¡®Gallinas¡¯
?Por qu¨¦ se dejan conducir los partidos moderados hacia la polarizaci¨®n?
Como ya ocurri¨® en la Europa de entreguerras, parece que tambi¨¦n la crisis actual ha impuesto entre los l¨ªderes pol¨ªticos el d'annunziano vivere pericolosamente, pues ¨²ltimamente arrecian los grandes hombres que se arrojan con patri¨®tico ardor a jugarse a cara o cruz el futuro colectivo de su pa¨ªs, apostando toda su carrera pol¨ªtica al llamado juego del gallina. Ya saben, ese duelo suicida donde dos gallitos arrogantes, como James Dean y Corey Allen en Rebelde sin causa, se desaf¨ªan a una carrera hacia el abismo para ver qui¨¦n es el gallina que se retira antes. Es un c¨¦lebre modelo de la teor¨ªa de juegos, af¨ªn al an¨¢logo dilema de los prisioneros, pero en el que no se puede cooperar y que solo arroja dos resultados posibles: o un jugador se retira y pierde todas sus bazas o las pierden los dos si ninguno se echa atr¨¢s. La pol¨ªtica espa?ola lo suele llamar ¡°choque de trenes¡± para de-signar un ultim¨¢tum o un ¨®rdago contra reloj que abre una crisis de confrontaci¨®n bipolar donde se acaba el tiempo para negociar.
Tres ejemplos. El primero es el desaf¨ªo de Berlusconi a Enrico Letta, al que amenaz¨® con acabar con su Gobierno si no se suspend¨ªa su condena de inhabilitaci¨®n. Letta aguant¨® el pulso y Berlusconi hubo de retirarse ante la deserci¨®n de los suyos, perdiendo la partida para siempre. Los otros dos ejemplos est¨¢n pendientes de resolver. Uno es el desaf¨ªo del partido republicano (GOP) contra el presidente de EE UU, al que amenaza con provocar su default si no acepta suspender la aplicaci¨®n de su nueva ley de sanidad (el Obama Care). El otro es el desaf¨ªo del soberanismo catal¨¢n contra el Gobierno, al que amenaza con convocar el a?o que viene un refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n si no acepta legalizarlo antes como derecho a decidir. Y el paralelo entre ambos ultimatos queda reforzado por dos factores coincidentes. En ambos casos interviene el poder de veto de la mayor¨ªa parlamentaria: la del GOP estadounidense, que se resiste a desbloquear el presupuesto de Obama, y la del PP, que se niega a autorizar la consulta catalana (pese al ejemplo escoc¨¦s y quebequ¨¦s). Y en los dos casos ambas partes han impedido que surjan terceras v¨ªas para encarrilar as¨ª el juego hacia su tr¨¢gica confrontaci¨®n bipolar.
Y ante la inminencia del choque, cabe preguntarse c¨®mo se ha podido llegar hasta ese punto de no retorno. Se puede entender que los radicales del Tea Party o de ERC defiendan el maximalista todo o nada, dado que para ellos se cumple la m¨¢xima de ¡°cuanto peor, mejor¡± pues la cat¨¢strofe colectiva les carga de razones para desestabilizar el sistema. Pero parece mucho menos comprensible que los moderados del GOP o de CiU (el partido del mundo de los negocios en sus respectivos pa¨ªses) acepten sumarse a semejante ultim¨¢tum que solo conduce a la autodestructiva pol¨ªtica del abismo. ?Acaso no ser¨ªa m¨¢s l¨®gico que en lugar de caer en la confrontaci¨®n bipolar buscasen el acuerdo consociativo, como ha hecho el PNV en Euskadi al alcanzar un pacto fiscal con sus adversarios del PSE y el PP vasco?
Y en el otro bando se puede decir lo mismo. ?C¨®mo se entien-de que ni Obama ni Rajoy hayan sabido evitar la ca¨ªda en la trampa del juego del gallina? ?Por qu¨¦ se dejan conducir los partidos moderados, habitualmente interesados en el acuerdo transversal consociativo, hacia la polarizaci¨®n antag¨®nica? Este amor al peligro podr¨ªa entenderse como una estrategia de negociaci¨®n, que usa como amenaza el maximalismo de un social radical, como el Tea Party o ERC, para intimidar al adversario forz¨¢ndole a retirarse. Y por esta raz¨®n se excluye la opci¨®n de tercera v¨ªa. Todo bajo la esperanza de ganar tanto si el rival cede d¨¢ndose por vencido como si acepta el reto y porf¨ªa en la escalada, lo que reforzar¨¢ la credibilidad del abismo amenazador que constituye su base negociadora.
Pero el mismo c¨¢lculo se hace el otro jugador, al pensar que un moderado que se disfraza de radical va de farol. Por eso acepta el envite y entra en el juego de ver qui¨¦n aguanta m¨¢s, bajo la misma esperanza de que su adversario no pueda sostener el pulso y tire la toalla. Mientras, el tiempo corre y el abismo se aproxima, lo que incrementa la amenaza ante la inminencia del choque. Y al ascender la tensi¨®n llega un momento en que la correlaci¨®n de fuerzas entre radicales y moderados invierte su signo, quedando estos en poder de aquellos. Entonces los negociadores se quedan sin incentivos que ofrecer y los maximalistas imponen su exigencia de todo o nada. Y el juego del gallina se convierte en una profec¨ªa apocal¨ªptica que amenaza con cumplirse a s¨ª misma.
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