Juguetes para un tiempo prohibido
La detenci¨®n de Rodrigo Rato no es la demostraci¨®n de que el Gobierno no se casa con nadie, es un fracaso en todos los ¨®rdenes

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Cuenta Federico Trillo, que es un hombre muy sentido, que cuando Rodrigo Rato se opuso a la invasi¨®n de Irak en el Consejo de Ministros Aznar le mir¨® con ¡°tristeza infinita¡±. Es imposible que Aznar mire con ¡°tristeza infinita¡± y no ver en su lugar a Manu Chao (¡°infinita tristesa, infinita tristesa, yo siempre estar¨¦ a tu lado, radio mano pap¨¢ chango¡±). S¨®lo hab¨ªan pasado dos a?os desde que Fraga pegase los carteles electorales bajo una lluvia de huevos y fuese corriendo Aznar a Vigo, como Hugo S¨¢nchez, a decir que al PP no se le gana ¡°a huevos¡±. Luego, con orgullo infinito, le dijo a Rato que era el ¡°mejor ministro de Econom¨ªa de la historia de Espa?a en muchos a?os¡± sin especificar cu¨¢ntos: durante el aznarismo se pod¨ªa ser el mejor de la historia durante algunas horas.
Rato entonces era Dios, y lo sigui¨® siendo tras dos derrotas: la suya ante Rajoy y la de su partido ante el PSOE. Aspiraba a ser presidente del Gobierno y acab¨®, como premio de consolaci¨®n, siendo jefe de Estado, que es el estatus del director-gerente del FMI. Del Audi al Lincoln, y de Madrid a Washington. Volvi¨® a Estados Unidos, pero ya a la Costa Este. En su juventud, que no se acaba nunca, la poderosa familia Rato lo hab¨ªa enviado a estudiar a California. Rato volvi¨® de las playas convertido en una especie de Jim Morrison, el Rey Lagarto. De la ¨¦poca se guardan fotograf¨ªas que muestran a Rato de jipi rico consumido por la nostalgia, como si estuviese a punto de ser arrancado de un mundo al que por un instante crey¨® pertenecer. El sue?o se derrumb¨® cuando empez¨® otro, en el momento en que Ram¨®n Rato entr¨® en el despacho de Fraga, tir¨® la chequera a la mesa y dijo: ¡°Manolo, el chico quiere ser diputado¡±. Entre los a?os que pasaron desde que a Fraga le tiraban chequeras y empezaron a tirarle huevos Rato multiplic¨® panes y peces: hizo el milagro econ¨®mico espa?ol, marca registrada.
En todo ese tiempo no perdi¨® de vista su vocaci¨®n, que es la de actor. Cuando dirig¨ªa el FMI se present¨® en un peque?o teatro de Washington para hacer de Alfonso VII en La venganza de Don Mendo al grito de "cese ya el atambor, que est¨¢n mis nobles cansados de redobles, y yo ah¨ªto de tanto parchear y tanto pito", un lenguaje del que a?os despu¨¦s bebi¨® el PP para anunciar los recortes. Rato fue uno de los mejores actores de la obra, o eso dijo la cr¨ªtica. Iba ataviado con una capa de terciopelo, un traje azul de ¨¦poca con ribetes dorados, una corona de rey y una espada de pl¨¢stico, ropajes que en Strauss-Kahn hubieran desatado el p¨¢nico.
Esto ocurri¨® en mayo de 2006, un punto de inflexi¨®n porque Rato no volvi¨® a cambiarse de ropa. Desde entonces, c¨²spide de su carrera pol¨ªtica, se apareci¨® mentalmente a todos, incluidos sus compa?eros del PP, como un rey medieval. Todo lo que sucedi¨® luego hay que circunscribirlo a la exagerada impunidad de un monarca. En la famosa salida de Bankia a Bolsa, cuando Rato le da a la campana (doblaban por nosotros), en realidad est¨¢ blandiendo la espada de pl¨¢stico envuelto en su capa de terciopelo, ah¨ªto de tanto parchear y tanto pito.
Xoguetes para un tempo prohibido es el t¨ªtulo de una novela que Carlos Casares, el a?orado y querido Carlos Casares, public¨® en 1975. Habla de una generaci¨®n brillante llena de sue?os que se precipita contra la impotencia, la desolaci¨®n y el desencanto de su ¨¦poca. Hay algo de eso en la burbuja econ¨®mica de los noventa, la formidable tramoya sobre la que se habr¨ªa de crecer Espa?a hasta convertirse en un pa¨ªs moralmente higi¨¦nico, desahogado de tramas perfectamente criminales, de actitudes colectivas que ten¨ªan m¨¢s de sangrante en lo legal, con sus sueldos millonarios por representaci¨®n, indemnizaciones excesivas pese a la incompetencia y sociedades superpuestas, que en lo ilegal, pues al fin y al cabo lo ilegal debe ocultarse y lo legal, aun repugnante, habr¨ªa de ocurrir ante nuestros ojos.
La detenci¨®n de Rato no es la demostraci¨®n de que el Gobierno no se casa con nadie, entre otras razones porque lo que se hizo ayer fue aventar p¨²blicamente, con sobreactuaci¨®n de telenovela, un divorcio. Es un fracaso en todos los ¨®rdenes, incluida la puesta en escena, esa coqueter¨ªa de cortar el tr¨¢fico, avisar a la prensa y plantar doce agentes en un portal para llamar al telefonillo y decir ante los micr¨®fonos: ¡°somos la polic¨ªa, abran¡± en una frase muy ¡°Jose, ¨¢brenos, que somos nosotras¡±. Y la mano en la nuca por si Rato se olvid¨® de saber bajar la cabeza, una mano de telediario, casi de escaleta (yo sufr¨ª esa mano en una detenci¨®n en Canarias; me bajaron la cabeza tan ostensiblemente que antes me la levantaron un poco, como para coger carrerilla, mientras los vecinos -esos terribles vecinos espa?oles, que dijo Max Aub- sal¨ªan a los balcones a pedir que se limpiase el barrio y me llamaban ¡°terrorista¡± o algo a¨²n peor, ¡°gallego¡±, y aunque fue una mano en tensi¨®n hab¨ªa algo de dulzura, de calambre en el roce, tanto que hasta lament¨¦ que el agente se sentase delante).
Al final el papel de Rato, como el de Pujol, ha sido el de Boyhood: pol¨ªticos cuya estatura crece de forma real hasta hacernos olvidar que se tratan de una ficci¨®n. La interpretaci¨®n ha sido tan perfecta que ellos mismos dictaban la moral y las leyes en las que permanec¨ªan atrapados. All¨ª donde se deposit¨® el poder de forma m¨¢s ruidosa, en Catalu?a, en Andaluc¨ªa, en Valencia, en Madrid, ha ido devor¨¢ndose a s¨ª mismo bajo la perversi¨®n del "no matar¨¢s" de Hanna Arendt desplazado al s¨¦ptimo mandamiento: el mal perdi¨® la caracter¨ªstica de ser una tentaci¨®n, as¨ª que en lugar de tener la tentaci¨®n de robar, lo que hab¨ªa era la tentaci¨®n de no hacerlo. Cualquier vistazo al pasado es un ejercicio de nostalgia y horror. Ni siquiera Rato y sus antiguas declaraciones de Robin Hood superan a las del pobre maestro de yoga que dijo en El Confidencial: ¡°Si Zapatero meditara como Rato no habr¨ªa crisis econ¨®mica¡±. O el eco de los mandamases del PP en el balc¨®n de G¨¦nova celebrando la victoria de 2011, cuando se llen¨® de tal forma que alguien empez¨® a gritar: ¡°?Que se va a caer, que no aguanta tanta gente!¡±. Y la imagen del exvicepresidente detenido, tristeza infinita; el autor del supuesto milagro espa?ol al que le falt¨® gritar desde el portal, rodeado de polic¨ªa, la revelaci¨®n del cura de Cotobade en su lecho de muerte: ¡°?Todo era mentira!¡±.
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