El bar que se salt¨® la Transici¨®n
Casa Pepe, el restaurante de Despe?aperros que ejerce como museo del franquismo, ha sobrevivido a la muerte de su due?o, la crisis econ¨®mica y la Ley de Memoria Hist¨®rica
Un pedestal en honor de Francisco Franco y Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera recibe al comensal. Botellas de vino con el rostro del Caudillo en la etiqueta, jamones con la bandera preconstitucional, boinas de la legi¨®n, llaveros y dem¨¢s parafernalia franquista acompa?an al visitante del restaurante Casa Pepe a cada paso: desde la puerta a los platos donde se sirve la comida. Situado en la Nacional IV, en la entrada al parque natural de Despe?aperros, lo que hace noventa a?os comenz¨® siendo una tienda de ultramarinos resiste como un museo del franquismo. Casa Pepe sortea las barreras del tiempo y la legalidad. La Ley de Memoria Hist¨®rica de 2007 lo exoner¨® al no considerar delito la exaltaci¨®n del franquismo en el ¨¢mbito privado, aunque tenga proyecci¨®n p¨²blica. Ni la muerte de su ¨²ltimo due?o ha minado la salud del restaurante.
Juan Navarro falleci¨® en noviembre a los 67 a?os por neumon¨ªa. El Pepe fundador de Casa Pepe en 1923 fue su padre, Jos¨¦ Navarro Valero, que lo gestion¨® hasta que en los setenta su hijo Juan tom¨® el relevo y marc¨® la personalidad del lugar. Franquista ¡°desde que naci¨®¡±, Juan defend¨ªa la necesidad de una personalidad como la del Caudillo para guiar un pa¨ªs que era ¡°uno, grande y libre¡± y que ¡°ahora es la escoria del mundo¡±, como explicaba en una entrevista televisiva en 2013. Al morir, Navarro dej¨® una herencia ideol¨®gica que mantiene su prole sin mucho apuro: la ¨²nica sanci¨®n que han recibido se remite al d¨ªa en que Juan luci¨® en una corrida de toros la bandera preconstitucional. La foto de un guardia civil tom¨¢ndole los datos se muestra con orgullo.
Los hijos, Manuel y Juan Jos¨¦ Navarro, de 39 y 41 a?os, atienden al otro lado de la barra con el uniforme que utilizan todos los trabajadores: un polo azul marino con un ¨¢guila imperial y una bandera de Espa?a bordadas en el pecho. Juan Jos¨¦ explica de forma cordial c¨®mo se han hecho cargo de ¡°una forma de sentir¡± que ¡°honra la memoria¡± del dictador, pero ¡°respetando a todo el que quiera entrar¡±. ¡°Mi padre empez¨® como un coleccionista¡±, cuenta: ¡°Por aqu¨ª ven¨ªan excombatientes de la Legi¨®n y miembros de la fundaci¨®n de la Divisi¨®n Azul que tra¨ªan m¨¢s objetos¡±. Juan Jos¨¦ no ve controvertido enaltecer al protagonista de un golpe de Estado y una Guerra Civil que cost¨® m¨¢s de 500.000 muertes. ¡°Es un recuerdo de una dictadura que fue m¨¢s paternal que ninguna otra¡±, sostiene. ?Volver¨ªa a ella? ¡°Har¨ªa algo intermedio¡±, dice sin dar un modelo, pero incidiendo en que apostar¨ªa por ¡°m¨¢s justicia, menos corrupci¨®n y m¨¢s unidad¡±. En las ¨²ltimas elecciones vot¨® al Partido Popular ¡ª¡°el m¨¢s af¨ªn¡±¡ª, pero en estos momentos dudar¨ªa sobre a qui¨¦n apoyar.
El local patrocina las fiestas de Almuradiel y a equipos de f¨²tbol. ¡°No ponen el ¨¢guila, solo la bandera¡±, dice el alcalde
Un domingo a la hora de la comida el bar est¨¢ a rebosar de camioneros, vecinos de los dos pueblos m¨¢s cercanos y curiosos como Javier. Este madrile?o en viaje de negocios saca fotos a unas vitrinas que exhiben banderas y libros sobre el Caudillo. ¡°Lo conozco por mi suegro¡±, dice, ¡°y no me parece un tema ideol¨®gico sino algo curioso: un trozo de la historia de Espa?a¡±. En Casa Pepe tambi¨¦n celebran comidas los miembros de Falange Espa?ola de Ja¨¦n, aunque desde su sede de Madrid se desentiendan de ellas. Seg¨²n explica Juan Jos¨¦, por el bar han pasado Julio Anguita (que, a?ade, saludaba atentamente a su padre) o el exjuez Garz¨®n. Y hay figuras del toreo, el f¨²tbol o la televisi¨®n que se acercan a este rinc¨®n rodeado de encinas y alcornoques, aunque prefiera no dar nombres. ¡°No pedimos carn¨¦¡±, se?ala, ¡°ni ponemos pegas por razones como el color de piel. Somos franquistas, pero como Franco no era racista, nosotros tampoco¡±.
En Almuradiel, municipio de 970 habitantes en que est¨¢ enclavado el restaurante, explican con razones pr¨¢cticas su buena relaci¨®n. El alcalde, Braulio Egido, alaba a la familia. ¡°Son muy queridos y es un negocio de toda la vida¡±, aduce este trabajador de banca y regidor del PP desde hace siete a?os. ¡°Lo fundamental es el respeto¡±, resume mientras enumera patrocinios del bar a equipos de f¨²tbol o fiestas locales. ¡°No ponen el ¨¢guila, solo la bandera¡±, aclara.
En la plaza del Ayuntamiento varias parejas en torno a los 40 aseguran que ¡°es como un museo. Como no hemos vivido esa ¨¦poca nos da igual¡±, coinciden. ¡°Para comer es fabuloso¡±, ampl¨ªa entre risas el jubilado Ernesto Mart¨ªn.
Pero el restaurante tambi¨¦n causa rechazos entre vecinos que lo consideran ofensivo. ¡°Es un reflejo de la mentalidad: Franco muri¨®, pero el franquismo sigue¡±, razona Jes¨²s, de 51 a?os, que se define como anarquista.
Lo mismo opina Jes¨²s de Andr¨¦s, profesor de Ciencias Pol¨ªticas de la UNED y experto en el legado de las dictaduras. ¡°En Alemania, Casa Pepe estar¨ªa prohibido. Espa?a y Rusia son los ¨²nicos pa¨ªses en los que se conservan s¨ªmbolos de la dictadura¡±, sigue. ¡°Y eso es culpa de los pol¨ªticos y la poblaci¨®n, que creen que es parte de nuestra historia y no hay que tocarlo, cuando en realidad no se les ha ense?ado bien lo que supone la pervivencia de esos s¨ªmbolos¡±.
Entre carteles del golpista Tejero, el propietario insiste en que ¡°no hay una apolog¨ªa radical¡±. M. F., uno de sus 20 empleados, se?ala que trabaja all¨ª ¡°por afinidad¡± y desmiente tensiones. ¡°Los ultras pueden venir y soltar un ¡®arriba Espa?a¡¯ con la mano en el pecho, como debe ser, pero no hay altercados¡±, asegura mientras se?ala que el local cuenta con seguridad privada nocturna. La mujer de Juan Jos¨¦, argentina, lleva una d¨¦cada en Espa?a. ¡°Gracias al Franco de mi marido puedo comer¡±, resume mientras el flujo de clientes decae con el anochecer en el que se define como ¡°su bar de Despe?aperros orientado cara al sol¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.