La muerte resucita el mito
Miles de personas presentan sus respetos al padre de la democracia Su ausencia de la vida p¨²blica los ¨²ltimos 11 a?os agiganta su figura
Apuesto, decidido, valiente. En la gloria del poder o el infierno de la oposici¨®n. Aclamado por todos o negado hasta por los m¨¢s pr¨®ximos. Pero eternamente jovial, sano, inmarchitable en la memoria colectiva. As¨ª quiso su familia que se recordara a Adolfo Su¨¢rez. Y as¨ª lo evocaron este lunes los miles de personas que aguantaron dos, tres, cuatro horas de cola a pie derecho en medio de un fr¨ªo disuasorio para agradecerle al expresidente los servicios prestados. Fue el ¨²ltimo ba?o de masas de un hombre cuyo retiro obligado por la enfermedad le priv¨® de saborear las mieles del reconocimiento en vida. Pero tambi¨¦n de las hieles del declive, la controversia y el olvido. La muerte biol¨®gica, despu¨¦s de 11 a?os purgando sus pecados en el limbo p¨²blico, ha resucitado el mito.
Un f¨¦retro de madera clara, austero y sencillo como fue su morador en vida, esperaba a quien quisiese despedirle. Alrededor, en posici¨®n de firmes, casi desnucados de mirar tan alto, cinco hombres y mujeres j¨®venes ¡ªtres representantes de los tres Ej¨¦rcitos, uno de la Guardia Civil, y otro del Cuerpo Nacional de Polic¨ªa¡ª custodiaban orgullosos al difunto. A la derecha, la familia, una veintena de deudos, de ancianos a adolescentes, serenos y conformes despu¨¦s de d¨ªas esperando el desenlace. A la izquierda, las autoridades, cariacontecidas, haciendo guardia permanente para no dejar nunca solo ni al finado ni a los suyos. Y enfrente, incesante, un goteo de rostros an¨®nimos de todas las edades y pelajes proclamando alto y claro, con su clamoroso silencio, el respeto de un pa¨ªs al padre de su democracia.
¡°Gracias, presidente¡±, era el mensaje m¨¢s repetido en los libros de condolencias a disposici¨®n del p¨²blico que entraba, por una vez, en la sede de la soberan¨ªa popular por la mism¨ªsima Puerta de los Leones, pisando la misma alfombra que los Reyes, los Pr¨ªncipes y los padres de la patria. ¡°Por la libertad¡±. ¡°Por el compromiso¡±. ¡°Por la decencia¡±. ¡°Por hacer realidad nuestros sue?os¡±, a?ad¨ªan otros antes de estampar su r¨²brica con los dedos ateridos tras la espera al raso.
Jos¨¦ Manuel y Eduardo, dos chicos de 20 y 21 a?os, se hab¨ªan fumado sus clases de Derecho en la Complutense y se hab¨ªan engalanado de traje y corbata negra a tal efecto. ¡°Qu¨¦ menos que vestirse correctamente para despedir a un presidente hist¨®rico al que le debemos el poder elegir libremente a nuestros representantes¡±, argumentaban, muy serios, antes de negarse, conscientes de sus derechos constitucionales, a responder a qui¨¦n hab¨ªan votado por primera vez en las municipales de 2011.
Cerca, en la cola, Aurelio, un nonagenario natural de Cebreros, pueblo natal del difunto expresidente, le confesaba al presidente del Congreso, Jes¨²s Posada ¡ªque sali¨® varias veces a saludar a la concurrencia a cuerpo gentil, arriesg¨¢ndose a pillar una pulmon¨ªa¡ª que ¡°Adolfo¡±, el homenajeado, ¡°apuntaba alto desde chico¡±.
Todos ellos, j¨®venes y ancianos, aspiraron el mareante aroma de las docenas de coronas de flores ¡ªdesde la de sus hijos y nietos, a la del ¨²ltimo ayuntamiento del ¨²ltimo pueblo del mapa¡ª que inundaban el Sal¨®n de los Pasos Perdidos. La ¨²ltima escala en la Tierra del expresidente antes de ser trasladado, hoy, a la catedral de ?vila, donde recibir¨¢ sepultura junto a su esposa, Amparo Illana, fallecida en 2001, y cuyos restos fueron trasladados al efecto desde la capilla abulense de Mos¨¦n Rub¨ª, donde reposaban hasta ahora.
Todos vieron, ante el ata¨²d, el Tois¨®n de Oro, la m¨¢xima distinci¨®n real, otorgada a Su¨¢rez por el Rey, y devuelta este lunes a la Corona por su hijo. Tambi¨¦n la medalla de la Orden de Carlos III, la m¨¢xima distinci¨®n del Gobierno, otorgada por el Consejo de Ministros al finado el mismo d¨ªa de su ¨®bito. Pero lo que nadie vio, porque as¨ª lo quiso la familia, fue al presidente muerto. El f¨¦retro, a diferencia del del expresidente Leopoldo Calvo Sotelo y otros dignatarios fallecidos, estaba cerrado.
Esa elipsis, ese velo, empez¨® a correrse hace casi 11 a?os. Fue el 2 de mayo de 2003, en Albacete. Un ufano Adolfo Su¨¢rez presentaba a su hijo mayor, Adolfo, como cabeza de cartel del Partido Popular a la presidencia de Castilla-La Mancha enmedio de la euforia de los suyos en un mitin multitudinario. Mediado su discurso, el expresidente perdi¨® el hilo y, jaleado por la concurrencia, salv¨® la situaci¨®n tirando de labia y encanto. Sin embargo, Su¨¢rez hijo consider¨® que ya era suficiente. Conocedor de la incipiente p¨¦rdida de facultades de su padre enfermo, decidi¨®, lo ha dicho p¨²blicamente, que esa iba a ser la ¨²ltima vez que le sometiera a la mirada y el escrutinio p¨²blico. Y aquel fue, en efecto, su ¨²ltimo ba?o de masas. En vida.
Por eso, el Su¨¢rez que recordaban los ciudadanos que pasaban por delante de su cuerpo presente y se santiguaban, o le tiraban besos, o inclinaban la frente, era el de aquel mitin. O el que permaneci¨® en pie en el golpe de Tejero. O el de las fotos en blanco y negro ennoblecidas con la p¨¢tina del humo de los cigarros y el grano del revelado.
Anoche, la cola de gente a¨²n era kilom¨¦trica y daba la vuelta a la calle de Alcal¨¢, serpenteando, como las de los grandes eventos. Dentro, el torero Juan Jos¨¦ Padilla, ¨ªntimo de la familia, asist¨ªa al desfile incesante de los an¨®nimos admiradores del expresidente, con su herida de guerra ceg¨¢ndole el ojo izquierdo. Solo se o¨ªan, como salvas de honor, los palmetazos en la espalda que recib¨ªan sus deudos.
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