Maestros leoneses, carne de ca?¨®n
Josefina Garc¨ªa, de 100 a?os, pas¨® casi la mitad de su vida en M¨¦xico, adonde huy¨® con su padre tras el fusilamiento de su hermano a principios de la Guerra Civil
Sali¨® de su casa con lo puesto, en mitad de la noche, al monte, caminando por el reguero para no dejar pisadas en la nieve. Josefina Garc¨ªa ten¨ªa aquella madrugada de 1936, 24 a?os. No volver¨ªa a su hogar, en Tru¨¦bano de Babia (Le¨®n), hasta los 47, y de visita. El pasado marzo cumpli¨® un siglo y ha pasado casi una vida entera desde aquella huida, pero el miedo de verdad se pega a la memoria como un traje de buzo al cuerpo. No ha olvidado un detalle.
Los falangistas acababan de fusilar a su hermano, Justiniano, el ¨²nico var¨®n entre siete chicas. ¡°Lo mataron de los primeros, por ser de izquierdas. Vinieron a buscarle, se lo llevaron en un cami¨®n con otros hombres y no le vimos m¨¢s¡±, recuerda. ¡°Estaban matando a mucha gente. Maestros no dejaban ni a uno¡±. Y esa era, precisamente, la profesi¨®n de Josefina y de su padre, Mariano. Carne de ca?¨®n. ?l huy¨® primero. Se escondi¨® con otros maestros en un pajar de Taverga (Asturias). No supo que a su mujer la hab¨ªan metido en la c¨¢rcel por no querer revelar d¨®nde estaba hasta que su hija se reuni¨® con ¨¦l en aquel pajar y se lo cont¨®. Josefina hab¨ªa estado llev¨¢ndole comida a su madre a la prisi¨®n: tres kil¨®metros a pie cada d¨ªa. Cuando pidi¨® permiso para ir a ver a su t¨ªa, tambi¨¦n presa, en otro pueblo, en el cuartel pensaron que era una esp¨ªa. Y decidi¨® huir antes de intentar dar las explicaciones que a tantos otros no les hab¨ªan servido de nada.
Asturias fue solo la primera parada. ¡°La guerra nos fue llevando. Fuimos a Catalu?a, donde dimos clases de castellano a los que solo hablaban catal¨¢n y tem¨ªan problemas. Y despu¨¦s, a Francia. Me qued¨¦ con las ganas de ver Par¨ªs¡±, dice a¨²n con verdadero fastidio. ¡°Me invit¨® una amiga francesa, pero no pude ir por la raz¨®n m¨¢s tonta. ?No ten¨ªa ropa interior! Solo ten¨ªa una muda y cuando la lavaba ten¨ªa que estar todo el d¨ªa en cama esperando a que secara¡±.
La huida continu¨®. Terminaron en M¨¦xico porque as¨ª se lo aconsej¨® a la familia de F¨¦lix Gord¨®n Ord¨¢s, natural de Le¨®n, entonces embajador espa?ol en M¨¦xico. Se lo explicaba el t¨ªo de Josefina, El¨ªas, en una carta el 14 de marzo de 1939 al embajador mexicano en Par¨ªs, Narciso Bassols, rescatada ahora del Acervo Hist¨®rico Diplom¨¢tico de la Secretar¨ªa de Relaciones Exteriores mexicana. David Rubio, sobrino nieto de Josefina, se la lee ¡ªno le falla la memoria, pero s¨ª la vista¡ª y ella recuerda enseguida que si terminaron en M¨¦xico fue por aquel consejo de quien terminar¨ªa siendo el presidente del Gobierno de la Rep¨²blica en el exilio. ¡°Si no, habr¨ªa sido cualquier otro pa¨ªs. Lo importante era salir. Si nos hubi¨¦ramos quedado en Espa?a, a mi padre lo habr¨ªan matado con toda seguridad y a m¨ª quiz¨¢ tambi¨¦n¡±. El 13 de julio de 1939, ella, su padre, su t¨ªo y sus primas zarparon de Puillac (Burdeos) rumbo a M¨¦xico. Les acompa?aban 2.000 espa?oles que hu¨ªan de lo mismo y viajaban, como ellos, con lo puesto.
¡°Yo nunca hab¨ªa visto el mar. Lo vi por primera vez desde aquel barco¡±, recuerda. Su padre escribi¨® un diario a bordo que David recuper¨® y public¨® en el Diario de Le¨®n: ¡°Al subir nos dijeron que retras¨¢semos nuestros relojes 30 minutos cada uno de los 14 d¨ªas que pas¨¢ramos a bordo y que as¨ª estar¨ªa en hora cuando atrac¨¢ramos en Veracruz¡±, escribi¨® en sus primeras l¨ªneas. La hora le inquietar¨ªa durante muchas p¨¢ginas. ¡°Me carcome la curiosidad de saber si ser¨¢ cierto que mi reloj marcar¨¢ la hora mexicana una vez ponga el pie en tierra...¡±.
Mariano escrib¨ªa mucho sobre su hija. ¡°Estoy preocupado y orgulloso de ella a partes iguales. Ha perdido mucho peso (...) No soporta ni la nostalgia de nuestra familia, ni, supongo, la ausencia del novio que debi¨® dejar en Tru¨¦bano y por el que no quiero preguntarle...¡± ¡ªSe llamaba Pepe. ¡°Era muy guapo. No nos pudimos ni despedir¡±, lamenta Josefina¡ª. ¡°Josefa se preocupa por m¨ª a todas horas. Creo que me acompa?a por miedo a que me ocurra algo, para cuidar a su padre, un viejo maestro de casi 70 a?os al que, en lugar de la jubilaci¨®n, le ha llegado el exilio...¡±. El 27 de julio llegaron a M¨¦xico. ¡°Las cinco marcaba mi reloj, exactamente la misma hora que todos los relojes de Veracruz¡±, escribi¨® sorprendido Mariano en su diario. Se adaptaron pronto. ¡°Todo funcionaba con la mordida. Me apunt¨¦ a clases para aprender a manejar (conducir) ¡ªa Josefina a¨²n se le escapan palabras en mexicano y sigue respondiendo al tel¨¦fono con un ex¨®tico ?Bueno?¡ª, y el primer d¨ªa me dijeron que si les daba cien pesos, me daban el carn¨¦. ¡®?Pero si no s¨¦ nada!¡¯, les dije. Les daba igual¡±.
El Comit¨¦ de Ayuda a los Espa?oles les dio dinero, ropa y un puesto de trabajo en un pueblo llamado Roque para formar a profesores rurales. ¡°?Nos preguntaban c¨®mo hab¨ªamos llegado desde Espa?a, si a pie o a caballo!¡±, recuerda Josefina entre risas.
Luego se reunieron en M¨¦xico DF con el resto de la familia y otros que se incorporaron a ella. ¡°Fuera de tu pa¨ªs, los espa?oles somos familia¡±, explica. Tambi¨¦n hizo un amigo famoso. ¡°Conoc¨ª a Pl¨¢cido Domingo. Cant¨¢bamos rancheras y ¨¦l tocaba el piano¡±.
Josefina recuerda que a su padre le extra?aba ver a las mexicanas esperar a sus maridos en las f¨¢bricas. Pens¨® que eran mucho m¨¢s agradables que las espa?olas hasta que un d¨ªa, hablando con una, averigu¨® la verdad: iban para interceptarles y que no se gastaran el jornal en la taberna. Josefina volvi¨® a Espa?a en 1959: ¡°Mi madre me dijo que a los hijos que est¨¢n fuera, siempre se les quiere m¨¢s¡±. Y en 1986, definitivamente. Estaba un poco cansada de los terremotos de M¨¦xico y del picante, al que nunca se acostumbr¨®.
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