Escraches
Ayer se cumpli¨® el aniversario de la Segunda Rep¨²blica cuando la opini¨®n publicada alerta sobre la crisis sist¨¦mica que afecta a nuestro pa¨ªs. Una crisis a la vez econ¨®mica (la segunda recensi¨®n), social (6 millones de parados, 3 millones de pobres severos y 30.000 familias desahuciadas el a?o pasado), pol¨ªtica (con los partidos como principal problema para un tercio de la ciudadan¨ªa), institucional (con la corrupci¨®n como primer problema para el 45%), territorial (por el auge del secesionismo catal¨¢n) y mon¨¢rquica (por la deslegitimaci¨®n de la familia real). De ah¨ª que muchos conservadores auguren una crisis ag¨®nica del r¨¦gimen como hace 82 a?os. Pero ?hay para tanto?
A pesar del aniversario republicano, la crisis de la monarqu¨ªa parlamentaria no parece un asunto demasiado serio. Pues si Espa?a sobrevive con gobiernos tan lamentables como los que soportamos, ?c¨®mo no habr¨ªa de hacerlo con monarcas incluso m¨¢s impopulares, dada la funci¨®n ceremonial y decorativa de la realeza? Por lo dem¨¢s, la crisis de nuestro sistema constitucional es cr¨®nica m¨¢s que aguda, dada la inercia hist¨®rica de una cultura pol¨ªtica basada en el sectarismo y el ajuste de cuentas. ?Alguien puede esperar que con otro sistema electoral o auton¨®mico se regenere nuestra vida pol¨ªtica? Y en cuanto a la crisis econ¨®mica, hace tiempo que escap¨® del control de nuestros gobernantes, invitados de piedra al juego de las potencias europeas de las que depende nuestra suerte. Como se ha dicho, desde 2010 nuestra democracia se ha convertido en una exocracia.
Pero hay dos crisis que s¨ª tenemos que tomarnos en serio, que son la crisis social del empobrecimiento masivo y la crisis institucional de la corrupci¨®n: las dos caras de una misma moneda (el euro). En t¨¦rminos anal¨ªticos, una crisis se caracteriza por la suspensi¨®n o el incumplimiento de las reglas de juego. Y en efecto, eso es lo que est¨¢ ocurriendo. Las clases acomodadas y las ¨¦lites dirigentes est¨¢n incumpliendo impunemente las reglas de juego, como revelan su masiva evasi¨®n tributaria, su fuga de capitales a los para¨ªsos fiscales, el fraudulento saqueo bancario sufragado con cargo al contribuyente, la de-predaci¨®n de las administraciones locales por parte de sus redes clientelares y la clamorosa financiaci¨®n ilegal de los partidos.
Es un desvar¨ªo comparar el pataleo con el acoso de los matones fascistas
Por su parte, los tribunales se lavan las manos sin decidirse a investigar a fondo intimidados por los poderes f¨¢cticos (como sucede con Ruz o Castro, que tras el precedente de Garz¨®n no se atreven a registrar los domicilios de B¨¢rcenas o Urdangarin) y dejando que los procesos se pudran a la espera del sobreseimiento, la prescripci¨®n o el indulto gubernamental. Espa?a ha dejado de ser un Estado social y de derecho para devenir un Estado asocial de impunidad justificada.
Paralelamente, a las clases populares se les violan sus derechos laborales y sociales, dada la privatizaci¨®n y el desmantelamiento del Estado de bienestar. Y ante el ejemplo que dan las irregularidades de las ¨¦lites dirigentes, no ha de extra?ar que tambi¨¦n la poblaci¨®n marginada se atreva a imitarles rompiendo simb¨®licamente las reglas de juego, como hacen desahuciados y preferentistas con sus escraches en protesta ritual contra la brutal injusticia de que se les hace objeto.
Los escraches. Una modesta performance que busca sacudir con su catarsis la conciencia del p¨²blico espectador. Y como tal, una f¨®rmula tradicional de resistencia simb¨®lica, como la cencerrada, el charivari o la cacerolada, que forma parte del repertorio de protesta de las clases populares. Lean, por favor, a E. P. Thompson (La econom¨ªa moral de la multitud) o a Chuck Tilly (Los movimientos sociales) y no caigan en el desvar¨ªo de comparar los escraches (el derecho al pataleo de los pobres desahuciados) con el acoso de los matones fascistas (tipo Aurora dorada), como hacen los charlatanes neocon.
Pero la derecha no se conforma con condenar verbalmente los escraches, pues adem¨¢s los criminaliza para culpar a las v¨ªctimas, como ya hizo el a?o pasado con el movimiento 15-S. Entonces se prohibi¨® acercarse a 500 metros del Congreso y ahora se proh¨ªbe acercarse a 300 metros de sus casas, como si su familia fuera m¨¢s sagrada que la de los desahuciados. Parece que los diputados pueden insultarse con inmunidad entre s¨ª, pero si el pueblo les insulta se escandalizan y se hacen las v¨ªctimas de un delito de lesa majestad. As¨ª crean un falso conflicto inventado, el de los escraches, para hacer desaparecer el verdadero conflicto real: el que enfrenta a los bancos acreedores con sus deudores hipotecarios, a los que se aplica una arcaica legislaci¨®n que ya ha sido declarada injusta por el Tribunal de Justicia Europeo y por el Consejo General del Poder Judicial.
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