Transiciones
?Vaya navidad! Esto no es vida, es no-vidad: tres millones de funcionarios, muchos emparejados entre s¨ª, nos hemos quedado sin paga extra. El potlach del gasto consuntivo tendr¨¢ que esperar tiempos mejores, mientras la cuenta de resultados del comercio y la hosteler¨ªa se queda sin cuadrar. Todo mientras la sanidad madrile?a est¨¢ bloqueada (con 5.000 operaciones quir¨²rgicas suspendidas) porque el PP neoliberal se niega a reconocer su decisi¨®n de privatizarla. Y ante la pregunta de Calder¨®n, ¡°?habr¨¢ otro m¨¢s pobre y triste que yo?¡±, solo nos queda el m¨ªsero consuelo de hallar la respuesta viendo que otros, los seis millones de parados, van recogiendo los despojos que los dem¨¢s arrojamos a la cuneta. De modo que el clima ciudadano de esta quinta navidad en crisis est¨¢ resultando m¨¢s deprimente y desmoralizador que nunca.
Es verdad que la primera de la serie (2008-2009) result¨® mucho peor en t¨¦rminos absolutos, dada la brutal ca¨ªda de la actividad, el empleo y el consumo que s¨²bitamente se produjo, en fuerte contraste con el impresionante boom de la navidad anterior. Pero por entonces a¨²n parec¨ªa que la inesperada crisis era un choque coyuntural, destinado a ser corregido a corto plazo. Mientras que este a?o hemos abandonado toda esperanza de pronta recuperaci¨®n, pese a los brotes verdes que este Gobierno porf¨ªa en anunciar igual que hizo el anterior. Pero nadie les cree, pues la mejor¨ªa de los indicadores financieros solo se debe al rescate europeo de nuestra banca insolvente, mientras que la econom¨ªa real prosigue su ca¨ªda en el deterioro cr¨®nico que la llevar¨¢ al 27% de desempleo sin que se vislumbre ninguna recuperaci¨®n el a?o pr¨®ximo.
Y entretanto nuestra clase pol¨ªtica (por mucho que rechace esta etiqueta acu?ada por Gaetano Mosca hace m¨¢s de un siglo) prosigue a espaldas de la ciudadan¨ªa encerrada con su ¨²nico juguete de la lucha por el poder, confirmando as¨ª ese mismo elitismo que el propio Mosca contribuy¨® a definir. Un elitismo contrario a su te¨®rica funci¨®n representativa que adem¨¢s est¨¢ siendo reforzado por la actual coyuntura pol¨ªtica, obsesivamente centrada como est¨¢ en el contencioso de la cuesti¨®n catalana. En su discurso ante el debate de investidura, el presidente Mas volvi¨® a insistir, como hizo dos a?os antes con id¨¦ntico motivo, en que Catalu?a tiene que hacer su transici¨®n nacional. Una transici¨®n hacia un Estado propio (independiente, se entiende) cuyo descomunal y ensordecedor ruido pol¨ªtico est¨¢ destinado a silenciar tanto la evidente corrupci¨®n de la ¨¦lite dirigente catalana como sobre todo los injustos sacrificios impuestos a la ciudadan¨ªa a la que se afirma representar.
La clase pol¨ªtica sigue de espaldas a los ciudadanos su lucha por el poder
Pero si nos fijamos en ese concepto de transici¨®n recordaremos que nuestra transici¨®n a la democracia, la de 1975 a 1978, tambi¨¦n estuvo presidida por un feroz elitismo que excluy¨® del juego pol¨ªtico a toda la ciudadan¨ªa, que hubo de limitarse a refrendar el incierto resultado de los juegos de poder cruzados con cara de p¨®ker entre Su¨¢rez, Carrillo, Guerra y Fraga. Pues bien, hoy ocurre algo parecido. La transici¨®n catalana tambi¨¦n se juega a la ruleta rusa en otro p¨®ker de la muerte (puesto que est¨¢ en juego la desaparici¨®n de Espa?a tal como la conocemos), donde se enfrentan en primer plano del escenario Mas, Junquera, Duran y Navarro, mientras Rubalcaba y Rajoy conspiran desde el backstage. Todo ello dejando por supuesto completamente al margen los intereses reales de la ciudadan¨ªa catalana, suplantados como est¨¢n por los intereses imaginarios de la fantasmagor¨ªa nacionalista.
Y adem¨¢s de este elitismo excluyente, a¨²n hay otro paralelo todav¨ªa m¨¢s preocupante entre aquella transici¨®n democr¨¢tica del 75-78 y esta otra transici¨®n nacional a la catalana. Me refiero a la disyuntiva entre reforma y ruptura que presidi¨® los debates sobre la institucionalizaci¨®n del nuevo r¨¦gimen a instaurar. La reforma implicaba hacer la transici¨®n a partir de la legalidad del r¨¦gimen anterior, pero respet¨¢ndola estrictamente sin soluci¨®n de continuidad. Como as¨ª se hizo, efectiva y afortunadamente. En cambio, la ruptura hubiera implicado vulnerar la legalidad entonces vigente para hacer tabla rasa con ella, creando ex nihilo otra legalidad nueva pretendidamente virginal. Lo cual hubiera supuesto un golpe de Estado jur¨ªdico para implantar ese estado de excepci¨®n que preconizaba el fil¨®sofo del derecho Carl Schmitt como fundamento instituyente de la soberan¨ªa estatal. Pues bien, hoy la ¨¦lite pol¨ªtica catalana tambi¨¦n se debate ante un dilema an¨¢logo entre la transici¨®n por reforma que exige Duran Lleida, escrupulosamente respetuosa de la legalidad vigente, y la transici¨®n por ruptura que promueve Junquera, quien no encuentra inconveniente en violar la legalidad espa?ola si es para fundar la soberan¨ªa nacional de Catalu?a. Entretanto, Mas se muestra ambivalente. Pero alg¨²n d¨ªa tendr¨¢ que optar.
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