La hora del Pr¨ªncipe
Don Felipe quiere que su monarqu¨ªa sea ¨²til e ¨ªntegra; m¨¢s moderna y transparente
Toda su vida ha sido un largo camino para aprender el oficio de Rey. Cada minuto de su educaci¨®n; cada gesto, cada silencio, cada acto p¨²blico o privado, durante 46 a?os. Desde el mismo d¨ªa de su bautizo que reuni¨® en el reci¨¦n reinaugurado palacete de la Zarzuela al dictador Francisco Franco y a su abuelo paterno, el monarca sin corona, el exiliado Don Juan de Borb¨®n. En aquello ocasi¨®n, al parecer, la Reina Victoria Eugenia, bisabuela del ne¨®fito, le solt¨® con el desparpajo de los borbones al general: ¡°Excelencia, ya tiene al abuelo, al padre y al hijo; ?ahora elija! A¨²n tardar¨ªa Juan Carlos siete a?os en alcanzar el trono, dos m¨¢s en legalizar el Partido Comunista y tres m¨¢s en sancionar la Constituci¨®n, con ella renunciaba a los poderes autoritarios del general Franco a cambio de convertirse en un monarca querido por el pueblo, un monarca constitucional. Cuentan que cuando la naci¨®n vot¨® por mayor¨ªa la constituci¨®n de 1978 en refer¨¦ndum, Don Juan Carlos, con su habitual gracejo castizo, profiri¨® exultante: ¡°Me han legalizao¡±.
Los Reyes quisieron educar a Felipe como un ni?o normal pero nunca lo fue. Quiz¨¢ los primeros a?os, hasta la muerte de Franco, la Familia habit¨® un limbo buc¨®lico a las afueras de Madrid, inmerso en las 16.000 hect¨¢reas del monte del Pardo, propiedad de la Corona desde cinco siglos atr¨¢s. Un espacio con escaso personal, poca seguridad (m¨¢s all¨¢ de un m¨ªnimo equipo de polic¨ªas del entorno del caudillo, que eran una peligrosa fuente de filtraciones hacia el dictador, y de guardabosques vestidos de pana y con el mosquet¨®n al hombro). Pocos les visitaban all¨ª; a lo m¨¢s, sus parientes m¨¢s directos (las familias reales griega y espa?ola) y un pu?ado de militares mon¨¢rquicos muy conservadores y cercanos al Opus Dei (el marqu¨¦s de Mondejar, Alfonso Armada, Villacieros, D¨¢vila). En ese entorno campestre y aislado creci¨® Felipe. En 1975 todo comenz¨® a cambiar. En horas aquel ni?o rubito, inquieto, muy mimado por su madre y sus hermanas, deportista aceptable, sentimental y estudiante concienzudo, se convert¨ªa en Pr¨ªncipe de Asturias.
El Plan de Estudios del Pr¨ªncipe siempre fue t¨¦rmino m¨¢s pomposo que real. No hab¨ªa libro de instrucciones. No serv¨ªan los antecedentes decimon¨®nicos. Y, adem¨¢s, el nuevo Rey ten¨ªa treintaytantos y todo por hacer. Y la Constituci¨®n apenas mencionaba al Heredero, m¨¢s all¨¢ de que jurar¨ªa con su mayor¨ªa de edad la Constituci¨®n y de que no pod¨ªa casarse sin el consentimiento de su padre y las Cortes. El Palacio de la Zarzuela creci¨®, la seguridad se hizo cada vez m¨¢s poderosa, y el trato del personal del personal hacia el principito, m¨¢s respetuoso. La Reina intent¨® protegerle al m¨¢ximo. Cada d¨ªa ella misma cog¨ªa su Mercedes 300 y le llevaba al colegio, situado a diez minutos del Palacio. Era nuestra Se?ora de los Rosales, un selecto centro educativo de la burgues¨ªa madrile?a. De esos tiempos son sus primeros y a¨²n grandes amigos, los Fuster, Villar Mir, Lamadrid o Primo de Rivera.
A finales de los 70 aterrizaba en Zarzuela un militar diferente, era general, pero del cuerpo t¨¦cnico de Intervenci¨®n, y con una carrera civil: Sabino Fern¨¢ndez Campo. Estaba en la l¨ªnea del cambio pilotado por Adolfo Su¨¢rez. A continuaci¨®n sal¨ªa disparado de Palacio el futuro golpista Alfonso Armada. Sabino empez¨® a darle vueltas al futuro del Heredero, pero sin demasiado esfuerzo. La sucesi¨®n quedaba muy lejos y en Espa?a estaba todo por hacer. Felipe crec¨ªa como un ni?o en apariencia delicado, que flaquear¨ªa de adolescente en los estudios y se partir¨ªa la barbilla haciendo skate y al que el Rey colocar¨ªa de ni?era a un coronel de Infanter¨ªa de Marina, Alcina, que le pondr¨ªa los pies en el suelo con estilo castrense a lo largo de una d¨¦cada.
Hasta su mayor¨ªa de edad solo tres actos llamar¨ªan la atenci¨®n de los ciudadanos sobre el futuro papel del Pr¨ªncipe, que hab¨ªa dejado de ser un ni?o para convertirse en un sujeto de Estado. Uno fue la entrega en Covadonga por su padre de la placa de Pr¨ªncipe de Asturias. En aquel acto religioso-castrense, su Padre le habl¨® de ¡°sacrificio¡±, el joven heredero sonre¨ªa t¨ªmido. El segundo fue vestirle de ni?o-soldado en un acto de exaltaci¨®n patri¨®tica en el madrile?o Regimiento Inmemorial del Rey, rodeado de adustos generales educados por el dictador, el tercero, el discurso que profiri¨® en una de las primeras entregas de los premios Pr¨ªncipe de Asturias, en Oviedo. Eran sus primeras palabras en p¨²blico. Y al frente de una Fundaci¨®n reci¨¦n creada por Sabino, el periodista Graciano Garc¨ªa y el millonario Masaveu. La clave del invento era dar visibilidad al Heredero y darle a conocer personajes de la cultura. A?os despu¨¦s recordaba a este periodista lo mal que lo pas¨® en aquel primer acto, ¡°la noche anterior tuve muchas pesadillas; so?¨¦ que todo me sal¨ªa mal; llevaba un aparato en los dientes y me hac¨ªa da?o; cuando empec¨¦ el discurso se me borraron las letras y me qued¨¦ parado; por fin lo pude terminar. Fue horrible¡±.
Adolescente de oro; mimado por su madre, adorado por sus hermanas, olvidado por el sistema, rodeado de adultos serviciales y siempre a la sombra de un padre triunfador, que era un tipo activo, atractivo, con don de gentes, que hab¨ªa mamado la pol¨ªtica en soledad desde ni?o y que se gan¨® la Corona rompiendo con el franquismo y devolviendo la democracia a los espa?oles. Quiz¨¢ su rev¨¢lida antes de acabar el bachiller fue la jornada del 23-F. Era una tarde pl¨¢cida. Felipe estaba merendando cuando Tejero entr¨® en el hemiciclo; Juan Carlos hac¨ªa deporte con unos amigos. El Rey se puso el uniforme de capit¨¢n general, se rode¨® de Sabino y de un grupo m¨ªnimo de militares de su generaci¨®n y absoluta fidelidad (algunos de ellos armados por lo que podr¨ªa pasar) y llam¨® a Felipe a su lado. Ah¨ª continuar¨ªa durante toda la noche; la Reina tra¨ªa s¨¢ndwich; el Pr¨ªncipe observaba en silencio. Al final de la madrugada alguien se lo topar¨ªa desfallecido en un sill¨®n.
Despu¨¦s vendr¨ªa el primer atisbo de plan para educar al Heredero. Siempre ideado y chequeado por el fiel Sabino. El Pr¨ªncipe ten¨ªa que ventilarse, ver mundo; abandonar las faldas de la Corona. Estudiar¨ªa el COU, en Canad¨¢. En un internado an¨®nimo y burgu¨¦s. Compart¨ªa habitaci¨®n con un americano, el fr¨ªo en invierno era intenso, la disciplina anglosajona y la distancia de la familia, mucha. Le cost¨® adaptarse a las matem¨¢ticas en ingl¨¦s. De aquellos a?os conserva a¨²n amigos. A continuaci¨®n, choque de realidad en Espa?a, para empezar, jurar la Constituci¨®n, ante ambas c¨¢maras, ataviado con su primer chaqu¨¦ (con el tois¨®n de oro en la solapa) y alguien a su lado que se convertir¨ªa en un consejero, profesor y amigo, Gregorio Peces-Barba, entonces presidente de las Cortes. El ni?o Felipe dejaba de serlo. Comenzaba lo duro.
Llegaban tres a?os de academias militares. No hab¨ªa que olvidar que la Constituci¨®n atribu¨ªa al Rey el mando supremo de las Fuerzas Armadas. El bautismo de fuego fue Zaragoza, la factor¨ªa de los oficiales de Tierra; ten¨ªa una m¨ªnima habitaci¨®n para ¨¦l solo pero el f¨¦rreo sistema disciplinario era el mismo para los 300 cadetes desde las 6.30 de la ma?ana. Fue un tiempo duro. A su lado, el coronel Alcina y un joven oficial que desde entonces contin¨²a a su lado y hoy es general, Emilio Tom¨¦ de la Vega. Tras Zaragoza, Ferrol, la academia de la Armada, y San Javier, del Aire. La vuelta al mundo en el inmenso velero de los marinos espa?oles en embri¨®n, el Juan Sebasti¨¢n de Elcano, y aprender a volar reactores. Hoy, navegar y volar siguen siendo dos de sus pasiones. Ama el anonimato que proporciona el mar y una camarader¨ªa que se desprende de los tratamientos de vasallaje. En el mar Felipe deja de ser Alteza y Se?or; es solo Felipe. Lo mismo ocurre a los mandos de un reactor Eurofighter, que re¨²ne algunas de las otras pasiones del Pr¨ªncipe, como la velocidad, la ciencia y la tecnolog¨ªa.
Hay una foto que emociona especialmente a Don Felipe, est¨¢ tomada el d¨ªa en que ingres¨® en la Armada, a su lado, su abuelo, Don Juan, y su padre, los tres van vestidos de oficiales de la Marina. Felipe ten¨ªa poco m¨¢s de 20 a?os y ya hab¨ªa cumplido su primera parte del contrato. Entonces, Sabino y el Rey comenzaron a darle vueltas al futuro educativo del futuro Rey. ¡°Ha llegado la hora de que civilicemos al Pr¨ªncipe¡±, profiri¨® Sabino con su sorna asturiana. Las alternativas (y las dudas) eran muchas: ?Estudiar en Espa?a o en el extranjero? ?centro p¨²blico o privado? ?letras o ciencias? Sabino se rode¨® de grandes intelectuales con bagaje profesional (Enrique Fuentes Quintana, Peces-Barba, Aurelio Men¨¦ndez, Carmen Iglesias) para dise?ar por fin su futuro. Estudiar¨ªa una mezcla de Derecho y Econ¨®micas bajo la tutela de los citados intelectuales en la Universidad Aut¨®noma de Madrid. Adem¨¢s de las clases ten¨ªa encuentros docentes con todos ellos. Y sus primeros encuentros en privado con personajes de la cultura. Era el primer heredero de la Corona que se sentaba en el pupitre de una universidad p¨²blica. Fue un buen alumno. Aunque estudiaba siempre al filo de los ex¨¢menes consigui¨® una media de sobresaliente en su doble titulaci¨®n.
Aunque las academias militares hab¨ªan logrado endurecer el car¨¢cter del Heredero (que sufr¨ªa dolores de espalda por su crecimiento imparable en aquellos a?os) aquellos a?os fueron dorados para Don Felipe. A los 18 el Rey le regal¨® su primer coche, un SEAT, despu¨¦s vendr¨ªa un Volvo rojo deportivo. Su verano era la vela; el invierno, el esqu¨ª; sus compa?eros de salidas, grandes apellidos de la plutocracia madrile?a. Llegaron los primeros amores, todas sus novias de aquellos tiempos fueron distinguidas poseedoras de grandes apellidos del entorno de la Zarzuela, entre ellos, Carvajal y Sartorius. Y el comienzo del acoso de la prensa rosa, siempre limitado por el s¨®lido cord¨®n de seguridad del heredero, formado desde entonces por miembros de la Guardia Civil, entre ellos, viejos conocidos de la Academia General Militar, y hoy en manos de tres coroneles de la Benem¨¦rita que cuidan por ¨¦l y su familia: los coroneles Corona, Cabello y Herr¨¢iz.
Para completar sus estudios el d¨²o sabino-Juan Carlos y el equipo de tutores pens¨® en que realizar¨¢ un m¨¢ster en el extranjero. Y ah¨ª el Pr¨ªncipe ya mostr¨® su preferencia: Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown, en Washington. El centro universitario contaba con ciertas ventajas: era muy discreto; aunque era uno de los m¨¢s prestigiosos en su sector (es una de las canteras de la diplomacia estadounidense), no ten¨ªa las ¨ªnfulas de la Ivy League, estaba dirigido por los jesuitas y, sobre todo, se hab¨ªa matriculado en ¨¦l su primer hermano Pablo, hijo del ex Rey Constantino de Grecia. Su mejor amigo en aquellos tiempos. En Washington Felipe vivir¨ªa los a?os m¨¢s libres y felices de su vida, con un pisito de estudiantes en pleno Georgetown, rodeado de estudiantes de todo el mundo, y con tres pr¨¢cticas que le dar¨ªan un nombre entre sus compa?eros: su habilidad con la tortilla de patata, su magisterio bailando salsa y su carrera diaria por el Canal. A su lado, un m¨ªnimo servicio de seguridad y apenas un diplom¨¢tico como enlace con la Administraci¨®n, Enrique Pastor.
La vuelta a Madrid dos a?os despu¨¦s fue un bombazo en el Palacio de la Zarzuela. ?Y ahora qu¨¦? Segu¨ªa sin haber libro de instrucciones, experiencia y la espera pod¨ªa ser muy larga. Solo hab¨ªa que echar un vistazo a Carlos de Inglaterra, que cada vez que escuchaba en un oficio religioso una referencia al ¡°padre Eterno¡± ¨¦l pensaba en ¡°su madre eterna¡±. El Pr¨ªncipe frisaba los 30. ?Hab¨ªa que crear una Casa del Pr¨ªncipe? ?Ten¨ªa que tener un trabajo? ?Deb¨ªa dedicarse a la Fundaci¨®n Pr¨ªncipe de Asturias? ?Ten¨ªa que marchar destinado a una unidad militar? La decisi¨®n le toc¨® a una nueva generaci¨®n de ¡°hombres del Rey¡± los diplom¨¢ticos Almansa y Spottorno, que intentaban dar un nuevo aire a la Instituci¨®n. Bajo el control total del Rey se decidi¨® que no tuviera Casa propia (aunque le hab¨ªan comenzado a construir una residencia propia en un promontorio sobre la Zarzuela, un inmueble grande y ligeramente rancio, como correspond¨ªa a los arquitectos-cortesanos del Patrimonio Nacional); que no tuviera una maquinaria propia, ni que tuviera un trabajo fijo. El Pr¨ªncipe estaba para aprender la estructura del Estado; para conocer a los ciudadanos; para ayudar a su padre y representarlo cuando fuera conveniente; para esperar silencioso y concienzudo, sin abrir demasiado la boca ni hacer sombra al Jefe del Estado. ?l lo ser¨ªa alg¨²n d¨ªa. Por el momento ten¨ªa que esperar. Con total lealtad.
En esos d¨ªas tras su vuelta de Estados Unidos se le cre¨® al Heredero una m¨ªnima estructura propia. Una Secretar¨ªa siempre por debajo jer¨¢rquicamente de la estructura del Rey. Al frente de la misma, Jaime Alfons¨ªn, un brillante abogado del Estado diez mayor que el Pr¨ªncipe, con experiencia en la Administraci¨®n y la empresa privada, que fue recomendado por el abogado Aurelio Men¨¦ndez al Rey. Alfons¨ªn ha sido durante estas dos d¨¦cadas un puntal ben el trabajo y la vida del Pr¨ªncipe; un hombre de una discreci¨®n enfermiza, conservador en las formas y de una lealtad a toda prueba. En la Secretar¨ªa estar¨ªan tambi¨¦n su viejo ayudante, Emilio Tom¨¦, cuatro ayudantes militares (los tres ej¨¦rcitos y la Guardia Civil), un equipo de administrativos procedentes del Ej¨¦rcito y un equipo de seguridad a medida. Al equipo se incorporar¨ªa m¨¢s tarde el coronel de caballer¨ªa Jos¨¦ Manuel Zueleta, Duque de Abrantes, experto en protocolo y hoy mano derecha de la Princesa Letizia. Ese ha seguido siendo hasta hoy su equipo de apoyo inmediato.
El t¨¢ndem Almansa-Spottorno tuvo dos grandes cometidos: el primero dar contenido al papel del Heredero durante la larga espera. Idearon un complejo plan de trabajo con varias l¨ªneas: uno era una dedicaci¨®n moderada a la Fundaci¨®n, que le permit¨ªa una gran visibilidad p¨²blica una vez al a?o y conocer a intelectuales universales; el segundo, viajar cada a?o a una o dos comunidades aut¨®nomas para chapuzarse en la caleidosc¨®pica realidad del Pa¨ªs; otro m¨¢s, mantener reuniones privadas con personajes nacionales y extranjeros con especial atenci¨®n a su generaci¨®n; adem¨¢s, el Pr¨ªncipe deb¨ªa representar a su padre en cuantos actos fuera necesario; no perder el contacto con sus compa?eros de las Fuerzas Armadas, recibir clases magistrales de constitucionalismo y de cuantos asuntos fuera necesario por los sabios de la naci¨®n y, sobre todo, aprender. Una feliz idea en aquel momento fue la decisi¨®n del Rey de que Felipe le representara en todas las tomas de posesi¨®n de jefes de Estado Latinoamericano. Desde entonces no ha faltado a ninguna. Siempre acompa?ado por un ministro o un secretario de Estado; y el consiguiente Decreto gubernamental en el que el Ejecutivo dispon¨ªa que Don Felipe representara a su padre. Hoy, la agenda Latinoamericana del Pr¨ªncipe es una de las m¨¢s completas y poderosas del Mundo. Y su prestigio en Am¨¦rica Latina en alza, como se pudo contemplar el pasado invierno cuando fue aclamado en Miami (la capital del poder latino) ante los m¨¢s poderosos de la comunidad hispana de Estados Unidos.
Almansa y Spottorno adem¨¢s de dar sentido a su espera, tuvieron que bregar con otro gran problema, los noviazgos del Pr¨ªncipe. En especial el segundo (Rafael Spottorno, entonces n¨²mero dos de la Zarzuela y hoy jefe de la Casa de SM el Rey), que fue el encargado de decirle al Pr¨ªncipe que no pod¨ªa continuar su relaci¨®n con Eva Sanum, una joven n¨®rdica de la que el Pr¨ªncipe estaba profundamente enamorado. No pod¨ªa ser Reina de Espa?a. El Pr¨ªncipe rompi¨® con ella. Su car¨¢cter se hizo m¨¢s herm¨¦tico. Y Almansa y Spottorno abandonaron la Zarzuela. Felipe hab¨ªa cumplido.
El Pr¨ªncipe se iba haciendo mayor. Quiz¨¢ m¨¢s mayor de lo que por edad le correspond¨ªa. Profundas arrugas en torno a sus ojos y en la frente. La mirada de un azul helado; los pu?os contra¨ªdos. Impecable en sus trajes a medida cortados por Jaime Gallo. El pelo en retirada (¡°mientras sean solo entradas y no sean salidas¡±, bromeaba con este periodista hace unos pocos a?os, ¡°vamos aguantando¡±); al siguiente equipo de la Zarzuela, el de Alberto Aza, diplom¨¢tico y ex jefe de Gabinete de Adolfo Su¨¢rez, le toc¨® las bodas de las Infantas; sus queridas hermanas, sobre todo Cristina, la m¨¢s libre y c¨®mplice. Algunos en la Casa sugirieron que ambas renunciaran a sus derechos sucesorios para pelar las ramas laterales de la Corona, al parecer la Reina se neg¨®. Una vez que las dos pasaron por la vicar¨ªa y tuvieron descendencia, todos los ojos, los de los ciudadanos, los medios de comunicaci¨®n, el Gobierno y su Familia se volvieron hacia ¨¦l. Ten¨ªa que buscar esposa.
Letizia Ortiz alguna vez ha comentado que ella no sali¨® aquella noche a cazar un Pr¨ªncipe; se lo cruz¨® y se enamor¨® de ¨¦l. Era una estrella de la televisi¨®n, de clase media, brillante universitaria, con los 30 reci¨¦n cumplidos y divorciada. El Pr¨ªncipe esta vez tom¨® su decisi¨®n. Nadie interfiri¨®. Ella era la elegida. Y exclusivamente por amor. Hab¨ªa entre ellos una fuerte atracci¨®n mutua. Para ella, el Pr¨ªncipe era, sobre todo, una gran persona y alguien que val¨ªa la pena; aunque le supon¨ªa renunciar a su vida, su carrera, su intimidad. Para ¨¦l, Letizia era ox¨ªgeno, la calle, los colegios p¨²blicos, los trayectos en metro, la frescura y, tambi¨¦n, un gran respeto intelectual. Ella reconoce que esa ambivalencia de caracteres, su dinamismo, curiosidad, desparpajo, y la serenidad y b¨²squeda siempre del equilibrio del Pr¨ªncipe, consiguen que el equipo funcione. A las siete de la ma?ana suena el despertador en la residencia de los pr¨ªncipes; despu¨¦s despiertan a las ni?as, Leonor y Sof¨ªa, y comienza las escenas matutinas de cualquier hogar con ni?os. Despu¨¦s uno de los dos coge el Lexus respetuoso con el medio ambiente y recorre esos diez minutos tan conocidos para el Pr¨ªncipe que separan la Zarzuela de su viejo colegio Los Rosales. Despu¨¦s, ambos se dirigen a sus despachos en el edificio principal de Zarzuela; justo bajo el del Rey. El de la Princesa un d¨ªa fue una sala de espera.
Un d¨ªa Graciano Garc¨ªa, ideador de La Fundaci¨®n Pr¨ªncipe de Asturias me defini¨® a Don Felipe como un socialdem¨®crata bien informado. Con una sola obsesi¨®n, ser ¨²til a su pa¨ªs. Y ser intachable. Otra fuente directa describe al Pr¨ªncipe como un hombre de principios. Por eso, nunca perdonar¨¢ a I?aki Urdangarin aunque le haya costado el amor de su querida hermana Cristina. Es dif¨ªcil decir ahora c¨®mo ser¨¢ la monarqu¨ªa de Felipe VI. Lo que ¨¦l tiene claro es que sea ¨²til e ¨ªntegra; m¨¢s moderna y transparente; m¨¢s reducida en aparato policial y de protocolo; m¨¢s ¨¢gil en la toma de decisiones; con profesionales m¨¢s j¨®venes y llegados de otras ¨¢reas y con m¨¢s mujeres (ahora no hay ninguna entre los 11 primeros puestos de direcci¨®n de la Zarzuela). M¨¢s cercana a los ciudadanos en la calle y en los gestos. Felipe no tiene el gancho de Don Juan Carlos; carece de su carisma directo; posiblemente de su olfato y de su condici¨®n de superviviente. Pero es un dem¨®crata convencido, un adicto a la Constituci¨®n (¡°cuando tengo una duda me agarro a ella y no me suelto¡±) y un hombre de su tiempo amante del consenso y los perfectos equilibrios de poder. Sus gestos ser¨¢n distintos. Ser¨¢ un Rey intachable para el siglo XXI.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.