La pol¨ªtica llega tarde
Nuestros pol¨ªticos no afrontan nunca las situaciones hasta que se hacen insostenibles
Los Gobiernos tienden a ser conservadores. Las inercias del ejercicio del poder generan alergia a los cambios. Estos solo llegan bajo presi¨®n, es decir, en el peor momento. En pol¨ªtica, el principio m¨¢s vale prevenir que curar tiene pocos adeptos. Por eso en tiempos inciertos como el nuestro cunde la sensaci¨®n de que la pol¨ªtica siempre llega tarde. Y a remolque del poder del dinero. ?Es esta ¡°la evoluci¨®n natural del mundo¡± a la que se refiere Mariano Rajoy? Mientras el sistema pol¨ªtico se cae a trozos, las ¨²nicas reformas que Rajoy emprende son aquellas destinadas a recortar las condiciones de vida de los que tienen menos (salarios, pensiones, subsidios) y aumentar los privilegios de los que tienen m¨¢s, con la transferencia masiva de dinero de todos a los bancos y la privatizaci¨®n de servicios p¨²blicos b¨¢sicos.
El r¨¦gimen surgido de la Transici¨®n ¡ªtreinta y cinco a?os ya¡ª hace tiempo que da muestras de desgaste. La propagaci¨®n de la corrupci¨®n, la evoluci¨®n del sistema auton¨®mico hacia formas de caciquismo posmoderno, la crisis de l¡¯Estatut, que culmin¨® con la decisi¨®n del Constitucional de enmendar el voto de los ciudadanos de Catalu?a, la ceguera (o complicidad) de la pol¨ªtica ante los disparates financieros que llevaron a la crisis, y el esc¨¢ndalo Bankia, icono de la promiscuidad entre pol¨ªtica y dinero, son algunas de las se?ales que desde hace tiempo nos iban recordando que este r¨¦gimen no funciona. Nadie hizo nada. El resultado es que el deterioro institucional se ha hecho imparable. Estos d¨ªas, son noticia la c¨²spide del r¨¦gimen y el soporte f¨ªsico-hist¨®rico del Estado: la Corona y la estructura territorial. Rubalcaba, por fin, habla de reforma de una Constituci¨®n que la mayor¨ªa de espa?oles no tuvieron ocasi¨®n de votar porque no ten¨ªan 18 a?os. Rajoy, como siempre, no ve ¡°raz¨®n alguna¡± para los cambios. Siempre me han fascinado estos miedos inefables que algunos parecen sentir: temor de Dios, temor de la Monarqu¨ªa, temor de la naci¨®n, temor del dinero, temor de la Constituci¨®n. Demasiados intocables para una sociedad democr¨¢tica.
La Monarqu¨ªa, un anacronismo evidente, se funda en la legitimidad de sangre y no en la de los votos. Sus bazas son el carisma del Rey, como portador de lo at¨¢vico, de lo permanente, del cuerpo de la naci¨®n, y la familia, que es la v¨ªa de transmisi¨®n del poder. El Rey est¨¢ enfermo, atrapado adem¨¢s en una cadena de errores reconocidos, en parte, por ¨¦l mismo; la familia est¨¢ en crisis, con asuntos de dominio p¨²blico; y el agrio aroma de la corrupci¨®n ha alcanzado a la Casa del Rey. La ¨²nica certeza que tenemos es que el Rey no tiene la menor intenci¨®n de abdicar, seg¨²n se proclam¨® en la primera conferencia de prensa de la historia de la Zarzuela, con escenograf¨ªa propia del politbur¨® de la URSS. Y el Gobierno dice que no hay nada que reformar. En treinta y cinco a?os, nuestros representantes han sido incapaces siquiera de regular la abdicaci¨®n del Rey. ¡°Reflexi¨®n pausada y prudencia¡±, pide de Cospedal. ?Treinta y cinco a?os m¨¢s? Siempre hay una excusa para que nada cambie. Unos dicen que cualquier movimiento ser¨ªa precipitado antes del desenlace del caso N¨®os. Otros, que la situaci¨®n de Catalunya desaconseja cualquier mudanza. ?Alguien cree realmente que, en las circunstancias actuales, el Rey puede ejercer alguna funci¨®n arbitral? La norma de nuestros pol¨ªticos aconseja no afrontar nunca las situaciones hasta que se hacen insostenibles. Y cuando eso ocurre, por lo general, ya es tarde.
Es lo que est¨¢ pasando en relaci¨®n con Catalu?a. Al PP y al PSOE les cuesta enormemente construir una respuesta alternativa a la secesi¨®n. Primero, perdieron mucho tiempo negando la realidad, en parte porque para ellos el problema entraba en el ¨¢mbito de lo impensable. Despu¨¦s se han enrocado en la legalidad, convirtiendo un problema pol¨ªtico en jur¨ªdico, forzando de esta manera enormemente las costuras de las instituciones. El Tribunal Constitucional es una v¨ªctima evidente de esta dejaci¨®n de responsabilidades de la pol¨ªtica. Y finalmente, cuando algunos, como Rubalcaba, asumen que algo hay que cambiar (Rajoy sigue en lo suyo: vivimos en el mejor de los reg¨ªmenes posibles), hay quien sospecha que el momento adecuado ya pas¨®. El eterno p¨¢nico al cambio lastra el atrevimiento necesario para las soluciones audaces que requieren los problemas estructurales. Ante esta par¨¢lisis selectiva del r¨¦gimen, no es extra?o que cunda la idea de que la pol¨ªtica llega tarde a todo menos a defender los intereses del dinero. Si la pol¨ªtica fuera capaz de prevenir, nos ahorrar¨ªamos muchos tratamientos dolorosos a la hora de curar. El buen pol¨ªtico es aquel que es capaz de anticipar. Y obrar en consecuencia.
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