Gato por liebre
La muerte de Su¨¢rez ha dado p¨¢bulo a infundios sobre el Rey y el 23-F
La muerte de Adolfo Su¨¢rez ha dado p¨¢bulo a toda clase de reacciones en el circo de la pol¨ªtica. Como era de esperar, muchos de quienes le apu?alaron en vida lloran ahora p¨²blicamente su marcha con l¨¢grimas de pla?ideras. Y cada cual da rienda suelta al particular mercadeo de los diversos productos que quieren vender a los espa?oles. De modo que el gato por liebre est¨¢ a la orden del d¨ªa.
¡°El Rey tuvo un papel decisivo en el desmantelamiento del 23-F. Estoy preocupado por la permisividad con que se est¨¢ desarrollando la t¨¢ctica de las defensas [de los golpistas] que consiste en dar la impresi¨®n de que el responsable de todo es el Rey, y subsidiariamente se trata de implicar tambi¨¦n a los partidos pol¨ªticos. Si no se acaba esta permisividad los procesados pueden conseguir que sectores del pa¨ªs duden del papel del Rey que, a mi juicio, est¨¢ muy claro¡±.
Santiago Carrillo en EL PA?S (19 de marzo de 1982)
El domingo pasado, por ejemplo, el mismo peri¨®dico que durante a?os ha tratado de convencer a sus lectores de que Aznar ten¨ªa raz¨®n y fue ETA, no Al Qaeda, la responsable de los actos terroristas de Atocha, anunciaba a toda p¨¢gina que en el caso del 23-F (el Ej¨¦rcito espa?ol contra la democracia) en realidad el golpe de Estado no fue abortado por el Rey, sino m¨¢s bien inducido. Se suger¨ªa, eso s¨ª, que al ¨ªrseles la mano a sus chapuceros ejecutores, el Monarca habr¨ªa rectificado sobre la marcha. En consecuencia, el actual conductor de Izquierda Unida, que sin duda no ha le¨ªdo a su predecesor Santiago Carrillo, se rasg¨® las vestiduras ante las c¨¢maras de televisi¨®n, especialmente las que son propiedad del editor del libro en que se propagan dichas conjeturas. Una obra, por cierto, tan voluminosa en p¨¢ginas como endeble en revelaciones, pues la mayor¨ªa de lo que en ella se dice ha sido publicado repetidas veces a lo largo de los a?os, como por otra parte ponen de relieve las numerosas notas a pie de p¨¢gina que incluye. El se?or Cayo Lara dijo dar por buena la interpretaci¨®n del diario si no hab¨ªa una rectificaci¨®n inmediata de la Zarzuela (¡°el que calla otorga¡±, asever¨®), llegando a insinuar que el del 23-F pudo ser un autogolpe. Por si fuera poco, la misma televisi¨®n que organizaba acalorados debates sobre id¨¦ntico tema hab¨ªa programado semanas antes un falso reportaje, una aut¨¦ntica invenci¨®n dolosa, que ven¨ªa a defender tesis m¨¢s o menos parecidas: el golpe habr¨ªa sido algo simulado para tratar de reconducir a partir de ¨¦l la ca¨®tica situaci¨®n del pa¨ªs. En mi opini¨®n la permisividad, que dir¨ªa Carrillo, ante tantas vulneraciones de los m¨¢s elementales principios profesionales y deontol¨®gicos del periodismo puede derivar, de hecho lo ha conseguido en parte, en que algunos sectores duden del papel del Rey en el golpe de Estado. Ahora precisamente que su imagen parec¨ªa comenzar a recuperarse.
Muchos de quienes apu?alaron en vida a Su¨¢rez lloran ahora con l¨¢grimas de pla?ideras
No me gustan las teor¨ªas de la conspiraci¨®n y prefiero suponer que todo esto emana de la necedad de las gentes, de su falta de criterio o sus deseos de notoriedad, lo que no evita el da?o que produce en un momento de graves dificultades para la convivencia de los espa?oles. Durante a?os se ha hecho correr la especie de que no sabemos toda la verdad de lo sucedido aquel mes de febrero de 1981. Es una aseveraci¨®n acertada si se refiere a que nunca se han narrado con claridad suficiente las implicaciones civiles del golpe. Pero que no sepamos toda la verdad no significa que no sea verdad todo lo que sabemos. Quienes vivimos el 23-F y, por unos motivos u otros, estuvimos en contacto aquella noche con el palacio de La Zarzuela y con los responsables pol¨ªticos y policiales que no se encontraban secuestrados en el Congreso, fuimos testigos de dos hechos a mi juicio irrefutables: el primero, que el golpe triunf¨® en una primera instancia, avalado por un considerable n¨²mero de generales con mando en plaza; el segundo, que la actitud del Rey fue decisiva, definitoria, para que los rebeldes depusieran las armas y fueran posteriormente juzgados y condenados.
Durante a?os se ha hecho correr la especie de que no sabemos toda la verdad sobre el 23-F
En la primavera de 1980 asist¨ª con varios intelectuales y pol¨ªticos a un congreso sobre la Transici¨®n en la universidad de Vanderbilt, Nashville. Estaban all¨ª, entre otros, Manuel Fraga, Pilar Mir¨® y Juan Goytisolo, ante los que protagonic¨¦ una discusi¨®n con el historiador Raymond Carr cuando avis¨¦ del peligro de un golpe militar en Espa?a. No lo hice porque tuviera informaci¨®n privilegiada de ning¨²n tipo: aquella era la comidilla en los c¨ªrculos pol¨ªticos y period¨ªsticos de Madrid. El caldo de cultivo en el que crec¨ªa semejante amenaza era una situaci¨®n m¨¢s que azarosa del Gobierno presidido por Su¨¢rez, v¨ªctima este de sus propios compa?eros de partido que quer¨ªan su dimisi¨®n a toda costa, acosado por la jerarqu¨ªa cat¨®lica que se opon¨ªa frontalmente a la ley del divorcio, y vilipendiado por los militares que ped¨ªan m¨¢s mano dura contra el terrorismo y menos cesiones a las autonom¨ªas. Los socialistas presentaron una moci¨®n de censura a principios del verano que, aunque perdieran por la mayor¨ªa aritm¨¦tica de los votos, erosion¨® enormemente el prestigio del presidente. La situaci¨®n econ¨®mica era alarmante, crec¨ªan las cifras del paro, y la oligarqu¨ªa financiera consideraba que Su¨¢rez no era la persona adecuada para gobernar.
La actitud del Rey fue decisiva, definitoria, para que los rebeldes depusieran las armas
O sea que la dimisi¨®n de Su¨¢rez quiz¨¢s cogi¨® a muchos de improviso por el momento en que se llev¨® a cabo, pero no sorprendi¨® a casi nadie. La quer¨ªan los miembros de su partido, incluidos algunos de sus ministros, los militares, los obispos, la oposici¨®n y hasta el Rey. Pero como el propio Su¨¢rez se encarg¨® de explicar durante a?os y tuvimos ocasi¨®n de o¨ªrle decenas de veces, nadie le destituy¨® (nadie, salvo el Parlamento, pod¨ªa hacerlo), se march¨® por propia decisi¨®n una vez que comprendi¨® que era lo mejor que pod¨ªa hacer por s¨ª mismo y por Espa?a. Aunque sus colaboradores le hab¨ªan informado sobre la Operaci¨®n Armada y conoc¨ªa las presiones de los militares a los que se hab¨ªa enfrentado personalmente, nunca supuso que se estuviera fraguando un golpe de aquellas caracter¨ªsticas. ¡°Si no, no me hubiera ido¡±, confesar¨ªa a?os m¨¢s tarde a numerosas personas, entre las que me encuentro. Y estoy seguro de ello, porque no era ning¨²n cobarde. Tambi¨¦n coment¨® repetidas veces que tras el golpe le dijo al Rey que estaba dispuesto a retirar su dimisi¨®n, lo que pone de relieve su integridad moral y su esp¨ªritu de servicio, am¨¦n de la absoluta incapacidad que ten¨ªa para interpretar la verdadera situaci¨®n del pa¨ªs y el poco aprecio de su figura por la opini¨®n p¨²blica. Al fin y al cabo, hab¨ªa sido incapaz de prever, descubrir y abortar el golpe, del que la Operaci¨®n Galaxia hab¨ªa sido un pr¨®logo meses antes.
Su¨¢rez se march¨® por propia decisi¨®n, aunque le hab¨ªan informado de la Operaci¨®n Armada
Nada de esto, que ahora se comenta con exclamaciones de asombro y atribuci¨®n de exclusivas period¨ªsticas de primer orden, es nuevo. Se ha publicado cientos de veces, est¨¢ en las memorias de muchos de los protagonistas de aquellos hechos, y el libro de Pilar Urbano, una meritoria colecci¨®n de an¨¦cdotas que lleva a su autora a defender tesis tan fantasiosas y cre¨ªbles como las revelaciones de los sabios de Si¨®n, hubiera sido solo uno m¨¢s de los muchos que se han difundido sobre la materia si los medios a los que me he referido no buscaran la tirada y la audiencia a cualquier precio; aunque sea el de fomentar a¨²n m¨¢s la desconfianza ante nuestro actual sistema democr¨¢tico, ya muy castigado por sus propios y considerables defectos sin necesidad de que se le inventen otros. Es probable por otra parte que la acumulaci¨®n de datos que el libro ofrece haya llegado a marear a su propia recopiladora, como sin duda suceder¨¢ a muchos de los lectores. En ning¨²n lado est¨¢ escrito que m¨¢s cantidad de informaci¨®n equivalga necesariamente a mejor informaci¨®n, e Internet es por cierto un buen ejemplo de ello. O sea que las falsedades que de ese empacho de datos y confidencias se derivan pueden deberse no tanto a una manipulaci¨®n como a una notoria incapacidad de an¨¢lisis. En cualquier caso siguen siendo falsedades.
El libro de Pilar Urbano? defiende tesis tan cre¨ªbles como las revelaciones de los sabios de Si¨®n
Por lo dem¨¢s hay tantas pruebas y testimonios de la decisi¨®n del Rey de instaurar la democracia en Espa?a que sonroja ahora tener que llamar la atenci¨®n al respecto. Pocos d¨ªas antes de la renuncia de Su¨¢rez, don Juan Carlos dio una entrevista a la BBC en la que declar¨® textualmente: ¡°Cuando me convert¨ª en Rey la gente en general y el pueblo espa?ol quer¨ªan caminar hacia la democracia, y mi punto de vista coincid¨ªa con ellos. Lo ¨²nico que hice fueron, digamos, los primeros movimientos. Todo el resto fue hecho por el Gobierno¡±. Para terminar contestando a una pregunta del periodista sobre si el palacio de La Zarzuela es un lugar de poder: ¡°Ciertamente lo fue. Ahora es dif¨ªcil decirlo¡±. Por su parte, el Corriere della Sera, el d¨ªa despu¨¦s del golpe publicaba una cr¨®nica de Jorge Sempr¨²n en la que se inclu¨ªa una entrevista hecha con el Rey poco antes de la asonada. ¡°En la conversaci¨®n ¡ªse?ala Sempr¨²n¡ª le encuentro preocupado por el deterioro de la situaci¨®n pol¨ªtica, pero decidido a afrontarla en el marco de la Constituci¨®n democr¨¢tica¡±. Sobre las Fuerzas Armadas el monarca declara que ¡°deben garantizar el libre juego de las instituciones democr¨¢ticas¡±, para a?adir luego: ¡°Es f¨¢cil hacer salir a los soldados de los cuarteles, pero es mucho m¨¢s dif¨ªcil hacerles volver a ellos¡±. ¡°Mientras todos esperaban la noche pasada la decisi¨®n de don Juan Carlos ¡ªconcluye Sempr¨²n¡ª, nunca dud¨¦ sobre cual ser¨ªa la actitud que adoptar¨ªa el Rey¡ estaba claro que las Fuerzas Armadas no pod¨ªan contar con ¨¦l para desmantelar las instituciones parlamentarias¡±.
Tan claro estaba que cuando, la noche de autos, la Junta de Jefes de Estado Mayor le present¨® un escrito declarando que sus integrantes se har¨ªan cargo formalmente del mando mientras Gobierno y diputados siguieran bajo secuestro, para evitar vac¨ªos de poder, el Rey se neg¨® a ello y decidi¨® crear, de forma at¨ªpica, el Gobierno de subsecretarios que garantizaba la supremac¨ªa del poder civil.
Hay muchas pruebas y testimonios de la decisi¨®n del Rey de instaurar la democracia
Quienes vivimos y supimos esto hace ya m¨¢s de treinta a?os no podemos dejar de asombrarnos ante el ruido y la furia que algunos quieren desatar ahora, al hilo del homenaje a Adolfo Su¨¢rez. No merece su memoria tanta fabulaci¨®n interesada. No la merecen tampoco los espa?oles de hoy. Todas las instituciones de este pa¨ªs, a comenzar por la propia Corona, los partidos pol¨ªticos, los sindicatos, los medios de comunicaci¨®n, los tribunales, la banca, etc¡ se hallan bajo sospecha: se discute su utilidad y su capacidad para enfrentarse a la actual crisis. En este peri¨®dico venimos reclamando desde hace a?os una reforma constitucional, imprescindible a nuestro juicio para rescatar el sistema democr¨¢tico del actual marasmo de opini¨®n y ofrecer un proyecto com¨²n de convivencia a las nuevas generaciones que les permita ser protagonistas de su propio futuro. La condici¨®n indispensable para ello es establecer un debate racional y honesto, con toda la pasi¨®n y brillantez de la controversia pol¨ªtica, con las inevitables convulsiones de la calle, pero con la honestidad y altura de miras de que dio prueba el propio presidente Su¨¢rez el d¨ªa de su dimisi¨®n. Y con el coraje, tambi¨¦n, que mostr¨® ante los golpistas. Todav¨ªa estamos a tiempo.
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