La medida declaraci¨®n de la Infanta
Cristina de Borb¨®n procur¨® no mirar al juez durante el interrogatorio
¡°?A cu¨¢ntos deportistas conoce que, despu¨¦s de 14 a?os de actividad y nada m¨¢s terminar su carrera deportiva est¨¦n trabajando con un buen sueldo asesorando a multinacionales?¡±, pregunt¨® el juez. ¡°A nadie¡±, contest¨® la Infanta bajando la mirada.
Tres cuartas partes del interrogatorio a la infanta Cristina estuvieron monopolizadas por las preguntas del juez Castro, que vest¨ªa una corbata roja de seda que le hab¨ªan regalado unas funcionarias tras un viaje a Florencia. A diferencia de otros letrados que utilizaron el tratamiento de alteza (sus abogados, la abogada del Estado, pero tambi¨¦n la de Manos Limpias), el juez eligi¨® un respetuoso ¡°se?ora¡±.
Ante el juez pas¨® toda la ma?ana y sus peores momentos. Como el vivido cuando Castro inquiri¨® sobre el pr¨¦stamo que el Rey le dio para adquirir la casa de Pedralbes. ¡°Al fin y al cabo¡±, dijo la Infanta, ¡°es mi padre y conf¨ªa en que le pagar¨¦¡±. Fue la ¨²nica ocasi¨®n en la que se refiri¨® al Rey como padre y no como su majestad. ¡°Hubo algunas respuestas titubeantes, con poca firmeza¡±, coment¨® un letrado. ¡°No fijaba la mirada en el juez, agachaba la cabeza y estuvo esquiva¡±.
La Infanta no tom¨® notas durante el interrogatorio. No uso el papel ni el l¨¢piz. A su izquierda ten¨ªa un ordenador port¨¢til en cuya pantalla se reproduc¨ªan los documentos que se proyectaban en la pantalla grande de la sala. Antes de algunas respuestas ten¨ªa por costumbre mirar hacia sus abogados. Hubo momentos en los que no se la escuchaba bien. Las protestas, los silbatos, las bocinas avanzaban desde la calle hasta la sala y a veces apagaban la voz de la infanta. ¡°Se?ora, por favor, hable m¨¢s alto para que se escuche en la grabaci¨®n¡±, lleg¨® a decirle la secretaria.
¡°Se?ora, por favor, hable m¨¢s alto¡±, le dijo la secretaria del juzgado
La Infanta consumi¨® cinco botellines de agua durante el interrogatorio de casi seis horas y media dividido en dos periodos. Bebi¨® directamente de la botella de pl¨¢stico que le repon¨ªan los escoltas. Rechaz¨® el uso de unos vasos de pl¨¢stico. A pesar de ello, hubo un momento en el que su abogado Pau Molins hubo de acercarle una caja con unas juanolas porque se le resecaba la voz. Dispon¨ªa para su uso exclusivo de uno de los cuartos de ba?o adyacentes a la sala del tribunal, as¨ª como de una sala para descansar y comer durante la interrupci¨®n a la hora del almuerzo, bocadillos de jam¨®n y sushi. Mantuvo un dominio de la situaci¨®n, apenas se aire¨® la melena unas cuantas veces, se?al quiz¨¢s de la presencia de sudor en la nuca, a juicio de una de las funcionarias, que tambi¨¦n apreci¨® c¨®mo, tras el descanso, se retoc¨® el discreto maquillaje y se hab¨ªa peinado. No llevaba joyas, solo unos sencillos pendientes.
Castro no estuvo tan duro como ante Carlos Garc¨ªa Revenga, secretario de las infantas, o Jos¨¦ Manuel Romero, asesor jur¨ªdico de la Casa del Rey, respecto al conocimiento que ten¨ªa Zarzuela de las actividades de Urdangarin. Pero s¨ª fue firme a la hora de preguntar qu¨¦ hizo la Infanta en N¨®os o Aizoon o qu¨¦ sab¨ªa de las decisiones que se tomaban. Por ejemplo, cuando le pregunt¨® si sab¨ªa que estaban alquilando unas plazas de garaje y una garita de seguridad de la casa de Pedralbes a Interior. ¡°No me consta¡±, dijo la infanta. Fue entonces cuando decenas de facturas y documentos fueron sucedi¨¦ndose sobre la pantalla, algunas de las cuales despertaron un gesto de sorpresa en la Infanta que, una vez tras otra, respond¨ªa con un no recuerdo, no me consta. El juez podr¨ªa haber interrumpido la r¨¢faga ante la evidencia de que la Infanta no responder¨ªa m¨¢s all¨¢ de lo que ten¨ªa preparado. Pero no lo hizo.
Castro pregunt¨® si sab¨ªa que alquilaban a Interior un garita de la casa de Pedralbes
Finalizado el interrogatorio, acab¨® la pesadilla para la Infanta. Dolores Ripoll, la abogada del Estado, tuvo una intervenci¨®n amable: convirti¨® un interrogatorio en un cuestionario de f¨¢cil resoluci¨®n. ¡°?Conoce usted lo que es el programa Padre?¡±, pregunt¨®. La Infanta se quit¨® de encima con un ¡°se?or¨ªa, no voy a contestar¡±, igual que hizo con las preguntas de Manos Limpias. S¨ª atendi¨® tranquila al fiscal Horrach, quien termin¨® leyendo unas frases del auto en el que el juez Castro todav¨ªa defend¨ªa la no imputaci¨®n de la Infanta para servirle en bandeja algunas respuestas. ¡°?Est¨¢ de acuerdo con esto que dice el juez?¡±, ¡°S¨ª¡±, contest¨® la hija del Rey. ¡°?Sabe por qu¨¦ la acusan de delito fiscal?¡±. ¡°No¡±, respondi¨® la imputada. ¡°Yo tampoco¡±, remach¨® el fiscal, dibujando un final muy teatral.
Si se examina con detenimiento cada uno de los fotogramas del breve trayecto en el que la Infanta se expuso al escrutinio p¨²blico a su llegada y salida del juzgado de Palma podr¨¢ comprobarse c¨®mo una media sonrisa congelada, ensayada e institucional, permaneci¨® sujeta a su rostro sin desmayo. Sus ocho horas de estancia en el juzgado no produjeron titulares gruesos. A juicio de los testigos, sus respuestas construyeron un discurso cerrado, breve y reiterativo: no sab¨ªa, no le constaba, no recordaba.
¡°En t¨¦rminos de escenograf¨ªa e imagen ¡ª concluye Ismael Crespo, experto en comunicaci¨®n pol¨ªtica y director del Instituto Ortega y Gasset¡ª la intervenci¨®n de la Infanta estuvo muy bien preparada. Ten¨ªa tres alternativas: hacer el pase¨ªllo, lo que habr¨ªa sido un suicidio, la opci¨®n extrema de haber parado justo en la puerta, que habr¨ªa acentuado una imagen de oscurantismo, y la posici¨®n intermedia, unos segundos de sonrisa, un gesto m¨¢s o menos distendido como si no pasara nada, para rebajar el nivel de negatividad. El problema era c¨®mo lograr matizar el da?o ante el p¨²blico intermedio. Necesitaba un mensaje claro y sencillo. Al d¨ªa siguiente lleg¨® una contranoticia [que el fiscal pedir¨ªa hasta 19 a?os de c¨¢rcel para Urdangar¨ªn] que es una forma de desviar el foco hacia el marido. Me pareci¨® todo muy bien hecho¡±.
A los 13 pasos de la ida, Cristina de Borb¨®n rest¨® dos a su regreso al coche. Pero visti¨® la misma sonrisa, congelada e institucional que molest¨® al juez.
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