Un nuevo rey
La inviolabilidad tiene sentido para quien est¨¢ en el cargo, no para el que lo abandona
Los primeros brotes republicanos ¡ªy federales¡ª surgieron en torno a 1840, y cobraron una especial importancia en Catalu?a, donde el movimiento popular se sustentaba en las asociaciones obreras. Es entonces cuando el dem¨®crata Abd¨®n Terradas, elegido alcalde de Figueres, escribe la primera pieza teatral antimon¨¢rquica, Lo rei Micomic¨®. Su protagonista, el bobo investido rey, proclama la soberan¨ªa nacional y renuncia al cargo; los micomicons gritan ¡°Viva l¡¯Igualtat!¡±. En los versos sat¨ªricos del periodo, al lado de la igualdad y la cr¨ªtica del privilegio, despunta la condena de la dinast¨ªa personificada en Fernando VII. Y un objetivo: ¡°Para siempre desterrar, del Borb¨®n la raza infiel...¡±.
Los tiempos han cambiado; los dos temas centrales de 1840 no desaparecieron. Don Juan Carlos ha esgrimido m¨¢s de una vez los siglos de antig¨¹edad de su dinast¨ªa, pero lo cierto es que desde Carlos III hasta ¨¦l, apenas Alfonso XII y la regente Mar¨ªa Cristina se salvan del naufragio. De ah¨ª que, desde sus or¨ªgenes hasta la ca¨ªda de Alfonso XIII, el republicanismo fuera ante todo expresi¨®n del rechazo a la Monarqu¨ªa. Como ¡°piloto de la democracia¡±, don Juan Carlos supo levantar el prestigio de la realeza, al modo de la reina Victoria en la Inglaterra del XIX, solo que en los ¨²ltimos tiempos una sucesi¨®n de acontecimientos ha ocasionado un espectacular deterioro de su imagen, al prevalecer la concepci¨®n din¨¢stica sobre la democr¨¢tica: de las intervenciones en el caso Urdangarin/Cristina al personalismo de su abdicaci¨®n, poniendo su decisi¨®n por delante de los procedimientos que la deb¨ªan enmarcar. No hablemos de la caza del elefante en Botsuana, ni del abandono ante el reto que representa una posible secesi¨®n de Catalu?a, un 23-F, en palabras de Manuel Vicent, para Felipe VI.
El rey no es un ser excepcional, sino el primer magistrado de la naci¨®n
Otro cabo dejado suelto es el de su inviolabilidad. Como en 1840, el fondo de la cuesti¨®n vincula Monarqu¨ªa y privilegio. La cl¨¢usula the King can do no wrong, tiene sentido para quien se encuentra en el ejercicio del cargo. No as¨ª para el que lo abandona. Ateng¨¢monos a la concepci¨®n propia de la monarqu¨ªa parlamentaria: el rey no es un ser excepcional, sino el primer magistrado de la naci¨®n. El privilegio anula la principal ventaja de las monarqu¨ªas parlamentarias: la neutralidad del personaje real, reducido a puro s¨ªmbolo, tanto del Estado como de una sociedad de ciudadanos libres e iguales.
En condiciones de estabilidad pol¨ªtica, debiera acompa?ar al nuevo reinado el anuncio de una reforma constitucional que posibilitase el tr¨¢nsito a un r¨¦gimen republicano, de modo paralelo a la plena federalizaci¨®n del Estado de las autonom¨ªas, regulando posibles autodeterminaciones. Solo que tal estabilidad no existe hoy: Catalu?a espera. Y en el discurso del Rey, ni palabra; la naci¨®n espa?ola qued¨® sola, sin nacionalidades. Mal presagio.
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