La familia
Javier Pradera recuerda su infancia en plena guerra civil, donde perdi¨® a su padre y a su abuelo
Es bien sabido que los recuerdos m¨¢s lejanos no son reproducciones directas de una realidad vivida en una temprana edad y conservadas como fotograf¨ªas amarillentas o viradas en sepia sino el ¨²ltimo registro impreso en la memoria de una sucesi¨®n indefinida de copias de la versi¨®n inmediatamente anterior acumuladas a partir de un n¨²cleo originario hoy incognoscible. No guardo ning¨²n recuerdo de la figura o de la presencia f¨ªsica de mi padre, paseado a comienzos de septiembre de 1936 en la c¨¢rcel de Ondarreta y arrojado despu¨¦s al cementerio de Polloe cuando yo ten¨ªa dos a?os y cuatro meses como venganza o r¨¦plica por la ocupaci¨®n de Ir¨²n, ni del padre de mi padre, asesinado la v¨ªspera en las mismas condiciones. Ni siquiera tengo recuerdos del clima de aflicci¨®n, de dolor, que tuvo necesariamente que dominar a mi familia en los meses posteriores.
La gran mayor¨ªa de las im¨¢genes que conservo de mi edad m¨¢s temprana hasta cumplir los cinco a?os son desva¨ªdas y borrosas; por mucho que intente precisar los perfiles, fijar los colores e identificar a los personajes de esas estampas nebulosas no lo consigo. Son como los rastros que dejan a veces los sue?os pero que se evaporan cuando uno intenta memorizarlos como recuerdos de acontecimientos realmente sucedidos. Algunas im¨¢genes evanescentes he podido reconocerlas con el paso del tiempo como huellas de las fiestas de Carnaval en la Parte Vieja donostiarra y sus enigm¨¢ticas charangas (¡°Caldereros somos de la Hungr¨ªa, que venimos a San Sebasti¨¢n¡±) y de los puestos de la plaza de la Constituci¨®n el d¨ªa de Santo Tom¨¢s. Otras veces la ayuda de mi madre me permit¨ªa rememorar, a trav¨¦s del recuerdo de una burra plateresca sobre la que montaba a horcajadas, un veraneo feliz en Ber¨¢stegui seguramente en 1937.
El traslado de mi familia a Pamplona despu¨¦s del fusilamiento de mi padre y de mi abuelo tiene tambi¨¦n confusas im¨¢genes de un viaje en autom¨®vil y de una gran plaza engalanada, que tal vez fue el escenario de una parada infantil donde al parecer desfil¨¦ con el uniforme de Pelayo, la organizaci¨®n infantil del Requet¨¦, brazo armado a su vez del carlismo. De 1936 a 1939 cambiamos con frecuencia de vivienda familiar desde que abandonamos el piso de la Avenida para que mi madre no sintiera cotidianamente el dolor de la ausencia de mi padre al o¨ªr el ascensor o el ruido de la puerta. Adem¨¢s de la estancia en Pamplona, nos trasladamos ya con mi abuela a una villa del Paseo de los Fueros de San Sebasti¨¢n, una melanc¨®lica y hermosa ribera ajardinada del r¨ªo Urumea. Pasamos tambi¨¦n una temporada en una casa con jard¨ªn de Fuenterrab¨ªa y finalmente nos instalamos en el piso de la calle Reina Regente 2, donde hab¨ªa vivido mi abuelo paterno y que mi abuela no quer¨ªa volver a pisar.
¡°La discusi¨®n sobre los muertos en el frente plantea menos problemas ideol¨®gicos que la de los fusilados en la retaguardia¡±
Hay recuerdos de la remota infancia que irrumpen en la memoria con la frescura de una falsa inmediatez y tienen tal colorido y presentan marcas tan indelebles de veracidad que parecen saltar por encima de las d¨¦cadas y de las conclusiones de los psic¨®logos sobre los mecanismos mediados de la percepci¨®n. Uno de esos primeros recuerdos claros y distintos se corresponde con el fin de la guerra civil: un soldado del tercio o un requet¨¦ me levanta en brazos al lado del peque?o estanque del Parque de Alderdi Eder donostiarra y me regala un pirul¨ª mientras me dice: ¡°?Hemos tomado Madrid!¡±. Probablemente la escena se me quedar¨ªa grabada por conversaciones escuchadas antes en casa sobre la inminencia del acontecimiento (tras la ca¨ªda de Barcelona y Catalu?a en enero de 1939, la Rep¨²blica estaba condenada a menos que estallara el conflicto europeo que se producir¨ªa seis meses despu¨¦s) y sus repercusiones para los planes familiares. (...)
Y relacionada con estas im¨¢genes est¨¢ casi temporalmente pegada ¡ªjulio de 1939¡ª la visi¨®n desde un balc¨®n de la calle de Hernani de un espectacular autom¨®vil descubierto ocupado por Franco y el conde Ciano, procedente del Palacio de Ayete y bordeando la bah¨ªa, para acceder al Club N¨¢utico y embarcar seguidamente en el yate del Caudillo. El despliegue de escolta y de protecci¨®n ¡ªimagino que con la caballer¨ªa de la Guardia Mora incluida¡ª tendr¨ªa que ser tan impresionante que le pregunt¨¦ a mi hermano V¨ªctor cu¨¢les eran los motivos y recib¨ª como respuesta una frase hecha, para m¨ª desconocida, que no he olvidado: ¡°Por si las moscas pican¡±.
El conde Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Italia, miembro del Gran Consejo Fascista y yerno del duce por su matrimonio con Edda Mussolini, se hallaba en la plenitud de su poder. Faltaban solo dos meses para que estallase la Segunda Guerra Mundial y la diplomacia italiana todav¨ªa era un ajedrecista importante en los esfuerzos por impedirla o aplazarla. La Espa?a de Franco brindaba al r¨¦gimen fascista en la persona de su egregio representante el agradecimiento debido a la ayuda en armamento y en tropas: unos 50.000 hombres pasaron por las unidades eufem¨ªsticamente denominadas Cuerpo de Voluntarios. Las entradas del 9 al 18 de julio de los Diarios ¡ªentonces secretos¡ª de Ciano se hallan en blanco precisamente a causa de su viaje a Espa?a. No faltaron, sin embargo, testimonios posteriores del yerno de Mussolini sobre las terribles dimensiones de la represi¨®n en Espa?a.
Ese final de la guerra civil del que tuve conocimiento a punto de cumplir los cinco a?os en los jardines de Alderdi Eder ser¨ªa una fecha te¨®ricamente indicada para hacer el balance de la tr¨¢gica cosecha de aquellos casi tres a?os de conflicto fratricida. En la Espa?a de la segunda d¨¦cada del siglo XXI, la discusi¨®n sobre los muertos y los heridos de los dos ej¨¦rcitos en el frente de batalla plantea menos problemas ideol¨®gicos y emocionales que los debates acerca de los fusilados en la retaguardia de ambas zonas, bien por pelotones de ejecuci¨®n militares de sentencias dictadas en juicios sin garant¨ªas a cargo de tribunales irregulares o por grupos de militantes de partidos o de sindicatos que daban el paseo a las v¨ªctimas asaltando las c¨¢rceles o registrando los domicilios y luego los depositaban en los cementerios o los enterraban en fosas comunes.
No es una peculiaridad espa?ola que las brasas en apariencia apagadas tras la muerte de Franco como consecuencia del proceso de transici¨®n a la democracia, la ley de Amnist¨ªa promulgada por las primeras Cortes democr¨¢ticas en octubre de 1977 y la Constituci¨®n de 1978 resulten tan f¨¢cilmente avivables. Francia y Estados Unidos han padecido guerras civiles tan brutales como la espa?ola y visto tambi¨¦n rebrotar las llamas a poco de que se soplara sobre las cenizas mal apagadas.
La variante espa?ola construye un relato supra o subhist¨®rico mediante la agregaci¨®n de cuatro etapas sin soluci¨®n de continuidad que conectan el comienzo y el final de la historia como en la cinta de M?bius:
? 1. Los cinco a?os en paz de la Segunda Rep¨²blica, presentada como un todo homog¨¦neo y omitiendo las profundas discontinuidades entre el bienio aza?ista, el bienio negro y la victoria del Frente Popular.
? 2. La guerra civil provocada por la sublevaci¨®n militar de julio de 1936 y la tragedia de un sangriento conflicto fratricida que dividi¨® a las familias y enfrent¨® a los amigos con decenas de miles de muertos en los frentes de batalla y en la retaguardia, sin que las instituciones republicanas se libraran adem¨¢s de sangrientas discordias intestinas.
? 3. La implacable represi¨®n a la que fueron sometidos los vencidos durante cuatro d¨¦cadas de franquismo.
? 4. La creencia de que la actual Espa?a constitucional es la institucionalizaci¨®n de la victoria de los derrotados en la guerra y de los represaliados bajo el franquismo que debe y que puede atrasar los relojes hasta el advenimiento de la Segunda Rep¨²blica despu¨¦s de hacer tabla rasa de setenta a?os de densa, tr¨¢gica e irreversible historia. Pero una cosa es que grandes sectores de la sociedad espa?ola consideren intuitivamente parte de su legado el programa de democratizaci¨®n, modernizaci¨®n y laicismo del primer gobierno republicano y otra bien distinta que los pecios arrojados por las mareas de la historia se puedan ignorar m¨¢gicamente.
Camarada Javier Pradera, de Santos Juli¨¢, se edita el 19 de noviembre por Galaxia Gutenberg. 464 p¨¢ginas. 23 euros.
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