Caras de p¨®quer

Llegaron ufanos a lo que quer¨ªan que fuera una comuni¨®n de domingo y salieron con un sapo atragantado en la tr¨¢quea y el c¨¢liz apurado hasta las heces. Esteban Gonz¨¢lez Pons, Javier Arenas, Carlos Floriano, Esperanza Aguirre, Ignacio Gonz¨¢lez, Ana Botella y Arantza Quiroga, los m¨¢s altos representantes enviados por el Partido Popular a acompa?ar a la Asociaci¨®n de V¨ªctimas del Terrorismo en su concentraci¨®n de Madrid, recibieron en pleno rostro, juntos, sudorosos y apelotonados bajo el estrado donde atronaba la megafon¨ªa, los reproches, la rabia y la ira de la concurrencia.

El chorreo que sali¨®, torrencial, de boca de su presidenta, ?ngeles Pedraza, les se?al¨® como c¨®mplices necesarios de la excarcelaci¨®n de sus verdugos. ¡°Por acci¨®n, u omisi¨®n, todos los poderes p¨²blicos no han estado a la altura de lo que han entregado las v¨ªctimas. A veces, no hacer lo que se debe es igual o peor que hacer lo que no se debe¡±, clam¨® Pedraza sin mirar a nadie y mirando a todos. La sonrisa congelada en el p¨¦treo rostro de la alcaldesa de Madrid era un poema.

¡°Son gente mala, asesinos. Han estado 25 a?os en la c¨¢rcel, pero eso es muy poco para todo lo que hicieron, cari?o¡±. A las doce de la ma?ana, una hora antes de que empezara formalmente el acto, una madre cuarentona intentaba explicarle a su hijo por qu¨¦ estaban all¨ª, en la Plaza de Col¨®n, sin sombra que valga, as¨¢ndose al sol de mediod¨ªa de un espl¨¦ndido domingo de octubre y gritando ¡°Justicia, Justicia, Justicia¡±.

El ni?o, flequillo rubio ladeado sobre el ojo derecho, camisa celeste bajo chaleco acolchado beige, asent¨ªa aplicado y agitaba un bander¨ªn de Espa?a a su medida, gemelo de las grandes ense?as que llevaban sus pap¨¢s sobre los hombros. La actriz Rosa Valenty, bandera nacional en ristre, esperaba el comienzo de los discursos parapetada tras unas gafas negras y acompa?ada de su perro, Pipo. ¡°No creo en la justicia, no creo en la pol¨ªtica, no creo en nada. He decidido tirarme a la calle, a protestar por todo. Han acabado con nuestros sue?os¡±, dec¨ªa si se le preguntaba.

Parejas con ni?os, matrimonios de edad, pandas de adolescentes, jubilados de ambos sexos con la ropa correcta pero informal de un d¨ªa de fiesta en un barrio bien madrile?o, alg¨²n mendigo aprovechando la coyuntura para hacer caja. Ese era el perfil mayoritario de los miles de personas que se acercaron a expresar su simpat¨ªa con los convocantes y su repulsa a la pol¨ªtica del Gobierno. De todos los Gobiernos, en realidad.

¡°Rajotero, dimisi¨®n¡±, se le¨ªa en una pancarta casera rotulada a mano por un asistente que no quiso dar su nombre: ¡°No quiero significarme¡±, pero que, sin saberlo, hab¨ªa resumido el ambiente generalizado entre los asistentes. ¡°Ni Zapatero, ni Rajoy, ni Aznar en su d¨ªa, nos sirven. Hacen lo mismo. Todos han negociado con ETA. Busco un partido que me represente y no lo encuentro¡±, dijo el an¨®nimo manifestante minutos antes de que Pedraza, desde el estrado, preguntara ret¨®ricamente: ¡°?Qu¨¦ han hecho todos los poderes p¨²blicos para evitar esta situaci¨®n a lo largo de tantos a?os?¡±. El ¡°Naaaaada¡± de la masa atron¨® en todo el barrio de Salamanca.

Las v¨ªctimas de verdad, las que sufrieron en sus carnes el zarpazo terroristas, se encontraban alrededor del escenario. All¨ª estaba Jos¨¦ de Jes¨²s Caballer, padre de Jos¨¦ ?ngel de Jes¨²s, el guardia civil asesinado por ETA el 20 de agosto de 2000 en S¨¢llent de G¨¢llego (Huesca) junto a su compa?era Irene Fern¨¢ndez Perera. Sendos retratos al pastel de los dos j¨®venes fallecidos decoraban la pancarta que portaba, digno y silencioso, un padre deshecho al que no le temblaba la voz, preguntado al respecto, para llamar ¡°traidor¡± a Rajoy y exigirle ¡°no acatar¡± la sentencia de Estrasburgo.

Juntos, sudorosos, api?ados bajo el estrado desde donde les estaban dando estopa, los dirigentes populares tragaban quina con cara de p¨®quer y sonrisa de circunstancias. Miraban al tendido, escuchaban respetuosos, aplaud¨ªan cuando no les quedaba otro remedio. Cuando Pedraza cerr¨® el acto autoadjudic¨¢ndose para las v¨ªctimas el papel del ¡°¨²ltimo dique de contenci¨®n de la dignidad democr¨¢tica en Espa?a¡±, Ana Botella mir¨® al cielo. La penitencia hab¨ªa terminado. Pero no. A¨²n quedaba otra atronadora ejecuci¨®n del himno de Espa?a, que se oy¨® hasta tres veces durante el acto, junto a la discograf¨ªa casi completa de Pablo Albor¨¢n, cuyas rom¨¢nticas canciones sirvieron, sin conocimiento ni permiso del artista, para calentar el ambiente. Finalizado el acto, Albor¨¢n, at¨®nito, tuiteaba a sus 1,8 millones de seguidores: ¡°Mi m¨²sica deja de ser m¨ªa cuando los dem¨¢s la hacen suya. Sigo estando donde siempre, no donde los dem¨¢s quieran ponerme¡±.