La f¨¦rrea neutralidad de un rey
La primera reacci¨®n del rey don Juan Carlos cuando la Comisi¨®n Constitucional aprob¨® el art¨ªculo 2 de la nueva Constituci¨®n espa?ola fue exclamar: ¡°?Me acaban de legalizar?¡±. Don Juan Carlos fue consciente desde el primer momento de que la instituci¨®n mon¨¢rquica no pod¨ªa tener otro arraigo en Espa?a que la propia Constituci¨®n, una ley democr¨¢tica, sometida a refer¨¦ndum, y siempre ha ajustado su comportamiento a ese principio. Don Juan Carlos bas¨® su ¨¦xito, y el de la instituci¨®n, en su capacidad para mantener alejada la Corona de cualquier tipo de contienda partidista y escrupulosamente ligada al texto de 1978. Una f¨¦rrea neutralidad pol¨ªtica, impuesta por el Rey a s¨ª mismo, al Pr¨ªncipe de Asturias y a los restantes miembros de la Familia Real, de los que nunca se ha conocido la menor opini¨®n al respecto y que, a veces, no ha sido suficientemente valorada.
Don Juan Carlos habr¨¢ sido hasta el final un jefe del Estado preocupado por las instituciones. Su decisi¨®n de abdicar, anunciada hoy, responde plenamente a esa conciencia, a la convicci¨®n de la que las instituciones se salvan cuando son sus protagonistas quienes asumen los errores. Cuando no se consiente que los ciudadanos tengan la terrible impresi¨®n de que nada tiene consecuencias pol¨ªticas. Han pasado cosas. Y en el caso de la monarqu¨ªa, tienen consecuencias. Es una gran noticia y una novedad en un pa¨ªs donde otras instituciones, desde los partidos pol¨ªticos hasta el propio Gobierno, act¨²an como si no existiera relaci¨®n entre una cosa y otra.
La popularidad de la monarqu¨ªa, excesivamente centrada en la persona del propio don Juan Carlos, ha sufrido da?os, fundamentalmente debido a la implicaci¨®n de la infanta Cristina y de su marido en el esc¨¢ndalo Noos. Tambi¨¦n, aunque en menor medida, por la falta de reflejos en notar que la percepci¨®n p¨²blica de la ejemplaridad, que durante d¨¦cadas se vincul¨® solo a la actuaci¨®n pol¨ªtica, hab¨ªa pasado tambi¨¦n a exigirse en el ¨¢mbito de la vida privada. Todo ello, unido al evidente declive f¨ªsico del Rey, abri¨®, por primera vez, el debate sobre la manera en la que se ejerc¨ªa la Jefatura del Estado y sobre la eficiencia de quien ocupaba el cargo.
Una vez tomada la decisi¨®n de abdicar en el pr¨ªncipe de Asturias, la mayor dificultad estribaba en encontrar el momento m¨¢s adecuado para iniciar el proceso de sucesi¨®n. El calendario, cuajado de aqu¨ª a 2016 de citas electorales, no dejaba muchas opciones: o actuar con rapidez o esperar a despu¨¦s de los comicios generales de 2015, con un nuevo Parlamento sobre cuya composici¨®n caben muchas especulaciones. La prudencia debi¨® imponer la rapidez. No parece tampoco que ninguno de los problemas que aquejan a la sociedad espa?ola pueda tener soluci¨®n a corto plazo, as¨ª que ning¨²n escenario pr¨®ximo es mejor que el actual para ceder al pr¨ªncipe Felipe la representaci¨®n del Estado.
Han pasado casi 40 a?os desde el d¨ªa en el que don Juan Carlos asumi¨® la Corona y 38 desde que fue ¡°legalizado¡± como Jefe del Estado. Una gran etapa democr¨¢tica que cambio la vida de los espa?oles y una etapa en la que el Rey necesit¨® una gran inteligencia pol¨ªtica. Una inteligencia que no se le dio nunca por supuesta y que, sin embargo, demostr¨® fehacientemente, hasta el mismo d¨ªa en el que anunci¨® su abdicaci¨®n.
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