861 saldr¨ªa de nuevo a relucir el tema del abandono o cesi¨®n de los dos ¡°presidios menores¡± por considerarlos completamente in¨²tiles, si bien la idea qued¨® posteriormente limitada al pe?¨®n de V¨¦lez. Por ¨²ltimo, el proyecto de abandono de los dos pe?ones resurg¨ªa en 1869 y, a pesar de que la comisi¨®n creada para estudiar el asunto dictamin¨® en sentido favorable, toda una serie de problemas, dificultades y dilaciones hicieron que el proyecto quedara una vez m¨¢s en suspenso. El tema del abandono o cesi¨®n no volvi¨® desde entonces nunca m¨¢s a plantearse.
Las islas Chafarinas fueron ocupadas en enero de 1848, adelant¨¢ndose a los planes de ocupaci¨®n por Francia desde Argelia. El pretexto para ocuparlas fue el de constituir un buen abrigo para los barcos y poseer una excelente ubicaci¨®n estrat¨¦gica frente a la frontera argelino-marroqu¨ª. Lo mismo que los dos pe?ones, las Chafarinas fueron en su d¨ªa presidio para delincuentes y confinados pol¨ªticos.
Hoy d¨ªa, las circunstancias han cambiado y resulta dif¨ªcil creer que estos enclaves puedan representar una protecci¨®n frente a la eventualidad de un peligro. Quiz¨¢ haya llegado el momento de volver a plantearse hasta qu¨¦ punto vale la pena conservar esos vestigios de un pasado ya caduco.
Mar¨ªa Rosa de Madariaga es historiadora, especialista en las relaciones entre Espa?a y Marruecos.
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