Fortuna y epitafio de Adolfo Su¨¢rez
De ¨¦l admiraban, quienes le hab¨ªan tratado, su pasi¨®n por la pol¨ªtica y su ambici¨®n de poder
De ¨¦l admiraban, quienes le hab¨ªan tratado, su pasi¨®n por la pol¨ªtica y su ambici¨®n de poder y no faltaban periodistas que se hac¨ªan lenguas de su simpat¨ªa arrolladora y de su contagioso entusiasmo. Hablaban otros de su juventud cat¨®lica, de su notoria aversi¨®n a los libros, de su paso por niveles secundarios del Movimiento, del servicio casi filial a esa especie de segundo padre que fue para ¨¦l Herrero Tejedor, y de las buenas migas que supo hacer con el almirante Carrero, con L¨®pez Rod¨® y con el Pr¨ªncipe de Espa?a. Pero nadie lleg¨® nunca a saber en qu¨¦ consist¨ªa su programa pol¨ªtico, si ten¨ªa alguno, salvo que predicaba una evoluci¨®n ordenada del r¨¦gimen hacia una apertura que permitiera salir al terreno de juego a unas asociaciones en todo conformes a lo que consideraba aut¨¦ntica Constituci¨®n que, faltar¨ªa m¨¢s, andaba necesitada de ciertas reformas siempre que se acometieran desde el poder.
Muy ligero equipaje era aquel para la ardua empresa planteada por la acuciante pregunta que pol¨ªticos espa?oles y te¨®ricos extranjeros repet¨ªan desde hacia a?os: despu¨¦s de Franco, qu¨¦. A Adolfo Su¨¢rez, en verdad, no le preocupaba tanto la respuesta como el lugar que en el entramado pol¨ªtico del r¨¦gimen llegar¨ªa a ocupar cuando se produjera el llamado hecho biol¨®gico. Y no cabe duda de que desarroll¨® todas sus artes de seducci¨®n, que no eran pocas, para que el acontecimiento le pillara sentado a la mesa del consejo de ministros. Solo que, desde 1969, los caminos para alcanzar tan elevada posici¨®n se hab¨ªan complicado por efecto de la descomposici¨®n que acab¨® convirtiendo a la dictadura en un conglomerado de personalidades cada cual rodeada de lo que Max Weber llamaba s¨¦quito y Manuel Aza?a secuaces. Ya se mire a las gentes del b¨²nker, a las nuevas generaciones del Movimiento, a los cuerpos superiores de funcionarios, a los tecn¨®cratas del Opus Dei, a la democracia cristiana, todos, se encontraban divididos entre s¨ª y enfrentados unos con otros, llevando cada cual la cuenta de los agravios mutuamente infligidos en las largas esperas por los pasillos del poder.
Su¨¢rez sufri¨® las consecuencias de esta atomizaci¨®n grupuscular de las fuerzas del r¨¦gimen cuando, por la muerte de su patr¨®n y gu¨ªa, se vio arrojado desde la vicesecretaria general del Movimiento ¨Cpista de su vuelo al Gobierno- a los m¨¢rgenes exteriores del sistema. Y entonces, con 42 a?os cumplidos, tom¨® una decisi¨®n en la que, jug¨¢ndose a una carta su presente, se convirti¨® en promesa de futuro: fortalecer y expandir una de las pocas asociaciones acogidas al nuevo registro del Movimiento, la Uni¨®n del Pueblo Espa?ol. Nadie, ni las gentes del r¨¦gimen, daban una perra gorda por las asociaciones, pero a Su¨¢rez le permiti¨® la suya, de la que pronto fue presidente, subir al rango de personalidad pol¨ªtica.
La mezcla de fortuna y audacia que acompa?a a los triunfadores multiplic¨® su capital pol¨ªtico ciento por uno tras el fracaso de Arias
Y as¨ª, al sonar la hora de Franco y hacerse el despu¨¦s ahora, fue lo m¨¢s natural que se cumpliera por fin su sue?o y se viera aupado, con otras personalidades de mayor solera y rimbombancia, a un puesto en el consejo de ministros. Pudo haberle llevado a la ruina, ya que el ministerio era la secretar¨ªa general del Movimiento, pero la mezcla de fortuna y audacia que acompa?a a los triunfadores multiplic¨® su capital pol¨ªtico ciento por uno tras el fracaso de Arias y el simult¨¢neo naufragio de las m¨¢s sobresalientes personalidades reformistas del r¨¦gimen, empezando por los dos presidentes siempre a la espera, Fraga y Areilza, aspirantes a edificar sobre sus hombros una democracia a la espa?ola.
De modo que, cuando fue llamado de lo alto, Su¨¢rez ten¨ªa claro que el tiempo y la ocasi¨®n de las personalidades hab¨ªa terminado; que lo exigido por la nueva coyuntura era la formaci¨®n de un equipo de gobierno en torno a un presidente sin s¨¦quito ni secuaces. Los aspavientos de Fraga, Areilza y otros L¨®peces facilitaron las cosas. Era preciso seguir la senda italiana, aunque con otro nombre. Y en efecto, Su¨¢rez se propuso crear una nueva fuerza pol¨ªtica que desempe?ara en Espa?a el papel jugado por la democracia cristiana en Italia tras la derrota del fascismo: facilitar a los comunistas, desde el poder, la ocupaci¨®n de un espacio propio que dividiera a la izquierda en dos partidos con similar fuerza electoral, destinados, por tanto, a una perenne oposici¨®n; y, al tiempo, idear un sistema electoral con el objetivo, no para crear un sistema bipartidista, sino de garantizar a su partido una hegemon¨ªa de d¨¦cadas, tambi¨¦n al modo italiano. Incorpor¨®, por eso, a su primer Gobierno a destacados miembros de la democracia cristiana en posiciones clave, flanqueados por quienes reci¨¦n hab¨ªan colgado la camisa azul en el fondo del armario.
Si el marco en que habr¨ªa de producirse la transici¨®n de una pol¨ªtica de personalidades a una pol¨ªtica de partidos estuvo m¨¢s o menos claro desde el principio ¨Cde ah¨ª el primer decreto-ley de amnist¨ªa que legaliz¨® en la pr¨¢ctica a los partidos de la oposici¨®n- no lo estaba, sin embargo, el ritmo y el contenido de las iniciativas necesarias para celebrar elecciones generales que devolvieran la soberan¨ªa al pueblo espa?ol. Y fue en este punto donde brill¨® el genio pol¨ªtico de Su¨¢rez al convocar unas elecciones por medio de una ley que siendo para la reforma no era de reforma puesto que no reformaba nada: un fraude de ley, como hab¨ªan imaginado el sibilino Fern¨¢ndez Miranda o el m¨¢s barroco Carlos Ollero. Al cabo, eso era lo que exig¨ªa la oposici¨®n: convocatoria de unas elecciones que abrieran la senda a un proceso constituyente; y eso fue lo que decidi¨® el gobierno sin previa negociaci¨®n y sin necesidad de consenso alguno.
Como resultado de este golpe audaz, Su¨¢rez liquidaba sin mayor obst¨¢culo las instituciones pol¨ªticas de la dictadura ¨CCortes y Movimiento-, cerraba el Tribunal de Orden P¨²blico y licenciaba a la burocracia sindical. Quedaba por ver hasta d¨®nde permitir¨ªan las Fuerzas Armadas abrir el terreno de juego a la oposici¨®n. Y de nuevo en este punto, la fortuna y la audacia se aliaron en su decisi¨®n de legalizar al Partido Comunista arrebatando de golpe a los militares, tambi¨¦n divididos, su t¨¢cito derecho de veto sobre el alcance de las pol¨ªticas adoptadas por el Gobierno. Una vez logrado lo m¨¢s, fue coser y cantar la liberaci¨®n de un pu?ado de presos de ETA recurriendo a la arcaica figura del extra?amiento. Las elecciones pudieron celebrarse sin que nada turbara la soleada placidez de aquel d¨ªa de junio inolvidable.
Pero el pasado juega en ocasiones malas pasadas. Y es curioso que Su¨¢rez que se hizo pol¨ªtico en el sentido m¨¢s noble del t¨¦rmino, o sea, alguien que viv¨ªa para la pol¨ªtica, y no de la pol¨ªtica, en el marco de un sistema de personalidades-cum-s¨¦quito, no fuera capaz de culminar su trabajo creando un verdadero partido pol¨ªtico. Si hubo un error Su¨¢rez, su semilla se plant¨® el d¨ªa en que, despu¨¦s de ganar sin mayor¨ªa las primeras elecciones, decidi¨® formar gobierno procediendo al reparto de esferas de poder entre los cabecillas de los variopintos grupos coligados en la UCD, llamados, no sin raz¨®n, barones. Cierto, la uni¨®n electoral se mud¨® formalmente en partido pol¨ªtico, pero la forma no modific¨® el fondo: UCD permaneci¨® como cueva de barones que compart¨ªan un rasgo com¨²n, su desprecio a aquel pol¨ªtico que se hab¨ªa encaramado al poder como por arte de birlibirloque. Sin lecturas, sin bagaje intelectual, sin idiomas, sin pedigr¨ª alguno, todo lo que antes fue motivo de admiraci¨®n ahora se convert¨ªa en causa de desprecio.
Y fue, al cabo, la revancha de la pol¨ªtica de personalidades transmutada en rencillas de barones la que acab¨® por provocar un boquete en la l¨ªnea de flotaci¨®n del mismo partido que les hab¨ªa llevado al Gobierno. Su¨¢rez nunca volvi¨® a ser lo que hab¨ªa sido desde junio de 1976 hasta, alargando mucho, marzo de 1979. Luego, la fortuna se convirti¨® en extrav¨ªo, las palmadas en el hombro en pu?etazos al est¨®mago, los parabienes en desdenes. Subi¨® en la pol¨ªtica de la mano de personalidades y muri¨® a la pol¨ªtica v¨ªctima de barones. Descanse en paz.
Santos Juli¨¢ es profesor em¨¦rito de la UNED
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