La revoluci¨®n felipista
La Espa?a de 1982 conviv¨ªa con el miedo al golpismo y al terrorismo, una inflaci¨®n del 14% y dos millones de parados. El centrismo estaba agotado. J¨®venes dirigentes socialistas se ofrecieron a ¡°cambiar¡± esa situaci¨®n y la sociedad les crey¨®: 202 diputados, mayor¨ªa de r¨¦cord
Ese mismo partido socialista que hoy atraviesa horas bajas no solo representaba la gran esperanza del pueblo de izquierdas, treinta a?os atr¨¢s, sino de una parte considerable de la sociedad en su conjunto. Los espa?oles de la ¨¦poca usaban las libertades reci¨¦n recuperadas y ten¨ªan expectativas de futuro, s¨ª, pero conviv¨ªan con las amenazas golpistas, las agresiones del terrorismo (37 asesinatos de ETA en 1982) y una crisis econ¨®mica muy mal resuelta, producto del choque petrolero del decenio anterior. El prestigio de la democracia reci¨¦n recuperada distaba mucho de ser un¨¢nime: a principios de los a?os ochenta, apenas la mitad de los espa?oles prefer¨ªa la democracia a cualquier otra forma de gobierno. El resto dudaba, le daba igual o no sab¨ªa qu¨¦ decir. Incluso uno de cada diez se mostraba de acuerdo en que ¡°en algunas circunstancias un r¨¦gimen autoritario, una dictadura, puede ser preferible al sistema democr¨¢tico¡±, seg¨²n una encuesta del CIS de la ¨¦poca.
?La sociedad de 1982 necesitaba estar m¨¢s segura de la firmeza del terreno que pisaba. El partido centrista en el poder pr¨¢cticamente se hab¨ªa deshecho en querellas y conspiraciones intestinas. Felipe Gonz¨¢lez y los suyos prometieron ¡°cambiar¡± ese panorama y obtuvieron el respaldo de casi diez millones de votos, traducidos en 202 esca?os, la mayor¨ªa parlamentaria de un solo partido m¨¢s aplastante que ha habido en Espa?a. Eso implic¨® una barrida de UCD, que llevaba algo m¨¢s de cuatro a?os en el poder, y ese vaciamiento del espacio pol¨ªtico del centro est¨¢ en el origen del proceso de polarizaci¨®n pol¨ªtica vivido por este pa¨ªs, que no ha dejado de acentuarse desde entonces en t¨¦rminos cada vez m¨¢s agrios.
Pero ahora se trata de volver al 2 de diciembre de 1982. Cuando Felipe Gonz¨¢lez recibi¨® su primera investidura como jefe del Ejecutivo carec¨ªa por completo de experiencia de gobierno. No pod¨ªa ser de otra forma. La rodadura pol¨ªtica del nuevo presidente se hab¨ªa realizado en el seno de su partido, en las negociaciones de la Transici¨®n o en sus contactos con Willy Brandt y Olof Palme, los principales mentores europeos del PSOE renovado. Gonz¨¢lez hab¨ªa protagonizado una batalla para separar al partido de toda identificaci¨®n con el marxismo, pero se guard¨® de internarse en otros vericuetos ideol¨®gicos. Nada m¨¢s llegar a La Moncloa, prefiri¨® reivindicarse sobriamente como nacionalista; fue en declaraciones a Juan Luis Cebri¨¢n, el entonces director de EL PA?S:
¡°?Sabes lo que dicen del nuevo Gobierno espa?ol en Estados Unidos? Pues que somos un grupo de j¨®venes nacionalistas. Y no les falta verdad. Creo que es necesaria la recuperaci¨®n del sentimiento nacional, de las se?as de identidad del espa?ol...¡±.
A principios de los a?os ochenta, apenas la mitad de los espa?oles prefer¨ªa la democracia a otra forma de Gobierno
Antes hab¨ªa dicho que ¡°el socialismo de hoy no puede tener como ¨²nica referencia a la clase obrera¡± o que ¡°el cambio ¨²nicamente es posible ahora por la reforma, no por la revoluci¨®n¡±. M¨¢s all¨¢ de cuanto expresaba en p¨²blico, tiene inter¨¦s el resumen de ideas que le hizo a Alfonso Guerra en privado, la v¨ªspera de la investidura. Este lo cuenta as¨ª en sus memorias, publicadas muchos a?os despu¨¦s de las divergencias pol¨ªticas que le separaron de su antiguo amigo:
¡°Mira, Alfonso, yo estar¨ªa totalmente satisfecho si logramos cuatro ¨¦xitos claros: la consolidaci¨®n de la democracia, que los espa?oles no sigan pendientes de que un militar pueda asaltar el Estado; enderezar la econom¨ªa, reducir la brutal inflaci¨®n y el galopante paro; frenar el terrorismo en la perspectiva de su desaparici¨®n a largo plazo; y colocar a Espa?a en la senda europea y en la realidad internacional¡±.
?Era eso un programa nacionalista? En todo caso apuntaba un ¡°cambio¡± pragm¨¢tico. La cabeza que pensaba de ese modo no albergaba proyectos de intervencionismo del Estado en la econom¨ªa ni de redistribuci¨®n r¨¢pida de la riqueza, menos a¨²n ideas radicales. Al servicio de esa estrategia se hab¨ªa organizado un partido moderadamente de izquierdas, que atrajo a muchas personas: frente a los 8.000 militantes que dijo tener en el congreso de 1976 (el primero celebrado en Espa?a tras la muerte de Franco), las peticiones de afiliaci¨®n se dispararon hasta las 100.000. En la un tanto atropellada ¡°apertura a la sociedad¡± entr¨® de todo, arribistas incluidos, seg¨²n dirigentes sensatos de la ¨¦poca.
J¨®venes y mis¨®ginos
Frente a los 8.000 militantes que ten¨ªa el PSOE en 1976, las peticiones de afiliaci¨®n se dispararon a 100.000
Felipe Gonz¨¢lez nombr¨® un Gobierno joven (41 a?os de media, ligeramente por encima de su propia edad), en su mayor¨ªa gente de la clase media acomodada, la mayor¨ªa de perfil socialdemocr¨¢tico y con experiencias profesionales m¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica.
Desde semanas antes, el dirigente socialista se hab¨ªa decantado por la ortodoxia de Miguel Boyer como ministro de Econom¨ªa y Hacienda ¡ªel m¨¢s ¡°fijo¡± en la lista del primer Gobierno, seg¨²n numerosos testimonios¡ª, limitando la acci¨®n y la ret¨®rica de su propio partido. Alfonso Guerra se tom¨® su tiempo antes de aceptar la vicepresidencia del Gobierno. Como presidente del Congreso fue elegido el jurista Gregorio Peces-Barba, uno de los padres de la Constituci¨®n.
La sensibilidad del PSOE hacia la participaci¨®n de mujeres en la pol¨ªtica era tan corta que se tradujo en su ausencia total del primer Gabinete de Gonz¨¢lez. Las im¨¢genes de la ¨¦poca no dejan lugar a dudas: 17 trajes de corte masculino en el posado ante el palacio de la Moncloa y en la mesa del Consejo de Ministros. Los miembros del Gobierno recibieron instrucciones de acentuar la formalidad en el atav¨ªo ¡ªalguno hubo de pasar corriendo por una tienda para equiparse en v¨ªsperas de la toma de posesi¨®n¡ª, desterrando panas y acentuando los s¨ªmbolos m¨¢s cl¨¢sicos de quien tiene el poder o al menos lo intenta.
Tambi¨¦n se percibieron otros gestos en los primeros d¨ªas. Por ejemplo, Guerra se escandaliz¨® al observar que Felipe Gonz¨¢lez hab¨ªa prometido su cargo en La Zarzuela ante un crucifijo y con la mano apoyada en un ejemplar de la Biblia. Le pareci¨® improcedente en un Estado no confesional y se movi¨® para que eso no volviera a ocurrir en su propia toma de posesi¨®n como vicepresidente y la de los dem¨¢s ministros. A partir de ah¨ª se dio primac¨ªa al ejemplar de la Constituci¨®n en la mesa donde los altos cargos formalizan la ceremonia de promesa de sus deberes.
Por lo dem¨¢s, aquel Gobierno fue recibido con respeto por parte de los dem¨¢s partidos pol¨ªticos. El veterano Manuel Fraga, a quien las elecciones transformaron en jefe del principal grupo de oposici¨®n (Alianza Popular), con cinco millones de votos y un centenar de esca?os, estuvo bastante correcto: se limit¨® a acusar al vencedor poco menos que de estar al servicio de la Uni¨®n Sovi¨¦tica ¡ªpor haber anunciado la ¡°congelaci¨®n¡± de la participaci¨®n militar de Espa?a en la OTAN¡ª y de prepararse a confiscar mucho del dinero ganado honradamente por la gente. Santiago Carrillo y los otros tres diputados comunistas apoyaron la investidura de Gonz¨¢lez, cuando ya era irreversible la sanci¨®n electoral a favor del PSOE como la fuerza hegem¨®nica de la izquierda. Pero tambi¨¦n vot¨® a Gonz¨¢lez el propio Adolfo Su¨¢rez, en plena traves¨ªa personal del desierto tras haber sido el conductor indiscutible de la Transici¨®n y a pesar de que Gonz¨¢lez hab¨ªa tratado de derribarle con una moci¨®n de censura parlamentaria dos a?os y medio antes. Ni aquella clase pol¨ªtica ten¨ªa nada de mediocre, ni se hab¨ªan olvidado las muchas horas dedicadas por unos y por otros a las negociaciones, pactos y acuerdos que fueron la materia prima de la Transici¨®n.
Fr¨ªo en la Acorazada
Felipe Gonz¨¢lez aterriz¨® en La Moncloa cuando no hab¨ªan pasado dos a?os del golpe de Estado del 23-F. Poco antes del 28 de octubre, el d¨ªa de los 10 millones de votos, hab¨ªa sido descubierta una nueva asonada, intentada por un grupo de oficiales y jefes militares en contacto con el teniente general Milans del Bosch, encarcelado por el golpe anterior. A su vez, ETA enviaba siniestros mensajes de muerte, alimentando as¨ª la espiral golpismo/terrorismo. Por eso se le dio valor simb¨®lico a la primera visita que hizo Gonz¨¢lez tras tomar posesi¨®n como presidente del Gobierno: acudi¨® a uno de los acuartelamientos de la divisi¨®n acorazada Brunete, cuyo jefe, el general V¨ªctor Lago, hab¨ªa sido asesinado por ETA como sangrienta provocaci¨®n a los que ofrec¨ªan ¡°el cambio¡±. La Brunete era la unidad donde m¨¢s ambiente golpista se hab¨ªa registrado y que estuvo a punto de sublevarse el 23 de febrero de 1981, tras la ocupaci¨®n del Congreso por la tropa de Antonio Tejero.
La ma?ana era g¨¦lida, seg¨²n los asistentes. A Gonz¨¢lez se le vio en medio de un centenar de carros de combate y en una misa posterior que opt¨® por seguir de pie ¡ªahorr¨¢ndose los detalles lit¨²rgicos: cu¨¢ndo levantarse, cu¨¢ndo arrodillarse¡ª, como una demostraci¨®n de reconocimiento al Ej¨¦rcito, pero tambi¨¦n de la voluntad de la primac¨ªa debida al poder democr¨¢tico. Hab¨ªa nombrado ministro de Defensa a Narc¨ªs Serra, hasta entonces alcalde de Barcelona, que dedic¨® los a?os siguientes a desactivar los rescoldos de golpismo en las Fuerzas Armadas y a consolidar la primac¨ªa del ministro sobre los altos mandos militares. En otras palabras, a asegurar la retirada de los militares a sus cuarteles.
Ajuste y reconversi¨®n
El eslogan electoral, Por el cambio, no era preciso ni ambiguo. Las palabras adquieren significados diferentes seg¨²n el contexto y seg¨²n quien las escuche. Tal como fue lanzado a los cuatro vientos, parec¨ªa dirigido a los sectores que hab¨ªan asistido de espectadores al juego pol¨ªtico de la Transici¨®n, periodo en el que se hab¨ªan mantenido buena parte de las estructuras y de la cultura franquista en las Fuerzas Armadas, la justicia y partes no desde?ables de la Administraci¨®n estatal. Las clases populares apenas hab¨ªan tocado el poder ni recib¨ªan ventajas de otro tipo, m¨¢s all¨¢ de los beneficios generales derivados de vivir en un pa¨ªs donde se ejerc¨ªan libertades constitucionales anteriormente perseguidas.
Pronto se comprob¨® la cautela con que el Gobierno socialista daba pasos hacia el reconocimiento de otros derechos a los ciudadanos. En las primeras semanas del Gobierno ¡°del cambio¡± se adopt¨® la reducci¨®n de la jornada laboral a 40 horas semanales y la ampliaci¨®n de las vacaciones anuales a 30 d¨ªas. Se comenz¨® a plantear tambi¨¦n la universalizaci¨®n de la asistencia sanitaria, pronto enredada en una batalla con la organizaci¨®n m¨¦dica colegial por la configuraci¨®n del sistema de salud y en las tensiones entre el ministro de Sanidad, Ernest Lluch, y otros miembros del Gobierno preocupados por el coste de extender la asistencia sanitaria p¨²blica a otros dos millones de personas. El Ejecutivo tampoco tard¨® en poner en marcha la promesa de legalizar el aborto en ciertos supuestos, un proyecto que la Iglesia cat¨®lica torpede¨® desde el primer instante.
Devaluar la peseta en un 8% fue la primera medida que se tom¨® un s¨¢bado por la ma?ana, anunciada tras una reuni¨®n informal del Gabinete, d¨ªas antes de la primera sesi¨®n formal del Consejo de Ministros. Al tiempo se increment¨® en un punto el coeficiente de caja de los bancos. Que las ofertas de la potente mayor¨ªa absoluta iban a darse de bruces con la realidad estuvo claro desde el principio, pero solo para un reducido grupo de dirigentes. Aunque los niveles de paro no eran tan insoportables como los actuales (2,1 millones de desempleados, el 16,4% de la poblaci¨®n activa, que en aquel tiempo no llegaba a 11 millones de personas), la inflaci¨®n era terrible: los anteriores Gobiernos centristas hab¨ªan conseguido reducirla del 26% en 1977 al 14% en que todav¨ªa se encontraba en 1982.
Gestos de autoridad como la expropiaci¨®n de Rumasa, el 23 de febrero de 1983, terminaron convirti¨¦ndose en un bumer¨¢n para el Gobierno. La espectacularidad de la medida no pudo tapar otras que el Gobierno empez¨® a preparar y a adoptar. El PSOE hab¨ªa ido a las elecciones con la formidable promesa de crear 800.000 puestos de trabajo, pero lo que se plante¨® a las pocas semanas de estrenar el poder fue un programa de reconversi¨®n de amplios sectores industriales, impulsado por el entonces ministro de Industria, Carlos Solchaga, que dio origen a huelgas, manifestaciones y asombro en militantes socialistas y de la UGT de que ¡°Felipe¡± fuera capaz de hacerles ¡°esto¡±. La l¨®gica econ¨®mica de aquellas medidas ¡ªcambiar el habitual recurso de las ayudas p¨²blicas a fondo perdido a las empresas en dificultades¡ª iba a forzar la reconversi¨®n de la actividad siderometal¨²rgica, la construcci¨®n naval y el textil. Al final termin¨® costando mucho dinero p¨²blico.
El incumplimiento de la promesa electoral de los 800.000 empleos dio origen a disputas internas sobre qui¨¦n hab¨ªa sido el padre de la criatura. La realidad es que fue introducida en el programa electoral de 1982 por el equipo de t¨¦cnicos encargado de elaborarlo, coordinado por Joaqu¨ªn Almunia, tras la conmoci¨®n causada en la ejecutiva del PSOE por las previsiones de ese equipo sobre el aumento del paro en los a?os siguientes a las elecciones de 1982. Almunia atribuye a Guerra haber pedido que se modificaran aquellas previsiones para ofrecer un compromiso electoral m¨¢s atractivo, y Guerra contraataca con cr¨ªticas a los pol¨ªticos de vitola t¨¦cnica. Cuando Solchaga coment¨® p¨²blicamente, en junio de 1983, la imposibilidad de cumplir lo prometido, el vicepresidente sostuvo que el compromiso segu¨ªa intacto.
A posteriori, Joaqu¨ªn Almunia lo explic¨® as¨ª: ¡°La cantidad de empleo que aspir¨¢bamos a crear no era compatible con el realismo econ¨®mico. Pero la credibilidad del partido en aquel momento era tal que much¨ªsimos electores confiaron en que nuestro Gobierno lo conseguir¨ªa. Y es verdad que lo hicimos, pero con retraso¡±.
Por la OTAN hacia Europa
A diferencia de lo que sucede ahora, el europe¨ªsmo actuaba entonces como una poderosa palanca progresista. La idea de Europa evocaba pa¨ªses envidiados por sus libertades y por el nivel de vida. La adhesi¨®n a las Comunidades Europeas era la meta hacia la que se dirig¨ªan las ambiciones de casi todos los partidos, y desde luego la del PSOE. Pero adem¨¢s de atacar el nudo gordiano de las negociaciones para la admisi¨®n en el club europeo, aquel Felipe Gonz¨¢lez que hab¨ªa asistido a gigantescas concentraciones humanas en contra de la entrada en la Alianza Atl¨¢ntica y aquel PSOE que hab¨ªa prometido a los votantes un refer¨¦ndum sobre la OTAN ten¨ªan que enfrentarse al incumplimiento de otra importante promesa, o a cumplirla, pero d¨¢ndole la vuelta a la opini¨®n p¨²blica.
Parte del pueblo de izquierdas que le hab¨ªa respaldado iba a oponerse a los planes de Felipe Gonz¨¢lez. Les parec¨ªa posible y deseable vivir al margen de la confrontaci¨®n entre las superpotencias, Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, sin alinearse con ninguno de los bloques ni exponerse a las eventuales consecuencias de una confrontaci¨®n nuclear. En un primer momento, Felipe Gonz¨¢lez actu¨® con la m¨¢xima cautela respecto a ese asunto. Para la gran mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica, haber prometido un refer¨¦ndum implicaba poner una monta?a de papeletas de voto al servicio de la operaci¨®n de salirse de la OTAN.
A?os m¨¢s tarde, Gonz¨¢lez iba a jugarse su futuro pol¨ªtico a la victoria del ¡°s¨ª¡± en la consulta convocada para quedarse dentro de la Alianza Atl¨¢ntica; y Fraga tambi¨¦n, al tomar la extra?a opci¨®n de pedir la abstenci¨®n en ese refer¨¦ndum. Felipe Gonz¨¢lez prepar¨® con mucho tiempo la operaci¨®n de tensionar y dramatizar al m¨¢ximo las consecuencias de una victoria del ¡°no¡±. Posteriormente reconoci¨® que aquel refer¨¦ndum hab¨ªa sido un error.
En la sala de m¨¢quinas
Hubo huelgas provocadas por la reconversi¨®n industrial y por la primera reforma de las pensiones, y muchas heridas pol¨ªticas y sociales causadas por el pol¨¦mico refer¨¦ndum. Felipe Gonz¨¢lez no intent¨® contrarrestarlo con un estilo populista ¡ªen vez de ¡°s¨ªndrome de La Moncloa¡±, ¨¦l prefer¨ªa llamar al complejo presidencial ¡°la sala de m¨¢quinas¡±¡ª. El desgaste fue moderado y a ello contribuyeron la actuaci¨®n del Gobierno respecto a las Fuerzas Armadas, que realmente se retiraron de la pol¨ªtica, y el combate encarnizado contra el terrorismo de ETA. Una nueva ley antiterrorista facilit¨® incomunicar hasta diez d¨ªas a los detenidos, lo cual dio origen a graves abusos policiales y a fuertes indicios de que la tortura segu¨ªa practic¨¢ndose.
Poco se supo en aquellos tiempos de los m¨¦todos empleados; tampoco se prest¨® atenci¨®n desde el Ejecutivo a los primeros s¨ªntomas de corrupci¨®n. Preocupaban m¨¢s los cortos plazos; por ejemplo, las consecuencias de haber puesto en la calle a unos cientos de presos preventivos, con c¨¢rcel prolongada por las lentitudes de sus procesos, un tiempo que fue acortado por una reforma legal impulsada por el titular de Justicia, Fernando Ledesma. Al poco empez¨® una ola de inseguridad ciudadana, contestada con gran dureza desde el Ministerio del Interior, dirigido por Jos¨¦ Barrionuevo.
Entre luces y sombras, en la opini¨®n p¨²blica se fue instalando una sensaci¨®n de mayor estabilidad. La entrada de Espa?a en la Comunidad Europea fue el espaldarazo. ?Por qu¨¦ era tan fuerte aquel PSOE? Claramente, porque llen¨® un vac¨ªo real cuando la sociedad estaba sedienta de respuestas pol¨ªticas a necesidades serias y graves problemas de fondo.
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