Lorca, descenso a la tierra que rugi¨®
Tres a?os despu¨¦s de los terremotos, solo el 4% de los vecinos reside en las nuevas viviendas El dinero para iglesias llega puntual mientras faltan servicios
Pedro Conesa se asoma al precipicio. Cuatro a?os en paro. Dos hijos a su cargo. Ning¨²n ingreso. Y una angustia atenuada por tranquilizantes. El antiguo vendedor de congelados es hoy un hombre derrotado que compra en el economato de C¨¢ritas, come de la olla de sus septuagenarios padres y deambula sin rumbo con una carpeta cargada de curr¨ªculos. Tiene 53 a?os y cree que nunca trabajar¨¢.
Este ciudadano, retrato del lado m¨¢s fiero de la Espa?a espoleada por la crisis, suma un agravante. Naci¨® en Lorca. Y su vivienda fue una de las 1.164 que devoraron las excavadoras cuando dos terremotos zarandearon la urbe murciana. Hoy, un fondo solidario le adelanta los 550 euros del alquiler del piso donde reside desde el 11 de mayo de 2011. El d¨ªa que se trunc¨® su vida y cay¨® al pozo de la exclusi¨®n. ¡°No puedo dormir. Soy un desgraciado¡±, confiesa mirando al suelo.
En la urbe cunden el des¨¢nimo y la desconfianza en los pol¨ªticos
Tres a?os despu¨¦s del rugido de la tierra, solo 50 familias han regresado a las nuevas fincas modulares que emergen en la metr¨®poli de los andamios. Son el 4%. Una burocracia con pies de barro y el reguero de promesas incumplidas explican por qu¨¦ Lorca no levanta cabeza de aquella cat¨¢strofe que dej¨® nueve muertos y tres centenares de heridos.
El barrio de La Vi?a amanece nublado. El estruendo met¨¢lico de la construcci¨®n acompa?a a gr¨²as que se encaraman al cielo entre esqueletos de hormig¨®n. Aqu¨ª se concentran la mayor parte de las 900 obras de esta urbe abierta en canal.
En la ciudad de las calles empedradas cunde el des¨¢nimo. La treintena de vecinos consultados cree que los pol¨ªticos han desvanecido sus promesas. Los terremotos irrumpieron seis meses antes de las elecciones que catapultaron con mayor¨ªa absoluta a Mariano Rajoy al Gobierno. Los cascotes actuaron como un reclamo de campa?a para los telediarios. Pero de eso hace ya tres a?os. Los focos se han apagado. Y de los 1.650 millones en inversiones anunciados durante la zozobra, solo la mitad ha aterrizado. La cifra incluye los 459 millones del consorcio de seguros que solo han cobrado quienes ten¨ªan una p¨®liza.
C¨¢ritas reparte m¨¢s de 200 carros entre los afectados por los temblores
Alfonso Serrano y Antonia Garc¨ªa desconocen las entra?as del poder. Pero sufren sus consecuencias. Fr¨ªo en invierno y asfixia en verano. Es lo que tiene vivir en un barrac¨®n en el extrarradio. Cuarenta metros, paredes de pladur y un techo met¨¢lico que multiplica el repiqueteo infernal de las intensas lluvias. La sexagenaria pareja lleva m¨¢s de dos a?os en la casa prefabricada que Cruz Roja proporcion¨® a 13 familias que perdieron sus pisos en el humilde barrio de San Fernando. Antes durmieron en una tienda de campa?a que alcanzaba los 42 grados. Alfonso fue peluquero, est¨¢ enfermo y desesperado. Su mujer vend¨ªa cupones. Eran pobres antes. Ahora, se asoman a la exclusi¨®n. Cobraron 71.000 euros del seguro. Y el constructor les pide 95.000 por un nuevo piso. El terremoto esfum¨® sus ahorros. Quiz¨¢ por eso, su estancia en el desangelado barrac¨®n puede prolongarse in aeternum. El solar donde debe emerger la finca que les devuelva a la clase media es un paisaje lunar donde todav¨ªa no han desembarcado las gr¨²as. ¡°Vamos a vivir mucho tiempo aqu¨ª. No hay permisos. Nos est¨¢n enga?ando todos: el constructor, el Ayuntamiento¡¡±, lamenta Antonia en voz baja. Su hija duerme con su nieto en el m¨®dulo contiguo.
Al espont¨¢neo corrillo en este lugar delimitado por una desvencijada verja se suma Lidia Gonz¨¢lez, de 39 a?os. Reside junto a su marido y dos hijas en otro barrac¨®n blanco. Su familia contin¨²a pagando los 286 euros de la hipoteca del piso que se zamparon las m¨¢quinas tras los terremotos. Sonr¨ªe. Incluso cuando recuerda el pavor que estremeci¨® al poblado tras las inundaciones de 2012 que causaron p¨¦rdidas de cien millones.
Todos quieren huir de la villa de los barracones, donde aflora una solidaridad natural ausente en los barrios adinerados. Antonia le pidi¨® a una amiga que le escribiera una carta para contarle a la Reina Sof¨ªa su desamparo. Dice que la Casa del Rey todav¨ªa no ha contestado. Y esta mujer de rostro marcado que promete que nunca m¨¢s votar¨¢ al PP se siente desolada. ¡°Estoy mal¡±, insiste con la mirada perdida.
Cada vez que se quejan, a un hombre le pitan los o¨ªdos. El exteniente coronel Francisco J¨®dar es el primer alcalde popular de Lorca. Aterriz¨® con mayor¨ªa absoluta en 2007 y, desde entonces, encadena infortunios. Crisis, terremotos, lluvias torrenciales. Tanto sobresalto le pas¨® factura hace dos a?os. Un ictus le paraliz¨® el labio y la mano. Se ha recuperado. Ahora se toma la vida con calma para defender los tiempos de la reconstrucci¨®n.
El segundo terremoto de aquel 11-M de 2011 encontr¨® a J¨®dar en la sala de juntas municipal. 18.47 horas. Seis segundos de trallazo donde una descomunal mesa de madera protegi¨® su cuerpo del traqueteo enfurecido. El flexo cobr¨® vida entre chillidos. Y la psicosis prendi¨® como gasolina en esta urbe donde cada a?o se registra un peque?o temblor. Lorca est¨¢ al l¨ªmite de las placas tect¨®nicas euroasi¨¢tica y africana. ¡°Los vecinos me preguntaban: ?Habr¨¢ m¨¢s terremotos? Yo me mostraba firme como el que domina la situaci¨®n. Pero no era as¨ª¡±, confiesa sobre el sill¨®n donde encaj¨® la sacudida de 5,1 en la escala Richter. El latigazo de la tierra podr¨ªa haber convertido la urbe en una partida humana de bolos si se hubieran desprendido unas rocas del barrio de Santa B¨¢rbara.
Antonia ha escrito a la Reina para denunciar que vive en un barrac¨®n
Lorca se ha transfigurado en El Dorado para los constructores. Una ciudad a levantar en pleno desplome del tit¨¢n inmobiliario. M¨¢s de treinta empresas pujan por cada edificio demolido. 400 vecinos se emplean en los andamios. La obra p¨²blica, sin embargo, se resiente lastrada por las esquilmadas cuentas de la Administraci¨®n regional.
Por reconstruir quedan todav¨ªa dos institutos, el centro sanitario que atend¨ªa a un tercio de esta poblaci¨®n de 94.000 vecinos, el polideportivo y el conservatorio. La primera piedra del IES Ros Giner se coloc¨® hace m¨¢s de un a?o. Pero los estudiantes no pueden llegar hasta ¨¦l porque sobre el terreno yace un monumental socav¨®n. Las obras no han comenzado. Y 1.200 alumnos se desplazan a diario a las afueras del pueblo en autob¨²s.
El dinero p¨²blico s¨ª que ha llegado puntual para restaurar iglesias. Fomento ha invertido 880.000 euros en la parroquia de San Mateo, que ya est¨¢ acabada, y 120.000 en la de San Antonio. El Ministerio de Cultura ha destinado m¨¢s de 1,6 millones a remozar dos templos y un monasterio. Hasta la Generalitat Valenciana ha puesto su granito de cemento en forma de 360.000 euros para recuperar la iglesia de San Crist¨®bal a trav¨¦s de la fundaci¨®n La Luz de las Im¨¢genes, cuya gerente est¨¢ imputada en la rama valenciana del caso G¨¹rtel por adjudicar a dedo contratos a la red de Francisco Correa.
Pasear por el casco urbano de Lorca es descender a una ciudad de cine. Pero no por la suma de arquitectura medieval y barroca, sino porque una treintena de edificios proyectan una ficci¨®n fantasmag¨®rica. Son un decorado. La ley obliga a los propietarios a mantener en pie las fachadas devastadas aunque el interior permanezca hueco como una pelota de ping-pong. El desplome inmobiliario augura que la reconstrucci¨®n de estos solares conquistados por la maleza tardar¨¢. Tanto como el mill¨®n de euros que precisa el remozado de la centenaria plaza de toros.
La tormenta perfecta crisis-terremoto ha sentenciado la econom¨ªa. Nadie cifra cu¨¢ntos de los 700 comercios cerrados tras el se¨ªsmo funcionan. Carlos (nombre figurado) perdi¨® 30.000 euros con la mercanc¨ªa que dej¨® en su bazar del barrio de La Vi?a. Lleg¨® a desafiar a la polic¨ªa. A jugarse la vida al intentar recuperar a hurtadillas por la noche los art¨ªculos. Desisti¨®. Un mal movimiento pod¨ªa desmontar la monta?a de cajas y alentar el hundimiento de la finca.
Una fundaci¨®n valenciana vinculada a G¨¹rtel costea un templo
Jes¨²s P¨¦rez tiene 76 a?os y duerme acorralado por vigas oxidadas. El jubilado de banca no teme que se le desplome el techo de su dormitorio. No piensa gastarse ni un c¨¦ntimo m¨¢s de los 9.000 euros que invirti¨® tras los terremotos. El latigazo de la naturaleza le derrib¨® una pared del modesto piso que hace dos d¨¦cadas compr¨® en el barrio Alfonso X. En su patio interior parece que alguien haya buscado un tesoro. De una monta?a de escombros emergen como conducciones nerviosas unos hierros. Jes¨²s debe tener cuidado. Puede caer en las trampas que le dejaron los alba?iles. Nadie retira los cascotes. Tampoco, repara la fachada. El exterior luce una monumental grieta. Su estado contrasta con el flamante cuartel de la Guardia Civil que Interior reconstruy¨® el pasado a?o a solo unos metros.
Hay un lugar donde resuenan los terremotos. La nave de C¨¢ritas tiene 300 metros. Una veintena de voluntarios reparte cada mes 700 carros de alimentos de la UE. Macarrones, arroz, conservas. Un tercio de los beneficiados perdi¨® su casa. Otros esperan las ayudas. ¡°Esto no ha terminado¡±, prev¨¦ el presidente de C¨¢ritas, L¨¢zaro Caballero.
Jos¨¦ V¨¦lez cruza el Rubic¨®n de esta superficie apuntalada por sacos de v¨ªveres. Le acompa?a una de sus tres hijas desempleadas. Transportista en paro, 49 a?os. Nunca se vio tocando a la puerta de la caridad. Desde hace un a?o y medio recoge su carro.
Junto a la nave se vivi¨® en 2011 una secuencia de solidaridad. Una mujer de 30 a?os muri¨® mientras arropaba con su cuerpo a sus dos hijos. Los menores se salvaron. Ocurri¨® en el ¨²nico edificio que se desplom¨® al instante del latigazo. Como recuerdan en C¨¢ritas, la tragedia aflor¨® tambi¨¦n lo mejor de la condici¨®n humana.
¡°?D¨®nde est¨¢ la pasta de las ayudas?¡±
Antonia Pi?ero y Jos¨¦ M¨¦ndez son septuagenarios. Acumulan tres a?os de pesadillas. Presenciaron con la boca abierta y sentados en un banco c¨®mo se resquebrajaba la casa del barrio de Alfonso X que concentr¨® los ahorros de su vida. A ella se le cay¨® el pelo. Su nieta enmudeci¨®. Jos¨¦ camina con muletas por una enfermedad en los huesos. Antes de despedirse, interroga al periodista: "El dinero ha venido y no lo hemos pillado. ?D¨®nde est¨¢ la pasta de las ayudas?".
Y esa es la pregunta: ?D¨®nde est¨¢n los 185 millones que el Banco Europeo de Inversiones dej¨® a la Regi¨®n de Murcia para reconstruir Lorca? ?Por qu¨¦ la comunidad aut¨®noma adeuda hasta dos a?os de ayudas de alquiler a los afectados si recibi¨® un pr¨¦stamo de 115 millones del Instituto de Cr¨¦dito Oficial (ICO)?
Yolanda Mu?oz, de la Consejer¨ªa de Obras P¨²blicas de la Regi¨®n de Murcia, atribuye los retrasos en las ayudas al tr¨¢mite burocr¨¢tico. Antonio Navarro, del PSOE de Lorca, sugiere que la autonom¨ªa retiene 21 millones del Gobierno. Y el Ejecutivo proclama que mantiene el ritmo inversor. "La lentitud se super¨®. La reconstrucci¨®n va muy bien pese a las dificultades", defiende el subsecretario del Ministerio de Fomento, Mario Garc¨¦s.
La combativa Asamblea de Vecinos recela. Este movimiento horizontal que re¨²ne a 800 damnificados culpa a la Regi¨®n de Murcia de lastrar la reconstrucci¨®n. Su portavoz es el qu¨ªmico Juan Carlos Segura. Con tres a?os acompa?¨® a su madre a cortar una procesi¨®n de Semana Santa. Un sacrilegio en una ciudad que se paraliza con los nazarenos del paso azul. Reclamaban agua potable y luz en La Vi?a, el barrio que tres d¨¦cadas despu¨¦s ha purgado el terremoto. Hoy, fleta autobuses a Madrid para que el dinero de las v¨ªctimas no se traspapele en los despachos del poder. Se han encarado con el diputado del PP Vicente Mart¨ªnez-Pujalte, que asegur¨® que los afectados no levantaban sus viviendas porque no quer¨ªan. Y con el presidente local de los promotores, que dijo que las ayudas se gastaban en las comuniones de las hijas de los afectados. "En tres a?os no ha dimitido nadie. El alcalde no se ha puesto del lado de los vecinos", lamenta Segura. Su abuela tambi¨¦n perdi¨® su piso. Tiene 92 a?os y sobrevive gracias al colch¨®n familiar.
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