El coraje y la prudencia
Se?or:
Con la marcha de Adolfo, son ya muchas las gentes de la Transici¨®n que has llamado a tu presencia, por no hablar de Amparo y Marian, su mujer y su hija mayor, cuyas manos ¨¦l ahora recuperar¨¢. No nos queda, pues, m¨¢s remedio que asumir el mucho tiempo que ya ha transcurrido. El consuelo, no peque?o, es el largo fruto que ha dado aquel ejemplar proceso que condujo a que en la Transici¨®n todos gan¨¢ramos despu¨¦s de una incivil guerra en la que todos hab¨ªamos perdido.
Siempre es dif¨ªcil asumir la p¨¦rdida de alguien a quien quieres y admiras, as¨ª que tenemos que recurrir al viejo catecismo y comprender que para que tu Reino sea la colecci¨®n de todos los bienes es inevitable que desaparezcan de aqu¨ª personas como Adolfo. En cambio, nada costar¨¢ entender que te pida que acojas a quien supo ser tan firme con los fuertes como misericordioso con los d¨¦biles. Buena prueba de ello es que, en estos momentos de dificultad, a¨²n se recuerdan sus Pactos de La Moncloa en el deseo de asegurar, como se hizo entonces, el imprescindible Estado del bienestar.
Aquellos d¨ªas de la Transici¨®n nos trajeron la fortuna de contar con los personajes excepcionales que fueron el Rey, Adolfo, Felipe, Fraga y Carrillo. Ahora podemos sorprendernos de que se nos permitiera disfrutar entonces de unos pol¨ªticos de su envergadura, con la fibra que la naci¨®n necesitaba.
El primer Gobierno de Su¨¢rez, en el que figuraban, figur¨¢bamos, gentes que no siempre hab¨ªan estado en la democracia pero s¨ª siempre en la reconciliaci¨®n, dej¨® las c¨¢rceles sin presos pol¨ªticos y a Espa?a sin exiliados por primera vez en much¨ªsimos a?os. El proceso de la amnist¨ªa no habr¨ªa sido posible sin las profundas convicciones de Adolfo. Porque, como he recordado recientemente parafraseando el salmo, Adolfo, de joven, hab¨ªa descansado los lunes, mi¨¦rcoles y viernes en las ¡°verdes praderas¡± de los azules campamentos de ?vila, y los martes, jueves y s¨¢bados beb¨ªa en las ¡°fuentes tranquilas¡± de la Acci¨®n Cat¨®lica de su di¨®cesis.
Estoy seguro, Se?or, de que le permitir¨¢s que siga haciendo lo que m¨¢s le gustaba y mejor hac¨ªa en esta vida: manejar la pol¨ªtica como herramienta para la convivencia. Y que con tu respaldo ah¨ª, como lo tuvo de los espa?oles aqu¨ª, mantendr¨¢ su pasi¨®n por el di¨¢logo y su vocaci¨®n por el pacto. Te ruego que le facilites los medios para que desde ah¨ª nos ayude. No me extra?ar¨ªa que se reuniese con los cuatro ponentes constitucionales que tambi¨¦n viven en ese Reino -Gabriel Cisneros, Fraga, Peces-Barba y Sol¨¦ Tura-, quienes sin ninguna duda estar¨¢n de acuerdo en que si la reforma fue el camino acertado para pasar de la dictadura a la democracia hoy resultar¨ªa extra?o que se escogiera la ruptura cuando contamos con una Constituci¨®n democr¨¢tica. Una reflexi¨®n de la m¨¢xima importancia ahora para resolver los problemas que puedan crear algunos espa?oles que quieran dejar de serlo.
Para resolver este y otros retos seguimos necesitando, Se?or, el ejemplo de quien ha representado el valor del que m¨¢s orgullosos estamos, el que ha concitado nuestra uni¨®n en torno a un ¨¦xito colectivo: el del consenso con que se hizo la Transici¨®n, el de la construcci¨®n de una democracia en la que cabemos todos. El ejemplo del hombre que supo llevar a cabo con coraje y prudencia los cambios que una sociedad ya preparada para ellos necesitaba. El mismo coraje y prudencia con que el Rey le eligi¨®.
As¨ª sea.
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